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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

El quinto día (54 page)

BOOK: El quinto día
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—No lo hago, yo...

—Además —lo interrumpió Anawak— es más que ridículo tener justamente a Davie en la mira.

—¡Ah! Ya nos vamos acercando al asunto. Por eso estás aquí.

—Tú trabajaste con nosotros, Jack. ¿No aprendiste nada? Fue el avistamiento de ballenas lo que le hizo comprender a la gente que esos animales son más valiosos vivos que muertos. Hizo que el mundo mirara un problema que de lo contrario jamás se habría hecho evidente en esa dimensión. ¡La observación de ballenas forma parte de la protección ambiental! Ahora, cerca de diez millones de personas salen al mar para ver lo magníficas que son esas criaturas. Incluso en Japón y en Noruega crece la resistencia contra la caza de ballenas porque ofrecemos esa posibilidad a la gente. ¿Lo captas? ¿Entiendes lo que te estoy diciendo? ¡Hablamos de diez millones de personas que, de otro modo, quizá sólo conocerían las ballenas por la televisión! Nuestro trabajo científico, que nos pone en condiciones de proteger a los animales en su propio hábitat, jamás hubiera sido posible sin la observación de ballenas... Entonces ¿por qué vas contra nosotros? ¿Por qué nos combates justamente a nosotros? ¿Porque te despidieron?

—No me despidieron. ¡Me marché yo!

—¡Te despidieron! —gritó Anawak—. Te echaron, te despacharon, te largaron. La pifiaste y Davie te puso en la calle. Tu maldita conciencia no lo toleró, como tampoco tolera Jack O'Bannon que le corten el pelo y le quiten sus trapos de cuero y su ridículo nombre. Toda tu ideología se basa en malentendidos y falsificaciones, Jack. Todo en ti es una falsificación. Eres un cero, no eres nada. ¡Sólo produces mierda! Dañas la protección ambiental, dañas a los nootka, no te sientes en casa en ninguna parte, no tienes hogar, no eres irlandés y no eres indio, ése es tu maldito problema. ¡Y me pone enfermo que tengamos que luchar con eso como si no tuviéramos otras preocupaciones!

—León —dijo Greywolf con los labios apretados.

—Me pone enfermo verte así.

Greywolf se puso en pie.

—Basta, León. Ya es suficiente.

—No, no es suficiente. Maldita sea, podrías hacer tantas cosas... Eres una montaña de músculos y tampoco eres tonto, así que...

—¡León, cierra el pico de una vez!

Greywolf rodeó la mesa y se le acercó a grandes pasos, los puños apretados. Anawak levantó la vista hacia él. Se preguntó si ya el primer golpe lo mandaría al reino de los sueños. Aquella vez, Greywolf le había roto la mandíbula al turista. Seguro que su indiscreción le costaría un par de dientes.

Pero Greywolf no lo golpeó. En lugar de eso, apoyó ambas manos en los reposabrazos del sillón de Anawak y se inclinó sobre él.

—¿Quieres saber por qué he elegido esta vida? ¿Quieres saberlo de verdad?

Anawak lo miraba fijamente.

—Adelante.

—No, no quieres, vanidoso hijo de puta.

—Sí. Sólo que no tienes nada que decir.

—Tú... —Greywolf rechinaba los dientes—. ¡Maldito idiota!.., Sí, también soy irlandés, pero no he estado nunca en Irlanda. Mi madre es medio suquamish. No fue aceptada del todo ni por los blancos nativos ni por los indios, así que se casó con un inmigrante, y él tampoco fue aceptado por nadie.

—Conmovedor. Eso ya me lo habías contado. Cuéntame algo que no sepa.

—No, simplemente voy a contarte la verdad, ¡y tú vas a hacer el favor de escucharme! Tienes razón, no voy a convertirme en indio por ir por ahí como un indio. Pero tampoco me convertiría en irlandés si empezara a tomar litros de Guinness, y menos aún en un americano blanco hipernormal sólo porque en mi familia ya tenemos algo así. No soy auténtico. No pertenezco del todo a ninguna parte, ¿y sabes qué? ¡No puedo evitarlo, maldita sea!

