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Authors: Carl Sagan

Tags: #Divulgación Cientifica, Ensayo

El mundo y sus demonios (33 page)

BOOK: El mundo y sus demonios
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¿O soy demasiado severo? ¿En qué se diferencia el charlatán ocasional del curanderismo del fraude ocasional en la ciencia? ¿Es razonable sospechar de toda una profesión porque hay algunas manzanas podridas? Me parece que, como mínimo, hay dos diferencias importantes. Primero, nadie duda de que la ciencia funciona de verdad, aunque de vez en cuando pueda ofrecerse una afirmación errónea o fraudulenta. Pero que haya
alguna
curación «milagrosa» gracias a la fe, independientemente de la capacidad de curarse propia del cuerpo, es francamente dudoso. En segundo lugar, la ciencia pone al descubierto sus fraudes y errores casi exclusivamente por sí misma. Es una disciplina que se vigila a sí misma, lo que significa que los científicos son conscientes del potencial de charlatanería y error que existe. Pero casi nunca son los curanderos quienes revelan el fraude y error en la curación por la fe. Ciertamente, es sorprendente la resistencia de las Iglesias y sinagogas a condenar el engaño demostrable entre sus filas.

Cuando fracasa la medicina convencional, cuando tenemos que enfrentarnos al dolor y la muerte, desde luego estamos abiertos a otras perspectivas de esperanza. Y, al fin y al cabo, hay algunas enfermedades psicogénicas. Muchas pueden ser cuando menos mitigadas con una mentalidad positiva. Los placebos son fármacos ficticios, a menudo pastillas de azúcar. Las compañías de fármacos comparan rutinariamente la eficacia de sus fármacos con los placebos administrados a pacientes con la misma enfermedad sin posibilidad de reconocer la diferencia entre el fármaco y el placebo. Los placebos pueden ser asombrosamente efectivos, especialmente para resfriados, ansiedad, depresión, dolor y síntomas que es verosímil que estén generados por la mente. Es concebible que el hecho de creer pueda producir endorfinas: pequeñas proteínas del cerebro con efectos como la morfina. Un placebo sólo funciona si el paciente cree que es una medicina efectiva. Dentro de límites estrictos, parece que la esperanza puede transformarse en bioquímica.

Como ejemplo típico, consideremos la náusea y vómitos que suelen acompañar a la quimioterapia en pacientes de cáncer y sida. Ambas cosas pueden ser causadas psicogénicamente: por ejemplo, por miedo. El fármaco hidrocloruro ondansetron reduce en gran medida la incidencia de esos síntomas; pero, en realidad, ¿es el fármaco o la expectativa de alivio? En un estudio de doble ciego, el noventa y seis por ciento de los pacientes calificaron el fármaco de efectivo. Lo mismo hicieron el diez por ciento de los pacientes que tomaban un placebo de aspecto idéntico.

Casi la mitad de los norteamericanos cree que existe lo que se llama curación psíquica o espiritual. A lo largo de la historia humana se han asociado las curas milagrosas a una amplia variedad de curanderos, reales o imaginarios. La escrófula, una especie de tuberculosis, se llamaba en Inglaterra el «mal del rey» y se suponía que sólo podía ser curada mediante la mano del rey. Las víctimas guardaban cola pacientemente para que el rey las tocara; el monarca se sometía brevemente a otra pesada obligación de su alto cargo y —aunque no parece que se curara nadie— la práctica continuó durante siglos.

Un famoso curandero del siglo XVII fue Valentino Greatracks. Descubrió, con cierta sorpresa, que tenía poder para curar enfermedades, incluyendo resfriados, úlceras, «picores» y epilepsia. La demanda de sus servicios aumentó de tal modo que no tenía tiempo para nada más. Afirmaba que todas las enfermedades eran causadas por espíritus malos, a muchos de los cuales reconocía y llamaba por su nombre. Un cronista contemporáneo, citado por Mackay, apuntó que

alardeaba de estar mucho más al corriente de las intrigas de los demonios que de los asuntos de los hombres... Tan grande era la confianza en él, que el ciego creía ver la luz que no veía, el sordo imaginaba que oía, el cojo que andaba bien y el paralítico que había recobrado el uso de sus extremidades. La idea de salud hacía que el enfermo olvidara por un tiempo sus males; y la imaginación, que no era menos activa en los meramente atraídos por curiosidad que en los enfermos, daba una falsa visión a una clase, por el deseo de ver, así como realizaba una falsa cura en la Otra por el fuerte deseo de ser curado.

