—Muchas gracias, madame Dora —contestó en voz baja—. Jamás olvidaré este favor.
—Entre amigos, Nicolas, no hay favores —dijo ella—. Ah, y no dejes que mi nieta se meta en problemas.
—Lo intentaré —respondió Flamel—, pero ya sabes cómo es: parece atraer a los problemas. En este momento está cuidando de los mellizos en una cafetería cercana. Al menos no se meterá en problemas ahí.
cathach levantó la pierna, colocó la suela de su bota sobre el asiento de la silla y la empujó con fuerza. La silla de madera pasó volando por encima del suelo hasta golpear a los dos agentes de policía, que quedaron empotrados contra la puerta. Después, se desplomaron sobre el suelo mientras a uno se le escapaba la radio de las manos y al otro se le resbalaba la porra. La radio, que no cesaba de parlotear, patinó hasta los pies de Josh. Este se inclinó hacia el aparato radiofónico y vertió encima el resto de su chocolate caliente. La radio empezó a echar chispas hasta fundirse.
Scathach se puso en pie. Sin girar la cabeza, alzó un brazo y señaló a Roux.
—Tú, quédate exactamente dónde estás. Y ni se te ocurra llamar a la policía.
Con el corazón latiendo a mil por hora, Josh agarró a Sophie y la empujó hacia el fondo de la cafetería, protegiéndola con su cuerpo.
Uno de los agentes sacó la pistola. De forma instantánea, el nunchaku de Scatty golpeó el cañón con la fuerza suficiente como para doblar el metal y arrebatarle la pistola de la mano.
El segundo agente, arrodillado e intentando ponerse en pie, extrajo una porra negra. Scathach bajó el hombro derecho y el nunchaku cambió de dirección en el aire mientras las dos barras de madera, de unos treinta centímetros de largo, golpeaban la porra del policía justo en el mango. La porra quedó destrozada. Scathach volteó el nunchaku, que acabó en su mano.
—Estoy de muy mal humor —soltó en un francés impecable—. Creedme cuando os digo que no deberíais querer enfrentaros a mí.
—Scatty... —siseó Josh alarmado.
—Ahora no es el momento —interrumpió la Guerrera en inglés—. ¿No ves que estoy ocupada?
—Bueno, pues estás a punto de estar aún más ocupada —gritó Josh—. Mucho más ocupada. Mira fuera.
Una brigada de policía antidisturbios, con armadura negra, cascos y escudos, además de porras y armas de fuego, se dirigía hacia la cafetería.
—RAID —susurró el dependiente horrorizado.
—Son como los SWAT —informó Scathach en inglés—, pero más resistentes —añadió con un tono de satisfacción. Desvió la mirada hacia Roux y, en francés, le preguntó—: ¿Hay una puerta trasera?
El dependiente estaba asustado, inmóvil, observando cómo se acercaba la brigada, y no reaccionó hasta que Scathach azotó el nunchaku. Este pasó rozando el rostro de Roux y la suave brisa que produjo le hizo pestañear.
—¿Hay una puerta trasera? —preguntó otra vez, pero en inglés.
—Sí, sí, por supuesto.
—Entonces saca a mis amigos por ahí.
—No... —empezó Josh.
—Deja que haga algo —se ofreció Sophie mientras se le ocurrían decenas de hechizos de viento—. Puedo ayudarte...
—No —protestó Josh. Entonces se acercó a su hermana y, en ese preciso instante, su cabellera rubia empezó, a destellar luces plateadas.
—¡Fuera! —gritó Scatty. De repente, los rasgos y ángulos de su piel se marcaron más, las mejillas y la barbilla se hicieron más prominentes y su mirada verde se convirtió en un espejo reflector. Durante un instante, los mellizos percibieron algo ancestral y primitivo en su rostro, y completamente inhumano—. Puedo ocuparme de esto.
Scatty empezó a hacer girar su nunchaku, creando así un campo impenetrable entre ella y los dos agentes, Un oficial agarró una silla y se la lanzó, pero el nunchaku la convirtió en astillas.
—Roux, ¡sácalos de aquí ya! —gruñó Scatty.
—Por aquí —señaló el dependiente aterrorizado en un inglés con acento norteamericano.
Acompañó a los mellizos hasta un angosto pasillo que conducía a un patio diminuto y apestoso repleto de contenedores de basura gigantes, mobiliario de un restaurant y el esqueleto de un árbol de Navidad abandonado. Atrás dejaban el sonido de la madera convirtiéndose en astillas.
Roux señaló una verja roja y continuó hablando en inglés. Tenía el rostro del color de la tiza.