Sus ojos refulgían.

—Tú podrías cambiar algo con sólo mover el culo. Tú deberías cambiar tu historia. Yo jamás tuve esa oportunidad.

—¡Qué disparate!

—Sí, claro, podría haberme portado bien y aprendido algo decente. Vivimos en una sociedad abierta. Nadie te pregunta por tus orígenes cuando tienes éxito, pero yo no lo tuve. Hay personas mestizas que han recibido lo mejor de cada mundo y se sienten en casa en cualquier lugar. Mis padres son personas sencillas e inseguras. Jamás supieron transmitirle a su hijo algo como el orgullo o el sentimiento de pertenencia. Se sentían desarraigados e incomprendidos, ¡y yo recibí lo peor de ambos mundos! Todo fracasó, ¡y lo único que funcionó también fracasó!

—Ah, sí. La Marina. Tus delfines.

Greywolf asintió con rabia.

—La Marina estaba bien. Yo fui el mejor entrenador que tuvieron, y allí nadie hacía preguntas tontas. Pero en cuanto estuve fuera, otra vez la misma historia. Mi madre enloquecía a mi padre con sus costumbres indias, y él la volvía loca con su profunda nostalgia de Mayo.
3
Cada uno intentaba imponerse de alguna manera. Creo que ni siquiera querían enorgullecerse de sus orígenes; lo único que querían era tener un lugar y decir: «¡No soy un bastardo, joder! Éste es mi hogar, aquí estoy en casa».

—Ésos eran sus problemas. No tendrías por qué haberlos hecho tuyos.

—¿Ah, sí?

—¡Vamos, Jack! ¿Me estás diciendo que un gigante como tú está tan traumatizado por los conflictos de sus padres que todo le supera? —Anawak resopló furioso—. ¿Qué importancia tiene que seas indio, medio indio o lo que sea?... Cada uno es responsable de su propia identidad, no sus padres ni ninguna otra persona.

Greywolf se quedó en silencio, sorprendido. Luego la satisfacción se insinuó en sus ojos y Anawak supo que acababa de perder. Aquello tenía que terminar así.

—¿De quién estamos hablando en realidad? —preguntó Greywolf con una sonrisa maliciosa.

Anawak guardó silencio y miró hacia otro lado.

Greywolf se irguió despacio. La sonrisa desapareció de su rostro. De pronto parecía abatido y cansado. Fue hasta la máscara y se quedó parado delante de ella.

—Vale, vale. Tal vez me esté comportando como un estúpido —dijo en voz baja.

—No te preocupes. —Anawak se pasó la mano por los ojos—. Ambos somos unos tontos.

—Tú eres el más tonto... Esta máscara estaba en el
HuupuKanum
del jefe Jones. No sabes lo que es, ¿verdad? Te lo explicaré. Un
HuupuKanum
es una caja en la que se depositan máscaras y adornos para la cabeza, objetos ceremoniales y ese tipo de cosas. Pero eso no es todo. En el
HuupuKanum
están los derechos heredados de los
hawiih
y
chaachaabat
, de los jefes. El
HuupuKanum
documenta su territorio, su identidad histórica, sus derechos heredados. Les dice a los demás quién eres y de dónde vienes. —Se volvió—. Alguien como yo jamás podrá llegar a poseer un
HuupuKanum
. Tú sí, y deberías estar orgulloso de ello. Pero tú niegas todo lo que eres y de dónde provienes. Yo soy responsable del pueblo del que me siento parte. ¡Tú eres parte de un pueblo y lo has abandonado!... Me reprochas que no soy auténtico. Jamás pude serlo, pero lucho por un poco de autenticidad. Tú en cambio eres auténtico. Sin embargo, no quieres ser lo que eres y eres lo que quieres ser. Me dices que parezco un personaje de un western malo, pero por lo menos eso ya es defender un cierto tipo de vida. Tú te sobresaltas simplemente con que alguien te pregunte si eres makah.

