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Authors: Brad Meltzer

Tags: #Histórico, Intriga, Policiaco

El líbro del destino (45 page)

BOOK: El líbro del destino
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Tratando de sacudirme esa sensación, vacío la cisterna, abro el grifo del lavabo y salgo del baño como si todo fuese normal. Una breve inspección del pasillo me confirma que no hay nadie.

—¿Doctora Manning? —pregunto casi en un susurro. Nadie contesta. Estoy solo.

A través de la puerta abierta del dormitorio de los Manning, el escritorio antiguo está apenas a dos metros de distancia. En todos los años que llevamos juntos, jamás he traicionado su confianza. Me lo repito una vez más mientras miro el libro que ha dejado encima del escritorio. Está allí. Y en su interior están las respuestas.

Si yo fuese Rogo, lo haría. Si fuese Dreidel, lo haría. Si fuese Lisbeth ya lo habría hecho hace dos minutos. Pero soy yo. Y allí es donde reside el problema. Me conozco, conozco mis limitaciones, y sé que, si lo hago, no habrá vuelta atrás. Mi antiguo yo jamás lo hubiese considerado, pero ya no soy aquel hombre.

Aprieto los puños, doy cuatro pasos hacia el interior del dormitorio y en dirección al escritorio. El libro es negro y grueso y tiene las letras grabadas en oro en la cubierta. La Biblia. No sé por qué me sorprende.

Cuando cojo la Biblia y paso las páginas, la hoja de papel doblada prácticamente salta de su interior. La abro tan de prisa que estoy a punto de desgarrar el papel. Pensaba que se trataba de una fotografía o de algún memorándum. No lo es. Es una carta, escrita a mano en papel sencillo y sin membrete. La caligrafía, que no reconozco, es de trazos firmes y precisos, diminutas letras mayúsculas que no responden a ningún estilo o idiosincrasia. Como si hubiese sido escrita por alguien que hubiera pasado años perfeccionando la manera de pasar inadvertido.

Para asegurarme, vuelvo la página para ver la firma en el reverso. Las letras, al igual que el resto, son sencillas, casi vulgares. El extremo de la «R» es más largo que el resto. Ron. Ron Boyle.

«Querida Lenore —leo al volver la página y comenzar por el principio, con el cerebro funcionando tan de prisa que todo lo que puedo hacer es leer superficialmente el texto—. Por favor, perdóname, nunca pretendí engañarte. Sólo pensé, por el bien de todos, por todos mis pecados, para proteger finalmente a quienes he lastimado… Mi castigo, Lenore. Mi expiación. Por favor, intenta comprenderme, dijeron que pudo ser cualquiera, incluso que pudiste haber sido tú… Y después de que decidieran no pagar por el
Blackbird
, cuando descubrí lo que él…»

«¿Él? ¿Quién es él? —me pregunto mientras sigo leyendo—. ¿Y
Blackbird
? ¿Es así cómo llamaban al pago de seis millones de dólares…?»

—¡Eh! —grita una voz de mujer detrás de mí.

El aire escapa de mis pulmones y el cuerpo se me paraliza. Ya he perdido el aplomo cuando me vuelvo para mirarla.

La primera dama está en la puerta del dormitorio y sus ojos verdes echan chispas.

—¿Qué coño estás haciendo?

81

—Tienen que estar de broma.

—¿Es malo? —preguntó Rogo, inclinándose sobre la mesa y leyendo por encima del hombro de Dreidel.

En la mesa, delante de ellos, la agenda de Boy le estaba abierta en la semana del 22 de mayo. En la casilla correspondiente a «Lunes, 23 de mayo» había una nota manuscrita que decía «Manning en NY». El miércoles veinticinco estaba apuntado «Elliott en la entrevista de la mañana». Y el jueves veintiséis la nota decía «Recaudación de fondos senador Okum: Wash. Hilton, 19h». Pero lo que llamó la atención de Rogo fue la casilla correspondiente al 27 de mayo, que estaba tachada con un grueso rotulador negro:

—¿La tacharon? —preguntó Rogo.

—Ése es el trabajo de la biblioteca, leer todos los documentos y decidir qué puede mostrarse al público.

