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Authors: Colleen McCullough

Tags: #Histórica

El primer hombre de Roma (69 page)

BOOK: El primer hombre de Roma
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Había una posdata:

 

Por cierto, se han producido un par de curiosos incidentes en Campania. No me gusta nada, aunque tampoco acierto a ver por qué se han producido. A principios de mayo hubo una revuelta de esclavos en Nuceria, que fue fácilmente sofocada y cuya consecuencia ha sido la ejecución de treinta pobres criaturas de todos los rincones del mundo. Pero luego, hace tres días, volvió a estallar otra revuelta, esta vez en un gran campo de las afueras de Capua, para esclavos varones de baja calidad, en el que aguardaban la venta a compradores que necesitaban un centenar para mano de obra en muelles, canteras o para el empuje de ruedas. Esta vez participaron unos doscientos cincuenta esclavos. Fue sofocada rápidamente ya que cerca de Capua había varias cohortes recién reclutadas. Unos cincuenta revoltosos perecieron en la lucha y al resto se los ejecutó inmediatamente. Pero no me gusta, Cayo Mario. Es mal augurio. En este momento, los dioses no están de nuestro lado. Lo noto.

 

Y seguía otra posdata:

 

En este momento me llegan malas noticias para ti. Cuando mi carta ya estaba lista para que Marco Granio de Puteoli la llevase en su nave más rápida que zarpará a finales de semana para Utica, he preferido decirte lo que ha sucedido. Tu querido suegro, Cayo Julio César, murió esta tarde. Como sabes, hacía tiempo que padecía una malignidad en la garganta. Y esta tarde se echó sobre su espada. Estoy seguro de que estarás de acuerdo en que ha elegido la mejor alternativa. Nadie debe constituir una carga para sus seres queridos, y más cuando se ve mermado en su dignidad e integridad de ser humano. ¿Quién de nosotros prefiere aguardar la muerte cuando la vida le obliga a yacer en sus propios excrementos o a que un esclavo le limpie esos excrementos? No, cuando un hombre es incapaz de dominar su vientre o su garganta, debe eliminarse. Yo creo que Cayo Júlio habría optado por hacerlo antes, de no haber sido porque estaba preocupado por su hijo menor, que como creo que ya sabrás, se casó hace poco. Hace tan sólo dos días fui a ver a Cayo Julio y pudo susurrarme en medio de su ahogo que se habían disipado sus dudas respecto al matrimonio del joven Cayo Júlio, porque la hermosa Aurelia —si, ya sé que es mi adorada sobrina— era la mujer ideal para su hijo. Así que ave atque vale, Cayo Julio César.

 

Casi al final de junio, el cónsul Cneo Malio Máximo inició la larga marcha hacia el noroeste, con sus dos hijos en el estado

mayor y los veinticuatro tribunos militares elegidos aquel año, distribuidos entre siete de las diez legiones. Sexto Julio César, Marco Livio Druso y Quinto Servilio hijo iban con él, igual que Quinto Sertorio, elegido tribuno militar. De las tres legiones de aliados itálicos, la enviada por los marsos era la mejor entrenada y combativa de las diez; la mandaba un noble marso de veinticinco años llamado Quinto Popedio Silo, asesorado por un legado romano, naturalmente.

Como Malio Máximo se empeñó en cargar con suficiente trigo para dos meses a cuenta del Estado, su caravana de pertrechos era enorme y la marcha muy lenta; en la decimoséptima jornada aún no había alcanzado Fanum Fortunae, en el Adriático. Hablando con dureza y apasionadamente, el legado Aurelio pudo convencerle para que dejase los pertrechos bajo la escolta de una legión y siguiera adelante con las otras nueve, la caballería y el equipo ligero. Había costado convencer a Malio Máximo de que sus tropas no iban a morir de hambre antes de alcanzar el Rhodanus y que más tarde o más temprano los pertrechos llegarían sin contratiempos.

Al tener una marcha mucho más corta por terreno llano, Quinto Servilio Cepio llegó al gran río antes que Malio Máximo. Había traído sólo siete legiones, pues la octava la había embarcado a la Hispania Citerior, y llegaba sin caballería, a la que había desbandado el año anterior por considerarla un gasto innecesario. A pesar de las órdenes y las conminaciones de los legados, Cepio se había negado a salir de Narbo hasta que le llegase comunicación por mar desde Esmirna. Y no estaba de buen humor: cuando no se quejaba de la lamentable tardanza de su enlace entre Esmirna y Narbo, abominaba de la insensibilidad del Senado al pensar que iba a ceder el mando de su gran ejército a un tapón como Malio Máximo. Pero al final se vio obligado a marchar sin su carta y dejó instrucciones explícitas en Narbo para que se la expidiesen en cuanto llegara.

Aun así, Cepio alcanzó cómodamente el punto de destino mucho antes que Malio Máximo. En Nemausus, una pequeña ciudad comercial de la región occidental de las vastas marismas del delta del Rhodanus, le llegó el correo del Senado con las nuevas órdenes.

