De pronto, los círculos en los cultivos se hicieron muy populares. Los ufologistas se tragaron anzuelo, hilo y plomada. Bower y Chorley estaban encantados, especialmente cuando los científicos empezaron a propagar su considerada opinión de que no podía ser responsable de ellos una inteligencia meramente humana.
Planeaban cuidadosamente todas las salidas nocturnas, a veces siguiendo meticulosos diagramas que habían preparado con acuarelas. Seguían de cerca los pasos de sus intérpretes. Cuando un meteorólogo local dedujo que era una especie de remolino porque todas las cosechas estaban desviadas hacia abajo en un círculo en el sentido de las agujas del reloj, le confundieron haciendo una nueva figura con un anillo exterior aplanado en el sentido contrario.
Pronto aparecieron otras figuras en el sur de Inglaterra y en todas partes. Habían aparecido los bromistas imitadores. Bower y Chorley grabaron un mensaje en el trigo como respuesta: «
WEARENOTALONE
» [No estamos solos]. Algunos llegaron a considerar que era un mensaje extraterrestre genuino (aunque hubiera sido mejor si hubieran puesto «
YOUARENOTALONE
» [No estáis solos]). Doug y Dave empezaron a firmar sus obras de arte con dos D; incluso eso se atribuyó a un misterioso propósito extraterrestre. Las desapariciones nocturnas de Bower levantaron las sospechas de su esposa Ilene. Sólo con grandes dificultades —acompañando a Dave y Doug una noche, y uniéndose luego a los crédulos para admirar su trabajo al día siguiente— pudo convencerse de que las ausencias del marido, en este sentido, eran inocentes.
A la larga, Bower y Chorley se cansaron de aquella broma cada vez más elaborada. Aunque estaban en condiciones físicas excelentes, los dos tenían ya sesenta años y estaban un poco viejos para operaciones de comando nocturno en campos de granjeros desconocidos y a menudo poco comprensivos. A lo mejor los molestaba la fama y fortuna que acumulaban los que se limitaban a fotografiar su arte y anunciar que los artistas eran extraterrestres. Y los empezó a preocupar que, si esperaban mucho, nadie creería ninguna declaración que hicieran.
Así pues, confesaron. Hicieron una demostración ante los informadores de cómo hacían las formas insectoides más elaboradas. Se podría pensar que ya nunca más se volvería a argüir que es imposible mantener una broma durante muchos años, y que no volveríamos a oír que es imposible que alguien tenga motivos para engañar a los crédulos y hacerles creer que los extraterrestres existen. Pero los medios de comunicación prestaron poca atención. Los cerealogistas los conminaron a callar; al fin y al cabo, estaban privando a muchos del placer de imaginar acontecimientos maravillosos.
Desde entonces, ha habido otros bromistas de círculos en los cultivos, pero la mayoría de un modo más inconexo y menos inspirado. Como siempre, la confesión de la broma se ve muy eclipsada por la excitación inicial. Muchos habían oído hablar de los pictogramas en campos de cereales y su supuesta relación con los ovnis, pero corrieron un tupido velo cuando surgieron los nombres de Bower y Chorley o la simple idea de que todo el asunto podía ser una broma. Se puede encontrar un
exposé
informativo del periodista Jim Schnabel
(Round in Gíreles,
Penguin Books, 1994), del que he sacado la mayor parte de mi relato. Schnabel se unió pronto a los cerealogistas y al final hizo él mismo unos cuantos pictogramas con éxito. (Él prefiere un rodillo de jardín a una placa de madera, y encontró que simplemente pisando los tallos con los pies se consigue un trabajo aceptable.) Pero la obra de Schnabel, que un crítico calificó de «el libro más divertido que he leído desde hace años», tuvo sólo un éxito modesto. Los demonios venden; los bromistas son aburridos y de mal gusto.
N
O SE NECESITA UN NIVEL MUY AVANZADO
para dominar los principios del escepticismo, como demuestran la mayoría de los usuarios de coches de segunda mano. La idea general de una aplicación democrática del escepticismo es que todo el mundo debería tener las herramientas esenciales para valorar eficaz y constructivamente las afirmaciones de conocimiento. Lo único que pide la ciencia es que se apliquen los mismos niveles de escepticismo que al comprar un coche usado o al juzgar la calidad de un analgésico o una cerveza a través de los anuncios de la televisión.
Pero las herramientas del escepticismo no suelen estar al alcance de los ciudadanos de nuestra sociedad. Casi nunca se menciona en las escuelas, ni siquiera en la presentación de la ciencia, su más ferviente practicante, aunque el escepticismo también surge espontáneamente de las decepciones de la vida cotidiana. Nuestra política, economía, publicidad y religiones (nuevas y viejas) están inundadas de credulidad. Los que tienen algo que vender, los que desean influir en la opinión pública, los que mandan, podría sugerir un escéptico, tienen un interés personal en no fomentar el escepticismo.
