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Authors: Michael Scott

Tags: #fantasía

El Mago (25 page)

BOOK: El Mago
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Pero ¿qué haría si regresaba?

La idea la aterrorizaba.

Aunque se habían trasladado varias veces de ciudad y habían viajado muchísimo por Norteamérica, tan sólo dos días antes de aquello Sophie sabía lo que acontecería a lo largo de los siguientes meses. El resto del año estaba cubierto por una sombra de aburrimiento. En otoño, sus padres continuarían sus clases en la Universidad de San Francisco, y tanto ella como Josh volverían al instituto. En diciembre, la familia realizaría el viaje anual a Providence, Rhode Island, donde su padre había estado impartiendo una clase en la Universidad de Brown durante los últimos veinte años.

El día 21 de diciembre, el cumpleaños de los mellizos, les llevarían a Nueva York para ver escaparates, admirar las luces, contemplar el árbol de Navidad del Centro Rockefeller y patinar sobre hielo. Almorzarían en el Stage Door Deli: pedirían sopa de matzá, bocadillos del mismo tamaño que sus cabezas y un trozo de pastel de calabaza que compartiría con su hermano. En Nochebuena, se dirigirían hacia la casa de su tía Christine, en Montauk, Long Island, donde pasarían el resto de las vacaciones y el Año Nuevo. Esa había sido la tradición durante los últimos diez años.

¿Y ahora?

Sophie respiró profundamente. Ahora poseía habilidades y poderes que apenas lograba comprender. Tenía acceso a recuerdos que eran una mezcla de verdades, mitos y fantasías; conocía secretos con los que podría reescribir los libros de historia. Sin embargo, lo que más deseaba era poder volver atrás, regresar a la mañana del jueves... Antes de que todo esto hubiera ocurrido. Antes de que el mundo hubiera cambiado.

Sophie apoyó la frente sobre el frío cristal de la ventana. ¿Qué ocurriría? ¿Qué haría ella... no sólo ahora, sino durante los próximos años? Su hermano jamás se había decidido por una carrera universitaria; cada año anunciaba algo diferente: diseñador de juegos de ordenador, programador, jugador de fútbol profesional, paramédico o bombero. Sin embargo, ella siempre había sabido qué quería estudiar.

Cuando su profesora de primero le había formulado la pregunta «¿Qué quieres ser de mayor?», Sophie supo enseguida la respuesta. Quería estudiar arqueología y paleontología, igual que sus padres, para viajar por el mundo, catalogar el pasado y, tal vez, realizar descubrimientos que ayudaran a ordenar la historia. Pero eso jamás ocurriría. De la noche a la mañana, Sophie se había dado cuenta de que los estudios arqueológicos, históricos y geográficos habían sido completamente inútiles o, sencillamente, equivocados.

Una ola de emoción invadió a Sophie. En ese instante, sintió un nudo en la garganta y las lágrimas le recorrieron las mejillas. Con la palma de las manos, se secó las lágrimas.

—Toc, toc...

La voz de su hermano mellizo la asustó. Sophie se volvió para mirar a Josh. Él estaba justo en el umbral de la puerta, sujetando la espada de piedra en una mano y un minúsculo ordenador portátil en la otra.

—¿Puedo entrar?

—Es la primera vez que me pides permiso para entrar en la habitación —dijo Sophie con una sonrisa.

Josh entró en la habitación y se sentó en el borde de la cama. Cuidadosamente, acomodó la espada Clarent sobre el suelo, junto a sus pies, y colocó el ordenador portátil sobre sus rodillas.

—Han cambiado muchas cosas, Sophie —confesó en voz baja. Su mirada reflejaba preocupación y turbación.

—Justo estaba pensando lo mismo. Al menos eso no ha cambiado.

Muy a menudo, los mellizos se daban cuenta de que los dos pensaban lo mismo en determinadas situaciones. Se conocían tan bien entre ellos que incluso sabían cómo el otro acabaría la frase.

