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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

El Ranger del Espacio (14 page)

BOOK: El Ranger del Espacio
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David sonrió aun cuando le era difícil soportar el roce de sus ropas contra la piel inflamada, mientras marchaba sobre el terreno marciano. Fríos y poco emotivos se habían mostrado los nativos de Marte al arriesgar así su vida, pero el joven experimentaba un fuerte sentimiento de simpatía hacia ellos. Había pensado con la prisa suficiente como para salvarse, pero no era cuestión de sentirse orgulloso: debió pensar en la máscara mucho antes.

El escudo de fuerza que lo rodeaba estaba facilitando su marcha. Comprobó que el campo de fuerza cubría también las suelas de sus botas, de modo que éstas no tocaban el suelo marciano, sino que se mantenían un par de centímetros más arriba. Su impulsión a partir de la superficie era elástica; avanzaba como movido por cien muelles de acero. Unida a la baja gravedad, esta circunstancia le permitía salvar la distancia que lo separaba de la cúpula a largas y flexibles zancadas.

Iba de prisa. Más que nada, en ese momento experimentaba la necesidad urgente de un baño tibio.

Cuando David llegó junto a una de las entradas de la cúpula del huerto, lo peor de la tormenta y los rayos de luz que emitiera su escudo de fuerza se habían disuelto en ocasionales chispas. Ya podía quitarse la máscara protectora.

Cuando la entrada se abrió para él, primero hubo miradas, luego gritos y exclamaciones, a medida que los horticultores dejaban su tarea y se precipitaban a recibirle.

—¡Por la rotación de Júpiter, es Williams!

—¿Dónde te habías metido, chico?

—¿Qué ha sucedido?

Y por encima de los gritos confusos, de las preguntas formuladas todas a una, predominó una voz estridente:

—¿Cómo has logrado atravesar la tormenta de polvo?

La pregunta se impuso por sobre el vocerío, flotó en el aire en medio del silencio. Alguien dijo, luego:

—Mírale la cara. Parece un tomate pelado.

Era una exageración, pero contenía un grado de veracidad que impresionó a todos los presentes. Muchas manos se tendieron hacia el cuello de su mono, que estaba ajustado a su garganta, como protección contra el frío marciano. Le alcanzaron un asiento; alguien llamó a Hennes.

Diez minutos más tarde se presentó el capataz; saltó de la plataforma móvil con un aspecto entre fastidiado e iracundo. No dejó ver signos de alivio ante el regreso de uno de sus empleados. En cambio vociferó:

—¿Qué es lo que sucede, Williams?

David levantó los ojos y repuso, fríamente:

—Es que me he perdido.

—¿Así llamas tú a irse por dos días? ¿Así que estabas extraviado? ¿Qué ha ocurrido?

—Creo que salí a dar un paseo y me alejé mucho.

—¿Has pensado que necesitabas tomar un poco de aire y has caminado durante dos noches marcianas? ¿Supones que te creeré?

—¿Ha desaparecido algún arenauto?

Al ver que Hennes enrojecía de irritación, uno de los horticultores se interpuso.

—Está fuera de combate, señor Hennes. Ha tenido que atravesar la tormenta de polvo.

—No seas tonto —exclamó Hennes—. De haber estado en la tormenta, no se hallaría aquí, ahora, vivo y sentado.

—Pues sí que lo sé —repuso el hombre—, pero mírelo usted.

Hennes le echó una mirada. El enrojecimiento de la parte inferior de la cara y del cuello era un hecho inapelable.

—¿Has estado en la tormenta? —preguntó.

—Así es —respondió David.

—¿Cómo has logrado atravesarla?

—He visto a un hombre —dijo David—. Un hombre de humo y luz. El polvo no le molestaba; me ha dicho que su nombre es Ranger del Espacio.

Los hombres se iban acercando. Hennes giró hacia ellos, furioso, el rostro encarnado y violento.

—¡Por el Espacio, fuera de aquí! —gritó—. Volved al trabajo. Y tú, Jonnitel, vete a buscar un arenauto.

Transcurrió una hora antes de que a David le fuera permitido tomar el baño caliente por el que todo su cuerpo clamaba. Hennes prohibió que los demás horticultores se le acercaran. Una y otra vez, mientras medía a zancadas su propia oficina, se detuvo y giró con furia, para preguntar a David:

—¿Qué hay con ese Ranger del Espacio? ¿Dónde le has encontrado? ¿Qué te ha dicho? ¿Qué ha hecho? ¿Qué es eso de humo y luz?

A todo esto David sólo sacudía apenas la cabeza y repetía:

—Quería dar un paseo. Me he perdido. Un hombre que ha dicho llamarse Ranger del Espacio me ha traído de regreso.

Hennes cejó, por el momento. El médico del huerto se hizo cargo de él. David consiguió su baño caliente. Le untaron la piel con cremas, le inyectaron las hormonas adecuadas. Tampoco pudo evitar la inyección de soporite; pero estaba dormido ya antes de que le retirasen la aguja.