—¿Cómo sabes...? —Delaware, por supuesto. Había estado allí.

—No se lo reproches —dijo Greywolf—. No se animó a preguntarte por segunda vez.

—¿Qué le contaste?

—Nada. ¡Maldito cobarde!... ¿Y tú me hablas de responsabilidad? ¿Vienes y te atreves a contarme esa mierda de que no son los padres los responsables de tu identidad, sino sólo uno mismo ¿Justamente tú?... Quizá yo lleve una vida ridícula, León, tú... tú ya estás muerto.

Anawak siguió sentado y reflexionó sobre esas palabras.

—Sí —dijo lentamente—. Tienes razón.

—¿Tengo razón?

Anawak se puso en pie.

—Sí. Te agradezco nuevamente que me hayas salvado la vida. Tienes razón.

—Eh, espera. —Greywolf pestañeó, nervioso—. ¿Qué... qué vas a hacer ahora?

—Me voy.

—¿Sí? Hum... Bueno, León, yo... es decir, eso de que ya estás muerto... yo... ¡maldita sea!, no quise herirte... Demonios, no te quedes parado ahí, ¡vuelve a sentarte!

—¿Para qué?

—Tu... ¡tu Coca-Cola! No te la has terminado.

Anawak, resignado, se encogió de hombros. Volvió a sentarse, tomó la lata y bebió un trago. Greywolf lo miró, se acercó y se sentó otra vez en el sofá.

—¿Qué pasó con ese chico? —preguntó Anawak—. Parece haberte tomado mucho cariño.

—¿El que sacamos del barco?

—Sí.

—¿Qué va a pasar? Tenía miedo. Me preocupé por él.

—¿Nada más?

—Claro.

Anawak sonrió.

—Yo tuve más bien la impresión de que querías salir en el periódico a cualquier precio.

Por un momento Greywolf pareció molesto. Luego le devolvió la sonrisa.

—Y así era. Me pareció algo genial. Pero una cosa no excluye la otra.

—El héroe de Tofino.

—¿Y qué? ¡Fue fantástico ser el héroe de Tofino! Gente completamente desconocida me palmeó el hombro. No todos dan que hablar por sus innovadores experimentos con mamíferos marinos. Cada uno toma lo que puede.

Anawak sorbió lo que quedaba en su lata.

—¿Y cómo le va a tu... hum... organización?

—¿Los Seaguards?

—Sí.

—Se terminó. Después de que la mitad perdió la vida en el ataque de las ballenas, la otra mitad se dispersó a los cuatro vientos, —Greywolf arrugó la frente. Pareció reconcentrarse. Luego su mirada volvió a posarse sobre Anawak—. ¿Sabes cuál es el problema de nuestro tiempo? Que la gente deja de ser importante; todos somos reemplazables. Ya no tenemos ideales, y sin ideales no hay nada que nos haga más grandes de lo que somos. Cada uno busca desesperadamente la prueba de que el mundo con él es un poco distinto que sin él. Yo hice algo por ese chico. Tal vez eso tuvo sentido. Quizá me dé un poco de importancia.

Anawak asintió lentamente.

—Sí, seguro.

Zona del puerto, Vancouver

Unas pocas horas después de su visita a Greywolf, Anawak paseaba la vista por el muelle a la luz evanescente del día.

Vacío.

Como todos los puertos internacionales, el de Vancouver era un cosmos autárquico de enormes dimensiones en el que no parecía faltar nada, salvo la visión de conjunto.

