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Authors: Brad Meltzer

Tags: #Histórico, Intriga, Policiaco

El líbro del destino (41 page)

BOOK: El líbro del destino
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—¿Doscientos treinta mil dólares? ¿Qué había comprado? ¿Italia entera?

—No creo que comprara nada —dijo Dreidel—. Según lo que pone aquí, era una deuda de su padre. Aparentemente, Boyle decidió asumir la deuda para que su padre no se declarase en quiebra.

—El chico quería a su padre.

—En realidad, odiaba a su padre. Pero quería a su madre —dijo Dreidel, continuando con la lectura—. Si su padre se declaraba en quiebra y los acreedores llamaban a la puerta, a su madre la hubieran echado del restaurante familiar que dirigía y en el que había trabajado desde que Boyle era un crío.

—Vaya, bonita faena por parte de su padre, poner el negocio familiar en peligro, poner a tu esposa de patitas en la calle y endilgarle a tu propio hijo toda la deuda.

—Espera, ahora viene lo mejor —dijo Dreidel, pasando a las últimas páginas del formulario—: Aquí: «¿Hay alguna cosa en su vida personal que pudiese ser utilizada por alguien para avergonzar al presidente o a la Casa Blanca? Por favor, proporcione una información detallada.» —Pasando la página y mostrando otro documento redactado a máquina a un solo espacio, Dreidel meneó la cabeza recordando las historias que Boyle había revelado al comienzo de la campaña. Incluso al principio, Manning se mantuvo firme apoyando a su amigo—. La mayor parte de esta información ya la conocemos. Su padre fue arrestado antes de que Boyle naciera, luego volvieron a arrestarlo cuando Boyle tenía seis años, otra vez cuando tenía trece… en esta ocasión por asalto y agresión al dueño de una lavandería china en Staten Island. Luego consiguió mantenerse alejado de los problemas hasta después de que Boyle acabase la universidad. Fue entonces cuando el FBI lo detuvo por vender pólizas de seguro falsas en una residencia de ancianos de New Brunswick. La lista continúa: importación de patinetes robados, conseguir unos cientos de pavos con cheques sin fondos; pero, por alguna razón, apenas si pasó algún tiempo en chirona.

—Un poco freudiano, ¿no crees? Su padre rompe todas las reglas con su afición por las estafas, mientras Boyle se entrega por completo a la precisión de la contabilidad. ¿Cómo era aquella historia que apareció en
Time
cuando a su padre lo arrestaron por robar en las tiendas? Una mancha negra…

—… en el historial de la Casa Blanca. Sí, muy ingenioso. Casi tan bueno como aquella tira cómica política en la que lo presentaban robando a los niños del programa Juguetes para Todos en Navidad.

—Aún no puedo… —Rogo se interrumpió, meneando la cabeza—. Todo este tiempo hemos estado persiguiendo a Boyle como si fuese el gran demonio blanco, pero cuando te enteras de los detalles: una infancia miserable, una hermana sorda, una madre trabajadora, italiana… Y, sin embargo, se las arregla para salir de todo eso y abrirse paso hasta la Casa Blanca…

—Por favor, Rogo, no me digas que sientes lástima por él.

—…y luego su padre miente, engaña, roba y, para colmo, deja que Boyle pague las facturas. Piensa un minuto en ello, ¿cómo puede un padre hacerle eso a su propio hijo?

—Del mismo modo en que Boyle se lo hizo a su esposa y a su hija cuando decidió desaparecer de sus vidas y hacer que llevaran luto. Las personas son escoria, Rogo, especialmente cuando están desesperadas.

—Sí, pero ésa es precisamente la cuestión. Si Boyle era tan malo, ¿por qué dejaron que trabajase en la Casa Blanca? ¿No es ése el propósito de todos los formularios, dejar fuera a la gente como él?

—En teoría, el objetivo es ése, pero tampoco es que se tratase de un secreto. Todo el mundo sabía que su padre era basura. Incluso Boyle solía hablar de ello, lo utilizaba para conseguir que los tíos de la prensa se compadecieran de él. Sólo se convirtió en un problema cuando ganamos. Pero cuando tu mejor amigo es el presidente de Estados Unidos, oh, vaya, sorpresa, no se puede convencer al FBI de que haga ninguna excepción. De hecho, permíteme que te muestre cómo ellos… Aquí está… —dijo Dreidel, pasando nuevamente las páginas de la carpeta—. Muy bien, aquí —añadió, sacando una hoja de tamaño carta mientras Rogo se sentaba en el borde de la mesa y continuaba revisando el resto del archivo.

—Boyle tenía una autorización de seguridad con una palabra en clave. Antes de repartir las palabras en clave, necesitan saber de qué lado estás. El FBI, el Servicio Secreto, todos echan un vistazo. Luego Manning recibe los resultados.

