Read El mapa y el territorio Online
Authors: Michel Houellebecq
Las respuestas que hacen referencia al «impulso del momento» son básicamente decepcionantes para una revista de información general, y esta vez la joven periodista intenta saber algo más: de todos modos, presiente que las tomas realizadas un día determinado debían de influir en las efectuadas los días siguientes; poco a poco debía de elaborarse, de construirse un proyecto. Nada de eso, se obstina Martin: cada mañana, en el momento de arrancar su coche, no sabía lo que quería filmar; cada día era para él un día nuevo. Y precisa que este período de incertidumbre total duraría casi diez años.
A continuación trataba las imágenes obtenidas con arreglo a un método derivado esencialmente del montaje, aunque de uno muy especial en el que a veces sólo conserva algunos fotogramas de una sesión de tomas de tres horas; pero es claramente un montaje lo que le permite obtener esas tramas vegetales móviles, de una flexibilidad carnívora, apacibles y al mismo tiempo despiadadas, que constituyen sin lugar a duda la tentativa más lograda en el arte occidental de representar el punto de vista vegetal sobre el mundo.
Jed Martin «había olvidado», o al menos es lo que afirma, lo que le había inducido, al cabo de una decena de años consagrados exclusivamente a captar imágenes de vegetales, a reanudar la representación de objetos industriales: primero un móvil, después un teclado de ordenador, una lámpara de escritorio y muchos otros objetos, al principio muy diversos, hasta centrarse casi únicamente en los que contenían componentes electrónicos. Sus imágenes más impresionantes siguen siendo sin duda las de la placa base de ordenadores desechados, filmadas sin ninguna indicación de escala, que evocan extrañas ciudadelas futuristas. Filmaba estos objetos en su sótano, sobre un fondo gris destinado a desaparecer después de su inserción en los vídeos. Para acelerar el proceso de descomposición, los rociaba con ácido sulfúrico diluido que compraba en bombonas: un preparado, precisaba Jed, que normalmente se utilizaba para desherbar. Después reanudaba el trabajo de montaje, extrayendo fotogramas a largos intervalos; el resultado es muy distinto de un simple acelerado, se diferencia en que el proceso de degradación, en lugar de ser continuo, se produce por etapas, mediante sacudidas bruscas.
Al cabo de quince años de tomar imágenes y montarlas, disponía de alrededor de tres mil módulos, medianamente extraños, de una duración media de tres minutos; pero sólo se desarrolló realmente su obra cuando se puso a buscar un programa informático de sobreimpresión. Utilizada sobre todo en los primeros tiempos del cine mudo, la sobreimpresión casi había desaparecido por completo de la producción tanto de los cineastas profesionales como de los videastas aficionados, incluso de los que trabajaban en el campo artístico; se lo consideraba un efecto especial obsoleto, anticuado, debido a su clara reivindicación del irrealismo. Sin embargo, tras varios días de búsqueda, acabó descubriendo un
freeware
de sobreimpresión simple. Se puso en contacto con su autor, que vivía en Illinois, y le preguntó si accedería, a cambio de una remuneración, a desarrollar para él una versión más completa de su programa informático. Llegaron a un acuerdo sobre las condiciones y unos meses más tarde Jed Martin disponía para su uso exclusivo de un instrumento bastante extraordinario sin equivalente en el mercado. Basado en un principio bastante parecido al de los calcos de Photoshop, permitía superponer hasta noventa y seis bandas vídeo, regulando la luminosidad, la saturación y el contraste de cada una, y asimismo haciéndolas aparecer progresivamente en primer plano o difuminarse en la profundidad de la imagen. Este programa le permitió obtener esos hipnóticos planos largos en que los objetos industriales parecen ahogarse, gradualmente sumergidos por la proliferación de capas vegetales. A veces dan la impresión de debatirse, de que intentan volver a la superficie; después los arrastra una ola de hierba y de hojas, se hunden en el magma vegetal, al mismo tiempo que su superficie se disgrega y revela los microprocesadores, las baterías, las tarjetas de memoria.