Confíe en un testigo en todo aquello en lo que no esté fuertemente involucrado ni su propio interés, ni sus pasiones, ni sus prejuicios, ni su amor por lo maravilloso. Si lo están, exija una prueba que lo corrobore en proporción exacta a la contravención de la probabilidad por la cosa atestiguada.
T
HOMAS
H
ENRY
H
UXLEY
(1825-1895)
C
uando se informó a la madre del célebre abducido Travis Walton de que un ovni había fulminado a su hijo con un rayo y luego se lo había llevado al espacio, contestó con poca curiosidad: «Bueno, así es como ocurren las cosas.» ¿Es así?
Aceptar que en nuestros cielos hay ovnis no es comprometerse a mucho: la palabra «ovni» son las siglas de «objeto volador no identificado». Es un término que incluye algo más que «platillo volante». Que haya cosas que el observador ordinario, o incluso el experto, no entiende, es inevitable. Pero ¿por qué, si vemos algo que no reconocemos, llegamos a la conclusión de que es una nave de las estrellas? Se nos presenta una gran variedad de posibilidades más prosaicas.
Una vez eliminados de la serie de datos los fenómenos naturales, los engaños y las aberraciones psicológicas, ¿queda algún residuo de casos muy creíbles pero extremadamente raros, sobre todo casos sustentados por pruebas físicas? ¿Hay una «señal» oculta en todo este alboroto? Desde mi punto de vista, no se ha detectado ninguna. Hay casos de los que se informa con fiabilidad que no son raros, y casos raros que no son fiables. No hay ningún caso —a pesar de más de un millón de denuncias de ovnis desde 1947— en que la declaración de algo extraño que sólo puede ser una aeronave espacial sea tan fidedigna que permita excluir con seguridad una mala interpretación, tergiversación o alucinación. Todavía hay una parte de mí que dice: «Qué lástima.»
Se nos bombardea regularmente con extravagantes declaraciones sobre ovnis que nos venden en porciones digeribles, pero muy rara vez llegamos a oír algo de su resultado. No es difícil de entender: ¿qué vende más periódicos y libros, qué alcanza una mayor valoración, qué es más divertido de creer, qué es más acorde con los tormentos de nuestra época: un accidente de naves extraterrestres, estafadores experimentados que se aprovechan de los crédulos, extraterrestres de poderes inmensos que juegan con la especie humana o las declaraciones que derivan de la debilidad y la imperfección humana?
A lo largo de los años he dedicado mucho tiempo al problema de los ovnis. Recibo muchas cartas al respecto, a menudo con relatos detallados de primera mano. A veces, el escritor de la carta me promete revelaciones trascendentales si le llamo. Después de dar una conferencia —casi sobre cualquier tema— se me pregunta a menudo: «¿Cree en los ovnis?» Siempre me sorprende la manera de plantear la pregunta, la sugerencia de que se trata de un asunto de fe y no de pruebas. Casi nunca me preguntan: «¿Hasta qué punto son fiables las pruebas de que los ovnis son naves espaciales extraterrestres?»
Por lo que he visto, la manera de proceder de mucha gente está altamente predeterminada. Algunos están convencidos de que el testimonio de un testigo ocular es fiable, que la gente no inventa cosas, que las alucinaciones o tergiversaciones a esta escala son imposibles, y que debe de haber una vieja conspiración gubernamental de alto nivel para ocultamos la verdad a los demás. La credibilidad en el tema de los ovnis prospera cuando aumenta la desconfianza en el gobierno, que se produce de forma natural en todas aquellas circunstancias en que —en la tensión entre bienestar público y «seguridad nacional»— el gobierno miente. Como se han revelado engaños y conspiraciones de silencio del gobierno en tantos otros asuntos, es difícil argumentar que sería imposible encubrir un tema tan extraño, que el gobierno nunca ocultaría información importante a sus ciudadanos. Una explicación común de la razón de tal encubrimiento es evitar el pánico a nivel mundial o la erosión de la confianza en el gobierno.
Yo fui miembro del comité del Consejo Asesor Científico de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos que investigó el estudio de los ovnis llamado «Proyecto Libro Azul», aunque antes, significativamente, se había llamado «Proyecto Grudge [Fastidio]». Nos encontramos con que el esfuerzo que se estaba realizando era desganado y desechable. A mediados de la década de los sesenta, el cuartel general del «Proyecto Libro Azul» se encontraba en la base de las Fuerzas Aéreas Wright-Patterson de Ohio, donde también estaba la base de la «Inteligencia Técnica Extranjera» (dedicada principalmente a averiguar qué armas nuevas tenían los soviéticos). Contaban con una sofisticada tecnología para la consulta de expedientes. Uno preguntaba por un incidente de ovnis determinado y, como si se tratara de jerseys y trajes de la lavandería, le iban pasando resmas de expedientes por delante hasta que la máquina se paraba al llegar ante el demandante el expediente solicitado.