En la pequeña hoja de papel había una lista de letras escritas a máquina alineadas en una sola columna, cada una con una marca al lado:

—¿Esa lista es la misma que ésta? —preguntó Rogo mientras daba la vuelta a una página en el archivo y mostraba una hoja casi idéntica.

—Exactamente, es el mismo informe.

—¿Por qué Boyle tenía dos?

—Uno es de cuando comenzó, el otro probablemente es de cuando renovó su autorización de seguridad. Es la misma lista. «BKD» significa antecedentes, o sea, la comprobación general de tus antecedentes. «MH» indica tu historial militar. «WEX» tu experiencia laboral…

—¿De modo que ésta es toda la información que hay sobre Boyle? —preguntó Rogo, mirando la página apenas escrita.

—No, ésta es la información, todo lo que está debajo de esto —dijo Dreidel, señalando desde las letras «AC» hacia abajo de la página.

—¿«AC»?

—Áreas de interés.

—¿Y qué significan estas letras que hay más abajo: «PRL», «FB», «PUB»…

—«PRL» es la historia personal de Boyle, que yo apostaría que se refiere a toda la mierda relacionada con su padre. «FB» es su historial económico; gracias otra vez, papá. Y «PUB»… —Dreidel hizo una breve pausa, leyendo de su hoja mientras Rogo hacía lo propio en su copia—. «PUB» se refiere a las cuestiones de percepción pública en el caso de que los antecedentes de Boyle salgan a la luz, cosa que en este caso, ya había ocurrido.

—¿Qué me dices de «PI»? —preguntó Rogo.

—¿A qué te refieres?

—«PI» —repitió Rogo, mostrando su hoja a Dreidel—. ¿No tienes «PI» como últimas letras de tu lista?

Dreidel miró su hoja, que acababa en las letras «PUB», luego se volvió hacia Rogo, mirando de soslayo para leer las letras acompañadas de una anotación hecha a mano: «PI: nota 27 de mayo.»

Dreidel palideció.

—¿Qué? —preguntó Rogo—. ¿Qué significa?

—¿Cuál es la fecha de tu informe?

Rogo leyó la esquina superior de la hoja y apenas si pudo descifrar las palabras.

—16 de junio —dijo—. Justo antes del tiroteo.

—En el mío dice 6 de enero, pocos días antes de que nos mudásemos a la Casa Blanca.

—No lo entiendo. ¿Qué significa «PI»?

—Cuestiones de paternidad —dijo Dreidel—. Según esto, justo antes de que le disparasen, Boyle tenía un hijo del que nadie sabía nada.

75

—¿Que hiciste qué? —preguntó El Romano; su voz sonó como un graznido a través del teléfono.

—Está todo bien. Problema resuelto —contestó O'Shea, mirando a través de la pequeña ventanilla ovalada del hidroavión alquilado.

—¿Y eso qué significa? ¡Déjame hablar con Micah!

—Bueno, verás… Eso va a ser un poco más difícil de lo que solía ser —dijo O'Shea mientras el avión comenzaba el descenso hacia las olas aguamarina de Lake Worth. Desde esa altura, apenas unas decenas de metros sobre el agua, los jardines de las mansiones de Palm Beach pasaban como una mancha borrosa ante sus ojos.

—O'Shea, no me digas que… ¿Qué has hecho con Micah?

—Nada de sermones, ¿vale? No tuve alternativa.

—¿Lo has matado?

O'Shea miró nuevamente a través de la ventanilla cuando el hidroavión comenzó a rozar las olas.

—Piensa un poco. Micah estaba amparado por la Dirección de Operaciones. No debería estar trabajando en territorio norteamericano. Entonces, ¿por qué razón estaba en la pista de carreras? Una vez identificado por Wes, lo hubiesen llamado a declarar.

—¡Eso no significa que Micah hubiese hablado!

—¿Eso crees? ¿Piensas que si le ofrecían un trato y le decían que no serían duros con él, habría dudado en señalarnos con todos y cada uno de sus dedos?

—¡Sigue siendo un agente de la CIA! —gritó El Romano a través del teléfono—. ¿Tienes idea de la mecha que has encendido? ¡Acabas de encender un jodido volcán!

—¿Crees que disfruté con lo que hice? Conocía a Micah desde la Escuela Militar. Estuvo en la comunión de mi sobrina.

—¡Bueno, creo que se perderá la bonita fiesta que celebrará cuando cumpla los dieciséis!

Con una sacudida final, el hidroavión se dispuso a amerizar. En el momento en que sus flotadores tocaron el agua, el aparato se balanceó y fue reduciendo la velocidad hasta que navegó con la corriente.

—Basta —le advirtió O'Shea mientras el hidroavión se dirigía hacia el muelle de Rybovich Spencer—. Ya fue bastante duro para mí.

—¿De verdad? ¡Entonces deberías haberlo pensado dos veces antes de meterle una bala en la cabeza! ¿Sabes lo difícil que será encontrar a otra persona dentro de la Agencia?

