—Pero lo eres —dijo Suzanne. Ahora podía ver claramente la luz de Ship Rock. Habían hecho un buen tiempo, a pesar del escaso viento y a pesar de haber tenido que rodear una enorme barcaza y un remolcador—. ¿Qué vas a hacer? —le preguntó—. ¿Escapar y dejar que lo haga otro?
—Eso estaría bien.
—Veamos —dijo Suzanne lentamente—. Está Bill Macintosh.
—Demasiado joven.
—… o Philip Cárter.
—Es un burócrata.
—… o Tony Adams.
»—Le falta garra.
—Lee Tyler…
—Dale unos cuantos años y será capaz de llevar la empresa.
—¡Ahí está! —dijo Suzanne con entusiasmo, como si no fuera la enésima vez que hablaban de lo mismo—. Tendrás que esperar unos años, pero después podrás volver a reunirte con tus compañeros y montar en tu moto.
—Entonces la vida era mucho más simple. —La melancolía impregnaba la voz de Vance.
—Entonces no nos conocíamos.
—Sí, pero ¿por qué tuvieron que venir la empresa y los manuscritos de Da Vinci… y los documentos del chantaje en el mismo paquete que tú?
—¿Tienes dudas? —le preguntó Suzanne con sorna.
—Bueno —respondió él como si lo estuviera considerando—. ¿Puedo pensarlo?
Suzanne le dio un empujón y él perdió el rumbo.
—Eres un peligro —dijo Vance.
—Lo sé.
—Eso es lo que te hace más peligrosa.
—Lo sé.
—Podríamos seguir así para siempre.
—Eso espero. —Suzanne se inclinó para besarlo.
El velero de doce metros y medio se desvió del rumbo hasta que las velas quedaron orzando descontroladas.
Vance se apartó de ella un momento.
—El capitán dice que el contramaestre no debe distraerlo cuando está navegando.
—¿Te quejas?
—No. Puedes apostar que no —respondió Vance mientras luchaba por encontrar otra vez el viento.
Nunca podría ser igual, pensó, pero la vida nunca era la misma. Era un cambio constante. Suponía que todo era para bien, pero para disfrutarla había que conseguir que le gustara a uno el viaje, no sólo el destino.
—¿En qué piensas? —preguntó Suzanne.
—Ah, en algo que escribió Leonardo.
—Dímelo.
—Estaba en el Códice Trivulziano. Decía: «En los ríos, el agua que tocas es la última de la que se ha ido y la primera de la que llega, lo mismo que pasa con el presente». La vida se parece mucho a eso.
—Ya. Bueno, lo importante es que tú y yo hagamos lo posible por mantener la cabeza fuera del agua —dijo Suzanne alegremente, y volvieron a besarse.
Aproximadamente la mitad de este libro está basada en datos reales, de modo que me gustaría dar las gracias a las numerosas personas que me ayudaron en la investigación.
Estoy en deuda, especialmente, con el doctor Cario Pedretti de la UCLA y Bolonia, uno de los más prestigiosos expertos en Leonardo, y con Lella Smith, de la Armand Hammer Foundation, por permitirme consultar gran parte de la información sobre el Códice Hammer, adquirido por el doctor Armand Hammer, presidente de Occidental Petroleum.
Los doctores Rich Morrison y Andrew Cassadenti del UCLA Medical Center fueron una ayuda imprescindible en todo lo relativo a los agentes tóxicos y sus antídotos.
Mi agradecimiento también a muchos otros que me ayudaron pero es preciso que permanezcan en el anonimato para proteger sus carreras y su reputación.
Tengo también una deuda de gratitud con mi esposa, Megan, que sigue conviviendo conmigo y con lo que escribo. (Con más motivo dado que han pasado veinte años desde que este libro fue publicado por primera vez, en 1983.)
Como ya he dicho, más o menos la mitad de este libro está basada en datos reales. Al lector le corresponde adivinar cuáles.
[1]
En inglés, accomplice (cómplice) y rost (lista). (N. de los t.)
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