Despertó. Se hallaba entre sábanas limpias y tibias, en el sector destinado a enfermería. El enrojecimiento de la piel había cedido en intensidad. Volverían a estrecharle a preguntas, lo sabía, pero sólo necesitaba mantenerlos alejados por un breve lapso.

Estaba seguro de poseer la respuesta para el enigma del envenenamiento de la comida, ahora; la respuesta casi completa. Le faltaban una o dos piezas sueltas y, por supuesto, la prueba legal.

Unos pasos leves sonaron tras su cama, cada vez más lentos. ¿Comenzarían tan prontamente? Pero era Benson, que se adelantó hasta el campo visual de David. Benson; labios fruncidos, el cabello escaso en desorden, el rostro convertido en imagen de preocupación. Traía en la mano algo similar a un antiguo y rústico revolver. Con voz susurrante preguntó:

—¿Estás despierto, Williams?

—Ya ve usted que si —respondió el joven.

Benson se enjugó unas gotas de sudor en la frente con el dorso de la mano.

—No saben que estoy aquí. Supongo que no está permitido verte.

—¿Por qué?

—Hennes se ha convencido de que tú estás enredado en esto del envenenamiento. Ha querido convencernos a Makian y a mí mismo de eso. Asegura que has estado afuera, quién sabe dónde, y que no has dicho más que tonterías al respecto. Por mucho que yo haga, te hallas en una situación difícil.

—¿Por mucho que usted haga? ¿Cree usted en la teoría de Hennes sobre mi complicidad en el asunto?

Benson se inclinó hacia su rostro y David sentía el aliento cálido sobre su piel, mientras él murmuraba:

—No, no lo creo. No lo creo porque estimo que lo que cuentas es verdad. Por eso he venido. Quiero hacerte alguna pregunta acerca de esa criatura de que hablas, de esa que dices haber visto cubierta de humo y luz. ¿Estás seguro de que no se trata de una alucinación, Williams?

—Lo he visto con mis ojos —aseguró David.

—¿Cómo sabes que era humano? ¿Te ha hablado en lengua internacional?

—No me ha hablado, pero tenía forma humana. —Los ojos de David recorrieron las facciones de Benson—. ¿Piensa usted que se trataría de un marciano?

Los labios de Benson se plegaron en una sonrisa espasmódica.

—Ah, recuerdas mi teoría. Sí, creo que era un marciano. Piensa, muchacho, ¡piensa! Se están mostrando abiertamente ahora y hasta la mínima información puede ser vital; o sea que nuestro tiempo es muy breve.

—¿Por qué es breve nuestro tiempo? —David se apoyó en un codo.

—Es que no sabes lo que ha ocurrido desde tu partida de aquí. Te aseguro, Williams, que todos nos hallamos sumergidos en la desesperación, ahora. —Le indicó el objeto similar a un revólver y preguntó, lleno de amargura—:

¿Sabes qué es esto?

—Se lo he visto a usted antes de ahora.

—Es mi arpón de muestras; lo he diseñado yo. Lo llevo conmigo cuando voy a los depósitos de grano en la ciudad. Dispara una pelotilla hueca unida por un cordel metálico al caño del revólver. Digamos que debo coger una muestra de cereal; unos momentos después del disparo se abre en la pelotilla un orificio que permite que los granos penetren en ella y la llenen. A continuación la pelotilla se cierra y yo la recupero y retiro la muestra tomada al azar. Si varío el tiempo después del cual se abre la pelotilla, puedo coger muestras a diversas profundidades del depósito.

—Muy ingenioso —dijo David—, pero ¿por qué lo lleva usted ahora?

—Porque pienso arrojarlo en la unidad de eliminación de basura, una vez que haya salido de aquí. Era mi única arma contra los envenenadores; hasta el presente no me ha servido de nada y en el futuro, sin duda tampoco me servirá.

—¿Qué ha ocurrido? —David se aferró al hombro de Benson, con fuerza—. Dígame.

El científico reprimió una mueca de dolor.

—Cada miembro del sindicato de horticultores ha recibido una nueva carta de quienquiera que sea el que está detrás de esto del envenenamiento. Es indudable que las cartas y el envenenamiento son obra de los mismos hombres o entidades. Las cartas lo admiten ahora.

—¿Y qué dicen?

Benson se encogió de hombros.

—¿Qué importancia tienen los detalles? Pero lo que exige es una completa rendición por parte nuestra, o el ataque se multiplicará por mil próximamente. Creo que esto se puede hacer y que se hará, y si así sucede, la Tierra y Marte, y todo el sistema solar estarán poseídos por el pánico.

Antes de proseguir, Benson se puso de pie.

—Les he dicho a Makian y Hennes que creo en tu palabra, que tu Ranger del Espacio es la clave de todo este asunto, pero no me han creído. Hasta me parece que Hennes sospecha que estoy complicado contigo.

Y quedó absorto en sus propios problemas.

David preguntó:

—¿Cuánto tiempo nos resta, Benson?

—Dos días. No, fue ayer. Ahora tenemos treinta y seis horas. ¡Treinta y seis horas!

David se vería obligado a trabajar de prisa. Muy de prisa. Aunque quizá el tiempo bastara. Sin saberlo, Benson le había presentado la pieza perdida del enigma.

