El libro de un hombre solo (26 page)

BOOK: El libro de un hombre solo
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El pequeño Yu se desgañitaba en la radio interna; cada despacho tenía un altavoz y los eslóganes que incitaban a arrebatar el poder se repetían en todas las plantas del edificio. El gran Li, Tang y algunos obreros y empleados exhibieron por todo el edificio a un grupo de antiguos funcionarios y secretarios de las células del Partido más jóvenes; cada uno llevaba en el pecho una pancarta y Wu Tao iba delante de todos golpeando un gong.

¿Qué era lo que tramaban? ¡Era así como se hacía la revolución! Esos dirigentes, que antes encarnaban al Partido, avanzaban en fila india, con la cabeza gacha, totalmente desamparados, mientras que la chica rebelde miembro del Partido marchaba por delante de ellos, con el puño en alto, gritando con todas sus fuerzas:

—¡Abajo los dirigentes que siguen el camino capitalista! ¡Viva el nuevo poder rojo! ¡Viva la victoria de la línea revolucionaria del Presidente Mao!

Tang imitó la pose del militar que pasa revista a sus tropas, dirigiendo ademanes a las personas que se encontraban en los pasillos o en las puertas de los despachos para presenciar la escena. Algunos reían, otros se quedaban estupefactos.

* * *

—Sabemos que te opones a que se hagan con el poder —dijo el ex teniente coronel.

—No, a lo que me opongo es a la forma de tomar el poder —respondió él.

Ese emisario era un funcionario político que el ejército había trasladado; sólo desempeñaba el cargo de subdirector de un departamento, pero durante ese período de conflictos, se moría de ganas de demostrar que podía servir para algo más. Le dijo riendo:

—Tienes mucha más influencia que ellos sobre las masas. Si te pones delante, nosotros te respaldaremos; queremos que consigas un grupo para colaborar con nosotros.

Esta conversación tenía lugar en el cuarto reservado a los documentos secretos del departamento político, donde nunca antes había entrado. Allí se conservaban todos los documentos de los trabajadores de su institución, los archivos personales, incluido el suyo, en el que estaba anotado el problema de su padre. Cuando Li y su banda se hicieron con el poder, precintaron las cajas fuertes y los armarios metálicos del cuarto, pero los precintos se podían arrancar con mucha facilidad. Sin embargo, nadie se atrevió a destruir los archivos.

El ex teniente coronel vino a buscarlo cuando estaba cenando en la cantina y le dijo que quería hablar con él a solas. Lo citó en aquel cuarto probablemente con toda intención, al menos eso fue lo que se dijo al entrar en el despacho. Sabía perfectamente quién estaba detrás del ex teniente coronel: algunos días antes, el vicesecretario del comité del Partido, Chen, le puso la mano en el hombro en señal de amistad. Antes Chen era el responsable de la gestión del departamento político de su institución. Ya entonces tenía aspecto de ser una persona muy discreta y comedida, pero, después de que lo acusaran, su rostro todavía se volvió más hermético. En un pasillo del edificio, se le acercó por detrás, no había nadie cerca en aquel momento, lo llamó por su nombre y le dijo «camarada». Chen le posó su mano grande y huesuda sobre el hombro durante unos segundos, inclinó un poco la cabeza y se marchó, como si hubiera hecho esa acción de forma involuntaria. Pero de ese modo le había demostrado una familiaridad inusual, con la que parecía decirle que había olvidado por completo su participación en las sesiones de acusación contra él. Esos hombres tenían mucha más experiencia política que su banda de rebeldes. Le tendían la mano, pero él estaba lejos de ser un gato viejo de la política, no era lo bastante astuto. Pensó que no podía unirse a ellos y repitió:

—No apruebo esa forma de tomar el poder, pero no me opongo a que se tome y apoyo totalmente la rebelión contra el comité del Partido.

El ex teniente coronel, muy seguro de sí mismo, lanzó un profundo suspiro, movió la cabeza y dijo:

—Nosotros también somos rebeldes.

Pronunció esta frase como si hubiera dicho: «Nosotros también bebemos té». Él se rió con cierto sarcasmo, pero permaneció en silencio.

—Ha sido una conversación privada, es como si no hubiera dicho nada —dijo el ex teniente coronel, y se levantó.

Él también se marchó de la habitación reservada a los documentos secretos. Al rechazar ese trato, cortó cualquier vínculo con ellos.

Unos diez días más tarde, después de la fiesta de la primavera, a principios del mes de febrero, algunos antiguos guardias rojos y funcionarios del equipo político se reunieron y formaron una banda que volvió a tomar el poder y destruyó la emisora de radio que tenían los rebeldes en el gran edificio. Las organizaciones de los dos bandos tuvieron su primer combate, algunos resultaron ligeramente heridos, pero él no se encontraba allí en aquel momento.

