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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

El Ranger del Espacio (16 page)

BOOK: El Ranger del Espacio
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El circuito estaba en buenas condiciones. La puerta no se movió siquiera cuando la probó. Mejor así.

Con un suspiro profundo se sentó en la cama; se quitó las botas, primero una, luego la otra. Se frotó los pies extenuados, lanzó otro suspiro y quedó tieso; se levantó de la cama con un movimiento inconsciente.

La mirada de Hennes era de total turbación. No podía ser. ¡No podía ser! Porque significaría que la loca historia de Williams era verdad. Y que las ridiculeces que balbuceaba Benson acerca de marcianos, después de todo, podían...

No, se negaba a creerlo. Era mejor suponer que su mente, falta de reposo, le estaba jugando una mala pasada.

Sin embargo, la oscuridad de la habitación se iluminaba con un frío brillo azul blancuzco, una luz que no deslumbraba. Así veía la cama, las paredes, la silla, el armario, sus botas, en el mismísimo lugar donde él las dejara. Y también veían a la figura humana con un brillo luminoso en lugar de cabeza y de contornos indefinidos, como si una neblina lo estuviese recubriendo.

De pronto su espalda dio contra la pared. Su retroceso había sido un movimiento instintivo del que no cobró conciencia.

El ser hablaba y las palabras resultaban huecas y resonantes, como si las acompañara un eco.

El ser dijo:

—¡Yo soy el Ranger del Espacio!

Una vez superada la primera impresión de sorpresa, Hennes se esforzó por tranquilizarse. Con voz firme respondió:

—¿Qué quieres?

El Ranger del Espacio no se movió ni dijo una sola palabra, y Hennes recorrió, otra vez, la aparición con sus ojos.

El capataz se mantuvo a la expectativa; el corazón le golpeaba con fuerza en el pecho. El ser de humo y luz no varió su posición. Bien podía ser un robot programado sólo para decir esa frase que lo identificaba.

Por un instante Hennes se preguntó si sería eso, pero rechazó de inmediato la idea; estaba de pie junto al cajón de su mesilla de noche y su sorpresa y asombro no le impidieron tomar conciencia de su situación. Con lentitud extrema su mano comenzó a adelantarse.

A la luz del propio ser, el movimiento de la mano no podía pasar inadvertido, pero tampoco ahora hubo cambios en la figura. La mano de Hennes descansaba sobre la tapa de la mesilla en un gesto que quería parecer inocente. Robot, marciano u hombre, pensó Hennes, no ha de conocer el secreto de ese cajón; sin duda había estado oculto en la habitación, pero no la había registrado. Y si lo había hecho, había cumplido una tarea perfecta, ya que el ojo alerta, ahora, de Hennes no lograba descubrir nada anormal, nada fuera de su lugar, ni una sola cosa que ocupara un sitio que no le correspondía, excepto, claro, el mismo Ranger del Espacio.

Sus dedos tocaron una pequeña fisura en la madera. Era un mecanismo elemental y pocos capataces dejaban de utilizarlo en los huertos de Marte. La pequeña fisura se movió a un lado, bajo la presión de sus uñas. En cierta manera, era antiguo, tan antiguo como la misma mesilla de madera, una tradición que se remontaba a los días viejos, los días sin ley de los horticultores primeros; pero la tradición muere prontamente. Un panel se había deslizado hacia afuera, de uno de los lados del mueble. Hennes estaba preparado y su mano fue un borrón de movimiento hacia el desintegrador.

Lo empuñó apuntando a matar: en todo ese lapso la criatura no se había movido; sus probables brazos pendían, muertos.