—Entiendo el cómo. Me refiero a… Espera un momento —dijo, interrumpiéndose y estirando la mano para tocar la página derecha del calendario. Antes incluso de tocarla, Rogo supo que estaba hecha de un papel más fino y brillante que las hojas blanquecinas del resto de la agenda—. Esto no es el original, ¿verdad?

—Es una fotocopia, cosa de las revisiones —explicó Dreidel—. No pueden estropear el original, de modo que hacen una copia, tachan lo que corresponda y grapan la copia en el lugar del original.

—Muy bien, ¿y cómo conseguimos el original?

—En realidad, ellos habitualmente… Déjame ver —dijo Dreidel, cogiendo la agenda y buscando en la parte interior de la cubierta. Efectivamente, doblada y grapada a la primera página había otra hoja fotocopiada. Cuando Dreidel la desplegó, Rogo pudo leer las palabras «Hoja retirada» en la parte superior.

—¿Qué significa B6? —preguntó Rogo.

Haciendo un esfuerzo para poder leer la diminuta letra utilizada, Dreidel repasó la lista de restricciones que figuraba al final de la hoja.

—B1 es cuando el documento está clasificado, B2 es cuando una agencia prohíbe…

—¿YB6?

—Su difusión constituiría una invasión no deseada de la intimidad personal —leyó Dreidel.

—¿O sea, que esto esconde algún secreto de la vida privada de Manning?

—O de él —aclaró Dreidel—. Las reuniones y los programas son material de la Casa Blanca, pero si Boyle escribió algo, no sé, como su número secreto del cajero automático o de la Seguridad Social… eso obviamente no tiene nada que ver con la presidencia y, por lo tanto, también cae bajo el rotulador negro.

Rogo volvió a la página del 27 de mayo en la agenda.

—Parece mucho más largo que un simple número secreto de cajero automático.

—O que un número de la Seguridad Social —convino Dreidel.

—Tal vez podemos volver a hablar con la archivera y tú haces valer tu rango hasta que ella ceda y nos muestre el original.

—¿Bromeas? Después de todo lo que hemos dicho, ella ya tiene más de una sospecha.

—¿Podemos encontrar nosotros ese original? ¿Está ahí? —preguntó Rogo, señalando la jaula de metal en el extremo más alejado de la habitación donde había al menos otras diez estanterías llenas hasta el techo de cajas con documentos archivados.

—Sí, seguramente sí, podemos buscar al azar entre otros cinco millones de documentos, inmediatamente después de haber eludido la vigilancia del tío que no nos quita la vista de encima y descubierto la manera de abrir la cerradura a prueba de bombas que protege el resto de los archivos relacionados con la seguridad nacional. Echa una mirada, es como la cámara acorazada
La jungla de cristal
.

Rogo se volvió para estudiar la habitación de seguridad. Incluso desde el otro lado de la habitación el grosor de la cerradura de acero era inconfundible.

—¿Entonces qué? ¿Tiramos la toalla?

Bajando la barbilla y fulminando a Rogo con la mirada, Dreidel cogió la agenda de Boyle y la ocultó debajo de la mesa.

—¿Acaso me parezco a Wes? —preguntó mientras miraba por encima del hombro de Rogo.

Siguiendo la mirada de Dreidel, Rogo se volvió para mirar a Freddy, el ayudante, quien seguía trabajando en su ordenador.

—¿Han acabado ya? —preguntó Freddy—. Son casi las cinco.

—Diez minutos más —respondió Dreidel. Fuera, a través de las altas ventanas que daban a la brillante estatua de bronce de Manning, el sol de diciembre se desvanecía en el cielo. Se estaba haciendo tarde, no había duda. Encorvándose en su asiento, y dando la espalda a Freddy, Dreidel le susurró a Rogo—: Muévete un poco hacia la derecha.

—¿Qué…?

—Nada —dijo Dreidel con calma, las manos aún fuera de la vista mientras sostenía la agenda debajo de la mesa—. Y no estoy mutilando una propiedad del gobierno arrancando una página de esta agenda que ha sido guardada como un tesoro histórico.

