El comienzo de algo.
Un plan. Todo está dirigido...
Qué idea tan absurda... ¿El plan de quién? ¿Qué planeaban las langostas cuando devoraban la cosecha de todo un verano? Nada. Venían porque tenían hambre. ¿Qué planeaban los gusanos, las algas o las medusas?
¿Qué planeaba Statoil?
Skaugen había venido en avión desde Stavanger. Quería un Informe detallado. Al parecer, había avanzado un trecho y ahora Insistía en comparar los resultados. Había sido idea de Lund hablar a solas con Johanson para defender una posición común, pero ahora él estaba tomando su café solo.
Probablemente la habían entretenido. «Tal vez Kare», pensó. En el barco no habían vuelto a hablar sobre su vida privada y Johanson no quería preguntarle directamente. Odiaba la impertinencia y la indiscreción, y por el momento Lund parecía necesitar de todo su tiempo.
Sonó el móvil. Era Lund.
—¿Dónde diablos estás? —dijo Johanson—. Tuve que tomarme tu café.
—Lo siento.
—Tanto café no me sienta bien... En serio, ¿qué sucede?
—Estoy arriba, en la sala de reuniones. Quería llamarte, pero hemos estado muy ocupados.
Su voz sonaba rara.
—¿Va todo bien? —preguntó Johanson.
—Claro. ¿Quieres subir? Ya conoces el camino.
—En seguida estoy allí.
Así que Lund ya estaba en el edificio. Entonces seguro que habían hablado de algo que no debía llegar a oídos de Johanson.
¡Qué más daba! Al fin y al cabo era su maldito proyecto de perforación.
Cuando entró en la sala, Lund, Skaugen y Stone estaban frente a un gran mapa que mostraba la zona de la perforación planeada. El director del proyecto le hablaba a Lund con una insistencia contenida. Lund parecía molesta. Tampoco Skaugen parecía muy contento. Giró la cabeza cuando entró Johanson y esbozó una sonrisa no muy entusiasta. Hvistendahl hablaba por teléfono en el fondo de la sala.
—¿Llego demasiado pronto? —preguntó Johanson cautelosamente.
—No, me alegro de que haya venido. —Skaugen señaló la mesa barnizada de negro—. Tomemos asiento.
Lund alzó la vista. En ese instante reparó en Johanson. Dejó a Stone con la palabra en la boca, se acercó y le dio un beso en la mejilla.
—Skaugen quiere arrinconar a Stone —susurró—. Debes ayudarnos, ¿me oyes?
Johanson se hizo el desentendido. Lund quería que intercediera en sus disputas. ¿Se había vuelto loca? ¿Cómo se le ocurría ponerlo en esa situación?
Tomaron asiento. Hvistendahl desconectó su móvil. Johanson hubiera preferido irse y dejar que resolvieran solos sus problemas. En un tono inexpresivo dijo:
—Bien, en primer lugar quiero informarles de que he restringido mis investigaciones más aún de lo que habíamos acordado en un principio. Es decir, he seleccionado a investigadores e institutos que reciben encargos de empresas energéticas o que son consultados por ellas.
—¿Cree que ha sido una buena estrategia? —preguntó Hvistendahl, espantado—. Pensé que queríamos... esto... adentrarnos en el bosque y escuchar lo más discretamente posible.
—El bosque era muy grande. Tuve que acotarlo.
—Supongo que no le habrá dicho a nadie que nosotros...
—No se asuste, solamente han recibido consultas de un biólogo curioso de la NTNU.
Skaugen frunció los labios.
—Calculo que no lo habrán bombardeado precisamente con información.
—Depende. —Johanson señaló la carpeta con los textos impresos—. Entre líneas sí. Los científicos no saben mentir, odian hacer política. He elaborado un dossier con los textos más relevantes. Aquí y allá se puede ver perfectamente la mordaza. De cualquier modo, tengo la absoluta convicción de que nuestro gusano ya ha llamado la atención en otra parte.
—Está convencido —dijo Stone—, pero no lo sabe.
—Hasta ahora nadie lo ha admitido directamente. Pero un par de personas se mostraron muy interesadas en el asunto. —Johanson miró a Stone—. Son investigadores cuyos institutos trabajan en estrecha colaboración con las empresas que extraen materias primas. Uno de ellos trabaja explícitamente en la extracción de metano.
—¿Quién? —inquirió Skaugen.
—Alguien de Tokio, un tal Ryo Matsumoto. O su instituto, para ser más exactos. No he hablado personalmente con él.
—¿Matsumoto? ¿Quién es? —preguntó Hvistendahl.
—El investigador de hidratos más importante de Japón —contestó Skaugen—. Hace unos años llevó a cabo perforaciones de prueba en el permafrost canadiense para acceder al metano.
—Cuando le mandé a su gente los datos sobre los gusanos se pusieron frenéticos —continuó exponiendo Johanson—. Me volvieron a escribir. Querían saber si esos gusanos están en condiciones de desestabilizar el hidrato y si han aparecido en cantidades relativamente grandes.
