—¿Cómo lo sabe usted? —preguntó Silvers.
—Porque Bigman no tiene los conocimientos necesarios para desarrollar y producir un nuevo veneno más virulento que cualquier otro conocido. No posee el laboratorio ni los conocimientos botánicos y bacteriológicos. No tiene acceso a los graneros de Wingrad. Todo esto, en cambio, es aplicable a Benson.
El agrónomo, con gruesas gotas de sudor en la frente, elevó su voz en una débil protesta:
—¿Qué intentas hacer? ¿Probarme tal como has probado a Bigman ahora mismo?
—No he probado a Bigman. En ningún momento he hecho una acusación contra él — dijo el Ranger del Espacio—. Lo acuso a usted, Benson. Usted es el cerebro y jefe del plan de envenenamiento.
—No; estás loco.
—Pues no, estoy bien cuerdo. Williams sospechaba de usted y me ha transmitido su sospecha.
—No tiene motivos; he sido enteramente franco con él.
—Demasiado franco. Usted ha cometido el error de decirle que opinaba que la fuente del veneno eran bacterias marcianas que se multiplicaban en los productos del huerto. Por sus conocimientos de agronomía, usted sabe que tal cosa es imposible. La vida marciana no es de naturaleza proteínica y no puede valerse para su crecimiento de las plantas terrestres, tal como nosotros no podemos alimentarnos de rocas. De modo que usted ha dicho una mentira deliberada y esto despertó las sospechas de Williams, quien se preguntó si usted mismo no habría obtenido un cultivo de bacterias marcianas. Ese cultivo podía ser venenoso. ¿Qué opina usted?
Benson estalló en una exclamación furibunda:
—¿Pero cómo podría yo esparcir el veneno? No tiene sentido.
—Usted tiene acceso a los embarques de la producción del huerto Makian. Luego de los primeros envenenamientos ha obtenido muestras en los graneros de la ciudad. Usted ha explicado a Williams con cuánto cuidado ha reunido muestras de distintos graneros, a distintas profundidades en cada uno de ellos. Usted le ha explicado que utilizaba un arpón especial, invento suyo, para recoger las muestras.
—¿Y qué hay de malo en ello?
—Mucho. He utilizado las llaves que anoche robé a Hennes para entrar en el único sitio del huerto que siempre se conserva cerrado: su laboratorio. Allí he hallado esto. —Alzó un pequeño objeto metálico hacia la luz.
—¿Qué es eso, Ranger del Espacio? —preguntó el doctor Silvers.
—Es el colector de muestras de Benson; ajusta perfectamente en el extremo de su arpón. Vea cómo funciona.
El Ranger del Espacio presionó un diminuto botón en un lado.
—Al disparar el arpón se zafa este cierre de seguridad, así. Ahora observemos.
Un sonido debilísimo se dejó oír. Luego de cinco segundos el sonido cesó; el extremo del colector estaba abierto, se mantuvo así durante un segundo y luego se cerró.
—Así es como funciona —exclamó Benson—, no es ningún secreto.
—No, desde luego —dijo el Ranger del Espacio con voz severa—. Usted y Hennes han discutido largamente acerca de Williams. Usted no ha tenido el valor de permitir que lo asesinaran. Por último, ha llevado su arpón para que Williams lo viera; si se traicionaba a la vista del objeto, usted ya no dudaría. Y no ocurrió, pero Hennes no quiso aguardar más. Zukis fue enviado a matarlo.
—¿Pero qué hay de malo en el colector? —insistió Benson.
—Veamos otra vez cómo funciona. Pero usted, doctor Silvers, observe qué ocurre ahora sobre el lado del colector que quedará frente a su vista.
El doctor Silvers se inclinó sobre la mesa, la mirada atenta. Bigman había desenfundado el desintegrador y vigilaba a Benson y a Hennes. Makian estaba de pie, con las mejillas encarnadas.
Una vez más el colector fue disparado, una vez más la pequeña boca se abrió. Mientras todos observaban el punto indicado, una pieza metálica se deslizó dejando a la vista una depresión que contenía una sustancia gomosa.
—De este modo —dijo el Ranger del Espacio— cada vez que Benson cogía una muestra, unos pocos granos de trigo, una fruta o una hoja de lechuga quedaban impregnados con esa goma incolora, un extracto venenoso de bacterias marcianas. Es un simple veneno, sin duda, que no es afectado por los procesos de cocimiento posteriores y que puede ir a dar a un trozo de pan, una pieza de jamón o un bote de alimento para niños. Método astuto y diabólico.
Benson aporreaba la mesa con el puño.
—¡Es mentira! Es una maldita mentira.
—Bigman —ordenó el Ranger del Espacio—, hazlo callar y no te muevas de su lado.
—Ranger del Espacio —protestó el doctor Silvers—, usted ha expuesto su explicación del caso, pero debe permitir que el hombre se defienda.
