—Con esa maleta parece que hayas venido al barco de vacaciones —dijo con un gesto inexpresivo.
Johanson suspiró resignado.
—Pensaba que ya no te llamaría la atención.
Todo litoral, sea grande o pequeño, está rodeado por una zona de aguas relativamente bajas, de una profundidad máxima de doscientos metros: la plataforma continental. En el fondo, la plataforma no es otra cosa que la continuación submarina de la placa continental. En algunas partes del mundo abarca un espacio muy pequeño; en otras, los mares continentales se extienden cientos de kilómetros hasta que el suelo desciende hacia el mar profundo, en muchos sitios de forma repentina y abrupta, en otros en forma de terrazas y más bien en un declive suave. Más allá de los mares continentales comienza el universo desconocido, sobre el que la ciencia, de hecho, sabe menos que sobre el espacio.
A diferencia de lo que ocurre con el mar profundo, los hombres tienen un control casi absoluto sobre la plataforma. Aunque los mares poco profundos constituyen aproximadamente el ocho por ciento de la superficie marina total, casi toda la producción pesquera mundial proviene de allí. El ser humano, animal terrestre, vive del agua, razón por la cual dos tercios de los ejemplares residen en una franja costera de sesenta kilómetros de ancho.
Ante las costas de Portugal y en el norte de España, la plataforma aparece en los mapas oceanográficos como una franja angosta. En cambio, el zócalo que rodea las islas Británicas y Escandinavia es tan amplio que ambas regiones se superponen y forman el mar del Norte, que tiene una profundidad de entre veinte y ciento cincuenta metros, es decir, es bastante poco profundo. A primera vista no hay nada de particular en el pequeño mar del Norte europeo, a pesar de sus complejas condiciones térmicas y sus corrientes, y existe en su forma actual desde hace diez mil años. Sin embargo, tiene una importancia central para la economía mundial. Constituye una de las zonas de mayor tráfico del mundo, rodeada de países industrializados y con el mayor puerto de la historia: Rotterdam. El canal de la Mancha, con sus treinta kilómetros de ancho, es hoy en día una de las rutas más transitadas del mundo. Cargueros, buques cisterna y ferries maniobran en ese espacio de tan reducidas dimensiones.
Hace trescientos millones de años, enormes pantanos habían unido el continente con las islas Británicas. De manera alternativa, el océano había avanzado y había vuelto a retirarse; inmensos ríos habían arrastrado hacia la cuenca del norte barro, plantas y restos de animales, que con el tiempo se fueron acumulando en una capa de sedimentos de kilómetros de espesor. Surgieron filones de carbón mientras el terreno seguía hundiéndose. Se fueron acumulando cada vez más capas, que comprimieron los sedimentos inferiores hasta convertirlos en piedra arenisca y caliza. Al mismo tiempo, las profundidades fueron calentándose. Los restos orgánicos contenidos en las piedras pasaron por complejos procesos químicos y se transformaron, por efecto del calor y la presión, en gas y petróleo. Una parte se filtró por las piedras porosas hacia el lecho marino y se perdió en el agua; la mayor parte se conservó en los depósitos subterráneos.
Durante millones de años, la plataforma descansó.
El petróleo trajo el cambio. Noruega, que estaba perdiendo posiciones como nación pesquera, se abalanzó sobre los tesoros del suelo recientemente descubiertos igual que el Reino Unido, Holanda y Dinamarca, y en treinta años se convirtió en el segundo país exportador de petróleo del mundo. El grueso de los yacimientos, y con ello aproximadamente la mitad de todos los recursos europeos, estaba bajo la plataforma noruega. Igualmente poderosas resultaron ser las reservas noruegas de gas. Se construyeron plataformas, unas al lado de las otras. Los problemas técnicos se resolvieron sin tener en cuenta los peligros para el medio ambiente, de modo que se perforó cada vez a mayor profundidad y los sencillos andamiajes de la primera época dieron paso a torres de perforación de la altura del Empire State. Los planes de construcción de plataformas submarinas completamente teledirigidas estaban a punto de convertirse en realidad. En el fondo, podría haber sido un júbilo sin fin.