24

La literatura y las formas literarias que llamamos puras, esos juegos de estilo, de lengua y de escritura y las diversas fórmulas y estructuras lingüísticas que podrás hacer con autonomía, sin recurrir a tu experiencia, a tu vida, a sus dificultades, a la cruda realidad y a ese «tú» tan repugnante; ese tipo de literatura pura, ¿vale realmente la pena que la escribas? Aunque no sea una forma de escapar o un escudo, supone, por lo menos, una restricción, y es mejor que encerrarte en una jaula construida por los demás o por ti mismo.

No escribes con la intención de hacer pura literatura, pero tampoco eres un combatiente, no utilizas tu pluma como un arma para pedir justicia —de todos modos, tampoco sabes dónde se encuentra—, es inútil recurrir a alguien para que la haga. Lo que tienes claro es que no eres la encarnación de la justicia. Si escribes es sólo para decir que aquella vida ha existido, más infecta que un estercolero, más real que un infierno imaginado, más terrorífica que el Juicio Final, y que corre el riesgo de volver un día u otro, cuando se desvanezca su recuerdo. Los hombres que no han perdido la cordura caerán irremediablemente en la locura, los que no han recibido malos tratos, someterán a otros o los recibirán ellos, y, como la locura es innata en el hombre, es posible tener algún brote en cualquier momento. En ese caso, ¿quieres hacer el papel del viejo maestro? Ha habido miles o millones de maestros y de sacerdotes en la tierra, pero ¿acaso el hombre se ha vuelto mejor con sus enseñanzas?

De todos modos, ya que es preferible no hacer esfuerzos inútiles, ¿para qué denunciar aquellos sufrimientos? Ya estás harto, pero has avanzado demasiado para echarte atrás ahora. Sin la escritura es imposible seguir adelante, se ha convertido en una manía, y la causa quizá la encuentres en tu propia necesidad.

Detestas las artimañas políticas, pero al mismo tiempo estás fabricando otra especie de mentira, la literatura, ya que en realidad la literatura es realmente una falacia que disfraza la motivación secreta del autor: la búsqueda de la fama o del beneficio. Hasta que se satisfacen esa utilidad y esa vanidad, no se puede dejar de escribir; se siguen naturalmente unos impulsos instintivos todavía más profundos, como un animal. Pero la diferencia con los demás animales es que este impulso es irresistible y continuo, no viene provocado por el calor o el frío, la saciedad, el hambre o el cambio de estación, es incontenible, como una excreción —cuando debemos excretar, lo hacemos. Sin embargo, en lugar de tratar con excrementos, tratamos con sentimientos y estética. La tristeza, por ejemplo, hay que integrarla al mismo tiempo que el placer en el lenguaje. Al denunciar a la patria, al Partido, a los dirigentes, al hombre nuevo, el ideal, del mismo modo que denuncias la revolución —superstición y mentira modernas—, tejes con la ayuda de la literatura una cortina de gasa, para que las basuras sean más presentables. Te escondes detrás de esa cortina, te mezclas en secreto con los espectadores, y así consigues un cierto placer y algo de satisfacción, ¿no es cierto?

La mentira reina en todo el mundo y tú también fabricas mentiras literarias. En cambio, los animales no mienten, sobreviven en el mundo sin esa capacidad. Pero el hombre necesita mentir para embellecer su entorno; esa es la principal diferencia con los animales. Es más astuto que el animal y recurre a la mentira para esconder su propia fealdad y encontrar una razón para vivir en ella. Cuando reemplazamos el sufrimiento por la denuncia del mismo, se hace más soportable. Antaño las elegías que cantaban los aldeanos durante los funerales tenían ese papel tranquilizador; ¿cantar misa en grupo en las iglesias no cumple la misma función?

Pasolini adaptó al cine una obra de Sade en la que se mostraba el horror del poder político y de la naturaleza humana. Por medio de la pantalla, aunque todos supieran que no se trataba de ningún documento real sino de una película, consiguió que el público sintiera que la violencia y el horror, vistos desde fuera, tienen su lado fascinante. Probablemente en eso resida el misterio del arte y de la literatura.

La pretendida sinceridad de los poetas es como la pretendida verdad de los novelistas: el autor se esconde detrás de ella como un fotógrafo se oculta tras la cámara, aparenta frialdad e imparcialidad detrás de su objetivo neutro, pero lo que acaba en el negativo es el amor y la compasión que siente por sí mismo, o bien la masturbación y el masoquismo. Esa mirada supuestamente neutra encubre todo tipo de deseos, y lo que refleja está completamente teñido de sabor estético, aunque se finja mirar el mundo con frialdad e indiferencia. Mejor que reconozcas que lo que escribes es lo más parecido a lo que ocurrió, aunque el lenguaje siempre lo aleje de la realidad. Al estructurar tu lenguaje, colocando en el mismo saco los sentimientos y la búsqueda de la estética, ocultando la cruda realidad tras una cortina de gasa, sólo de ese modo encontrarás algo de placer al recordar los detalles y te apetecerá seguir escribiendo.