La salud de Jed declinaba, ya sólo conseguía ingerir productos lácteos y alimentos azucarados, y empezaba a sospechar que moriría, al igual que su padre, de un cáncer de las vías digestivas. Los exámenes efectuados en el hospital de Limoges confirmaron este pronóstico, pero se negó a cuidarse, a someterse a radioterapia o a otros tratamientos agresivos, y se limitó a tomar medicamentos no curativos que le aliviaban los dolores, especialmente intensos por la noche, y dosis masivas de somníferos. Hizo un testamento en que legaba su fortuna a diversas asociaciones de protección de animales.
Por esta misma época empezó a filmar fotografías de todas las personas que había conocido, desde Geneviéve a Olga, pasando por Franz, Michel Houellebecq, su padre y otras personas, en realidad todas aquellas de las que poseía fotografías. Las sujetaba sobre una tela impermeable de color gris neutro, tensada sobre un marco metálico, y las filmaba justo delante de su casa, y esta vez dejaba que actuase la degradación natural. Sometidas a las alternancias de lluvia y de luz solar, las fotos se abarquillaban, se pudrían por partes, luego se descomponían en fragmentos y quedaban totalmente destruidas al cabo de unas semanas. Más curioso aún, compró figurillas de juguete, representaciones esquemáticas de seres humanos, y las sometió a un proceso idéntico. Las figurillas eran más resistentes, y para acelerar su descomposición tuvo que utilizar de nuevo las bombonas de ácido. Ahora se nutría exclusivamente con alimentos líquidos, y todas las noches venía una enfermera a ponerle una inyección de morfina. Pero por la mañana se sentía mejor y hasta el último día pudo trabajar un mínimo de dos o tres horas.
Jed Martin se despidió de este modo de una existencia por la que nunca había sentido un gran apego. Ahora le pasaban por la cabeza imágenes, y curiosamente, teniendo en cuenta que su vida erótica nunca había sido nada excepcional, eran sobre todo imágenes de mujeres. Geneviéve, la dulce Geneviéve, y la desdichada Olga le perseguían en sueños. Resurgió incluso el recuerdo de Marthe Taillefer, que le había revelado el deseo en un balcón de Port-Grimaud, cuando se desprendió de su sujetador Lejaby y le mostró sus pechos. Ella tenía entonces quince años y él trece. La noche misma él se había masturbado, en los lavabos del apartamento provisional asignado a su padre para la supervisión de la obra, y le asombró que le causara tanto placer. Retornaron otros recuerdos de pechos flexibles, de lenguas ágiles, de vaginas estrechas. Vaya, no había tenido una vida tan mala.
Unos treinta años antes (y es la única indicación que trasciende el estricto marco técnico de la entrevista a
Art Press
), Jed había hecho un viaje al Ruhrgebiet, donde iban a organizar una retrospectiva muy amplia de su obra. De Duisburg a Dortmund, pasando por Bochum y Gelsenkirchen, la mayoría de las antiguas fábricas siderúrgicas habían sido transformadas en centros de exposiciones, espectáculos, conciertos, al mismo tiempo que las autoridades locales intentaban implantar un
turismo industrial
fundado en la reconstrucción del modo de vida obrero a principios del siglo XX. Toda la región, de hecho, con sus altos hornos, sus escoriales, sus vías férreas abandonadas, donde terminaban de oxidarse los vagones de mercancías, sus hileras de barracones idénticos y bastante pulcros, a veces amenizados por jardines fabriles, se asemejaba a un conservatorio de la primera era industrial europea. A Jed le había impresionado entonces la densidad amenazadora de los bosques que rodeaban las fábricas al cabo de apenas un siglo de inactividad. Sólo habían rehabilitado las que podían adaptarse a su nueva función cultural; las demás se desintegraban poco a poco. Aquellos colosos industriales, donde antaño se concentraba el grueso de la capacidad productiva alemana, ahora estaban herrumbrosos, medio derruidos, y las plantas colonizaban los antiguos talleres, se infiltraban entre las ruinas y las envolvían gradualmente en una selva impenetrable.
