¿Cuál es el hilo común que une todos esos anuncios? No son los ovnis. Seguramente es la expectativa de una credulidad ilimitada de la audiencia. Por eso aparecen en revistas de ovnis: en general, el simple hecho de comprar una revista de ese tipo define al lector. Sin duda, hay compradores moderadamente escépticos y totalmente racionales de revistas así que se ven seducidos por las expectativas de anunciantes y editores. Pero, si aciertan con el grueso de sus lectores, ¿qué podría significar eso para el modelo de la abducción por extraterrestres?
De vez en cuando recibo una carta de alguien que está en «contacto» con los extraterrestres. Me invitan a «preguntarles algo». Y así, a lo largo de los años, he confeccionado una pequeña lista de preguntas. Los extraterrestres son seres muy avanzados, recordemos. Así pues, pido cosas como: «Le ruego que me proporcione una pequeña prueba del último teorema de Fermat.» O de la conjetura Goldbach. Y luego tengo que explicarles qué es, porque no creo que los extraterrestres le llamen último teorema de Fermat. Así pues, escribo la simple ecuación con los exponentes. Nunca consigo una respuesta. Por otro lado, si pregunto algo así como: «¿debemos ser buenos?», casi siempre consigo respuesta. A estos extraterrestres les encanta contestar cualquier pregunta vaga, sobre todo si entraña juicios morales. Pero, en cosas específicas donde cabe la posibilidad de descubrir si realmente saben algo más que la mayoría de los humanos, la respuesta es el silencio.
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Quizá pueda deducirse algo de esta diferente capacidad de responder preguntas.
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N LOS VIEJOS TIEMPOS ANTERIORES
a la abducción por extraterrestres, a las personas que subían a bordo de un ovni, según informaban ellas mismas, les ofrecían lecturas edificantes sobre los peligros de la guerra nuclear. Ahora que ya estamos instruidos, los extraterrestres parecen concentrados en la degradación del medio ambiente y el sida. ¿Cómo es, me pregunto, que los ocupantes de los ovnis están tan sujetos a las preocupaciones o urgencias de este planeta? ¿Por qué ni siquiera una advertencia ocasional sobre los CFC y la reducción del ozono en la década de los cincuenta, o sobre el virus del VIH en la de los setenta, cuando realmente hubiera podido ser útil? ¿Por qué no alertarnos de una amenaza a la salud pública o el medio ambiente que aún no hayamos imaginado? ¿Puede ser que los extraterrestres sepan sólo lo que saben los que informan de su presencia? Y si uno de los objetivos principales de las visitas de extraterrestres es advertirnos de los peligros globales, ¿por qué decirlo sólo a algunas personas cuyos relatos son sospechosos en todo caso? ¿Por qué no ocupar las cadenas de televisión durante una noche, o aparecer con vividos audiovisuales admonitorios ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas? Sin duda, no sería tan difícil para seres que vuelan a través de años luz.
E
L PRIMER «CONTACTADO» POR LOS OVNIS
que tuvo éxito comercial fue George Adamski. Tenía un pequeño restaurante en la falda del monte Palomar de California y montó un pequeño telescopio en el patio trasero. En la cima de la montaña se encontraba el mayor telescopio de la Tierra; el reflector de doscientas pulgadas de la Institución Carnegie de Washington y del Instituto de Tecnología de California. Adamski se adjudicó el título de
profesor
Adamski del
Observatorio
de monte Palomar. Publicó un libro —que causó sensación, lo recuerdo— en el que describía que en el desierto cercano había encontrado a unos extraterrestres bien parecidos con largos cabellos rubios y, si no me falla la memoria, con túnicas blancas, que le advirtieron de los peligros de una guerra nuclear. Hablaban desde el planeta Venus (cuyos 900° Fahrenheit de temperatura de superficie se alzan ahora como barrera a la credibilidad de Adamski). En persona era francamente convincente. El oficial de las Fuerzas Aéreas nombrado responsable de las investigaciones sobre los ovnis de la época describió a Adamski con estas palabras:
Al escuchar su historia cara a cara, tenías una necesidad inmediata de creerle. Quizá fuera su aspecto. Llevaba un mono gastado pero limpio. Tenía el pelo ligeramente gris y los ojos más sinceros que he visto en mi vida.