—¿Y tú me das lecciones a mí sobre prudencia? ¿Es que acaso ya te has olvidado por qué estamos metidos en este estercolero? Es la misma chapuza que hiciste con nuestro supuesto pago de seis millones de dólares por el
Blackbird
. Tú entras, metes los dedos en todos los enchufes y luego te enfureces conmigo cuando me tengo que hacer cargo de la limpieza.

—Ni siquiera te… ¡El asunto del
Blackbird
fue una decisión de todos! —estalló El Romano—. ¡Votamos antes de decidirlo!

—No, tú votaste. Fuiste tú quien puso la cifra por las nubes. Y luego, cuando decidieron que no pagarían un céntimo, viniste lloriqueando que necesitábamos a alguien que nos ayudase desde dentro.

—Muy bien, ¿o sea, que tú no querías esos seis millones?

—Lo que yo no quería era tener que pedir dos veces esa pasta. Pasamos casi una década creando tu jodida identidad como El Romano, con todos esos informes que cogíamos y pasábamos a través de ti de modo que pareciera que tenías un informante de primera. Joder, aún creen que El Romano es una persona real que suministra información al gobierno… Y todo eso lo hicimos para conseguir un premio gordo de varios millones de pavos. ¡Una sola vez! ¡Una sola petición! Se suponía que allí acabaría todo, hasta que el signo del dólar se te grabó en los ojos y pensaste que podíamos hacerlo de forma permanente.

—Podríamos haberlo hecho de forma permanente: cincuenta, sesenta, setenta millones de pavos. Fácilmente. Tú sabes que los dos os mostrasteis de acuerdo.

—Entonces tendrías que habernos escuchado y no acercarte jamás a Boyle —dijo O'Shea con la voz más tranquila que nunca—. Y, a diferencia de la última vez, ya no dejo cabos sueltos para que luego vuelvan a clavarnos los dientes en el culo. Mientras Wes esté ahí afuera con esa fotografía en sus manos, tú y yo llevamos una diana pintada en el pecho.

—¿Ahora también has incluido a Wes en tu lista negra? Pensaba que estabas de acuerdo en que no era más que un señuelo.

O'Shea no contestó; se mantuvo observando el exterior mientras el hidroavión pasaba lentamente junto a media docena de yates antiguos y se dirigía al muelle flotante.

—Eche un vistazo a ese velero que hay delante de nosotros —dijo el piloto mientras se quitaba los auriculares para dirigirse a la parte posterior del avión—. Es el velero de Jimmy Buffet, el cantante. ¿Alcanza a leer el nombre?
Chill
.

O'Shea asintió mientras el piloto abría la puerta, salía del hidroavión y lanzaba el cabo de amarre al muelle.

—O'Shea, antes de que cometas una estupidez, piensa en el próximo mes —dijo El Romano—. Si sale este asunto en la India…

—¿Has oído lo que he dicho? ¡No existe el próximo mes! ¡No existe la India! ¡Ni Praga! ¡Ni Liberia! ¡Ni Lusaka! Reunimos todos nuestros recursos, creamos el informante ideal y ganamos un poco de pasta. Pero hasta aquí he llegado, amigo. ¿Lo entiendes? El caldero con las monedas de oro, los setenta millones de dólares, no existe. Lo dejo.

—Pero si tú…

—Me importa una mierda —dijo O'Shea, saliendo del hidroavión y deteniéndose un momento sobre los flotadores. Un pequeño salto lo llevó al muelle. Se despidió del piloto agitando la mano y se dirigió hacia los edificios del embarcadero.

—O'Shea, no seas tan terco —continuó diciendo El Romano—. Si tocas a Wes ahora…

—¿Es que no escuchas cuando hablo? Me. Importa. Una. Mierda. Me trae sin cuidado que sea el señuelo. No me importa que sea nuestra mejor baza para atrapar a Boyle. No me importa siquiera que Nico pueda cogerlo primero. Ese chico conoce mi nombre, sabe qué aspecto tengo y lo peor de todo…

En ese momento se oyó un leve pitido en el teléfono de O'Shea. Se detuvo en mitad del muelle. El identificador de llamadas decía «Desconocido». Por esa línea sólo podía tratarse de una persona.

—O'Shea, escúchame —lo amenazó El Romano.

—Lo siento, no tengo buena cobertura. Te llamaré más tarde. —O'Shea colgó a El Romano y activó la otra línea—. Aquí O'Shea.

—Y aquí tu conciencia, deja de follar con camioneros en las áreas de servicio. Ve a un bar, es más fácil —dijo Paul Kessiminan con su fuerte acento de Chicago y entre risas.

O'Shea ni siquiera se molestó en responder a la broma. Los tíos que se dedicaban a la tecnología —especialmente aquellos que trabajaban en la División de Tecnología de Investigación del FBI— siempre pensaban que eran más graciosos de lo que en realidad eran.

—Por favor, dime que has dado con la señal del teléfono de Wes —dijo O'Shea.

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