No se le había ocurrido a Cepio que su carta no hubiera conseguido ablandar a los padres conscriptos, y más leyéndola en la cámara nada menos que Escauro. Así, cuando abrió el cilindro y ojeó la breve respuesta del Senado, se sintió ofendido. ¡Imposible! ¡Intolerable! El, un Servilio patricio, ¿doblegarse a los caprichos de Malio Máximo, un nuevo rico? ¡Jamás!

Los espías romanos comunicaron que los germanos ya habían emprendido la marcha hacia el sur, cruzando las tierras de los celtas alóbroges, inveterados enemigos de Roma, que así se veían entre dos fuegos: Roma, el enemigo conocido, y los germanos, el enemigo desconocido. Ya hacía dos años que la comunidad druida venía diciendo a todas las tribus galas que no había sitio en Galia para que se asentasen los germanos. Desde luego no serían los alóbroges quienes cediesen tierra suficiente para crear una patria para un pueblo mucho más numeroso que el suyo; y estaban demasiado cerca de los eduos y los ambarres para saber de sobra el destrozo que los germanos habían hecho en las tierras de las intimidadas tribus. Por consiguiente, los alóbroges se retiraron a las escarpaduras de sus queridos Alpes y se dedicaron a hostigar todo lo posible a los germanos.

Los germanos abrieron brecha en la provincia romana de la Galia Transalpina, al norte del puesto comercial de Vienne, a finales de junio avanzaron sin obstáculo. Aquella masa humana de casi ochocientas mil personas descendió por la orilla oriental del Rhodanus porque sus llanuras eran más amplias y seguras y menos expuestas a las combativas tribus del interior de la Galia y las Cevenas.

Al saber esto, Cepio dejó expresamente la Via Domicia en Nemausus y, en lugar de cruzar las marismas del delta por la larga calzada construida por Ahenobarbo, marchó con su ejército en direccción norte por la orilla occidental para mantener el río entre él y los germanos. Era a mediados del mes Sextilis.

Había enviado desde Nemausus un correo a toda prisa a Roma con otra carta para Escauro, manifestando sin más que no aceptaría órdenes de Malio Máximo. Tras lo cual, la única ruta que podía tomar con honor era al oeste del río.

En la orilla oriental del Rhodanus, a unas cuarenta millas del punto en que la Vía Domicia lo cruzaba por una larga calzada que concluía cerca de Arelatum, había una ciudad comercial romana de cierta importancia llamada Arausio. Cepio situó su ejército de 40.000 infantes y 15.000 soldados de tropas auxiliares en un campo fortificado y aguardó a que Malio Máximo apareciese por la orilla contraria, esperando que el Senado contestase a su carta.

Malio Máximo llegó, antes que la respuesta del Senado, a finales de julio y situó sus 55000 soldados de infantería y 30000 auxiliares en un campo fortificado a orillas del río, cinco millas al norte de Arausio aprovechando el curso fluvial como línea de defensa y abastecimiento de agua.

El terreno al norte del campamento era ideal para una batalla, pensó Malio Máximo, considerando el río como su mejor protección, pero ése fue su primer error. El segundo fue destacar los 5.900 soldados de caballería y enviarlos de avanzadilla treinta y cinco millas al norte. Y su tercer error fue nombrar a su legado más capaz, Aurelio, comandante de la caballería, privándose así de sus consejos. Todos los errores formaban parte de la gran estrategia concebida por Malio Máximo, quien pensaba utilizar la caballería de Aurelio como freno al avance germano, no para entablar batalla, sino para ofrecer a los bárbaros una primera visión de la resistencia romana. Porque Malio Máximo quería tratar sin combate, con la esperanza de que los germanos volvieran pacíficamente grupas hacia la Galia central, lejos de la ruta en dirección sur por la provincia romana. Todas las batallas anteriores entre los germanos y Roma se las había impuesto ésta a los bárbaros y sólo después de ellas se habían avenido éstos a abandonar pacíficamente el territorio romano. Por ello, Malio Máximo abrigaba esperanzas a propósito de su gran estrategia, y no sin fundamento.

Sin embargo, su primer cometido era trasladar a Cepio de la orílla occidental a la oriental. Resentido aún por la insultante e irrazonable carta de Cepio que Escauro había leído en la cámara, Malio Máximo dictó una breve e inequívoca orden a Cepio: "Cruzad inmediatamente el río con vuestro ejército y venid a mi campamento." Y la entregó a unos mensajeros para que la trasladaran inmediatamente en barca.

Cepio envió su respuesta a Malio Máximo con la misma barca, diciéndole con igual concisión que él, un Servilio patricio, no admitía órdenes de ningún mercachifle pretencioso y que se quedaba donde estaba, en la orilla occidental.

En la siguiente misiva, Malio Máximo decía:

 

Como supremo comandante del campo, os repito mi orden de trasladaros con el ejército al otro lado del río sin más dilación. Os ruego consideréis esta segunda orden como la última. Si persistierais en desafiarme, procederé contra vos por la vía legal en Roma bajo la acusación de alta traición y vuestra altanera actitud será la prueba.