La estrella de Adamski se fue apagando con los años, pero publicó algún libro más por su cuenta y durante mucho tiempo fue una gran atracción en las convenciones de «creyentes» en platillos volantes.
La primera historia de abducción por extraterrestres del género moderno fue la de Betty y Barney Hill, una pareja de New Hampshire: trabajadora social ella y empleado de Correos él. Un día de 1961 atravesaban a altas horas de la noche las White Mountains cuando a Betty le pareció ver un ovni brillante, inicialmente como una estrella, que parecía seguirlos. Ante el temor de Barney de ser víctimas de un ataque, abandonaron la carretera principal y se metieron por estrechos caminos de montaña, llegando a casa dos horas más tarde de lo previsto. El experimento incitó a Betty a leer un libro que describía a los ovnis como naves espaciales de otros mundos; sus ocupantes eran hombres pequeños que a veces abducían a humanos.
Poco después experimentó repetidas veces una pesadilla aterradora en la que ella y Barney eran abducidos y llevados a bordo de un ovni. Barney escuchó cómo describía el sueño a unos amigos, compañeros de trabajo e investigadores voluntarios de ovnis. (Es curioso que Betty no comentara el tema directamente con su esposo.) Algo así como una semana después de la experiencia, describieron el ovni como una «torta» con figuras uniformadas que se veían a través de las ventanillas transparentes del aparato.
Varios años después, el psiquiatra de Barney le envió a un hipnoterapeuta de Boston, Benjamín Simón, doctor en medicina. Betty le acompañó para ser hipnotizada también. Bajo hipnosis, ambos describieron por separado los detalles de lo que había ocurrido durante las dos horas «perdidas»: vieron aterrizar el ovni en la carretera y, parcialmente inmovilizados, los llevaron al interior del aparato... donde unas criaturas pequeñas, grises, humanoides de nariz larga (un detalle discordante con el paradigma del momento) los sometieron a exámenes médicos no convencionales, incluyendo la introducción de una aguja en el ombligo de ella (antes de que se hubiera inventado la amniocentesis en la Tierra). Ahora hay quien cree que sacaron óvulos de los ovarios de Betty y esperma de Barney, aunque eso no forma parte de la historia original.
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El capitán enseñó a Betty un mapa del espacio interestelar con las rutas de la nave marcadas.
Martín S. Kottmeyer ha demostrado que muchos de los motivos del relato de los Hill pueden encontrarse en una película de 1953,
Invasores de Marte.
Y la historia de Barney sobre el aspecto de los extraterrestres, especialmente sus enormes ojos, surgió en una sesión de hipnosis sólo doce días después de la emisión de un episodio de la serie de televisión
The Outer Limits
en la que salía un extraterrestre así.
El caso Hill fue ampliamente comentado. En 1975 se hizo una película de televisión que introdujo la idea de que hay abductores extraterrestres bajitos y grises entre nosotros en la psique de millones de personas. Pero hasta los pocos científicos de la época que creían que algunos ovnis podían ser realmente naves espaciales extraterrestres se mostraron cautelosos. El supuesto encuentro brillaba por su ausencia en la sugerente lista de casos de ovnis recopilada por James E. McDonaId, un físico meteorólogo de la Universidad de Arizona. En general, los científicos que han estudiado los ovnis en serio han tendido a mantener los relatos de abducción por extraterrestres a distancia... mientras que los que aceptan a pies juntillas las abducciones ven pocas razones para analizar simples luces en el cielo.
El punto de vista de McDonaId sobre los ovnis no se basaba, según él, en pruebas irrefutables, sino que era una conclusión como último recurso: todas las explicaciones alternativas le parecían aún menos creíbles. A mediados de la década de los setenta organicé una presentación por parte de McDonaId de sus mejores casos en una reunión privada con importantes físicos y astrónomos que nunca habían apostado por el tema de los ovnis. No sólo no consiguió convencerlos de que recibíamos la visita de extraterrestres; ni siquiera consiguió provocar su interés. Y era un grupo con una capacidad de asombro muy alta. Era simplemente que donde McDonaId veía extraterrestres, ellos encontraban explicaciones mucho más prosaicas.
