El quinto día (50 page)

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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

BOOK: El quinto día
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—Nos hemos enterado hace muy poco de lo crítica que es la titilación. —Hvistendahl parecía enojado—. Además, yo mismo recomendé poner al corriente al gobierno.

—Tampoco te estoy reprochando nada —dijo Skaugen despacio.

Johanson comenzó a sentirse como en un espectáculo. Hasta donde había entendido, Skaugen estaba poniendo en escena la ejecución de Stone. El rostro de Lund se iluminó con una enorme satisfacción.

Pero ¿no había sido Stone quien había encontrado el gusano?

—Clifford —dijo Lund cortando el silencio que se había hecho de repente—, ¿cuándo exactamente te encontraste con el gusano por primera vez? —el rostro de Stone palideció ligeramente.

—Ya lo sabes —dijo—. Tú estabas presente.

—¿Y antes no?

Stone la miró.

—¿Antes?

—Sí, el año pasado. Cuando montaste por tu propia cuenta el prototipo Kongsberg. A mil metros de profundidad.

—¿Qué significa esto? —dijo Stone entre dientes. Miró a Skaugen—. No fue una iniciativa mía, tenía las espaldas cubiertas... Maldita sea, Finn, ¿qué es lo queréis imputarme?

—Seguro que tenías las espaldas cubiertas —dijo Skaugen—. Propusiste que probáramos una fábrica subacuática totalmente nueva, concebida para una profundidad máxima de mil metros.

—Exacto.

—Concebida en la teoría.

—En la teoría, por supuesto. Hasta que se hace el primer ensayo, todo es teórico. Pero en la práctica vosotros disteis luz verde al proyecto. —Stone miró a Hvistendahl—. Tú también, Thor. Revisasteis la instalación del tanque y disteis vuestra aprobación.

—Es cierto —dijo Hvistendahl—. Lo hicimos.

—¿Entonces?

—Te encomendamos —continuó Skaugen— estudiar la zona y hacer un peritaje, para saber si realmente era aconsejable que una planta que no había sido probada lo suficiente...

—¡Eso es una completa basura! —se irritó Stone—. ¡Autorizasteis la planta!

—... fuera puesta en funcionamiento a modo de prueba. El cierto, asumimos el riesgo. Pero con la condición de que todos los informes fueran claramente positivos.

Stone se puso en pie de un salto.

—¡Y así fue! —gritó temblando de cólera.

—Vuelve a tu asiento —dijo Skaugen fríamente—. Te interesará saber que anoche perdimos contacto con el prototipo Kongtberg.

—Yo... —Stone se quedó paralizado—. La supervisión no me corresponde a mí. Yo no construí la fábrica, sólo la impulsé. ¿Qué es lo que me estás reprochando? ¿Que todavía no lo sepa?

—No. Pero, presionados por los acontecimientos, también hemos reconstruido al detalle la instalación que se hizo en su momento del prototipo Kongsberg. Y hemos encontrado dos informes que en ese momento... hum... ¿Cómo decirlo? ¿Te los olvidaste?

Los dedos de Stone se clavaron en el borde de la mesa. Por un momento Johanson creyó que el hombre se iba a desplomar. Stone se tambaleaba. Luego se recompuso, adoptó un gesto inexpresivo y se dejó caer lentamente en su silla.

—De eso no sé absolutamente nada.

—Uno de ellos dice que la distribución de hidratos y campos de gas en esa zona es difícil de cartografiar. Según el informe, aunque el riesgo de dar con gas libre en el curso de una perforación de petróleo es muy pequeño, nunca puede descartarse al ciento por ciento.

—Era prácticamente nulo —dijo Stone con voz ronca—. Además, los resultados superan desde hace un año todas las expectativas.

—Prácticamente no quiere decir ciento por ciento.

—¡Pero no dimos con gas en las perforaciones! Extraemos petróleo. La fábrica funciona, el proyecto Kongsberg es un éxito completo. Funciona tan bien que habéis decidido construir otra, y esta vez oficialmente.