Una pequeña sonrisa se dibujó en el rostro de Dreidel mientras Rogo oía un leve crujido debajo de la mesa, como si alguien estuviese reventando las burbujas de un plástico protector… o como si alguien estuviese tirando de una página sujetada por los dientes de media docena de grapas.

Con un tirón final, Dreidel libera el último trozo de papel, luego dobla la página correspondiente al 27 de mayo y se la guarda en el bolsillo de la chaqueta.

—¡Te digo que no está aquí! —exclamó, alzando la voz al tiempo que apoya con fuerza la agenda nuevamente sobre la mesa—. Eh, Freddy, ¿puedes echarle un vistazo a esto? Creo que a uno de los archivos le falta una página.

Dreidel se levantó de su silla y le pasó la agenda a Freddy señalando el lugar donde falta la hoja.

—Lo ves, aquí dice que hay una revisión en la entrada del 27 de mayo, pero cuando abres la agenda —explicó, pasando las páginas correspondientes al mes de mayo— comienza el primero de junio.

Freddy busca en la agenda la hoja retirada y luego vuelve a junio.

—Sí… no… la página ha desaparecido. ¿No puede esperar hasta mañana? Estamos a punto de cerrar y…

—Créeme, nosotros también tenemos el tiempo justo —contestó Dreidel, echando un vistazo a su reloj—. Escucha, ¿puedes hacernos un favor y buscar el original? Si no le llevamos el material a Manning esta noche, nos cortará los huevos. De verdad.

—Verán, me encantaría ayudarlos, pero si está revisado…

—Freddy, cuando me marché de Palm Beach esta mañana, el presidente dijo que quería una copia completa de esta agenda para el trabajo conmemorativo que está preparando para la familia Boyle —insistió Dreidel—. Ahora bien, estamos hablando de un archivo que tiene cerca de diez años y que pertenecía a un hombre que lleva muerto los mismos años. Si en esa entrada de la agenda hay alguna información sensible, si dice «Odio al presidente» o «Soy un espía terrorista» o cualquier otro dato que pudiera afectar a la seguridad nacional, no nos la muestres. Pero si se trata de algún detalle insignificante que no le importa a nadie acerca del cumpleaños de su hermana, nos estarás salvando el culo.

Freddy se rasca el hoyuelo de la barbilla y mira nuevamente la agenda, luego alza la vista hacia Dreidel y Rogo.

—Sólo queremos que eches una mirada —dijo Rogo—. Si hay algo inconveniente, lo vuelves a dejar en la estantería y nos olvidamos de esta historia.

—Necesito los números de archivo que lleva la caja. Veré lo que puedo hacer…

—Freddy —dijo Rogo—, cuando me case, hermano, ¡tú serás mi dama de honor!

—Archivo OA16209 —dijo Dreidel leyendo el frente de la caja con los archivos.

Quince minutos más tarde, en el extremo más alejado de la habitación, se abrió la puerta metálica de la sala de seguridad y Freddy salió con una hoja de papel en la mano.

—Aquí tienen —dijo Freddy mientras se la entregaba a Dreidel—. Aunque creo que habrían sido más felices con los detalles del cumpleaños de su hermana.

82

—Yo… yo… sólo estaba…

—¡Husmeando en mi escritorio! —estalla la primera dama—. ¡Eso puedo verlo yo misma! Tú… tú… después de todos los años que llevamos juntos… ¡Violar esa confianza!

—Señora, por favor, no…

—¡No me mientas, Wes! Sé lo que acabo de ver. ¡Lo estoy viendo ahora mismo! ¡Y esto no es asunto tuyo! —grita, arrancando la carta de Boyle de mi mano.

Retrocedo unos pasos y siento que me tiembla todo el cuerpo. Por un instante estoy realmente aterrado de que pueda pegarme. Pero cuando ella me suelta las últimas palabras: «¡No es asunto tuyo!», algo se hincha y amenaza con hacer erupción en mi estómago. La sangre fluye a mis mejillas y no puedo evitar menear la cabeza.

—Eso no es cierto —susurro con los ojos fijos en los suyos.

—¿Cómo dices? —pregunta ella.

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