El Mago (6 page)

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Authors: Michael Scott

Tags: #fantasía

BOOK: El Mago
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Flamel echó un vistazo a los mellizos.

—Es verdad. El aura ha sido retratada por una pareja rusa, unos tales Kirlians. El campo eléctrico envuelve a todo organismo vivo.

—¿Qué aspecto tiene? —preguntó Sophie.

Flamel tamborileó los dedos sobre el cristal de la tienda.

—Precisamente, igual que eso: un resplandor que abriga todo el cuerpo. El aura es algo único en cada ser, y por ello puede adoptar todo tipo de colores e intensidades. Algunas brillan con vigor y otras parpadean; algunas aparecen alrededor de una parte concreta del cuerpo y otras lo cubren como si fuera un abrigo. A partir del aura, se puede saber mucho de la persona, si está enferma o triste, enfadada o asustada, por ejemplo.

—¿Y tú puedes vislumbrar el aura de la gente? —consultó Sophie.

Para su sorpresa, Flamel negó con la cabeza.

—No, yo no. Perry sin embargo, algunas veces puede distinguirlas, pero yo no. Pese a todo, sé cómo canalizar y dirigir la energía. Eso es lo que vosotros habéis visto hoy, energía áurica pura.

—Creo que me encantaría aprender cómo hacer eso —confesó Sophie.

Repentinamente, Flamel le clavó la mirada.

—Ten cuidado con lo que deseas, jovencita. Todo uso de poder tiene un precio.

Entonces, Flamel extendió la mano y los mellizos se agolparon alrededor de él, en la despejada y tranquila avenida. La mano de Flamel temblaba visiblemente. Y cuando Sophie desvió su mirada hacia el rostro de Nicolas, ésta percibió que sus ojos parecían estar inyectados en sangre.

—Cuando utilizas energía áurica, quemas las mismas calorías que si corrieras una maratón. Podéis compararlo con el consumo de una pila. Dudo mucho que hubiera resistido más tiempo combatiendo contra Dee.

—¿Dee es más poderoso que tú?

Flamel dibujó una sonrisa un tanto forzada.

—Infinitamente más poderoso.

Metiéndose una vez más las manos en los bolsillos de su chupa de cuero, Nicolas Flamel continuó caminando por la avenida acompañado por Josh y Sophie, que lo escoltaban por ambos lados. A lo lejos, el puente Golden Gate comenzaba a asomarse sobre los tejados.

—Dee, a lo largo de los últimos cinco siglos, se ha dedicado a desarrollar sus poderes. Yo, en cambio, durante ese mismo período de tiempo, me he dedicado a encubrirme, concentrándome en pequeños detalles para que Perenelle y yo siguiéramos con vida. Dee siempre ha poseído un gran poder e incluso me asusta pensar de lo que ahora es capaz.

Al llegar al pie de la colina, hizo una pausa y observó a ambos lados. Después, repentinamente, se volvió hacia la izquierda, dirigiéndose hacia la calle California.

—Ya habrá tiempo para preguntas. Pero ahora debemos darnos prisa.

—¿Hace cuánto que conoces a Dee? —insistió Josh decidido a obtener respuestas.

Nicolas Flamel volvió a sonreír forzadamente.

—John Dee ya era un adulto cuando lo acepté como mi aprendiz. En aquella época, aún solía hacer eso. Me gratificaba ver cómo mis aprendices continuaban con la profesión. Incluso tenía la ilusión de formar a la nueva generación de alquimistas, científicos, astrónomos, astrólogos y matemáticos: todos ellos serían hombres y mujeres que crearían un nuevo mundo. Dee era probablemente el alumno más brillante que tuve durante toda mi carrera. Así que podría decirse que nos conocemos desde hace casi quinientos años, a pesar de que nuestros encuentros siempre han sido un tanto esporádicos durante las últimas décadas.

—¿Qué le convirtió en tu enemigo? —se aventuró a preguntar Sophie.

—La avaricia, los celos... y el Códex, el Libro de Abraham el Mago —informó Flamel con un tono de voz deprimente—. Lo ha estado codiciando durante mucho tiempo, y ahora, al fin, lo ha conseguido.

—Pero no por completo —recordó Josh.

—No por completo —suspiró Flamel. Continuó caminando, con los mellizos a cada lado—. Cuando Dee aún era mi aprendiz, en París, descubrió todo lo relacionado con el Códex. De hecho, lo sorprendí una vez que intentó robármelo y en ese instante supe que se había aliado con los Oscuros Inmemoriales. Me negué en rotundo a compartir los secretos del libro con él, y tuvimos una discusión un tanto acalorada. Esa misma noche nos envió por primera vez a unos asesinos a sueldo. Eran humanos, así que los eliminamos con cierta facilidad. Al día siguiente, por la noche, nos volvió a enviar a otros asesinos, pero esta vez eran cualquier cosa menos humanos, así que Perry y yo cogimos el libro, algunas de nuestras pertenencias y huimos de París. Desde entonces, nos ha estado persiguiendo.