13 - EL CONSEJO SE HACE CARGO

Benson se fue unos diez minutos más tarde. Nada de lo que David le dijo le satisfizo en cuanto a sus teorías que conectaban a los marcianos con el envenenamiento y su inquietud crecía a ojos vista.

—No quiero que Hennes me sorprenda aquí —dijo—. Hemos tenido... una discusión.

—¿Y qué hay con Makian? Está de nuestro lado, ¿verdad?

—No lo sé. Quedará arruinado pasado mañana. No creo que le reste energía para hacer frente a Hennes. Mira, es mejor que me vaya. Si se te ocurre algo, cualquier cosa que sea, házmelo saber de algún modo. ¿Lo harás?

Tendió la mano y David apenas se la estrechó. Benson se alejó.

David se sentó en la cama. Su propia inquietud había crecido desde el momento en que despertara. Su ropa estaba sobre una silla, al otro extremo de la habitación. Sus botas estaban junto a la cama, las canas erguidas. No se había atrevido a revisarlas en presencia de Benson, apenas las había mirado.

Quizá, pensó con desasosiego, no las habrían revisado. Las botas altas de un horticultor son inviolables; después del robo de un arenauto en el desierto, robar las botas de un horticultor era el crimen más severamente castigado. En el momento de su muerte, todo horticultor era enterrado con sus botas, sin que nadie osara registrarlas antes.

David registró el bolsillo interno de. cada bota y sus dedos no hallaron nada. En uno de los bolsillos había guardado un pañuelo y en el otro unas monedas. Sin lugar a dudas habían revisado su ropa; si bien lo había previsto, en apariencia no había pensado que el registro incluiría las botas. Contuvo el aliento; su brazo se introdujo en una de las cañas. La suave piel le llegó hasta la axila y luego cedió; sus dedos se estiraron hasta la punta. Un rayo de pura alegría le llenó la cara cuando palpó el suave material de la máscara marciana.

Allí la había ocultado mientras se hacían los preparativos para su baño, pero no había pensado en el soporite. Era puro azar, pura suerte, que no hubiesen revisado la punta de las botas. Tendría que ser más precavido en adelante.

Puso la máscara en un bolsillo de una bota y lo cerró. Cogió las botas; brillaban: alguien las había limpiado durante su sueño, como muestra de buena voluntad, y esto denotaba el instintivo respeto que el horticultor experimenta hacia las botas, sean de quien sean.

Sus ropas habían pasado por la vaporización de lavado. Las fibras plásticas brillantes que componían el tejido olían a nuevo. Todos los bolsillos estaban vacíos, por supuesto, pero bajo la silla estaban todas sus pertenencias cuidadosamente apiladas. Nada echó de menos. El pañuelo y las monedas de los bolsillos de sus botas también estaban allí.

David se puso su ropa interior, los calcetines, el mono y, por último, las botas. Se ajustaba el cinturón en el instante en que un individuo de barba oscura apareció en la puerta.

David levantó los ojos. Fríamente preguntó:

—¿Qué quieres, Zukis?

—¿Dónde te crees que irás, terrestrito? —preguntó a su vez el horticultor. Sus ojos parpadeaban nerviosamente y, para David, la expresión de ese rostro era la misma del primer día en que lo había visto. Recordaba con exactitud el arenauto de Hennes, junto a la Oficina de Empleos en Horticultura; recordaba el instante en que, al ocupar el asiento trasero del vehículo, ese rostro barbado le había clavado una mirada iracundo, cuando ya el disparo lo había inmovilizado y no podía defenderse.

—No iré a ningún lugar —dijo David— que requiera tu permiso.

—¿Ah, sí? Te equivocas, chico, porque no te moverás de aquí. Órdenes de Hennes.

Zukis bloqueaba la puerta con su cuerpo. Dos desintegradores estaban bien a la vista, a cada lado del cinturón del individuo.

Transcurrió un instante antes que la barba pringosa de Zukis se partiera en dos, en una sonrisa amarillenta.

—¿Es que has cambiado de parecer, terrestrito?

—Quizá —respondió David. Y luego añadió—: alguien ha venido a verme ahora mismo. ¿Cómo ha sido posible? ¿No estabas vigilando?

—Calla —gruñó Zukis.

—¿O es que te han pagado para que mirases hacia otra parte por un momento? A Hennes tal vez no le agradará eso.

Zukis lanzó un escupitajo a un centímetro de las botas de David.

—¿Quieres poner a un lado tus desintegradores y repetir la hazaña?

—Cuídate si te interesa vivir, terrestrito —dijo Zukis.

Cerró la puerta tras de sí, con dos vueltas de llave. Transcurrieron algunos minutos y hubo un sonido metálico al otro lado de la puerta, que se abrió nuevamente. Zukis traía una bandeja en sus manos. Amarillo de calabaza, verde de algún vegetal.

—Ensaladilla —dijo Zukis—. Más que suficiente para ti.

Un pulgar ennegrecido asomaba por sobre un extremo de la bandeja. El otro extremo se apoyaba sobre la parte interna de la muñeca, de modo que la mano del horticultor estaba cubierta.

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