En busca de confianza, Hennes retrocedió un paso. Robot, marciano u hombre, el ser no podría resistir a un desintegrador. Era un arma pequeña y su proyectil era de un tamaño insignificante. Los antiguos revólveres de días pasados se cargaban con balas metálicas que, en comparación, eran rocas. Pero el diminuto proyectil del desintegrador era infinitamente más mortal. Una vez en movimiento, cualquier cosa que detuviera al proyectil en su trayectoria accionaba un pequeño dispositivo atómico que convertía una microscópica fracción de la masa en energía; en el instante en que se operaba esa conversión de la masa en energía, ya fuera piedra, metal o carne humana, el objeto interpuesto se consumía con un ruido leve, un chirrido mínimo.

En un tono que se adueñaba de la amenaza representada por el desintegrador, Hennes preguntó:

—¿Quién eres? ¿Qué quieres?

Una vez más el objeto habló y una vez más repitió, con lentitud:

—¡Yo soy el Ranger del Espacio!

Los labios de Hennes describieron una curva feroz mientras hacía fuego.

El proyectil salió del cañón en una trayectoria recta, se dirigió hacia el objeto de humo, lo alcanzó y se detuvo. Se detuvo de pronto, sin tocar el cuerpo, del que estaba a unos milímetros. Ni siquiera los efectos de la colisión atravesaron la barrera del campo de fuerza, que absorbió todo el impulso del proyectil, devolviendo un rayo de luz.

Un rayo de luz jamás visto antes. Emergió del intenso resplandor del proyectil del desintegrador explotando en energía al ser detenido, sin la presencia de ningún tipo de materia que atenuase la intensidad lumínica. Fue como si, por una fracción de segundo, existiera en la habitación un sol diminutísimo.

Hennes, gritando salvajemente, se cubrió los ojos con las manos en un intento tardío de protegerlos; minutos después, cuando se atrevió a alzar los párpados, sus ojos doloridos y ardientes nada le dijeron. Abiertos o cerrados, sólo distinguían una negrura tachonada de puntos rojos. No pudo ver que el Ranger del Espacio se precipitaba hacia sus botas, revisaba los bolsillos con dedos veloces, cortaba el circuito magnético de la puerta y se deslizaba fuera de la habitación segundos antes de que la inevitable aglomeración se produjera. Y ya comenzaban a oírse gritos confusos de alarma. Los horticultores se acercaban.

La mano de Hennes aún le cubría los ojos cuando oyó a sus hombres. Pidió a gritos:

—¡Cojan esa cosa! ¡Cójanla! Está en la habitación. ¡No lo dejen escapar, por el amor de Marte, cobardes de botas negras!

Media docena de voces resonaron, respondiendo:

—No hay nadie en la habitación.

Alguien agregó:

—Huele a desintegrador, sin embargo.

Una voz firme y autoritaria interrumpió:

—¿Qué ocurre, Hennes? —Era el doctor Silvers.

—Intrusos —repuso Hennes, temblando de frustración y furia—. ¿Nadie lo ha visto? ¿Qué os ocurre? ¿Estáis...? —No pudo decir la palabra. Sus ojos parpadeantes estaban llenos de lágrimas y la luz enceguecedora comenzaba a abrirse paso en ellos. No pudo decir «ciegos».

Silvers preguntó:

—¿Quién era el intruso? ¿Puede describirlo? Y Hennes sólo sacudió la cabeza, sin esperanzas. ¿Cómo explicarle? ¿Cómo iba a hablarle de una pesadilla de humo que podía hablar y contra la cual una bala podía explotar antes de tocarla y sin dañarla, pero cegando al hombre que la había disparado?

El doctor James Silvers se dirigió hacia su habitación lleno de preocupación. Este tumulto que lo había arrancado de sus planes y análisis, este alboroto de hombres a su alrededor, la explicación inconsciente de Hennes, todo carecía de sentido para él: eran molestias mínimas. Sus ojos estaban fijos en el día de mañana.

No tenía fe en la victoria, ni tampoco en la eficacia de un embargo. Si los embarcos de víveres cesaban, si siquiera unos pocos en la Tierra alcanzaban a inventar sus propias teorías al respecto, los resultados podrían ser más aterradores que cualquier envenenamiento en masa.