—Desearía poder volver atrás en el tiempo, antes de que todo esto ocurriera.

—¿ Por qué ?

—Así yo no tendría que ser así... no sería tan diferente.

Josh clavó su mirada en el rostro de su hermana y ladeó ligeramente la cabeza.

—¿Rechazarías tus poderes? —preguntó en voz baja—. ¿La magia, la sabiduría?

—Sin pensarlo dos veces —respondió Sophie de inmediato—. No me agrada lo que me está sucediendo. Jamás quise que sucediera —confesó con la voz entrecortada—. Quiero ser una persona normal y corriente, Josh. Quiero volver a ser un ser humano. Quiero ser como tú.

Josh bajó la mirada. Abrió la tapa del ordenador portátil y lo encendió.

—En cambio, tú no lo harías, ¿verdad? —dijo Sophie después de interpretar el enmudecimiento de su mellizo—. Tú quieres el poder, quieres ser capaz de moldear tu aura y controlar los elementos, ¿cierto?

Josh vaciló.

—Creo que sería... Sería interesante —contestó finalmente sin apartar la vista de la pantalla. Después, con unos ojos que reflejaban la pantalla de la máquina, miró a Sophie y añadió—: Sí, quiero ser capaz de hacer todo eso —admitió.

Sophie abrió la boca para articular una respuesta, para contestarle que no tenía la menor idea de lo que estaba diciendo, para explicarle lo incómoda que le hacían sentir sus poderes y lo asustada que estaba. Pero no lo hizo; en ese momento no le apetecía pelearse con su hermano y, hasta que él no pasara por lo mismo, jamás la entendería.

—¿De dónde has sacado el ordenador? —preguntó cambiando radicalmente de tema.

—Francis me lo ha regalado —explicó Josh—. Cuando Dee destruyó el Yggdrasill, apuñaló el árbol con la espada Excalibur, convirtiéndolo así en hielo y, momentos más tarde, en añicos húmedos. Mi cartera, teléfono móvil, iPod y el portátil estaban en el interior del árbol —añadió con tono nostálgico—. Lo perdí todo, incluidas todas nuestras fotografías.

—¿Y el conde te ha regalado un ordenador portátil?

Josh asintió con la cabeza.

—Me lo regaló e insistió en que me lo quedara. Debe de ser el día de los regalos.

El pálido resplandor de la pantalla de la máquina iluminaba el rostro de Josh desde abajo, otorgándole una apariencia un tanto espantosa.

—Él prefiere los Mac; tienen un software de música mejor y, aparentemente, ya no utiliza los PC. Encontró éste tirado debajo de la mesa de su estudio, en el piso de arriba —continuó con la mirada todavía clavada en la diminuta pantalla. En ese preciso instante, Josh reconoció el silencio de su hermana como una duda ante su explicación, alzó la mirada y añadió—: Es verdad.

Sophie miró hacia otro lado. Sabía que su hermano le estaba diciendo la verdad y no era gracias a la sabiduría de 234 la Bruja. Siempre percibía cuándo su hermano le mentía, aunque, paradójicamente, él jamás descubría cuándo ella le contaba una mentira, lo cual no lo hacía muy habitúan mente, sólo cuando era por su propio bien.

—¿Qué estás haciendo ahora? —preguntó.

—Revisando mi correo electrónico —respondió con una sonrisa—. La vida continúa... —empezó.

—... Y el correo electrónico también —finalizó Sophie con una sonrisa. Era uno de los dichos favoritos de Josh que solía volverla loca.

—Hay un montón —murmuró—, ochenta en Gmail, sesenta y dos en Yahoo, veinte en AOL, tres en FastMail...

—Jamás entenderé por qué necesitas tal cantidad de cuentas de correo electrónico —confesó Sophie.

Dobló las piernas hacia el pecho, envolvió los brazos alrededor de las espinillas y descansó la barbilla sobre las rodillas. Le resultaba agradable mantener una conversación normal con su hermano; le recordaba cómo debían ser supuestamente las cosas, y cómo lo habían sido hasta el jueves por la tarde, exactamente a las dos y cuarto de la tarde.