—Eso no significa que Matsumoto esté enterado del asunto —dijo Stone.
—Sí. Porque trabaja para la JNOC —gruñó Skaugen.
—¿La Japan National Oil Corporation?¿Están metidos en el asunto del metano?
—Y no sabe hasta qué punto. En el año 2000, Matsumoto comenzó a probar distintas técnicas de extracción en la fosa de Nunkai. Los resultados de los tests se mantuvieron en secreto, pero desde entonces le gusta vanagloriarse de que comenzarán con la explotación comercial dentro de unos años. Exalta la era del metano como nadie.
—Bueno —dijo Stone—. Pero no ha confirmado que encontró el gusano.
Johanson sacudió la cabeza.
—Imagínese nuestro juego de detectives a la inversa. Alguien nos pregunta, en concreto a mí como representante de la llamada investigación independiente. El sujeto en cuestión, también investigador independiente y a la vez asesor de la JNOC, pretexta curiosidad científica o cualquier otra excusa. Por supuesto que yo no le voy a revelar que ya hemos descubierto a los gusanos, pero estoy alarmado. Quiero saber qué ha averiguado él. Por lo tanto, lo voy a acribillar a preguntas, como me acribilló a mí la gente de Matsumoto, y ahí cometo un error. Formulo preguntas demasiado concretas, demasiado encauzadas. Si mi interlocutor no es tonto, descubrirá rápidamente que conmigo ha dado en el blanco.
—Si eso es cierto —dijo Lund—, tenemos el mismo problema frente a las costas de Japón.
—Eso no demuestra nada, doctor Johanson —insistió Stone—. No tiene ni una sola prueba de que alguien más haya dado con los gusanos. —Se inclinó hacia adelante. La montura de sus gafas despidió un destello—. Con esa información no se puede hacer nada. ¡No, doctor Johanson! La verdad es que nadie podía prever la aparición de los gusanos precisamente porque no han aparecido en ningún otro sitio. ¿Quién le dice que Matsumoto no esté simplemente interesado?
—Mi intuición —respondió Johanson, impasible.
—¿Su... intuición?
—También me dice que no es el único. Los sudamericanos también han encontrado el gusano.
—¿Ah, sí?
—Sí.
—¿Ellos también le hicieron preguntas raras?
—Exacto.
—Me desilusiona, doctor Johanson. —Stone hizo una mueca sarcástica. —Pensé que era un científico. ¿Desde cuándo se contenta con su intuición?
—Cliff —dijo Lund sin mirar a Stone—, más vale que mantengas la boca cerrada.
Stone abrió los ojos y miró a Lund furioso.
—Soy tu jefe —ladró—. Si hay alguien que tiene que cerrar el pico...
—¡Basta! —Skaugen alzó las manos—. No quiero oír ni una palabra más.
Johanson observó a Lund, que apenas podía contener la ira Se preguntó qué le habría hecho Stone. El notorio mal humor de su jefe no podía ser el único motivo del enojo de Lund.
—Sea como fuere, creo que Japón y Sudamérica están ocultando información —dijo—. Igual que nosotros. Ahora bien, es considerablemente más fácil obtener información fiable sobre análisis de agua marina que sobre los gusanos oceánicos. Por algún motivo, en todas partes se está analizando agua. Por eso pude extraer información de otras fuentes. Y lo han confirmado.
—¿Qué?
—Concentraciones de metano inusualmente elevadas en la columna de agua. Encajaría. —Johanson vaciló—. Con respecto a los japoneses (y disculpe, doctor Stone, que mi intuición pida la palabra con tanta frecuencia) tuve otro presentimiento. Me pareció que la gente de Matsumoto quería que yo supiera la verdad. Se han comprometido a mantener el asunto en secreto. Pero si les Interesa mi opinión: a ningún científico independiente, a ningún Instituto, se le ocurriría proceder tácticamente con información que puede poner en peligro la vida de muchas personas. No hay ni una sola razón que justifique algo así. A eso se llega sólo si...
Abrió las manos y dejó la oración sin terminar. Skaugen lo miró con las cejas fruncidas.
—Si están en juego intereses económicos —completó—. Eso es lo que usted quería decir.
—Sí, así es.
—¿Quiere añadir algo más?
Johanson asintió y sacó un texto de la carpeta.
—Al parecer, sólo en tres regiones del mundo se han registrado escapes de metano inusualmente elevados: en Noruega, en Japón y en el este de Sudamérica. Pero también tenemos los análisis de Lukas Bauer.
—¿Bauer? ¿Quién es? —preguntó Skaugen.
—Estudia las corrientes marinas frente a las costas de Groenlandia. Hace viajar boyas de seguimiento con la corriente y registra los datos. Le envié un mensaje a su barco. Aquí tengo su respuesta. —Johanson leyó en voz alta—: «Estimado colega: su gusano me resulta desconocido, pero sí es cierto que estamos midiendo emanaciones excepcionales de metano en distintos lugares frente a Groenlandia. Llegan al mar en concentraciones elevadas, posiblemente por alguna interacción con ciertas discontinuidades sedimentarias que hemos observado. Un mal asunto, si llegamos a tener razón. Tendrá que disculpar que no sea más explícito, pero en estos momentos estoy sumamente ocupado. En el archivo adjunto encontrará un informe detallado de Karen Weaver. Es una periodista que está echándome una mano y también dándome un poco la lata. Una chica eficiente. Si necesita más información, no dude en pedírsela. Puede comunicarse con ella en su dirección de correo electrónico: «[email protected].»