Aquel joven, David Starr, tenía confianza, pero hasta el presente los actos del muchacho no le inspiraba ninguna. Su historia de un Ranger del Espacio revelaba pobreza de imaginación, estaba encaminada a despertar las sospechas de hombres como Hennes, a quienes hasta podría ocasionar la muerte. Había sido una fortuna para el jovencito que él, Silvers, hubiese llegado en el instante oportuno. Y no le había explicado los motivos de semejante situación, ni tampoco había hecho más que comunicarle sus planes de partir hacia la ciudad y luego regresar en secreto. Cuando Silvers había recibido la primera carta de Starr, de manos del hombrecito que se autodenominaba Bigman, en tremendo desafío a la verdad, se apresuró a pedir confirmación a la Central del Consejo en la Tierra. Y le habían respondido que David Starr debía ser obedecido en todo.

Pero cómo podría ese jovencito...

El doctor Silvers se detuvo. ¡Qué extraño! La puerta de su habitación, que dejara abierta en su prisa, aún estaba abierta, pero no había luz en el interior y recordaba que no la había apagado al salir, tenía presente su reflejo, a sus espaldas, en el momento de abandonar el cuarto, hacia la escalera.

¿Quién la habría apagado? ¿Sería por razones de economía? No, no era muy probable.

Dentro del cuarto sólo había silencio. Empuñó su desintegrador, empujó la puerta y se dirigió hacia el interruptor de la luz.

Una mano le tapó la boca.

Se resistió, pero el brazo era fuerte, musculoso, y la voz que sonó en sus oídos le resultaba familiar.

—Perdón, doctor Silvers. Sólo quería impedir que delatara mi presencia con una exclamación de sorpresa.

El brazo se apartó. El doctor Silvers inquirió:

—¿Starr?

—Sí. Cierre la puerta. Creo que su habitación será el mejor escondite en tanto se efectúe la búsqueda. De todos modos debo hablar con usted. ¿Dijo Hennes qué había sucedido?

—No, no del todo. ¿Está usted involucrado en la cuestión?

La sonrisa de David pasó inadvertida en la oscuridad.

—En alguna medida, doctor Silvers. Hennes recibió la visita del Ranger del Espacio y, en medio de la confusión, pude filtrarme hasta su habitación sin que nadie me haya visto, espero.

La voz del viejo científico se alzó, contra su propia voluntad:

—¿Pero qué dice usted? No estoy de humor para bromas.

—No bromeo. El Ranger del Espacio existe.

—Esto no servirá de nada. La historia no ha impresionado a Hennes y yo me merezco la verdad.

—Ahora impresionará a Hennes, estoy seguro, y usted tendrá la verdad mañana, cuando todo se aclare. Hasta entonces, no se preocupe. Ahora escúcheme: el Ranger del Espacio, como le he dicho, existe y es nuestra mayor esperanza. Nuestras cartas son pobres, malas y aunque sé quién está detrás del envenenamiento, el saberlo puede ser inútil. No se trata de un criminal o dos que intentan ganar unos millones mediante un chantaje imponente, sino que nos enfrentamos con un grupo bien organizado que pretende obtener el control de todo el Sistema Solar. Y esto puede continuar, estoy convencido, aun cuando logremos detener a los jefes, a menos que conozcamos los detalles de la conspiración y la detengamos inmediatamente.

Indíqueme al jefe —dijo Silvers con gesto adusto— y el Consejo se hará cargo de los detalles.

—Habrá poco tiempo —repuso David, también adusto—; tendremos que obtener la respuesta, toda la verdad, en menos de veinticuatro horas. Si tardamos más no podremos impedir la muerte de millones de seres humanos en la Tierra.

—¿Cuál es su plan, pues? —preguntó el doctor Silvers.