—Del segundo informe —dijo Lund— se desprende que encontrasteis un gusano hasta entonces desconocido, instalado en el hidrato.

—Sí, maldita sea. Era el gusano de hielo.

—¿Lo
estudiaste
?

—¿Cómo que si lo estudié?

—¿Lo estudiasteis?

—Era... por supuesto que lo estudiamos.

—El informe dice que el gusano no fue identificado claramente como el gusano de hielo y que se encontró en grandes cantidades. Que su influencia sobre la realidad local no podía establecerse con claridad, pero que en su entorno inmediato apareció metano.

Stone estaba blanco como la cera.

—Eso no es... no es del todo correcto. Esos bichos aparecieron en un sector muy limitado.

—Pero aparecieron en masa.

—Nosotros estábamos construyendo lejos de allí. No le di a ese informe... no tenía una auténtica relevancia.

—¿Pudisteis identificar el gusano? —preguntó Skaugen con tranquilidad.

—Estábamos seguros de que...

—¿Pudisteis identificarlo?

A Stone le rechinaban los dientes. A Johanson le pareció que de un momento a otro se iba a lanzar sobre Skaugen.

—No —soltó tras una pausa bastante larga.

—Bien —dijo Skaugen—. Cliff, por el momento quedas apartado de todas tus tareas. Tina asumirá tu puesto.

—No puedes...

—De eso hablaremos después.

Stone miró a Hvistendahl en busca de ayuda, pero éste tenía la vista clavada al frente.

—Maldita sea, Thor, ¡la fábrica funciona!

—Eres un idiota —dijo Hvistendahl en un tono casi inaudible.

Stone parecía completamente atontado. Su mirada erraba de uno a otro.

—Lo siento —dijo—. Yo no quise... yo sólo quería que avanzáramos con el proyecto.

Johanson se sintió muy conmovido. Ahora entendía por qué Stone había insistido tanto en que los gusanos no tenían importancia. Sabía que había cometido un error. Quería ser el primero en poner en funcionamiento un prototipo con éxito. La fábrica subacuática era idea suya. Representaba una oportunidad única de hacer carrera.

Durante un tiempo había funcionado: en ese año había tenido éxito con su ensayo no oficial, luego con la puesta en marcha oficial y, finalmente, el avance hacia profundidades cada vez mayores. Pero luego aparecieron los gusanos por segunda vez. Y en esa ocasión no se limitaron a ocupar unos pocos metros cuadrados.

De golpe, Johanson casi sintió lástima.

Skaugen se frotó los ojos.

—Me resulta desagradable tener que importunarlo con todo esto, doctor Johanson —dijo—. Pero usted forma parte del equipo.

—Sí, por supuesto.

—Se han registrado anomalías y naufragios en todo el mundo. La gente se está poniendo muy nerviosa, y las compañías petroleras son buenos chivos expiatorios. Ahora no podemos cometer ningún error. ¿Podemos seguir contando con usted?

Johanson suspiró. Luego asintió.

—Bien. La verdad es que no esperábamos otra cosa de usted. No me malinterprete, la decisión es únicamente suya. Sin embargo, puede que tenga que dedicar más tiempo a su trabajo de coordinador científico, así que nos hemos tomado la libertad de hablar con la NTNU.

Johanson se irguió.

—¿Que se han...?

—A decir verdad, hemos solicitado que le eximan temporalmente de sus obligaciones. Y además, lo he recomendado en círculos gubernamentales.

Johanson miró fijamente a Skaugen y luego a Lund.

—Un momento —dijo.

—Es un verdadero puesto de investigador —se apresuró a objetar Lund—. Statoil aporta los fondos y tú recibes todo el respaldo.

—Hubiera preferido...

—Está molesto —dijo Skaugen—. Puedo entenderlo. Pero ya ha visto lo dramática que es la situación en el talud, y por el momento nadie sabe más al respecto que usted y la gente de Geomar. Por supuesto que puede rechazar nuestra oferta, pero entonces... Por favor, piense que estaría trabajando por el bien común.

