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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

El retorno de los Dragones (10 page)

BOOK: El retorno de los Dragones
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Tanis lo observó con envidia. A pesar de estar rendido de cansancio, le resultaba muy difícil relajarse lo suficiente para conciliar el sueño. Todos estaban dormidos menos Caramon, que vigilaba a su hermano. El semielfo se acercó a él.

—Descansa —le susurró—, yo cuidaré de Raistlin.

—No —le contestó el guerrero y, alargando el brazo, arropó cuidadosamente a su hermano—. Puede necesitarme.

—Pero tienes que descansar un poco.

—Lo haré —Caramon hizo una mueca—. Intenta descansar tú, niñera. Tus niños están perfectamente, incluso el enano ha entrado en calor.

—No es necesario que le cuide. Sus ronquidos se deben oír hasta en Solace. Bien, amigo mío, este encuentro no ha resultado tal como lo planeamos hace cinco años.

—Nada es como hace cinco años.

Tanis le dio un golpecillo en el brazo y luego se acostó arropándose con la capa. Al poco rato se quedó dormido.

La noche transcurrió lentamente para los que estaban de guardia. Caramon relevó a Sturm y Tanis al guerrero. La lluvia arreció durante toda la noche y sopló un viento que moteó el lago de blanco. Los rayos zigzagueaban en la oscuridad como árboles en llamas y no cesaba de tronar. Al irrumpir el día, la tormenta fue amainando y el semielfo contempló el amanecer frío y gris. Dejó de llover, pero en el cielo aún flotaban nubes bajas de tormenta y el sol no apareció. Tanis comenzó a impacientarse. Se dio cuenta de que en el norte se estaban concentrando nubes tormentosas. En otoño ese tipo de tormenta era muy poco frecuente y aún lo era menos el hecho de que viniese del norte pues, generalmente, el viento soplaba del este, a través de las Llanuras. Sensible a los hábitos de la naturaleza, aquel clima tan extraño preocupó tanto a Tanis como a Raistlin le había preocupado la desaparición de las constelaciones. A pesar de lo temprano de la hora, sintió la urgencia de partir y entró en la gruta para despertar a los demás.

En aquel gris amanecer, la caverna estaba fría y siniestra a pesar del trepidante fuego. Goldmoon y Tasslehoff estaban preparando el desayuno y Riverwind, en el fondo de la cueva, sacudía la capa de pieles de Goldmoon. Al entrar en la caverna Tanis observó que el bárbaro estaba a punto de decirle algo a Goldmoon, pero se calló, conteniendo sus palabras y mirándola intencionadamente mientras continuaba con su trabajo. Goldmoon mantuvo baja la mirada, su rostro estaba pálido y parecía preocupada. «El bárbaro se arrepiente de no haberse podido controlar anoche», pensó Tanis.

—Lo siento, pero queda muy poca comida —dijo Goldmoon echando unos cereales en una olla de agua hirviendo.

—La despensa de Tika no estaba muy equipada —añadió Tasslehoff disculpándose—. Nos queda una barra de pan, un poco de carne seca, medio queso rancio y harina de avena. Seguramente Tika come fuera de casa.

—Riverwind y yo no hemos traído provisiones —dijo Goldmoon—; en realidad, no esperábamos hacer este viaje.

Tanis estuvo a punto de preguntarle algo más sobre la Vara y la canción que había cantado en la posada, pero el olor de la comida los había despertado a todos. Caramon bostezó, se desperezó y se puso en pie acercándose a la olla.

—¡Harina de avena! ¿No hay nada más?

—Aún habrá menos para la cena —sonrió Tasslehoff—. Apriétate el cinturón. De todas formas, estabas engordando.

El guerrero suspiró profundamente con expresión sombría.

El escaso desayuno en el frío amanecer no fue muy alegre. Sturm no quiso comer nada y salió afuera a montar guardia. Se sentó en una roca y observó preocupado las finas líneas que las oscuras nubes trazaban sobre la quieta superficie del lago. Caramon devoró su ración en un segundo, luego se tragó la de su hermano y después la de Sturm cuando éste salió de la gruta. Después, el guerrero contempló ansioso a los demás.