Hay innumerables informes en la literatura mundial de exploración y antropología no sólo de enfermos curados por fe en el curandero sino también de gente que se consume y muere por la maldición de un brujo. Álvar Núñez Cabeza de Vaca que, con algunos acompañantes y en terribles condiciones de privación vagó por mar y tierra, desde Florida hasta Texas y México entre 1528 y 1536, cuenta un ejemplo más o menos típico. Todas las comunidades de nativos americanos que encontró en su camino deseaban creer en los poderes sobrenaturales para curar del extraño forastero de piel clara y barba negra y su acompañante de Marruecos, Estebanico el Negro. Pueblos enteros se acercaban a ellos para conocerlos y depositaban todas sus riquezas a los pies de los españoles implorando humildemente la curación. Empezó con bastante modestia:

...nos quisieron hacer físicos sin examinarnos ni pedirnos los títulos, porque ellos curan las enfermedades soplando al enfermo, y con aquel soplo y las manos echan de él la enfermedad, y mandáronnos que hiciésemos lo mismo y sirviésemos en algo... La
manera con que nosotros curamos era santiguándolos y soplarlos, y rezar un Pater Noster y un Ave María... luego que los santiguamos decían a los otros que estaban sanos y buenos...

Pronto empezaron a curar tullidos. Cabeza de Vaca dice que levantó a un hombre de entre los muertos. Después,

por todo éste camino teníamos muy gran trabajo, por la mucha gente que nos seguía... porque era muy grande la prisa que tenían por llegar a tocarnos; y era tanta la inoportunidad de ellos sobre esto, que pasaban tres horas que no podíamos acabar con ellos que nos dejasen.

Cuando una tribu suplicó a los españoles que no se marcharan. Cabeza de Vaca y sus acompañantes fingieron enojarse. Entonces

sucedió una cosa extraña, y fue que este mismo día adolescieron y otro día siguiente murieron ocho hombres. Por toda la tierra donde esto se supo hobieron tanto miedo de nosotros, que parescía en vernos que de temor habían de morir. Rogáronnos que no estuviésemos enojados, ni quisiésemos que más de ellos muriesen, y tenían por muy cierto que nosotros los matábamos con solamente quererlo.

En 1858 se informó de una aparición de la Virgen María en Lourdes, Francia; la Madre de Dios confirmó el dogma de su concepción inmaculada que había sido proclamado por el papa Pío XI sólo cuatro años antes. Algo así como cien millones de personas han ido desde entonces a Lourdes con la esperanza de curarse, muchas de ellas con enfermedades que la medicina de la época no podía vencer. La Iglesia católica romana rechazó la autenticidad de gran cantidad de las curaciones llamadas milagrosas: sólo aceptó sesenta y cinco en casi un siglo y medio (de tumores, tuberculosis, oftalmitis, impétigo, bronquitis, parálisis y otras enfermedades, pero no, por ejemplo, la regeneración de una extremidad o una columna vertebral partida). De las sesenta y cinco curaciones, hay diez mujeres por cada hombre. Las posibilidades de una curación milagrosa en Lourdes, por tanto, son de una entre un millón; hay tantas posibilidades aproximadas de curarse después de una visita a Lourdes como de ganar la lotería, o de morir en el accidente de un vuelo regular de avión... incluyendo el que va a Lourdes.

La tasa de remisión espontánea de todos los cánceres, agrupados, se estima entre uno por cada diez mil y uno por cada cien mil. Si sólo el cinco por ciento de los que van a Lourdes fueran a tratarse un cáncer, debería de haber entre cincuenta y quinientas curaciones «milagrosas» sólo de cáncer. Como sólo tres de las sesenta y cinco curaciones atestiguadas son de cáncer, la tasa de remisión espontánea en Lourdes parece ser inferior que si las víctimas se hubieran quedado en casa. Desde luego, si uno se encuentra entre los sesenta y cinco curados, será muy difícil convencerle de que su viaje a Lourdes no fue la causa de la remisión de la enfermedad...
Post hoc, ergo propter hoc.
Algo similar parece ocurrir con los curanderos individuales.

Después de oír hablar a sus pacientes de supuestas curaciones por la fe, un médico de Minnesota llamado William Nolen pasó un año y medio intentando analizar los casos más asombrosos. ¿Había alguna prueba médica de que la enfermedad estuviera realmente presente antes de la «curación»? Si era así, ¿había desaparecido
realmente
después de la curación, o era sólo lo que decían el curandero o el paciente? Descubrió muchos casos de fraude, incluyendo la primera revelación de «cirugía psíquica» de América. Pero no encontró ningún ejemplo de curación de ninguna enfermedad orgánica seria (no psicogénica). No había casos de curación, por ejemplo, de cálculos biliares o artritis reumatoide, mucho menos de cáncer o enfermedades cardiovasculares. Cuando se rompe el bazo de un niño, apuntaba Nolen, la recuperación es completa sometiéndole a una sencilla operación quirúrgica. Pero si se lleva al niño a un curandero muere en un día. La conclusión del doctor Nolen:

Cuando los curanderos tratan enfermedades orgánicas graves son responsables de una angustia e infelicidad inauditas... Los curanderos se convierten en asesinos.