—Por aquí llegaréis a un callejón. Si giráis hacia la izquierda, llegaréis a la Rué de Dunkerque; si cogéis a mano derecha, llegaréis a la estación de metro de la Gare du Nord.
Entonces escuchó un ruido estrepitoso a sus espaldas seguido del sonido de cristales haciéndose añicos.
—Vuestra amiga está en problemas —gimió con voz triste—. Y los RAID destrozarán la tienda. ¿Cómo voy a explicárselo al dueño?
Se produjo otro estallido en el interior. Una teja de pizarra se deslizó del tejado y se desplomó sobre el patio.
—Marchaos, marchaos ahora —ordenó mientras introducía la llave en el cerrojo y abría la puerta de golpe. Sophie y Josh le ignoraron.
—¿Qué hacemos? —le preguntó Josh a su hermana melliza—. ¿Nos vamos o nos quedamos?
Sophie sacudió la cabeza. Miró a Roux y bajó el tono de voz.
—No tenemos adonde ir y no conocemos a nadie en la ciudad, excepto a Scatty y Nicolas. No tenemos dinero, ni tampoco pasaportes.
—Podríamos ir a la embajada estadounidense —comentó Josh mientras se volvía hacia el dependiente—. ¿Hay una embajada estadounidense en París?
—Sí, por supuesto, en la Avenue Gabriel, junto al Hotel de Crillon.
El joven de cabeza rasurada se encogió cuando un ruido ensordecedor hizo tambalear el edificio, cubriéndole así de motas de polvo. El cristal de la ventana se partió en mil pedazos mientras caían más tejas del techo, como lluvia que rociaba el patio.
—¿Y qué decimos en la embajada? —preguntó Sophie—. Querrán saber cómo hemos llegado hasta aquí.
—¿Secuestrados? —sugirió Josh. Y de repente se le vino una idea a la cabeza y añadió—: ¿Y qué les decimos a mamá y papá? ¿Cómo vamos a explicárselo?
Piezas de vajilla tintineaban y se hacían añicos. De pronto, se produjo un estallido tremendo.
Sophie giró la cabeza hacia uno y otro lado y se apartó el cabello del oído.
—Eso ha sido la ventana principal —informó mientras daba un paso hacia atrás—. Debería ayudar a Scathach —finalizó.
Entonces se empezaron a formar unos zarcillos de neblina entre sus dedos mientras Sophie alargaba la mano hacia el pomo de la puerta.
—¡No! —gritó Josh, cogiéndola de la mano. En ese instante ambos hermanos sintieron una corriente de electricidad estática—. No puedes utilizar tus poderes —susurró un tanto impaciente—. Estás demasiado cansada; recuerda lo que dijo Scatty. Podrías arder en llamas.
—Ella es nuestra amiga, no podemos abandonarla —dijo Sophie de forma cortante—. Yo, al menos, no lo haré.
Su hermano era una persona solitaria y jamás se le había dado bien hacer, o mantener, amigos en el colegio. En cambio, ella era fiel a sus amigas y ya había comenzado a considerar a la Guerrera como algo más que una amiga. Aunque quería a su hermano profundamente, Sophie siempre había deseado tener una hermana.
Josh cogió a su hermana por los hombros y le dio la vuelta, colocándola frente a él. Ya le sacaba una cabeza, de forma que tuvo que bajar la vista para mirar unos ojos azules que reflejaban los suyos.
—Ella no es nuestra amiga, Sophie —dijo en tono serio—. Ella jamás será nuestra amiga. Tiene dos mil quinientos y... y pico años. Tú misma has visto cómo le ha cambiado la cara ahí dentro: ni siquiera es humana. Y... y no estoy tan seguro de que sea tal y como Flamel la describe. ¡Sé que él no es lo que aparenta!
—¿Qué quieres decir? —exigió Sophie—. ¿Qué estás intentando decir, Josh?
Josh abrió la boca para responder, pero una serie de ruidos ensordecedores hicieron vibrar el edificio. Lloriqueando y con miedo, Roux salió disparado hacia el callejón. Los mellizos le ignoraron otra vez.
—¿Qué quieres decir? —insistió Sophie.
—Dee dijo...
—¡Dee!
—Hablé con él en Ojai. Cuando vosotros estabais en la tienda con la Bruja de Endor.
—Pero él es nuestro enemigo...