Se detuvieron frente a un semáforo. Un trío de turistas británicos esperaba a que el semáforo cambiara de color y Flamel, que desde que se habían detenido no había pronunciado palabra, les lanzó una mirada advirtiéndoles que permanecieran en silencio. Finalmente, el semáforo cambió de color y todos los transeúntes cruzaron la calle. Los turistas se dirigieron hacia la derecha y Nicolas Flamel y los mellizos hacia la izquierda.

—¿Adónde fuisteis cuando os fugasteis de París? —preguntó Josh.

—A Londres —contestó un poco cortante Flamel—, donde en 1666 casi nos atrapa —continuó—. Dejó suelto un elemental de fuego para que fuera en nuestra busca, una criatura salvaje y estúpida que devoró casi toda la ciudad. La historia lo denominó «el Gran Incendio».

Sophie se quedó mirando a su hermano. Ambos habían oído hablar del Gran Incendio de Londres, de hecho estaba incluido en el temario de historia mundial. Sin embargo, Sophie se sorprendía a sí misma al comprobar lo tranquila que se sentía. Ahí estaba, escuchando los relatos de un hombre que reivindicaba tener más de quinientos años a la vez que reconstruía los acontecimientos históricos como si los hubiera vivido en primera persona. ¡Y ella le creía!

—Dee estuvo muy cerca de capturarnos en París, en 1763 —prosiguió Flamel—, y también en 1835, cuando trabajábamos en Roma como libreros. Ésa ha sido, desde siempre, mi profesión favorita —añadió.

Volvió a detener su discurso al acercarse a un grupo de turistas japoneses que escuchaban atentamente a su guía, que estaba inmerso entre todos ellos y sujetaba un paraguas de color amarillo canario. Cuando se alejaron lo suficiente, Nick continuó relatando los acontecimientos que sucedieron más de un siglo y medio atrás pero que, al parecer, continuaban vivos en su memoria.

—Emigramos a Irlanda pensando que jamás nos encontraría en esa isla, en ese pequeño rincón de Europa. Pero nos persiguió. Se las ingenió para dominar a las criaturas y dos de ellas lo acompañaron: la Criatura de la En-fermedad y la Criatura de la Hambruna, sin duda con la intención de seguirnos la pista. En algún momento, Dee perdió el control de las criaturas, y la enfermedad y la hambruna se apoderaron de aquella tierra: un millón de personas murieron en la Gran Hambruna de Irlanda, en 1840. —En ese instante el rostro de Nicolas Flamel parecía haberse endurecido, como si llevara una máscara—. Dudo que Dee malgastara un solo minuto reflexionando sobre sus actos. Siempre despreció a la raza humana.

Sophie volvió a mirar a su hermano. Sólo con echarle una ojeada sabía perfectamente que éste estaba concentrado, intentando digerir la avalancha de información. Lo conocía muy bien y sabía que en ese preciso momento a Josh le encantaría poder conectarse para comprobar algunos de esos detalles.

—Pero jamás te atrapó —finalizó Sophie.

—No hasta hoy —susurró, encogiéndose de hombros y sonriendo de una manera un tanto triste—. Supongo que era inevitable. A lo largo del siglo XX, Dee fue acercándose cada vez más. Sus poderes se habían desarrollado de una forma extraordinaria y su organización combinaba la magia antigua con la tecnología moderna. Perry y yo nos escondimos durante una buena temporada en Newfoundland, Canadá, hasta que Dee dejó sueltos un par de lobos merodeadores. Así, fuimos de ciudad en ciudad, recorriéndonos el país desde Nueva York, en 1901, hasta la costa Oeste. Supongo que era cuestión de tiempo que nos encontrara —añadió—. Las cámaras de videovigilancia, los teléfonos e Internet dificultan las cosas para mantenerse oculto hoy en día.

—Este libro... el Códex que Dee buscaba... —se aventuró Josh.

—El Libro de Abraham el Mago —aclaró Flamel.

—¿Qué tiene de especial?

Nicolas Flamel se detuvo en mitad de la acera tan repentinamente que los mellizos ni siquiera se dieron cuenta de que iban unos pasos más adelantados que él. Un instante más tarde, ambos se dieron la vuelta y miraron a sus espaldas. El hombre de aspecto común tenía sus brazos completamente extendidos, como si estuviera realizando una reverencia.

—Miradme. ¡Miradme! Soy el hombre más viejo de toda Norteamérica. Eso es lo que tiene de especial.

Entonces, bajando el tono de voz continuó:

—¿Queréis saber algo? El secreto de la vida eterna es quizá el secreto menos importante que contiene el Códex.