Incluso en un libro reciente que defiende la eficacia de la oración en el tratamiento de la enfermedad (Larry Dossey,
Palabras que curan)
se plantea la preocupación de que algunas enfermedades se curan o alivian más fácilmente que otras. Si la oración funciona, ¿por qué no puede curar Dios un cáncer o hacer que crezca una extremidad perdida? ¿Por qué tanto sufrimiento evitable que Dios podría impedir tan fácilmente? ¿Por qué Dios necesita que se le rece? ¿No sabe ya qué curaciones debe realizar? Dossey también empieza con una cita del doctor Stanley Kripner (descrito como «uno de los investigadores más autorizados de la variedad de métodos de curación heterodoxa que se usan en todo el mundo»):

...los datos de investigación sobre curaciones a distancia, basadas en la oración, son prometedores, pero demasiado dispersos para permitir sacar una conclusión firme.

Eso después de muchos billones de oraciones a lo largo de los milenios.

Como sugiere la experiencia de Cabeza de Vaca, la mente puede
causar
ciertas enfermedades, incluso enfermedades fatales. Cuando se hace creer a pacientes con los ojos vendados que se les está tocando con una hoja de hiedra o roble venenoso, generan una desagradable dermatitis de contacto roja. La curación por la fe puede ayudar en enfermedades placebo o mediatizadas por la mente: un malestar en espalda y rodillas, dolores de cabeza, tartamudeo, úlceras, estrés, fiebre del heno, asma, parálisis histérica y ceguera, y falso embarazo (con cesación de períodos menstruales e hinchazón abdominal). Hay enfermedades en las que el estado mental puede jugar un papel clave. La mayoría de las curaciones de finales del Medievo que se asocian con apariciones de la Virgen María eran parálisis súbitas, de poco tiempo, parciales o de todo el cuerpo. Además, se mantenía en general que sólo se podían curar de este modo los creyentes devotos. No es sorprendente que la apelación a un estado mental llamado fe pueda aliviar síntomas causados, al menos en parte, por otro estado mental quizá no muy diferente.

Pero hay algo más: la fiesta lunar de la cosecha es una celebración importante en las comunidades chinas tradicionales de Norteamérica. En la semana precedente a la fiesta, la tasa de mortalidad de la comunidad cae un treinta y cinco por ciento. En la semana siguiente sube el treinta y cinco por ciento. Los grupos de control no chinos no muestran este efecto. Se podría pensar que se debe a los suicidios, pero sólo se cuentan las muertes por causas naturales. Se podría pensar que la causa es el estrés o el exceso de comida, pero eso difícilmente explica la caída de la tasa de mortalidad antes del festival. El mayor efecto se produce en personas con enfermedades cardiovasculares, en las que se conoce la influencia del estrés. El efecto sobre el cáncer era pequeño. En un estudio más detallado resultó que las fluctuaciones de la tasa de mortalidad ocurrían exclusivamente entre mujeres de setenta y cinco años o más: como la fiesta lunar de la cosecha está presidida por las mujeres más ancianas de las casas, eran capaces de postergar la muerte una o dos semanas para ejercer sus responsabilidades ceremoniales. Se encuentra un efecto similar entre los hombres judíos las semanas dedicadas a la Pascua judía —una ceremonia en la que los ancianos desempeñan un papel central— y, de modo parecido, en todo el mundo por cumpleaños, ceremonias de graduación y cosas parecidas.

En un estudio más controvertido, los psiquiatras de la Universidad de Stanford dividieron en dos grupos a ochenta y seis mujeres con metástasis de cáncer de pecho: animaron a un grupo a examinar sus temores ante la muerte y a intervenir en sus vidas mientras el otro no recibía ningún tipo de apoyo psiquiátrico especial. Para sorpresa de los investigadores, el grupo receptor de apoyo no sólo experimentaba menos dolor, sino que también vivía más: un promedio de dieciocho meses más.

El director del estudio de Stanford, David Spiegel, especula que la causa puede ser el cortisol y otras «hormonas del estrés» que perjudican el sistema inmunoprotector del cuerpo. Las personas gravemente deprimidas, los estudiantes durante períodos de examen y los desahuciados tienen un número reducido de glóbulos blancos. Un buen apoyo emocional quizá no tenga mucho efecto en formas de cáncer avanzadas, pero puede servir para reducir las posibilidades de infecciones secundarias en una persona ya muy debilitada por la enfermedad o su tratamiento.

En un libro casi olvidado de 1903,
Ciencia cristiana
, Mark Twain escribió:

El poder que tiene la imaginación de un hombre sobre su cuerpo para curarlo o enfermarlo es una fuerza de la que no carece ninguno de nosotros al nacer. La tenía el primer hombre y la poseerá el último.

En ocasiones, los curanderos pueden aliviar parte del dolor y la ansiedad, u otros síntomas, de enfermedades más graves, aunque sin detener el progreso de la enfermedad. Pero este beneficio no es poco. La fe y la oración pueden conseguir aliviar algunos síntomas de la enfermedad y su tratamiento, mitigar el sufrimiento de los afligidos e incluso prolongar un poco sus vidas. Al evaluar la religión llamada Ciencia Cristiana, Mark Twain —su crítico más severo de la época— aceptaba sin embargo que los cuerpos y vidas que había «sanado» por el poder de la sugestión compensaban de manera más que suficiente los que había matado por eliminar el tratamiento médico en favor de la oración.

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