Pero se terminó más de prisa de lo esperado. La producción pesquera se redujo hasta alcanzar las mismas cifras que en el resto del mundo, y lo mismo sucedió con la extracción de petróleo. Lo que había tardado millones de años en surgir iba a quedar agotado en menos de cuarenta años. Muchos yacimientos de los mares continentales estaban prácticamente agotados. En el horizonte apareció el fantasma de un enorme depósito de chatarra: las plataformas cerradas, que ni siquiera se podían desmontar, ya que ni con toda la fuerza del mundo se las hubiera podido mover de lugar. Sólo un camino prometía sacar a las naciones petroleras de la miseria en la que se habían metido. Más allá de los mares continentales, en los taludes y en las extensas cuencas oceánicas, había yacimientos intactos. Allí quedaban descartadas las plataformas tradicionales. Por eso lo que el grupo de Lund planeaba para aprovechar esos yacimientos era otro tipo de planta. El talud no era escarpado en todas partes. Se escalonaba en terrazas y ofrecía un terreno ideal para fábricas submarinas. En vista de los riesgos que conllevaba un proyecto tan lejos del borde del zócalo, se había reducido al mínimo la mano de obra. Con el descenso de la extracción de petróleo desaparecía también la buena estrella de los trabajadores petroleros, que en los años setenta y ochenta habían sido muy codiciados y habían estado muy bien remunerados. Para Gullfaks C había planes de reducir el personal a dos docenas de trabajadores. Plataformas como «El hombre en la Luna», un proyecto único sobre la zona de extracción de gas de Troll en la fosa de Noruega, estaban casi completamente automatizadas.
En el fondo, el negocio petrolero en el mar del Norte se había vuelto deficitario; pero suspenderlo habría traído problemas aún mayores.
Cuando Johanson salió de su camarote, a bordo del Thorváldson reinaba un clima de tranquila rutina. El barco no era muy grande. En un gigante de la investigación como el
Polarstern
de Bremerhaven podrían haber aterrizado con el helicóptero, pero el
Thorvaldson
necesitaba el espacio para la maquinaria. Johanson caminó despacio hasta la borda y miró hacia afuera. Durante las dos últimas horas habían dejado atrás colonias completas de plataformas unidas entre sí por pasarelas al aire libre. En esos momentos estaban por encima de las islas Shetland, más allá del borde de la plataforma continental. Allí ya no había construcciones. A lo lejos se podía reconocer la silueta de alguna que otra torre de perforación, pero, en líneas generales, la zona donde se encontraban parecía más un mar que una área industrial inundada. Bajo la quilla se extendían unos setecientos metros de profundidad. El talud continental estaba medido y cartografiado, pero casi no había datos de la zona de las tinieblas eternas. A la luz de potentes reflectores se había observado alguna que otra zona, lo cual proporcionaba aproximadamente tanta información sobre el conjunto como una única farola que iluminara Noruega de noche.
Johanson pensó en el burdeos y en la pequeña colección de quesos franceses e italianos que llevaba en su maleta. Fue en busca de Lund y la encontró comprobando el robot. La máquina colgaba de los soportes del pescante: una caja cuadrada hecha de tuberías, de unos tres metros de alto y repleta de tecnología. Sobre la parte superior, cerrada, se podía leer «
Victor
». En la parte frontal de la máquina, Johanson reconoció cámaras y un brazo robot plegado.
Lund lo miró radiante.
—¿Impresionado?
Johanson dio una vuelta para examinar a
Victor
.
—Es sólo una enorme aspiradora de color amarillo —dijo.
—Derrotista...
—De acuerdo... Entonces te diré que me fascina. ¿Cuánto pesa esta cosa?
—Cuatro toneladas. ¡Eh, Jean!
Un hombre delgado y pelirrojo se asomó detrás de uno de los tambores de cable. Lund le hizo señas para que se acercara.
—Jean-Jacques Alban es primer oficial en este montón de chatarra flotante —dijo Lund del pelirrojo—. Escucha, Jean, aún tengo que arreglar algunas cosas. Aquí Sigur tiene una curiosidad terrible, quiere saberlo todo sobre
Victor
. Sé bueno y ocúpate de él.
En seguida desapareció. Alban la miró irse con una expresión de divertida impotencia.
—Supongo que tendrá cosas más importantes que hacer que explicarme cómo funciona
Victor
—conjeturó Johanson.
—No pasa nada. —Alban sonrió—. Algún día, Tina cambiará. Usted es el hombre de la NTNU, ¿no? Hizo el estudio de los gusanos.
—Di mi opinión al respecto. ¿Por qué les preocupan tanto esos animales?
Alban negó con la cabeza.
—Más bien nos preocupamos por la constitución del suelo del talud; descubrimos los gusanos por casualidad. Es Tina la que se preocupa por ellos.
—Pensé que iban a bajar el robot debido a los gusanos —se asombró Johanson.
—¿Tina le ha dicho eso? —Alban miró la máquina—. No, ésa es sólo una parte de la misión. En realidad, procuramos no pasar nada por alto, pero fundamentalmente estamos preparando la instalación de una estación de mediciones de larga duración. La colocamos directamente por encima del yacimiento de petróleo detectado. Si llegamos a la conclusión de que el sitio es seguro, construiremos allí una estación submarina de extracción.
—Tina dijo algo de un SWOP.
Alban lo miró como si no estuviera seguro de qué contestarle.
—En realidad, no. La fábrica subacuática está decidida. Si ha habido algún cambio, no me lo han comunicado.
Vaya, entonces no iba a haber una plataforma flotante.