Jamás olvidaría ese momento: estaba hablando con su amiga Elle, que vivía en Nueva York, cuando vislumbró un elegante coche negro que aparcaba delante de la librería. Justo cuando aquel hombre, al que ahora conocía como doctor John Dee, se apeó del coche, Sophie había comprobado la hora.

Josh apartó su mirada del ordenador.

—Tenemos dos correos de mamá y uno de papá.

—Léelos en voz alta. Empieza con el más antiguo.

—De acuerdo. Mamá me envió uno el viernes, el 1 de junio. «Espero que os estéis portando bien. ¿Cómo está la señora Fleming? ¿Ya está recuperada?» —Josh miró a su hermana, con el ceño fruncido y algo confundido.

Sophie suspiró.

—¿No lo recuerdas? Le dijimos a mamá que Perenelle tenía ardor de estómago y que por eso cerrarían la librería —explicó. Al comprobar que su hermano no se acordaba de nada, sacudió la cabeza y exclamó—: ¡Haz memoria!

—Mi memoria ha estado últimamente muy ocupada —respondió Josh—, no puedo retener toda la información. Además, ése es tu trabajo.

—Después le dijimos que el matrimonio Flamel nos había invitado a pasar unos días en su casa del desierto.

—De acuerdo —asintió Josh. Mientras no cesaba de pulsar teclas, Josh miró a su hermana y preguntó—: ¿Qué le digo a mamá ?

—Dile que todo anda bien y que Perenelle ya está del todo recuperada. No te olvides de llamarles Nick y Perry —le recordó.

—Gracias —dijo mientras presionaba la tecla de retroceso y sustituía la palabra «Perenelle» por «Perry». Los dedos de Josh brincaban de un lado al otro del teclado. Después, continuó—: De acuerdo, el siguiente. También es de mamá y me lo envió ayer. «He intentado llamaros, pero me comunica directamente con el buzón de voz. ¿Va todo bien? He recibido una llamada de la tía Agnes. Me dijo que no habíais pasado por casa para coger algo de ropa o cosas de aseo. Dejadme un número de teléfono donde os pueda encontrar. Estamos preocupados» —leyó en voz alta Josh. Después miró a su hermana—. ¿Qué le decimos ahora?

Sophie se mordisqueó el labio inferior, pensando en voz alta.

—Deberíamos decirle... —vaciló—. Deberíamos decirle que teníamos las cosas en la tienda. Ella sabe que solemos tener ropa de recambio allí y demás. Eso no es una mentira. Odio mentir a mamá.

—De acuerdo —anunció Josh mientras pulsaba velozmente las teclas del ordenador. Los mellizos guardaban una muda en un cuarto interior de la librería por si alguna tarde decidían ir al cine o pasear por el embarcadero.

—Dile que aquí no tenemos cobertura, pero no especifiques el «aquí» —añadió con una sonrisa.

Josh parecía indignado.

—Querrás decir que no tenemos teléfonos móviles.

—Yo todavía conservo el mío, aunque no tiene batería. Dile a mamá que la llamaremos tan pronto como tengamos cobertura.

Josh transcribió literalmente las palabras de su hermana. Mantuvo el dedo índice sobre la tecla Enter y preguntó:

—¿ Es todo ?

—Envíalo.

Pulsó la tecla.

—¡Enviado!

—¿Has dicho que también había un correo de papá?

—Es para mí —dijo. Lo abrió, lo leyó rápidamente, esbozó una sonrisa de oreja a oreja y explicó—: Me ha enviado una fotografía de la mandíbula fosilizada de un tiburón que ha descubierto. También ha conseguido más coprolitos para mi colección.

—Coprolitos —soltó Sophie al mismo tiempo que sacudía la cabeza expresando repugnancia—. ¡Boñiga fosilizada! ¿No podrías coleccionar sellos o monedas como una persona normal? Es muy extraño.