—¿A qué tipo de discontinuidades se refiere? —preguntó Lund.
—Ni idea. Cuando lo conocí en Oslo me dio la impresión de que es algo distraído. Un hombre amable, pero como la totalidad de nuestro gremio elevada a la máxima potencia. Como corresponde, olvidó adjuntar el archivo prometido. Volví a escribirle, pero hasta ahora no he recibido respuesta.
—Tal vez deberíamos averiguar en qué está trabajando —dijo Lund—. Bohrmann tendría que saberlo, ¿no?
—Me figuro que la periodista lo sabe —dijo Johanson.
—¿Karen...?
—Karen Weaver. Su nombre me resultaba conocido, ya que había leído algunas cosas de ella. Tiene un currículum interesante: estudios de informática, biología y deporte. Su especialidad son los temas marinos; investiga todo lo relacionado con el mar: cartografía marina, tectónica de placas, cambio climático... Su último artículo trata de corrientes marinas. En cuanto a Bohrmann, si no se pone en contacto conmigo antes del fin de semana, lo llamaré de todos modos.
—¿Y adonde nos lleva todo esto? —preguntó Hvistendahl a todos.
Los ojos azules de Skaugen se clavaron en Johanson.
—Acaba de escuchar lo que ha dicho el doctor Johanson: la industria comete una canallada porque se reserva información que podría determinar el destino de la humanidad. Ése es un argumento que no admite discusión... Por eso, ayer por la tarde mantuve una reunión decisiva con los altos mandos en la que les transmití una recomendación muy clara. Inmediatamente después, Statoil informó al gobierno noruego.
Stone levantó la cabeza de golpe.
—¿Cómo? ¿Sobre qué?, si no tenemos aún resultados definitivos ni...
—Sobre los gusanos, Clifford. Sobre la descomposición de los yacimientos de metano. Sobre el peligro de un MAP de metano, el Máximo Accidente Previsible. Sobre la posibilidad de un deslizamiento submarino. Imagínate, incluso el encuentro del robot subacuático con un ser vivo no identificable les pareció relevante... Para mi gusto son suficientes resultados. —Skaugen miró a todos con un gesto adusto—. El doctor Johanson se alegrará de saber que su intuición resulta ser un indicador seguro de la realidad» Esta mañana tuve el placer de hablar por teléfono durante una hora con la dirección técnica de la JNOC. No necesito decirles que la JNOC está por encima de cualquier sospecha. Ahora bien, supongamos, en primer lugar, que Japón se ha propuesto ser el primer país que extraiga metano y que está dispuesto a hacer lo que sea para conseguirlo. En segundo lugar, admitamos la idea, totalmente alejada de la realidad, de que estarían dispuestos a aceptar ciertos riesgos y que se harían los tontos ante las objeciones expresadas por los expertos. —La mirada de Skaugen se dirigió a Stone—. Confirmemos además el caso improbable y directamente absurdo de que hay personas que, por pura ambición, ocultan informes e ignoran advertencias. ¡Sería terrible si todo esto fuera cierto! Entonces tendríamos que suponer que la JNOC guardó un escandaloso silencio sobre un gusano que podía hacer explotar de la noche a la mañana su sueño de ser la nación número uno del metano y que ocultaron esa información durante semanas.
Nadie dijo nada. Skaugen mostró los dientes.
—Pero no seamos tan estrictos. Después de todo, ¿qué impresión habría dado Neil Armstrong si hubiera permanecido dentro de la cápsula sólo porque había un maldito gusano por allí? Por otra parte, como ya he dicho, sólo estoy planteando algunas hipótesis. Pues bien, la JNOC me ha asegurado fehacientemente que han extraído animales similares del mar japonés, pero que los descubrieron hace sólo tres días, se lo crean o no. ¿No es inaudito?
—Vaya mierda —dijo Hvistendahl en voz baja.
—¿Y qué piensan hacer? —preguntó Lund.
—Supongo que informarán al gobierno. Dependen del Estado, como nosotros. Ahora que saben lo que todos sabemos, no pueden permitirse el lujo de ocultarlo, cosa que por supuesto nadie quiere, ni aquí ni allá. Y estoy seguro de que si preguntáramos hoy a los sudamericanos, resultaría que mañana también se cruzarían con un gusano así. Naturalmente se mostrarían muy sorprendidos y nos llamarían en seguida para comunicárnoslo. Y para que nadie crea que estoy cargando las tintas sólo sobre los demás, déjenme recalcar que nosotros no somos mejores.
—Bueno... —dijo Hvistendahl.
—¿No estás de acuerdo?