—No hay tiempo, y una prueba satisfactoria, incluso para usted, aparecerá muy pronto.
Bigman utilizó su pañuelo para amordazar a Benson. El agrónomo se resistió, por unos segundos, pero luego un golpe en su cráneo con la empuñadura del desintegrador de Bigman lo tranquilizó.
—La próxima vez —advirtió Bigman—, el golpe será más duro, y quizá lo deje malparado.
El Ranger del Espacio se puso de pie.
—Todos ustedes han sospechado, o fingido sospechar, de Bigman cuando me he referido a un hombre con complejo de inferioridad por ser pequeño. No sólo de estatura se puede ser pequeño. Bigman compensa su físico diminuto con su valentía y expresando de viva voz sus opiniones personales. Aquí, los hombres le respetan por ello. Benson, en cambio, aquí en Marte, entre hombres de acción, se ha hallado con que se le desprecia como «horticultor de escuela», se le ignora como a un individuo débil y es mal visto por hombres a los que considera sus inferiores. Y ha sido incapaz de compensar la situación por otra vía que no fuese el asesinato más cobarde: ésta es la peor especie de pequeñez.
»Pero Benson es un enfermo mental. Obtener de él una confesión será difícil, tal vez imposible. Con todo, Hennes puede servir muy bien como fuente de conocimiento de las futuras actividades de los envenenadores. Nos dirá en qué lugar exacto de los asteroides hallaremos a sus compinches. Nos dirá dónde está escondido el veneno que estaba por utilizar esta medianoche. Podrá decirnos muchas cosas.
Hennes hizo un gesto de burla.
—Nada puedo decirte y no te lo diré. Si nos asesinas a Benson y a mí, ahora mismo, el proceso proseguirá como si estuviésemos vivos. Haz lo que te parezca mejor.
—¿Hablarás —preguntó el Ranger del Espacio— si garantizamos tu seguridad personal?
—¿Quién creerá en lo que tú garantices? —respondió Hennes—. Me reafirmaré en lo que ya he dicho. Soy inocente. Matarnos no te servirá de nada.
—Sabes bien que si te niegas a hablar, millones de hombres, mujeres y niños morirán.
Hennes se encogió de hombros.
—Está bien —dijo el Ranger del Espacio—. He sabido algo acerca de los efectos del veneno marciano elaborado por Benson. Una vez en el estómago, la absorción se produce de prisa; los nervios de los músculos del pecho se paralizan; la víctima no puede respirar. Una dolorosa estrangulación que sólo dura unos cinco minutos. Por supuesto, sólo si el veneno ha llegado al estómago.
El Ranger del Espacio, al decir las últimas palabras, extrajo de su bolsillo una diminuta píldora de cristal. Abrió el colector e introdujo la píldora hasta que una capa gomosa oscura recubrió el brillo del cristal.
—Ahora bien —dijo—, si el veneno se sitúa en la parte posterior de los labios, el proceso será distinto. Será absorbido con mayor lentitud y su efecto será gradual. Makian —interpeló de pronto—, ahí está el hombre que te ha traicionado, que ha utilizado tu huerto para organizar el envenenamiento de seres humanos y la ruina de los sindicatos de horticultores. Amárralo a la silla.
El Ranger del Espacio arrojó una varilla plástica sobre la mesa. Makian, con un grito de bestia furiosa y acorralada, se precipitó hacia Hennes. Por unos minutos la ira le devolvió algo de la fuerza de su juventud; Hennes luchó en vano contra él.
Cuando Makian se alejó, Hennes estaba amarrado a la silla, los brazos cruzados por detrás de la espalda tenían las muñecas unidas con una estrecha ligadura.
Entre jadeos roncos, Makian amenazó:
—Después que hayas hablado, tendré el placer de hacerme justicia con mis manos.
El Ranger del Espacio rodeó la mesa, aproximándose a Hennes con lentitud; entre el índice y el pulgar de su mano derecha llevaba la píldora de cristal untada de veneno. Hennes intentó huir. Al otro lado de la mesa, Benson se revolvió con desesperación, pero lo aquietó un fuerte golpe del puño de su custodia.
El Ranger del Espacio cogió el labio inferior de Hennes y al llevarlo hacia adelante, descubrió los dientes. El capataz intentó desviar la cabeza, pero los dedos del Ranger del Espacio estrecharon su presión, y se oyó un gemido de dolor.
La pelotilla de cristal cayó en el espacio entre dientes y labio.
—Supongo que transcurrirán diez minutos antes de que absorbas, a través de los tejidos de la boca, el veneno necesario para que comiences a sentir sus efectos. Si aceptas mi ofrecimiento y hablas, te quitaré la píldora y te podrás lavar la boca. Si no aceptas, el veneno actuará con lentitud. En forma gradual te será más y más difícil y penoso respirar y, por último, al cabo de una hora, morirás de muy lenta estrangulación. Y si mueres, nada habrás logrado, porque la demostración ha de ser muy didáctica para Benson y le arrancaremos la verdad a él.
