El Mago (29 page)

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Authors: Michael Scott

Tags: #fantasía

BOOK: El Mago
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Saint-Germain chasqueó los dedos. Un segundo más tarde, el índice y el meñique se iluminaron y los acercó a la mano de la joven.

Al mirar abajo, Sophie descubrió que aquello era un tatuaje.

Sin musitar palabra, la muchacha levantó el brazo y giró la muñeca para examinar la banda ornamentada que la decoraba. Dos hebras, una dorada y la otra plateada, se entrelazaban entre sí formando una cenefa de estilo Celta. En la parte inferior de su muñeca, justo en el lugar donde el conde había colocado su pulgar, se hallaba un círculo perfecto de color dorado con un punto rojo en el centro.

—Cuando desees disparar el gatillo de la Magia del Fuego, aprieta tu pulgar contra el círculo y concentra tu aura —explicó Saint-Germain—. Así, crearás fuego de forma instantánea.

—¿Y ya está? —preguntó Sophie un tanto sorprendida—. ¿Eso es todo?

El conde asintió con la cabeza.

—Eso es todo. ¿Por qué? ¿Qué esperabas?

Sophie sacudió la cabeza.

—No sé. Pero cuando la Bruja de Endor me instruyó en la Magia del Aire, me envolvió con unas vendas, como si fuera una momia.

Saint-Germain esbozó una tímida sonrisa.

—Bueno, yo no soy la Bruja de Endor, por supuesto. Mi esposa me ha explicado que la Bruja te transmitió todos sus recuerdos y toda su sabiduría. No tengo la menor idea de por qué lo hizo; sin duda alguna, no era necesario. Pero supongo que tendría sus razones. Además, yo no sé cómo hacerlo y no sé si quiero que conozcas todos mis pensamientos y recuerdos —añadió con una sonrisa—. Algunos no son muy agradables.

Sophie sonrió de forma satisfecha.

—¡Qué alivio! No creo que pudiera superar otra tanda de recuerdos.

Levantando ligeramente el brazo, Sophie presionó el círculo rojo de su muñeca y el dedo meñique exhaló humo; instantes más tarde, la uña empezó a teñirse de un color naranja butano y, finalmente, se iluminó con una llama esbelta y ondeante.

—¿Cómo supiste lo que tenías que hacer?

—En primer lugar, fui un alquimista. Supongo que hoy en día me tratarían como un científico. Cuando Nicolas me pidió que te instruyera en la Magia del Fuego, no tenía la menor idea de cómo hacerlo, así que me lo he tomado como cualquier otro experimento.

—¿Un experimento? ¿Podría haber salido mal?

—El único peligro era que no funcionara.

—Gracias —dijo Sophie finalmente. Después sonrió y añadió—: Esperaba que el proceso fuera mucho más dramático. Me alegro enormemente de que haya sido así de... —hizo una pausa, buscando la palabra más apropiada— ordinario.

—Bueno, quizá no sea tan ordinario. Uno no aprende a dominar el fuego cada día. ¿Qué te parece «extraordinario»? —sugirió Saint-Germain.

—Eso también.

—Eso es todo. Oh, hay algunos trucos que puedo enseñarte. Mañana, te mostraré cómo crear esferas, rosquillas y anillos de fuego. Pero desde el momento en que posees un gatillo, puedes invocar fuego en cualquier instante.

—¿Necesito decir algo? —preguntó Sophie—. ¿Debo aprender algunas palabras? —¿Como cuáles?

—Bueno, cuando encendiste la torre Eiffel, pronunciaste algo que sonaba como iggg-ness.

—Ignis —corrigió el conde—. Es el término en latín para referirse al fuego. Pero no, no necesitas decir nada.

—Entonces, ¿por qué lo dijiste?

Saint-Germain esbozó una amplia sonrisa.

—Pensé que quedaría genial en aquel momento.

26

erenelle Flamel estaba perpleja. Moviéndose sigilosamente entre unos pasillos apenas iluminados, había descubierto que todos los calabozos de los primeros pisos de la cárcel isleña estaban repletos de criaturas procedentes de los rincones más sombríos de los mitos. La Hechicera se había topado con una docena de especies vampíricas diferentes y diversas criaturas mitad hombre mitad monstruo, como también bribones trasgo, troles y cluricauns. En una de las celdas aguardaba un minotauro con pocos meses de vida; en la mazmorra ubicada justo enfrente, dos windigos caníbales yacían inconscientes sobre un trío de onis. Un pasillo entero de calabozos albergaba a multitud de especies emparentadas con dragones, dragones heráldicos y dragones que escupen fuego por las narices.