La obra que ocupó los últimos años de la vida de Jed Martin puede, pues, considerarse —es la interpretación más inmediata— una meditación nostálgica sobre el fin de la era industrial europea, y más en general sobre el carácter perecedero y transitorio de toda industria humana. Esta interpretación es, sin embargo, insuficiente para explicar el malestar que nos invade al ver esas patéticas figuritas parecidas a las del Playmobil, perdidas en medio de una ciudad futurista abstracta e inmensa que a su vez se desmorona y se disocia y a continuación parece desperdigarse poco a poco en la inmensidad vegetal que se extiende hasta el infinito. De ahí ese sentimiento de desolación que se apodera de nosotros a medida que las representaciones de los seres humanos que habían acompañado a Jed Martin en el curso de su vida terrenal se desmigajan bajo el efecto de las intemperies y luego se descomponen y se deshacen en jirones, y que en los últimos vídeos parecen simbolizar la aniquilación generalizada de la especie humana. Se hunden, por un instante parece que se debaten hasta que las asfixian las capas superpuestas de las plantas. Después todo se calma, sólo quedan hierbas agitadas por el viento. El triunfo de la vegetación es absoluto.
No suelo deber gratitud a nadie porque me documento bastante poco, muy poco incluso comparado con un autor norteamericano. Pero en este libro me impresionó y me intrigó la policía y me pareció necesario hacer un pequeño esfuerzo.
Es un placer, por tanto, agradecer a Teresa Cremisi, que realizó las gestiones necesarias, así como al jefe de gabinete Henry Moreau y al comandante de la policía Pierre Dieppois, que me recibieron amablemente en el Quai des Orfevres y me facilitaron detalles muy útiles sobre su difícil oficio.
Huelga decir que me he sentido libre de modificar los hechos y que las opiniones expresadas sólo comprometen a los personajes que las expresan; en suma, que nos hallamos en el marco de una obra de ficción.
Doy las gracias también a Wikipedia (http://fr.wikipedia.org) y a sus colaboradores, cuyas notas he utilizado como fuente de inspiración, especialmente las relativas a la mosca doméstica, la ciudad de Beauvais y a Frédéric Nihous.
[1]
Término inglés, fusión de bourgeois-bohemian (burgués-bohemio), acuñado por el escritor canadiense David Brooks para designar a los descendientes de los yuppies (jóvenes profesionales urbanos). (N. del T.)
[2]
En original en inglés: motoristas. (N. del T.)
[3]
Es decir, oso, en inglés. Designa también a un tipo de homosexual muy concreto. (N. del T.)
[4]
Dueño de un famoso cabaret-restaurante parisino y homosexual notorio. (N. del T.)
[5]
Palabra de jerga norteamericana que en este caso equivaldría a «enrollado» o iniciado en algo. (N. del T.)
[6]
Exalumnos de la École Nationale d'Administration (ENA), vivero parisino de cuadros dirigentes. También podría traducirse como «tecnócrata». (N. del T.)
[7]
En inglés, ventajoso o satisfactorio para las dos partes. (N. del T.)
[8]
Otro día / sin amor / un día más / de mi vida. / El Luxemburgo / ha envejecido. / ¿Ha sido él? / ¿He sido yo? / No lo sé. (N. del T.)
[9]
Nos hemos amado como nos dejamos / con toda sencillez, sin pensar en mañana / el mañana que vuelve siempre un poco con excesiva rapidez, / en los adioses que a veces se producen un poco demasiado bien. (N. del T.)
[10]
Cóctel consistente en una parte de sirope de horchata y cuatro partes de anisete (pastís, ricard o pernod). (N. del T)
[11]
Certificado escolar de los cuatro años que siguen a la enseñanza elemental en Francia (N. del T.)
[12]
Diplome d'Etudes approfondies, un máster que se cursa en Francia. (N.del T.)
[13]
Salchicha de Estrasburgo. (N. del T.)
[14]
Premios que concede la televisión francesa a algunos de sus profesionales. (N. del T.)
[15]
Divorcio para inútiles, obra de Martine Valot-Forest. (N. del T.)
[16]
Pacte civile de solidante: creado en 1999, ofrece a las parejas la posibilidad de unirse legalmente sin que esta unión tenga validez matrimonial. (N. del T.)
[17]
A diferencia del sistema jurídico español, donde una comisión rogatoria es una comunicación que un juez o tribunal dirige a una autoridad jurídica extranjera, en Francia es un acto en el que un juez delega sus poderes en otro juez para que ejecute un acto de instrucción. Es decir, en este contexto van a cambiar la jurisdicción del caso y arrebatárselo quizá de las manos a la brigada criminal de Jasselin. (N. del T.)
[18]
Es decir, «La rueda gira», asociación que se encarga de ayudar a los antiguos artistas que están en la miseria. (N. del T.)