—En teoría sé quién es el envenenador y cómo lo hace. Para refutar la negativa por parte del envenenador necesitaré una prueba material. Y la he de obtener antes de que termine la noche. Para sonsacarle, aun así, la información necesaria, tendremos que quebrantar, por entero, su moral. Y para ello utilizaremos al Ranger del Espacio. En realidad, el proceso de quebrantamiento de la moral ya se ha iniciado.

—El Ranger del Espacio nuevamente. Lo tiene a usted fascinado. Si de verdad existe, si no es una estratagema suya de la que hasta yo deba ser víctima, ¿quién es y qué es? ¿Cómo sabe que no lo decepcionará?

—A nadie puedo revelar los detalles. Sólo puedo decirle que él está de parte de la humanidad. Confío en él como en mí mismo y asumo la total responsabilidad en cuanto a él. Usted ha de hacer lo que yo le pido, doctor Silvers, en este asunto, o le prevengo que no tendremos más alternativa que operar sin usted. La importancia de esta jugada es tan enorme que ni siquiera usted puede cruzarse en mi camino:

El tono de la voz no se prestaba a error por su firmeza. El doctor Silvers no podía ver la expresión del rostro de David en la oscuridad, pero tampoco le era imprescindible.

—¿Qué debo hacer?

—Mañana al mediodía usted se encontrará con Makian, Hennes y Benson. Lleve consigo a Bigman, en carácter de guardia personal. Es pequeño, pero es veloz y no sabe de miedos. Ponga el Edificio Central bajo custodia de los hombres del Consejo y hágalos armar con desintegrador de repetición y bombas de gases, como medida precautoria. Ahora bien, recuerde que entre las doce y quince y las doce y treinta la entrada principal debe estar sin guardia ni custodia. Yo garantizo la seguridad general. No manifieste sorpresa frente a nada de lo que ocurra luego.

—¿Estará presente usted?

—No. Mi presencia no será necesaria.

—¿Y qué ha de ocurrir?

—Habrá una visita del Ranger del Espacio. Él sabe lo que sé yo y, de su boca, la acusación sonará más tremenda para el criminal.

El doctor Silvers, a pesar de sí mismo, sintió que la esperanza crecía en su interior.

—¿Cree usted, entonces, que tendremos éxito?

Hubo un largo silencio. Luego David Starr respondió:

—¿Cómo asegurarlo? Sólo tengo esperanzas de que sea así.

Y se produjo un silencio más largo aún que el anterior. El doctor Silvers oyó un sonido leve, como si la puerta se hubiese abierto. Se volvió hacia el interruptor de la luz. El salón se inundó de claridad y el científico se halló solo.

15 - INTERVIENE EL RANGER DEL ESPACIO

David Starr se movió con tanta prisa como le fue posible. De la noche restaba muy poco. En parte, la excitación y las tensiones comenzaban a ceder y la honda fatiga que durante horas se había rehusado a reconocer lo invadía ahora.

Su pequeña linterna relampagueó aquí y allá. Ansiaba que lo que estaba buscando no se hallara bajo más cerraduras aún, porque de ser así tendría que utilizar la fuerza y nada le convenía menos que despertar a alguien en ese instante. No había caja de seguridad a la vista, ni otra cosa equivalente. Bueno y malo por igual. Lo que buscaba no tendría que hallarse fuera del alcance, pero bien podría no estar en la habitación.

Y sería una pena, sobre todo pensando en la forma tan cuidadosamente planeada a través de la cual obtuvo la llave. Las secuelas del plan no abandonarían a Hennes de modo inmediato.

David sonrió. En el primer momento él mismo se había sentido tan asombrado como Hennes. Sus palabras «yo soy el Ranger del Espacio» eran las primeras que articulaba a través del escudo de fuerza luego de la partida de las cavernas marcianas. No recordaba cómo había sonado su voz entonces; quizá no la había oído; quizá, bajo influencia marciana, sólo había percibido sus propios pensamientos y los de ellos.

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