Me agradó tener la oportunidad de pasar unas horas con el señor y la señora Hill y con el doctor Simón. La seriedad y sinceridad de Betty y Barney eran indudables, como su temor de convertirse en figuras públicas en unas circunstancias tan extrañas y difíciles. Con el permiso de los Hill, Simón me permitió escuchar (y, a petición mía, a McDonaId conmigo) algunas de las cintas de sus sesiones bajo hipnosis. Lo que más me impresionó, sin comparación, fue el terror absoluto de la voz de Barney cuando describía —«revivía» sería una palabra más adecuada— el encuentro.
Simón, aunque prominente defensor de las virtudes de la hipnosis en la guerra y en la paz, no había caído en el frenesí público por los ovnis. Compartía generosamente los derechos de autor del exitoso libro de John Fuller,
El viaje interrumpido,
sobre la experiencia de los Hill. Si Simón hubiera declarado la autenticidad de su relato, las ventas del libro se podían haber disparado y él habría aumentado considerablemente sus ganancias. También rechazó al instante la idea de que mentían o, como sugirió otro psiquiatra, que se trataba de
una folie á deux:
una ilusión compartida en la que, generalmente, el miembro recesivo sigue el delirio del dominante. ¿Qué queda entonces? Los Hill, dijo el psicoterapeuta, habían experimentado una especie de «sueño». Juntos.
E
S PERFECTAMENTE POSIBLE QUE HAYA
más de una fuente de relatos de abducción por extraterrestres, igual que las hay para observaciones de ovnis. Consideremos algunas posibilidades.
En 1894 se publicó en Londres
El Censo Internacional de Alucinaciones en vigilia.
Desde entonces hasta ahora, en repetidas encuestas se ha mostrado que del diez al veinticinco por ciento de las personas normales han experimentado al menos una vez en su vida una alucinación vívida: normalmente, oír una voz o ver una forma inexistente. En casos más raros, perciben un aroma que los persigue, oyen una música o tienen una revelación que les llega independiente de los sentidos. En algunos casos se convierten en acontecimientos que transforman a la persona o en profundas experiencias religiosas. Las alucinaciones podrían ser una puertecita olvidada en el muro que llevaría a una comprensión científica de lo sagrado.
Probablemente, desde que murieron, he oído una docena de veces la voz de mi madre o mi padre, en tono de conversación, diciendo mi nombre. Desde luego, cuando vivían me llamaban a menudo: para hacer una tarea, para recordarme una responsabilidad, ir a cenar, entablar una conversación, hablar sobre un acontecimiento del día. Los echo tanto en falta que no me parece nada extraño que mi cerebro capte un recuerdo lúcido de sus voces.
Este tipo de alucinaciones pueden afectar a personas perfectamente normales en circunstancias perfectamente ordinarias. También pueden provocarse: por una hoguera en el campo por la noche, por estrés emocional, durante ataques de epilepsia, migrañas o fiebres altas, ayunos prolongados o insomnio
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o privación sensorial (por ejemplo, en confinamiento solitario), o mediante alucinógenos como LSD, psilocibina, mescalina o hachís. (El delírium trémens, el temible «DT» inducido por el alcohol, es una manifestación conocida de un síndrome de abstinencia del alcoholismo.) También hay moléculas, como las fenotiazidas (tioridazina, por ejemplo), que hacen desaparecer las alucinaciones. Es muy probable que el cuerpo humano normal genere sustancias —incluyendo quizá las pequeñas proteínas del cerebro de tipo morfina como las endorfinas— que causan alucinaciones, y otras que las eliminan. Exploradores tan famosos (y poco histéricos) como el almirante Richard Byrd, el capitán Joshua Slocum y sir Ernest Shackieton experimentaron vividas alucinaciones cuando se vieron sometidos a un aislamiento y soledad poco habituales.