—Sólo porque Flamel dice que lo es —interrumpió Josh rápidamente—. Sophie, Dee me dijo que Flamel es un asesino y que Scathach es básicamente un matón a sueldo. Me explicó que, por todos los crímenes cometidos, estaba condenada a vivir en el cuerpo de una adolescente por el resto de su vida —comentó. Después hizo un gesto rápido con la Cabeza y, con un tono de voz desesperado, continuó—: Sophie, apenas sabemos nada sobre estas personas... Flamel, Perenelle y Scathach. Lo único que sí sabemos es que te han cambiado, te han cambiado peligrosamente. Nos han traído a la otra punta del mundo, y mira dónde estamos ahora.
Mientras hablaba con Sophie, el edificio temblaba y una docena de tejas se resbalaron desde el tejado, desplomándose sobre el patio y cayendo en centenares de diminutos añicos a su alrededor. Josh gritó cuando un pedazo de teja se le clavó en el brazo.
—No podemos confiar en ellos, Sophie. No deberíamos.
—Josh, no te imaginas los poderes que me han otorgado...
Sophie cogió a su hermano por el brazo y el aire, que hasta entonces apestaba a comida podrida, empezó a llenarse del dulce aroma de la vainilla. Un segundo después el perfume a naranjas cubrió la atmósfera mientras el aura de Josh resplandecía de color dorado.
—Oh, Josh, las cosas que podría contarte. Sé todo lo que sabía la Bruja de Endor...
—¡Y te está perjudicando! —gritó Josh con rabia—. Y no te olvides, si utilizas tus poderes una vez más, podrías, literalmente, explotar.
Las auras de los mellizos desprendían un brillo dorado y plateado. Sophie cerró los ojos con fuerza mientras una avalancha de impresiones, pensamientos vagos e ideas aleatorias inundaban su conciencia. Su mirada azulada se tornó, momentáneamente, de color plata. En ese preciso instante, se dio cuenta de que estaba experimentando los pensamientos de su hermano. Se soltó de la mano de Josh de un tirón y, de forma inmediata, los pensamientos y sensaciones se desvanecieron.
—¡Estás celoso! —susurró asombrada—. Estás celoso de mis poderes.
Las mejillas de Josh enrojecieron y Sophie vio la verdad en su mirada antes de que éste le mintiera.
—¡No lo estoy!
Y de repente, un agente con armadura oscura reventó la puerta y entró al patio. Una grieta le atravesaba el visor frontal y había perdido una de las botas. Sin detenerse, atravesó cojeando el patio y se dirigió hacia la callejuela. Los mellizos podían percibir cómo los golpecitos de su pie desnudo junto con las pisadas de una suela de cuero se alejaban hasta desaparecer en la distancia.
Scathach entró paseando al patio. Estaba dando vueltas a su nunchaku, como si fuera Charlie Chaplin balanceando su bastón. No tenía ni un solo cabello fuera de lugar, ni una marca en el cuerpo. En aquellos momentos, su mirada verde brillaba.
—Oh, ahora estoy de mejor humor —anunció.
Los hermanos observaban, impávidos, cómo atravesaba el pasillo. Nada, ni nadie, se movió en la oscuridad de la tienda.
—Pero había unos diez... —empezó Sophie. Scathach se encogió de hombros. —De hecho, había doce.
—Armados... —añadió Josh. Entonces miró a su hermana y, después, a la Guerrera. Tragó saliva antes de continuar—. Tú no... no les habrás matado, ¿verdad?
Se produjo un chasquido y algo se derrumbó en el interior de la tienda.
—No, están... durmiendo —contestó con una sonrisa.
—Pero ¿cómo... ? —quiso preguntar Josh.
—Yo soy la Guerrera —contestó simplemente.
Sophie notó un indicio de movimiento e hizo el ademán de gritar cuando, de pronto, una silueta apareció en el pasillo y una mano de dedos esbeltos se posó sobre el hombro de Scathach. La Guerrera no reaccionó.
—No puedo dejarte sola diez minutos —soltó Nicolas Flamel, saliendo de las sombras. Hizo un gesto señalando la verja abierta—. Es mejor que nos vayamos —añadió, empujándoles hacia el callejón.
—Te has perdido la pelea —le dijo Josh—. Había diez...
—Doce —corrigió rápidamente Scathach. —Lo sé —concluyó el Alquimista con una sonrisa irónica—, sólo doce: no tenían ninguna posibilidad.
scapado! —gritó el doctor John Dee al aparato telefónico—. Los tenías rodeados. ¿Cómo has podido dejarles escapar? En el otro lado del Atlántico, la voz de Nicolas Maquiavelo permanecía calmada, controlada. Sólo la forma en que apretaba la mandíbula revelaba su ira.