Pero lo que había en esos expedientes no tenía gran valor. Por ejemplo, ciudadanos respetables declaraban haber visto flotar luces sobre una pequeña ciudad de New Hampshire durante más de una hora, y la explicación del caso era que había una escuadrilla de bombarderos estratégicos de una base cercana de las Fuerzas Aéreas en ejercicios de instrucción. ¿Podían tardar una hora en atravesar la ciudad los bombarderos? No. ¿Sobrevolaban los bombarderos la ciudad en el momento en que se decía que habían aparecido los ovnis? No. ¿Nos puede explicar, coronel, cómo puede ser que se describa que los bombarderos estratégicos «flotaban»? No. Las negligentes investigaciones del Libro Azul tenían un papel poco científico, pero servían para el importante propósito burocrático de convencer a gran parte del público de que las Fuerzas Aéreas se aplicaban a la tarea y que quizá no había nada tras las denuncias de ovnis.
Desde luego, eso no excluye la posibilidad de que en alguna otra parte se desarrollara otro estudio de los ovnis más serio, más científico (dirigido, por ejemplo, por un general de brigada en lugar de un teniente coronel). Creo que incluso es probable que fuera así, no porque crea que nos visitan extraterrestres sino porque, ocultos en el fenómeno de los ovnis, debe de haber datos considerados en otros tiempos de importante interés militar. Desde luego, si los ovnis son como se dice —aparatos muy rápidos y maniobrables—, los militares tienen la obligación de descubrir cómo funcionan. Si los ovnis eran construidos por la Unión Soviética, las Fuerzas Aéreas tenían la responsabilidad de protegernos. Teniendo en cuenta las notables características de actuación que se les adjudicaba, las implicaciones estratégicas de que hubiera ovnis soviéticos sobrevolando impunemente las instalaciones militares y nucleares norteamericanas eran preocupantes. Si, por otro lado, los ovnis eran construidos por extraterrestres, podríamos copiar la tecnología (si pudiéramos apoderarnos de un solo platillo) y conseguir una clara ventaja en la guerra fría. Y, aunque los militares no creyeran que los ovnis fueran fabricados por soviéticos ni extraterrestres, tenían una buena razón para seguir los informes de cerca.
En la década de los cincuenta, las Fuerzas Aéreas utilizaban ampliamente los globos-sonda, no sólo como plataformas de observación meteorológica, como se anunciaba de manera destacada, y como reflectores de radar, algo que se reconocía, sino también, secretamente, como aparatos de espionaje robótico, con cámaras de alta resolución e intercepción de señales. Mientras los globos en sí no eran muy secretos, sí lo eran la serie de reconocimientos que hacían. La forma de los globos de gran altitud puede parecerse a la de un platillo cuando se ve desde el suelo. Si no se calcula bien la distancia en la que se encuentran, es fácil imaginar que llevan una velocidad absurdamente grande. En ocasiones, propulsados por una ráfaga de viento, hacen un cambio de dirección abrupto, poco característico de un avión y en aparente desafío de la ley de la inercia... si uno no atina a ver que son huecos y no pesan casi nada.
El sistema de globos militares más famoso, que fue probado ampliamente en todo Estados Unidos a principios de los cincuenta, se llamaba «Skyhook». Otros sistemas y proyectos de globos se denominaron «Mogul», «Moby Dick», «Grandson» y «Genetrix». Urner Lidell, que tenía cierta responsabilidad sobre esas misiones en el Laboratorio de Investigación Naval, y que posteriormente fue funcionario de la NASA, me dijo una vez que creía que todos los ovnis denunciados eran globos militares. Aunque decir «todos» es ir demasiado lejos, creo que no se ha apreciado suficientemente su papel. Que yo sepa, no ha habido ningún experimento de control sistemático y deliberado en el que se lanzaran secretamente globos de gran altitud, se hiciera un seguimiento y se anotaran las visiones de ovnis por parte de observadores visuales y por radar.
En 1956, globos de reconocimiento estadounidenses empezaron a sobrevolar la Unión Soviética. En su momento culminante, había docenas de lanzamientos de globos al día. A continuación, los globos fueron sustituidos por aeronaves de gran altitud, como las U-2, que a su vez fueron reemplazadas en gran parte por satélites de reconocimiento. Es evidente que muchos ovnis que datan de este período eran globos científicos, como lo son algunas veces desde entonces. Todavía se lanzan globos de gran altitud, incluyendo plataformas que llevan sensores de rayos cósmicos, telescopios ópticos e infrarrojos, receptores de radio que sondean la radiación cósmica de fondo y otros instrumentos por encima de la mayor parte de la atmósfera de la Tierra.