Cualesquiera que sean sus antecedentes neurológicos y moleculares, las alucinaciones producen una sensación real. En muchas culturas se buscan y se consideran una señal de ilustración espiritual. Entre los nativos americanos de las praderas del Oeste, por ejemplo, o en muchas culturas indígenas de Siberia, la naturaleza de la alucinación que experimentaba un hombre joven después de una «búsqueda de visión» con éxito presagiaba su futuro; se discutía su significado con gran seriedad entre los ancianos y chamanes de la tribu. Hay ejemplos incontables en las religiones del mundo de patriarcas, profetas y salvadores que se retiran al desierto o la montaña y, con la ayuda del hambre y la privación sensorial, encuentran dioses o demonios. Las experiencias religiosas de inducción psicodélica eran la marca de la cultura juvenil occidental de la década de los sesenta. La experiencia, como quiera que haya aparecido, se describe a menudo respetuosamente con palabras como «trascendental», «sobrenatural», «sagrada» y «santa».
Las alucinaciones son comunes. Tenerlas no significa estar loco. La literatura antropológica está repleta de etnopsiquiatría de la alucinación, sueños REM y trances de posesión que tienen muchos elementos comunes transculturalmente y a través de los tiempos. Las alucinaciones se suelen interpretar como posesión de espíritus buenos o malos. El antropólogo de Yale Weston La Barre llega incluso a argüir que «podría defenderse sorprendentemente bien que gran parte de la cultura es alucinación» y que «toda la intención y función del ritual parece ser... el deseo de un grupo de alucinar».
Incluimos a continuación una descripción de alucinaciones como un problema de relación señal/ruido de Louis J. West, antiguo director médico de la clínica Neuropsiquiátrica de la Universidad de California, Los Ángeles. Está tomada de la decimoquinta edición de la
Enciclopedia Británica:
...imaginemos a un hombre de pie ante el cristal de una ventana cerrada que se encuentra delante del hogar encendido, mirando hacia el jardín a la puesta de sol. Está tan absorto por la visión del mundo de fuera que no consigue visualizar el interior de la habitación donde está. Sin embargo, a medida que en el exterior va oscureciendo, en la ventana puede verse el reflejo de imágenes de la habitación detrás de él. Durante un rato puede mirar al jardín (si mira hacia la distancia) o el reflejo del interior de la habitación (si fija la vista en el cristal a pocos centímetros de su cara). Cae la noche, pero la llama del fuego sigue brillando en el hogar e ilumina la habitación. Ahora el observador ve un vivido reflejo en el cristal del interior de la habitación que tiene detrás, que parece estar al otro lado de la ventana. Esta ilusión se va atenuando al irse apagando el fuego y, finalmente, cuando está oscuro tanto fuera como dentro, no se ve nada más. Si se reaviva la llama del fuego de vez en cuando, reaparecen las visiones en el cristal.
De un modo análogo, las experiencias alucinatorias como las de los sueños normales ocurren cuando se reduce la «luz del día» (input sensorial) mientras la «iluminación interior» (nivel general de excitación cerebral) sigue siendo «brillante» y las imágenes que se originan dentro de las «salas» de nuestros cerebros pueden ser percibidas (alucinadas) como si vinieran de fuera de las «ventanas» de nuestros sentidos.
Otra analogía podría ser que los sueños, como las estrellas, siempre están brillando. Aunque de día no suelen verse las estrellas porque el sol brilla demasiado, si hay un eclipse de sol durante el día, o si un espectador decide estar atento un rato después de la puesta o antes de la salida del sol, o si se despierta de vez en cuando en una noche clara para mirar al cielo, las estrellas, como los sueños, aunque a menudo olvidadas, pueden ser vistas siempre.
Un concepto más relacionado con el cerebro es el de una actividad continua de procesamiento de información (una especie de «corriente preconsciente») que recibe continuamente la influencia de fuerzas tanto conscientes como inconscientes y que constituye el suministro potencial de contenido del sueño. El sueño es una experiencia en la que, durante unos minutos, el individuo tiene cierta conciencia de la corriente de datos que se procesan. Las alucinaciones en estado de vigilia implicarían también el mismo fenómeno, producido por una serie algo distinta de circunstancias psicológicas o fisiológicas...
Parece ser que toda la conducta y experiencia humana (tanto normal como anormal) va acompañada de fenómenos ilusorios y alucinatorios. Mientras la relación de estos fenómenos con la enfermedad mental ha sido bien documentada, quizá no se ha considerado bastante su papel en la vida cotidiana. Una mayor comprensión de las ilusiones y alucinaciones entre gente normal puede proporcionar explicaciones para experiencias relegadas de otro modo a lo misterioso, «extrasensorial» o sobrenatural.