Johanson sintió tanta ira que tuvo ganas de vomitar. Notó que le subía una respuesta cortante, pero se la tragó.

—Entiendo —dijo, rígido.

—¿Y cuál es su decisión?

—Naturalmente, no puedo rechazar semejante responsabilidad.

Le lanzó a Lund una mirada que esperaba que por lo menos la taladrara, o, mejor aún, que la cortara en pedacitos. Ella se la sostuvo un momento, luego miró hacia otro lado.

Skaugen asintió serio.

—Escuche, doctor Johanson, en Statoil le estamos profundamente agradecidos. Todo lo que ya ha hecho por nosotros le asegura nuestro máximo reconocimiento. Pero sobre todo quiero que sepa una cosa: en lo que a mí respecta, se ha ganado mi amistad. Ya imagino que lo hemos atacado por sorpresa con lo de la NTNU. Si le sirve de algo, piense que yo, a cambio, me dejaré atacar por usted, si es necesario. Me dejaré crucificar, ¿de acuerdo?

Johanson miró hacia el musculoso hombre y observó sus ojos Claros, azules.

—De acuerdo —dijo—. Lo tendré en cuenta.

—¡Sigur, detente de una vez! Lund venía corriendo detrás de él, pero Johanson avanzaba a grandes pasos por el camino empedrado que conducía al aparcamiento. El centro de investigación de Statoil estaba situado casi míticamente sobre una colina cercana a los arrecifes, pero Johanson no tenía ojos para paisajes bonitos; todo lo que quería era regresar a su despacho.

—¡Sigur!

Lund ganaba terreno. Él siguió caminando.

—¿Qué significa esto, cabezón? —gritó—. ¿Realmente quieres que corra detrás de ti?

Johanson se detuvo abruptamente y se volvió hacia ella. Lund casi chocó con él.

—¿Por qué no? Siempre eres tan rápida...

—Idiota.

—¿Ah, sí? Eres rápida para hablar, rápida para pensar, hasta eres lo bastante rápida como para comprometer a tus amigos antes de que puedan decir sí o no. Una carrerita no va a matarte.

Lund lo miró con un destello de ira.

—¡Vanidoso hijo de puta! ¿Crees que quería decidir sobre tu maldita vida de solitario?

—¿No? Eso me tranquiliza.

La dejó parada y retomó su marcha. Lund vaciló un segundo, luego se pegó a su lado.

—Vale, vale. Debería habértelo dicho, lo siento.

—¡Podíais haberme preguntado!

—Y queríamos hacerlo, maldita sea, pero Skaugen fue directamente al grano. Ha sido un malentendido.

—Lo que he entendido es que me habéis expulsado de la universidad como si fuera un trasto viejo.

—No. —Lund lo cogió por la manga de la chaqueta y lo obligó a detenerse—. Estuvimos tanteando el asunto, nada más. Sólo queríamos saber si te relevarían por un tiempo indeterminado en caso de que dijeras que sí.

Johanson resopló.

—Sonó muy distinto.

—Salió mal. Por Dios, te lo juro... ¿Qué más debo hacer para convencerte? Dime qué puedo hacer.

Johanson guardó silencio un momento. Sus miradas se dirigieron al mismo tiempo a los dedos de Lund, que seguían clavados en la tela de su chaqueta. Lund lo soltó y lo miró.

—Nadie quiere atacarte. Si cambias de idea, nos lo tomaremos igual de bien.

En algún lugar cantó un pájaro. Desde el fiordo, el viento traía los ruidos de lanchas motoras muy lejanas.

—En caso de que cambie de idea —dijo finalmente—, no saldrás muy bien parada, ¿verdad?

—Bah. —Le alisó la manga de la chaqueta.

—Vamos.

—No te preocupes, saldré adelante. La verdad es que no tendría que haberte recomendado, fue mi propia decisión, y luego... bueno, ya me conoces: me adelanté con Skaugen.