—¿Extraño? —vaciló Josh indignado y clavando la mirada en su hermana—. ¡Extraño! Déjame decirte lo que es extraño: estamos en una casa acompañados por una vampira vegetariana de unos dos mil años, un alquimista inmortal, otro inmortal que se gana la vida como músico y que domina la Magia del Fuego y una heroína francesa que, según datos históricos, pereció a mitad del siglo XV —explicó. Después, golpeó suavemente con el pie la espada que permanecía en el suelo y añadió—: Y no olvidemos que con esta espada el rey Arturo fue asesinado.

Josh había alzado el tono de voz gradualmente pero, de repente, se detuvo para tomar aliento y calmar los ánimos. Al fin dibujó una sonrisa.

—Comparado con todo esto, creo que coleccionar boñiga fosilizada es, probablemente, lo menos extraño.

Sophie tampoco pudo ocultar su sonrisa, y los mellizos explotaron en un sinfín de carcajadas. Josh se reía con tal intensidad que incluso empezó a tener hipo, lo cual les hizo estallar de risa. En ese instante, ambos lloraban de la risa y sentían pinchazos en el estómago.

—Por favor, para —gimió Josh. Hipó una vez más y los hermanos entraron en un estado que rozaba la histeria.

Tuvieron que hacer un gran esfuerzo para controlarse. Por primera vez desde que Sophie había sido Despertada, Josh volvió a sentirse cerca de ella. Normalmente, se reían juntos cada día; la última vez había sido el jueves por la mañana, de camino al trabajo.

Vislumbraron a un hombre delgaducho que se deslizaba sobre unos patines de línea, ataviado con unos pantalones ajustados y arrastrado por un descomunal dálmata. Sólo necesitaban encontrar cosas de las que reírse, aunque desafortunadamente, durante los últimos días no se habían topado con ninguna.

Sophie se calmó enseguida y se volvió hacia la ventana. Podía ver la imagen de su hermano reflejada en el cristal, pero prefirió esperar hasta que él bajara la mirada hacia la pantalla antes de pronunciar palabra.

—Me sorprendió que no te quejaras más cuando Nicolas sugirió a Francis que me instruyera en el arte de la Magia del Fuego.

Josh alzó la mirada y observó la silueta de su hermana reflejada en la ventana.

—¿Habría servido de algo? —preguntó en tono serio.

—No, supongo que no —admitió.

—De todas formas, tú tampoco me habrías hecho caso y habrías seguido adelante.

Sophie se volvió para mirar directamente a su mellizo. —Debo hacerlo. Necesito hacerlo. —Lo sé —contestó—. Ahora lo sé. Sophie pestañeó mostrando su asombro. —¿Lo sabes?

Josh apagó el ordenador y lo colocó sobre la mesa. Entonces cogió la espada y la posó sobre sus rodillas, rozando de forma distraída el arma. La piedra estaba templada.

—Estaba... enfadado y asustado. Bueno, no, algo más que asustado, aterrorizado cuando Hécate te Despertó. Flamel jamás comentó los peligros, no nos dijo que podrías haber perecido o entrar en un coma profundo. Nunca podré perdonarle eso.

—Él estaba bastante seguro de que no ocurriría nada...

—Bastante seguro no es lo suficientemente seguro.

Sophie asintió, dándole la razón.

—Y después, cuando la Bruja de Endor te transmitió todo su conocimiento, volví a asustarme. No por ti, sino de ti —admitió en voz baja.

—Josh, ¿cómo puedes decir eso? —preguntó sorprendida—. Soy tu hermana.

La mirada de Josh le revelaba la respuesta.

—Tú no has contemplado lo que yo he visto con mis propios ojos. He visto cómo te enfrentabas a aquella mujer con cabeza de gato. Observé cómo se movían tus labios, pero cuando hablabas, las palabras no se sincronizaban y cuando me miraste, ni siquiera me reconociste. No sé qué eras en aquel momento, pero no eras mi hermana melliza. Estabas poseída.

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