 

Cepio le contestó con no menor animosidad:

 

No admito que seáis el comandante supremo de campo. Sí, iniciad los procedimientos contra mí por traición. Yo iniciaré procedimientos por traición contra vos. Como los dos sabemos quién ganará, os exijo que me cedáis inmediatamente el mando.

 

Malio Máximo contestó aún con mayor altivez y así continuaron las cosas hasta mediados de septiembre, en que llegaron seis senadores de Roma, destrozados por la rapidez y la incomodidad del viaje. Rutilio Rufo, el cónsul en Roma, había logrado enviar aquella embajada, pero Escauro y Metelo el Numídico se las habían arreglado para boicotearla negándose a que se incorporase a ella ningún senador con categoría consular o verdadera influencia política. El más importante de los seis senadores era un simple pretor de moderado linaje, nada menos que Marco Aurelio Cota, cuñado del propio Rutilio Rufo. Pocas horas después de llegar la embajada al campamento de Malio Máximo, Cota se daba cuenta de la gravedad de la situación.

Por ello se puso manos a la obra con gran energía y pasión, virtudes habitualmente ausentes en su persona, centrando su acción en Cepio. Pero Cepio no cedía. Tras una visita al campamento de la caballería, treinta millas al norte, volvió al ataque con redoblada decisión, porque el legado Aurelio le había llevado a escondidas hasta un promontorio desde el que pudo contemplar la amplitud frontal del avance germano.

—Teníais que estar en el campamento de Cneo Malio —dijo Cota palideciendo.

—Si quisiésemos plantear batalla, si —respondió Aurelio sin perder la calma, pues él ya llevaba días observando el avance germano y se había acostumbrado—. Pero Cneo Malio piensa que podremos repetir los anteriores éxitos, que siempre han sido diplomáticos. Siempre que los germanos han combatido ha sido porque los hemos obligado. No tengo la menor intención de iniciar nada y estoy seguro que, así, ellos tampoco tomarán la iniciativa. Tengo conmigo un equipo de muy buenos intérpretes y hace días que los alecciono sobre lo que quiero decir cuando los germanos envíen a sus jefes para parlamentar, y estoy convencido de que lo harán cuando vean que hay un enorme ejército romano esperándolos.

—¡Pero eso ya deben de saberlo! —replicó Cota.

—Lo dudo —respondió Aurelio, impasible—. Ellos no se mueven con arreglo a la técnica militar. Aunque hayan oído hablar de los escuchas, hasta ahora no se han preocupado en emplearlos. Se limitan a avanzar y a afrontar las cosas tal como se presentan; eso es lo que nos parece a Cneo Malio y a mí.

—Primo, tengo que regresar lo antes posible al campamento de Cneo Malio —dijo Cota, dando media vuelta al caballo—. Tenemos que conseguir como sea que ese estirado estúpido de Cepio cruce el río, o si no, que desaparezca.

—Estoy de acuerdo —dijo Aurelio—. No obstante, Marco Aurelio de los Cota, si es factible me gustaría que volvieseis aquí en cuanto os envíe recado de que una delegación germana ha venido a parlamentar. ¡Con vuestros cinco colegas! A los germanos les impresionará que el Senado haya enviado a seis representantes desde Roma para tratar con ellos —añadió sonriendo irónico—. ¡No vamos a decirles que los ha enviado para tratar con nuestros necios generales!

 

El estirado y estúpido Quinto Servilio Cepio estaba —inexplicablemente— de mejor humor y se hallaba más dispuesto a escuchar a Cota cuando éste cruzó el Rhodanus al día siguiente.

—¿A qué se debe esta súbita alegría, Quinto Servilio? —inquirió Cota, sorprendido.

—Acabo de recibir carta de Esmirna —contestó Cepio—. Una carta que esperaba hacía meses —añadió, aunque sin decir cuál era el contenido que provocaba su contento—. De acuerdo —prosiguió—, mañana cruzaré a la otra orilla —señaló sobre el mapa con su varilla de marfil rematada por un águila de oro, que usaba para mostrar el alto grado de su imperium—. Cruzaré por aquí.

—¿Y no sería más prudente cruzarlo al sur de Arausio? —inquirió Cota.

—¡Ni mucho menos! —respondió Cepio—. Cruzándolo al norte estaré más cerca de los germanos.

Cumpliendo su palabra, Cepio levantó el campamento al amanecer del día siguiente y se dirigió a un vado que había a unas veinte millas al norte de la fortaleza de Malio Maximo, a unas diez millas escasas del lugar en que estaba acampada la caballería de Aurelio.

Cota y sus cinco colegas del Senado se dirigieron a caballo al norte para estar en el campamento de Aurelio cuando llegasen los jefes germanos para parlamentar. Por el camino se encontraron con Cepio en la orilla oriental, cuando ya había vadeado el Rhodanus casi todo el ejército. Pero lo que vieron sus ojos hizo que se les cayera el alma a los pies, porque era evidente que Cepio se disponía a montar un campamento fortificado en aquel lugar.

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