—¿Qué le dijiste?

—Que aceptarías. —Sonrió—. Cuestión de honor... Pero ya te lo he dicho, no tiene por qué ser asunto tuyo.

Johanson sintió que la ira se esfumaba. Le hubiera gustado aferrarse un poco más a ella, simplemente por una cuestión de principios, para que Lund no saliera tan airosa. Pero la furia se había acabado.

Lund siempre lo lograba.

—Skaugen confía en mí —dijo ella—. No pude ir a la cafetería porque tuvimos una conversación a solas en la que me comunicó lo que habían descubierto en Stavanger sobre los informes que había ocultado Stone... ¡Maldito cabrón! Él es el culpable de todo. Si en su momento hubiera jugado limpio, ahora estaríamos en otra situación.

—No, Tina. —Johanson sacudió la cabeza—. Estaba convencido de que los gusanos no podían representar ningún peligro. —Stone no le caía bien, pero de pronto se oyó defendiéndolo—. Sólo quería seguir avanzando.

—Si no los consideró peligrosos, ¿por qué no puso el informe sobre la mesa?

—Eso habría paralizado su fábrica. Seguramente vosotros tampoco habríais tomado en serio los gusanos, pero tendríais que cumplir con vuestra obligación y aplazar el proyecto.

—Tú sabes que sí los tomamos en serio.

—Sí, ahora, porque son demasiados y estáis asustados. Stone, en cambio, sólo se encontró con una área pequeña, ¿verdad?

—Hum.

—Una superficie muy poblada pero limitada. Es un fenómeno muy frecuente: los animales pequeños suelen aparecer en masa. Pero ¿qué daño podían hacer unos cuantos gusanos? Créeme, no habríais hecho nada. Cuando descubristeis el gusano de hielo en el golfo de México tampoco se declaró en seguida el estado de emergencia, a pesar de que el hidrato estaba completamente cubierto de bichos.

—Es una cuestión de principios: hay que aportar todos los datos. Él era el responsable.

—Cierto. —Suspiró Johanson, mirando hacia el fiordo—. Y ahora soy yo el responsable.

—Necesitamos un coordinador científico —dijo Lund—. Yo no confiaría en nadie, salvo en ti.

—Vaya... —dijo Johanson—. ¿Qué has bebido esta mañana?

—En serio.

—Está bien, lo haré.

—Piensa —Lund se puso radiante— que podemos trabajar juntos.

—Ahora no intentes disuadirme. ¿Y cuáles son los próximos pasos?

Lund vaciló.

—Bueno, ya lo has oído. Skaugen quiere colocarme en el puesto de Stone. Puede disponerlo provisionalmente, pero no puede tomar una decisión definitiva; para eso necesita el acuerdo de Stavanger.

—Skaugen... —caviló Johanson—. ¿Por qué ha crucificado a Stone de esa manera? ¿Y yo qué tenía que hacer allí? ¿Alcanzarle las municiones?

Lund se encogió de hombros.

—Skaugen es un hombre sumamente íntegro, aunque quizá exagera un poco con la integridad. Cuando ve que nadie quiere abrir los ojos, se enfurece.

—Si es así, eso lo hace más humano.

—En el fondo es de corazón blando. Si le dijera que debemos dar una última oportunidad a Stone, posiblemente accedería.

—Entiendo —dijo Johanson despacio—. Y eso es exactamente lo que estás pensando.

Lund no respondió.

—¡Bravo! Eres la caridad en persona.

—Skaugen ha dejado la elección en mis manos —dijo Lund pasando por alto su burla—. Esa fábrica subacuática... Stone sabe muchísimo sobre el tema, mucho más que yo. Ahora Skaugen quiere que el
Thorvaldson
vaya a ver qué pasa allí abajo y por qué no recibimos más registros. En realidad debería ser Stone quien dirija la operación, pero si Skaugen lo suspende, es mi trabajo.

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