Unes a tu estado de hombre vivo tus sentimientos, tu experiencia, tus sueños, tus recuerdos, tus fantasías, tus pensamientos, tus conjeturas, tus presentimientos, tus intuiciones y cosas por el estilo; y con la ayuda del lenguaje consigues ritmo y musicalidad. La realidad y la historia, el tiempo y el espacio, los conceptos y la consciencia se funden en el proceso de la realización del lenguaje y sólo queda la ilusión que has creado.

Al contrario de lo que ocurre con la estafa política, que la víctima tiene que aceptarla, lo quiera o no, la ilusión literaria se acepta por consentimiento mutuo entre el autor y el lector, pues las obras se pueden leer o no, no hay ninguna obligación. Sin embargo, no crees que la literatura sea tan pura como dicen, sólo la has elegido como vehículo para desahogarte.

Además, tú no creas ninguna polémica, no te colocas en posición de adversario en el debate para avanzar argumentos o retractarte, no estás limitado por la obligación de la teoría para censurarte o adaptarte y no tienes que limitar tus palabras para seguir las reglas de otro; sólo escribes para ti, para vivir feliz.

No eres un superhombre, después de Nietzsche ya ha habido demasiados superhombres y demasiados ciegos en el mundo. De hecho, no puedes ser más normal, no puedes ser más real; en paz con tu conciencia y en perfecta serenidad, sonríes satisfecho, como un Buda, aunque no lo eres.

Simplemente, no permites el sacrificio, no quieres ser ni un juguete ni un objeto de sacrificio para los demás; no pides la compasión del prójimo, y tampoco te confiesas. Sin embargo, todavía no te dejas llevar por la locura hasta perder el juicio y matar a los demás; contemplas este mundo con la actitud más serena que te es posible, como te observas a ti. Así no temes nada, nada te sorprende, nada te desespera, ni alimentas falsas esperanzas, ya no estás triste. Si has decidido utilizar tu tristeza para convertirla en placer, ¿puedes hacerlo durante un tiempo y volver luego al «tú» totalmente sereno, alegre y contento?

El mundo ya no te parece tan asqueroso como antes, aunque ese asco todavía esté de moda. Tampoco debes exagerar tu enfrentamiento con el poder, si has sobrevivido y conseguido la libertad de expresión es porque has recibido algunos favores. No puedes decir eso de que «nadie me debe nada y yo no debo nada a nadie», ya que debes a los demás y, aunque los demás también te deban a ti, ¿no has recibido más favores de los que has hecho? Tienes suerte, está claro, ¿de qué te puedes quejar?

No eres un dragón, no eres un insecto, no eres ni uno ni otro. Ese no ser eres tú; no es una negación, es un hecho, una huella, un desgaste, un resultado, antes de un agotamiento total, es decir de la muerte. No eres más que un mensajero de la vida, una expresión o una palabra dicha hacia el no ser.

Has escrito este libro para ti, un libro sobre la huida, el libro de un hombre solo. Eres a la vez tu Señor y tu apóstol, no te sacrificas por los demás y no pides que nadie se sacrifique por ti, no puede ser más justo. Todo el mundo desea la felicidad, ¿por qué sólo habría de pertenecerte a ti? De hecho, la felicidad es bastante rara en este mundo.

25

Era mejor evitar las situaciones de peligro en medio de ese inmenso caos en el que podía ocurrir cualquier cosa. Quería recuperar su mundo perdido, recuperar la belleza que percibió en la hija del propietario de su apartamento, en su maravilloso rostro fino y su cuerpo esbelto. Cuando abrió la puerta y la encontró en el umbral, los rayos del sol que caían en el patio trazaron con gran precisión el contorno de los lóbulos rosa de sus orejas, mientras sus cabellos, las cejas y la comisura de los labios parecían lanzar destellos. Se quedó estupefacto ante tal belleza, pero ese sentimiento contrastaba con la mirada llena de odio de la joven. Tenía ganas de aclarar el malentendido que había, así que se dirigió a casa de sus vecinos. Imaginaba encontrar una vivienda limpia y ordenada, en la que habitara una familia pulcra, un pequeño universo aparte del mundo desordenado. Antes de que el viejo Huang fuera a cobrar el alquiler para la oficina de gestión de los edificios, fue él mismo a pagarlo a casa de sus vecinos, así tenía un pretexto para ver a la chica.

La entrada a la vivienda se encontraba arriba de la escalera de piedra que daba a la calle. La puerta se abrió nada más golpearla. Tras el muro había un pequeño patio tal como lo había imaginado, con la diferencia de que reinaba un desorden impresionante. Todo tipo de objetos se amontonaban a lo largo de las paredes bajo los aleros. Sobre el peldaño que conducía a la puerta principal, una mujer mayor lavaba unas sábanas en un barreño de aluminio, mientras que un niño pequeño lloriqueaba en el interior de la casa.

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