Tal vez era mejor no profundizar en el tema. Johanson siguió interrogando a Alban sobre el robot subacuático.
—Es un
Victor 6.000
, un
Remotely Operated Vehicle
, o sea, un ROV —explicó Alban—. Puede bajar hasta seis mil metros y trabajar a esa profundidad durante algunos días. Lo dirigimos desde aquí arriba y recibimos todos los datos en tiempo real, todo por cable. Esta vez se quedará cuarenta y ocho horas abajo. Además tiene que recoger, por supuesto, una muestra de gusanos. Statoil no quiere que le reprochen que pone en peligro la biodiversidad. —Hizo una pausa—. ¿Cuál es su opinión sobre esos bichos?
—No tengo —dijo Johanson, evasivo—. Por ahora.
Se oyó un ruido de máquinas. Johanson vio que el pescante se ponía en movimiento y levantaba a
Victor
.
—Venga —dijo Alban. Se dirigieron hacia el centro del barco, donde había cinco contenedores de la altura de un hombre—. La mayor parte de los barcos no están preparados para utilizar un
Victor
. Lo pedimos prestado al
Polarstern
, porque pensamos que nos sería útil.
—¿Qué hay en los contenedores?
—La unidad hidráulica para el torno, grupos electrógenos, todo tipo de cachivaches. En el primero se encuentra la sala de control del ROV. Cuidado con la cabeza.
Entraron por una puerta baja. Había poco espacio en el contenedor. Johanson miró a su alrededor. Más de la mitad de la sala estaba ocupada por la mesa de control con las dos filas de pantallas. Algunos de los monitores estaban apagados, otros presentaban los datos operacionales del ROV e información de navegación. Varios hombres estaban sentados ante las pantallas. Lund también estaba allí.
—Aquel del medio, en el puesto de mando, es el piloto —le explicó Alban en voz baja—. A la derecha está el copiloto, que también maneja el brazo robot.
Victor
tiene un modo de trabajo sensible y preciso, pero hay que tener la misma habilidad para entenderlo. El asiento siguiente es el del coordinador; es el que mantiene el contacto con el oficial de guardia en el puente, para que la interacción entre el barco y el robot sea óptima. En el otro lado se sientan los científicos; ése es el lugar de Tina. Ella maneja las cámaras y guarda las imágenes. ¿Estamos preparados?
—Podéis bajarlo —dijo Lund.
Uno tras otro se fueron encendiendo los demás monitores. Johanson reconoció partes de la popa y del pescante, el cielo y el mar.
—Ahora está viendo lo que ve
Victor
—le explicó Alban—. Tiene ocho cámaras. Una cámara principal con zoom, dos objetivos piloto para navegar y cinco cámaras suplementarias. La calidad de la imagen es extraordinariamente buena, incluso a varios miles de metros de profundidad vemos escenas de precisión fílmica, muy nítidas y de colores brillantes.
Las perspectivas de las cámaras se modificaron. Bajaron el robot al agua. El mar se acercó, luego se derramó agua sobre los objetivos.
Victor
siguió bajando. Los monitores mostraron un mundo verde azulado que se fue volviendo cada vez más turbio.
El contenedor se llenó de hombres y mujeres que habían estado trabajando con el pescante. Apenas quedaba espacio libre.
—Encended los reflectores —dijo el coordinador.
De pronto se iluminó el espacio que rodeaba a
Victor
, aunque seguía siendo, difuso. El verde azulado se fue desvaneciendo y dio paso a un negro brillante. La cámara captó algunos peces pequeños, luego todo pareció llenarse de diminutas burbujas de aire. Johanson sabía que en realidad se trataba de plancton, miles de millones de diminutos seres vivos. Por delante, se cruzaron medusas rojas y ctenóforos transparentes.
Poco después se redujo la multitud de partículas. El indicador de profundidad marcaba quinientos metros.
—¿Qué es exactamente lo que hace
Victor
una vez está abajo? —preguntó Johanson.
—Toma muestras de agua y sedimentos, y recoge seres vivos —contestó Lund sin volverse—. Sobre todo proporciona material de vídeo.
La cámara captó algo accidentado.
Victor
bajaba a lo largo de una pared escarpada. Langostas rojas y anaranjadas los saludaban con sus largas antenas. A esa profundidad la oscuridad era absoluta, pero los reflectores y las cámaras ponían de manifiesto con una intensidad desconcertante los colores de los seres vivos.
Victor
pasó al lado de esponjas y de holoturias, y después el terreno se fue haciendo cada vez más plano.
—Ya hemos llegado —dijo Lund—. 680 metros.
—De acuerdo. —El piloto se inclinó hacia adelante—. Giremos.
El talud desapareció de los monitores. Por un momento volvieron a ver sólo agua, luego el lecho marino comenzó a perfilarse en la profundidad azul oscuro.