Detrás de él se alzaban las montañas de cajones apilados y angulosos de la terminal de contenedores, sumergidas en colores irreales. Las grúas de descarga se recortaban negras contra el azul plateado del cielo del atardecer. Las siluetas de los portavehículos se erguían como inmensas cajas de zapatos; y entre ellas pasaban graneleros, barcos portacontenedores y elegantes buques frigoríficos blancos. A la derecha de Anawak se alineaban' los depósitos. Un poco más allá vio mangas, chapas y piezas hidráulicas apiladas. Allí comenzaba una amplia zona de diques secos y más afuera estaban los diques flotantes. La brisa traía olor a pintura.

Al parecer, se estaba acercando a su meta.

Sin coche uno estaba perdido en el puerto. Anawak había nido que preguntar a un par de personas, y durante un buen rato no supo muy bien qué preguntar, porque no podía nombrar el objeto de su búsqueda. Le habían descrito dónde estaban los diques flotantes porque él partía de la idea de encontrarlo allí. El puerto de Vancouver disponía de diques de todos los tamaños, entre cuales se hallaba el segundo dique flotante más grande del mundo, que levantaba más de cincuenta mil toneladas de peso. pero para su sorpresa, cuando se vio obligado a concretar más, lo enviaron a los diques secos, esas dársenas artificiales que se aíslan con esclusas antes de extraer el agua por medio de bombas después de perderse dos veces llegó por fin a su meta. Aparcó el coche en las sombras del alargado edificio de una agencia marítima, se cargó al hombro su bien provista bolsa y caminó a lo largo del vallado hasta que encontró un resquicio en un portón corredizo. Allí se deslizó al interior.

Ante él se extendía una zona adoquinada, flanqueada por barracones. Detrás parecía crecer directamente del suelo la estructura de un barco inmenso: el
Barrier Queen
. Estaba en una dársena de más de doscientos cincuenta metros de longitud. A ambos lados se alzaban grúas sobre rieles. Potentes reflectores iluminaban la zona. No se veía a nadie alrededor.

Mientras cruzaba con mirada atenta el área iluminada, se preguntó si no se estaría precipitando. El barco estaba en dique seco desde hacía semanas, así que probablemente ya habrían quitado la costra junto con todo lo que contenía. Los restos que pudieran quedar en hendiduras y grietas ya estarían completamente secos. De la cosa que había en los moluscos no habría quedado absolutamente nada. En el fondo, Anawak no sabía muy bien qué podría conseguir de luz una segunda inspección del
Barrier Queen
. Era un intento sin mucho sentido, la confirmación de una vaga esperanza. Si encontraba algo que pudiera ser de utilidad para Nanaimo, se lo llevaría. Si no, habría dedicado una noche a la aventura.

Aquella cosa del casco...

Era pequeña, como máximo del tamaño de una raya o una sepia, y había emitido un destello. Muchos habitantes del mar también lo hacían: los cefalópodos, las medusas, los peces oceánicos. No obstante, Anawak estaba convencido de que había vuelto a ver ese relámpago cuando revisó las tomas del URA con King. La nube luminosa era muchísimo más grande que aquella cosa, pero lo que sucedía en su interior le recordaba notablemente lo que había visto bajo el casco del
Barrier Queen
. Si realmente se trataba de la misma forma de vida, el asunto se estaba poniendo de verdad interesante. Porque la sustancia de la cabeza de las ballenas, la sustancia del casco del barco y el ser que había huido parecían ser idénticos.

«Las ballenas sólo son la parte del problema que nosotros vemos».

Miró a su alrededor con mayor atención y divisó un poco más allá varios todoterrenos estacionados frente a un barracón. Las ventanas del edificio estaban iluminadas. Se detuvo. Eran vehículos militares. Pero ¿qué hacían los militares allí? De repente se dio cuenta de que estaba parado en medio de la zona iluminada y siguió caminando agachado hasta llegar al borde del dique seco. Estaba tan preocupado por la presencia de los militares que, durante unos segundos, se quedó mirando absorto la dársena sin comprender del todo lo que veía. Luego observó con los ojos desorbitados. Se olvidó de los vehículos y se acercó.

BOOK: El quinto día
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