Perenelle no creía que estuvieran atrapados como prisioneros, pues ninguna de las celdas se encontraba cerrada. Sin embargo, todos estaban dormidos y protegidos tras una telaraña de color plateado. Aun así, Perenelle no estaba segura de si dicha telaraña estaba destinada a mantener a las criaturas a salvo o a encerradas. No había visto ninguna criatura que pudiera reconocerse como aliada. Pasó por una mazmorra en que la telaraña pendía del techo formando jirones desiguales. La celda se hallaba vacía, pero las telarañas y el suelo mostraban una dispersión de huesos, ninguno de ellos humano.

Eran criaturas procedentes de tierras diferentes, extraídas de mitologías casi olvidadas. Algunas, como los windigos, eran originarias del continente americano. Otras, hasta lo que ella sabía, jamás habían viajado al Nuevo Mundo, sino que habían preferido mantenerse a salvo en sus patrias o en Mundos de Sombras que rodeaban esas patrias. Los onis japoneses jamás podrían convivir con peists celtas.

Allí, había algo que no encajaba.

Perenelle dobló una esquina y sintió cómo una brisa le despeinaba el cabello. Se dio la vuelta, abrió las aletas de la nariz y respiró un aire con aroma a sal y algas marinas. Echando un rápido vistazo por encima del hombro, se apresuró por el pasillo.

Sin duda alguna, Dee había estado coleccionando estas criaturas, reuniéndolas en un mismo lugar, pero ¿por qué? Y más importante aún, ¿cómo? Capturar a un único vétala era algo inaudito, pero ¿a una docena? ¿Y cómo se las había arreglado para separar a un minotauro de su madre? Ni siquiera Scathach, tan intrépida y mortal, se enfrentaría a un miembro de esta especie si podía evitarlo.

Perenelle llegó a un tramo lleno de escaleras. El olor a sal marina se había intensificado y la brisa era más fría. Antes de pisar el primero de los peldaños, la Hechicera vaciló y se inclinó ligeramente para comprobar si la escalinata contenía hebras plateadas. Aún no había visto aquello que entretejía las telarañas que engalanaban los calabozos, lo cual le ponía muy nerviosa. El hecho de no haber distinguido a los creadores de tales telarañas le indicaba que probablemente estaban durmiendo, lo que significaba que, tarde o temprano, se despertarían. Y cuando lo hicieran, la prisión se llenaría de arañas que pulularían por sus pasillos. Perenelle no quería seguir allí cuando eso sucediera.

Había recuperado parte de su poder, de hecho el suficiente como para defenderse. Sin embargo, cuando utilizara su magia, atraería a la esfinge que, de forma simultánea, la debilitaría y envejecería. La Hechicera sabía que sólo tendría una oportunidad para enfrentarse a la criatura y quería, o necesitaba, recuperar todas sus facultades lo antes posible. Subiendo rápidamente la escalinata metálica, se detuvo ante una puerta carcomida por el óxido. Apartándose el cabello, posó el oído sobre la puerta corroída. No obstante, todo aquello que lograba percibir era el mar, que continuaba comiéndose la isla. Agarrando el pomo con ambas manos, Perenelle abrió la puerta, apretando los dientes mientras las viejas bisagras chirriaban y rechinaban. El sonido retumbó en cada rincón de la cárcel.

Perenelle salió a un amplio patio rodeado de edificios en ruinas. A su derecha, el sol empezaba a esconderse por el oeste, tiñendo así las piedras de la fortaleza con una luz cálida y anaranjada. Con un suspiro que transmitía alivio, Perenelle extendió los brazos y, volviéndose hacia el sol, inclinó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Una corriente de electricidad estática recorrió cada pelo de su larga cabellera, erizándolo, mientras su aura, inmediatamente, empezó a recuperar energía. La brisa que soplaba desde la bahía era fría, y la Hechicera respiró hondamente, llenando así los pulmones del hedor a putrefacción, moho y monstruos.

De repente, se dio cuenta de que las criaturas atrapadas en las mazmorras tenían algo en común: todas ellas eran monstruos.

¿Dónde habían quedado los buenos espíritus, los duendecillos y los gnomos, las hullas y las rusalkas, los elfos y los inaris? Dee sólo había convocado a los depredadores, a los cazadores: el Mago estaba reuniendo a un ejército de monstruos.