Enseguida, Sophie deslizó su mano para agarrar con fuerza la de su hermano mellizo. La apretó levemente y supo, sin musitar palabra, que él estaba tan asustado como ella.

—Con el Códex en su poder, Dee puede comenzar a cambiar el mundo.

—¿Cambiarlo ?

La voz de Sophie se asemejaba más a un susurro de angustia y, de repente, el bochorno estival se convirtió en un soplo de aire fresco.

—¿Cambiarlo? ¿Cómo? —insistió Josh.

—Rehaciéndolo —contestó Flamel en voz baja—. Dee y los Oscuros Inmemoriales a los que sirve remodelarán este mundo, de forma que volveremos a los inimaginables tiempos remotos, donde la raza humana será condenada a la esclavitud. O servirá como comida.

6

stoy bien —murmuró Sophie adormilada—, de veras.

—Pues no lo parece —refunfuñó Josh entre dientes. Por segunda vez en varios días, Josh llevaba a su hermana en brazos, sujetándola por la espalda y las piernas. Con prudencia, subía los escalones del Sagrado Corazón aterrado por la idea de desplomarse con su hermana melliza.

—Flamel nos avisó de que cada vez que utilizaras magia te quedarías sin energía —añadió—. Pareces agotada. —Estoy bien... —musitó Sophie—. Bájame. En ese instante, parpadeó y volvió a cerrar los ojos. Flamel y sus acompañantes avanzaban silenciosos a través de la densa niebla con aroma a helado de vainilla. Scathach iba en cabeza y Flamel se ocupaba de la retaguardia. A su alrededor, escuchaban el caminar de las botas, el tintineo de las armas y las órdenes de la policía francesa y las fuerzas especiales mientras ascendían la escalera. Algunos policías se acercaban peligrosamente, e incluso Josh tuvo que agacharse un par de veces mientras una silueta uniformada revoloteaba junto a él.

De repente, Scathach emergió de la densidad de la niebla mientras apoyaba el dedo índice en los labios, indicándoles así que mantuvieran silencio. Incontables gotas de agua se escurrían por su cabellera pelirroja y su piel parecía más pálida de lo habitual. Señaló hacia la derecha con su nunchaku tallado con motivos ornamentales. La niebla se arremolinó e inesperadamente apareció la silueta de un gendarme casi delante de ellos. Estaba lo suficientemente cerca como para rozarle y su uniforme reflejaba un brillo particular debido a las gotas de agua. Detrás de él, Josh lograba vislumbrar a un grupo de policías franceses reunidos en lo que parecía un tiovivo antiguo. Todos miraban hacia arriba y Josh podía distinguir la palabra brouillard entre los susurros. Sabía que estaban hablando sobre la extraña niebla que, repentinamente, había descendido procedente del monumento. El gendarme sujetaba su pistola de servicio en la mano apuntando el cañón hacia el cielo. Y entonces, cuando Josh vio cómo el gendarme estaba preparado para apretar el gatillo, cayó en la cuenta del peligro que corrían, no sólo por los enemigos inmortales de Flamel, 1 sino también por sus adversarios humanos.

Dieron alrededor de doce pasos más... y entonces la niebla se disipó. Un segundo antes Josh estaba cargando a su hermana, intentando cruzar una densa niebla; ahora, como si hubiera corrido una cortina, se encontraba en frente de una diminuta galería de arte, una cafetería y una tienda de recuerdos. Se dio la vuelta y encontró un muro sólido de neblina. Apenas podía vislumbrar a los policías que, a esa distancia, eran siluetas confusas entre la niebla amarillenta.

Scathach y Flamel emergieron del banco de niebla.

—Permíteme —dijo Scathach mientras agarraba a Sophie y la levantaba de los brazos de Josh. Este intentó protestar. Sophie era su hermana melliza, su responsabilidad. Pero a decir verdad estaba exhausto. Después de subir a su hermana por aquella eterna escalera, Josh sentía calambres en las piernas y los músculos de los brazos le ardían de dolor.

Josh miró a Scathach.

—¿Se pondrá bien?

La guerrera celta abrió la boca para responder, pero Nicolas Flamel sacudió la cabeza, acallando así cualquier respuesta. Posó su mano izquierda sobre el hombro de Josh, pero el chico la apartó molesto. Si bien Flamel se percató del gesto, prefirió ignorarlo.

—Sólo necesita dormir. El esfuerzo de evocar niebla después de derretir al tulpa ha agotado por completo su fuerza física —explicó Flamel.

—Tú le pediste que lo hiciera —replicó Josh con aire acusador.

Nicolas extendió los brazos.

—¿Qué más podía hacer?

—Yo... no lo sé —admitió Josh—. Seguro que había algo que podrías haber hecho. Yo mismo he visto cómo lanzabas arpones de energía verde.

—La niebla nos ha permitido escapar sin hacer daño a nadie —respondió Flamel.

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