Gotas pesadas de sudor bañaban las sienes y caían por las mejillas de Hennes. En el fondo de su garganta resonaron sonidos de ahogo.
El Ranger del Espacio, paciente, aguardaba.
Hennes, de pronto, gritó:
—Hablaré. Hablaré. ¡Quítamela! ¡Quítamela!
Las palabras no sonaban claras a través de sus labios encogidos, pero su decisión y el terror estaban claros en cada línea de su rostro.
—¡Estupendo! Será mejor que tome usted notas, doctor Silvers.
Tres días más tarde el doctor Silvers se entrevistaba con David Starr. Había dormido poco en esos días y se encontraba cansado, pero no tanto como para no saludar a David con alegría. Bigman, que no se había apartado de Silvers en ese período, también fue efusivo en su saludo.
—Todo ha resultado bien —dijo Silvers—. Ya debe de haberse enterado usted, sin duda. Ha resultado increíblemente bien.
—Lo sé —repuso David, sonriente—. El Ranger del Espacio me lo ha dicho.
—Es decir que usted se ha visto con él.
—Hace unos minutos.
—Desapareció casi inmediatamente, días pasados. Lo he mencionado en mi informe; debía hacerlo, por supuesto. Pero me ha resultado extraño. En fin, aquí están Bigman y Makian como testigos.
—Y yo mismo.
—Sí, claro. Bien, todo se ha solucionado. Ya conocemos los almacenes en que se guardaba el veneno y hemos barrido los asteroides. Habrá un par de docenas de sentencias de muerte y el trabajo de Benson, en última instancia, será beneficioso. Sus experimentos sobre vida marciana, a su modo, son revolucionarios. Toda una serie nueva y completa de antibióticos será el resultado de sus intentos de envenenar a la Tierra y someterla. Si ese pobre tonto hubiese tenido un objetivo científico, habría terminado por ser un gran hombre. Por fortuna la confesión de Hennes lo ha detenido.
—Esa confesión —dijo David— fue cuidadosamente planeada para ello. El Ranger del Espacio minó el espíritu de Hennes a partir de la noche anterior a la reunión.
—Oh, creo que ningún ser humano tendría el valor de afrontar la posibilidad de envenenar a Hennes. Porque, ¿qué habría sucedido si Hennes hubiera resultado inocente? El peligro que corrió el Ranger del Espacio ha sido enorme.
—No, no lo hubo, porque no hubo veneno. Benson lo sabía. ¿Supone usted que Benson dejaría su colector en el laboratorio; con veneno dentro, de modo que sirviese de prueba contra él? ¿Cree usted que él guardaba veneno en lugares donde se podría hallar por accidente?
—Pero el veneno en la bolilla...
—Era gelatina normal, sin sabor. Benson sabía que se trataba de una estratagema. Por eso fue que el Ranger del Espacio no intentó sonsacarle una confesión a él. Por eso lo hizo amordazar, para impedirle que advirtiera a Hennes, que se habría dado cuenta del artilugio, de no haber mediado su pánico enceguecido.
—Oh, tendrían que arrojarme al espacio —dijo el doctor Silvers, con aire azorado.
Aún se acariciaba el mentón cuando pidió excusas y se marchó a su habitación.
David Starr preguntó a su amigo:
—¿Qué harás ahora, Bigman?
—El doctor Silvers me ha ofrecido empleo permanente en el Consejo. Pero creo que no aceptaré.
—¿Por qué no?
—Te lo diré, joven Starr. Se me ha ocurrido que iré contigo adonde tú vayas, después de esto.
—Pues no iré más que a la Tierra —dijo David.
Estaban solos, pero Bigman miró con cautela a sus espaldas antes de hablar.
—Pues supongo que irás a muchos otros lugares más..., Ranger del Espacio.
—¿Qué?
—Ranger del Espacio, sí. Lo he sabido desde que te he visto entrar en medio de esa luz y ese humo. Por eso no te he tomado en cuenta cuando parecía que me acusabas de ser el envenenador.
Su rostro se cubrió con una enorme sonrisa.
—¿Sabes de qué estás hablando?
—Pues sí. No podía ver tu cara ni los detalles de tu ropa, pero llevabas botas altas y la estatura y el peso coincidían.
—Eso. Coincidencia.
—Quizá. No he logrado ver el dibujo de las botas, pero algo he podido adivinar: los colores, por ejemplo. Y tú eres el único horticultor que yo haya visto en mi vida capaz de usar nada más que blanco y negro.
David Starr echó la cabeza atrás y rió con ganas.
—Has acertado. ¿De verdad quieres acompañarme?
—Me sentiré orgulloso si me aceptas —dijo Bigman.
David tendió su mano y, tras el apretón, dijo:
—Juntos, pues, adondequiera que vayamos.