Un aullido salvaje retumbó por toda la isla, haciendo vibrar cada una de las piedras que levantaban la fortaleza. —¡Hechicera!

La esfinge había descubierto que Perenelle había desaparecido de su calabozo.

—¿Dónde estás, Hechicera?

La fresca brisa marina se cubrió repentinamente de la peste inconfundible de la esfinge.

Perenelle estaba dándose la vuelta para cerrar la puerta, cuando, de pronto, vislumbró movimientos entre las sombras de la cárcel. Había estado demasiado tiempo mirando el sol, de forma que no lograba diferenciar lo que se movía en el interior de la cárcel. Cerró los ojos durante un momento; después los volvió a abrir para contemplar la oscuridad.

Aquellas figuras irreconocibles seguían moviéndose, deslizándose por las paredes, amontonándose a los pies de la escalera.

Perenelle sacudió la cabeza. No se trataba de sombras. Era una masa de criaturas, de miles, de cientos de miles de criaturas. Fluían por los peldaños, deteniéndose frente a la luz del sol.

En ese instante, Perenelle reconoció a las criaturas: arañas, mortales y venenosas, por eso las telarañas eran tan especiales. Vislumbró una masa hirviente de arañas lobo y tarántulas, viudas negras y reclusas marrones, arañas de jardín y arañas de tele en embudo. Sabía que no podían coexistir... lo cual significaba que aquello que las había convocado las controlaba desde lo más profundo de la cárcel.

La Hechicera cerró la puerta metálica de golpe y colocó una pieza de masonería en la base para que nadie pudiera abrirla. Un instante más tarde, se dio media vuelta y echó a correr. Sin embargo, tan sólo después de doce zancadas, la puerta se desplomó por el peso del cúmulo de arañas.

27

osh abrió la puerta de la cocina con gesto cansado y entró en ella. Sophie, inclinada sobre el fregadero, se volvió mientras su hermano se desplomaba sobre una silla, dejaba caer la espada de piedra al suelo, estiraba los brazos sobre la mesa y apoyaba la cabeza sobre ellos.

—¿Cómo ha ido? —preguntó Sophie.

—Apenas puedo moverme —farfulló—. Me duelen los hombros, la espalda, los brazos, la cabeza... Tengo ampollas en las manos y no logro flexionar los dedos —explicó mientras le mostraba las palmas de la mano a su hermana—. Jamás creí que sujetar una espada sería tan difícil.

—Pero ¿has aprendido algo? —He aprendido a sujetarla.

Sophie deslizó un plato con una tostada sobre la mesa y, de inmediato, Josh alargó la mano, cogió un trozo y se lo llevó a la boca.

—Al menos puedes comer —dijo Sophie.

Agarrándole su mano derecha, la joven giró la palma de su hermano para observarla con más precisión.

—¡Ay! —exclamó con tono de compasión.

La piel que cubría la base del pulgar estaba enrojecida y repleta de ampollas que, a simple vista, parecían muy dolorosas.

—Te lo he dicho —respondió Josh con la boca llena de pan—. Necesito una tirita. —Deja que pruebe algo.

Rápidamente, Sophie se frotó las manos y presionó el pulgar de su mano izquierda en el círculo tatuado en su muñeca derecha. Cerró los ojos, se concentró... y el dedo meñique se iluminó, mostrando una llama de color azul frío.

Josh dejó de masticar mientras observaba fijamente a su hermana melliza.

Antes de que pudiera oponerse, Sophie arrastró su dedo índice hacia la ampolla. Josh intentó desprenderse, pero su hermana le estaba sujetando con una fuerza sobrehumana. Cuando finalmente Sophie le soltó, él sacudió la mano hacia atrás.

—¿Quién te crees que eres para... ? —empezó. Al verse la mano descubrió que la ampolla había desaparecido y que, en su lugar, sólo había una marca circular.

—Francis me dijo que el fuego podía curar.

Sophie levantó la mano derecha. Espirales de humo gris emergían de sus dedos; de pronto, éstos se encendieron. Pero cuando cerró la mano en un puño, el fuego se extinguió.

—Pensé... —empezó Josh. Después, tragó saliva y volvió a empezar—. No sabía que ya habías empezado tu aprendizaje del fuego.

—Empezado y acabado.

—¿Acabado?

—Así es.

Sophie se frotó las manos y, de forma instantánea, comenzaron a saltar chispas.

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