—¿Vas a comerte esto? —preguntó señalando la parte de pan que le correspondía a Flint. El enano arrugó la frente y Tasslehoff, viendo que la mirada del guerrero rondaba por su plato, se tragó su trozo de pan, atragantándose por la prisa. «Por lo menos eso le mantiene callado», pensó Tanis, gustoso de descansar de la aguda voz del kender durante un rato. Desde que se habían despertado, Tasslehoff no había dejado de chillarle a Flint sin piedad alguna, llamándole «capitán» y «compañero de a bordo», preguntándole el precio del pescado y cuánto costaría transportarlo en barca al otro lado del lago. Al final Flint le lanzó una piedra y Tanis envió al kender a lavar las cacerolas al lago.

El semielfo se dirigió al fondo de la caverna.

—¿Cómo te encuentras esta mañana, Raistlin? Pronto tendremos que irnos de aquí.

—Estoy mucho mejor —le contestó el mago con su voz suave y sibilante mientras bebía un brebaje de hierbas que él mismo se había preparado y que consistía en unas hojas pequeñas y plumosas que flotaban en agua hirviendo y despedían un olor tan acre y amargo que hacía que Raistlin arrugara la cara al beberlo.

Tasslehoff regresó saltando, haciendo resonar estrepitosamente las ollas y platos de hojalata. Tanis apretó los dientes y, cuando se disponía a reñir al kender, cambió de idea, convencido de que no solucionaría nada.

Al ver la tensa expresión del rostro de Tanis, Flint le quitó a Tasslehoff los potes y cacerolas, y comenzó a guardarlos.

—Compórtate —le susurró—; si no, te agarraré por la coleta y te colgaré de un árbol para que sirva de aviso a todos los kenders...

Tasslehoff alargó el brazo y sacó algo de la barba del enano.

—¡Mira! —le dijo sosteniéndolo en alto con regocijo.

—¡Algas! —Flint, rugiendo, intentó agarrar al kender, pero éste se escurrió con agilidad.

Se oyó un crujido en la maleza y Sturm apareció en la entrada de la gruta con expresión severa y sombría.

—¡Ya basta! —exclamó mirando furioso a Flint y a Tasslehoff, con los bigotes temblando. Mirando a Tanis, dijo—: Podía oírles claramente desde el lago. Conseguirán que todos los goblins de Krynn se nos echen encima. Tenemos que salir de aquí. ¿Hacia dónde nos dirigiremos?

Sobrevino un tenso silencio. Todos dejaron lo que estaban haciendo y miraron a Tanis, a excepción de Raistlin, que estaba limpiando su copa minuciosamente con un trapo blanco y que continuó haciéndolo sin levantar la mirada, como si la cuestión no le interesase lo más mínimo.

Tanis suspiró y se rascó la barba.

—Sabemos que el Teócrata de Solace es un hombre corrupto que está utilizando a los goblins para conseguir hacerse con el poder y, si tuviese la Vara, la utilizaría en beneficio propio. Durante años hemos estado buscando una señal de los verdaderos dioses y parece que hemos encontrado una; no estoy dispuesto a entregársela a ese farsante. Tika dijo que los Buscadores de Haven seguían en pos de la verdad; quizás ellos puedan decirnos algo sobre la Vara, de dónde viene y qué poderes tiene. Tasslehoff, dame el mapa.

El kender vació varias de sus bolsas sobre el suelo y al final encontró el pergamino que le pedían.

—Estamos aquí, en la ribera oeste de Crystalmir —prosiguió Tanis —. Al norte y al sur se extienden las laderas de las montañas Kharolis que limitan el valle de Solace. En ninguna de las dos cadenas existe un paso conocido, a excepción del paso Gateway al sur de Solace...

—Que seguramente estará vigilado por los goblins —murmuró Sturm—. Existen pasos en el noreste...

—¡Tendríamos que volver a cruzar el lago! —exclamó Flint horrorizado.

—Sí. —La expresión de Tanis era severa—. Habría que cruzar el lago, pero esos pasos conducen a las Llanuras y no creo que queráis tomar esa dirección —dijo mirando a Goldmoon y a Riverwind—. El camino del oeste va hacia Haven a través de los picos Sentinel y del cañón Shadow; creo que ésa es la ruta que debemos tomar.

Sturm frunció el ceño.

—¿Y qué sucederá si los Buscadores de Haven son tan terribles como los de Solace?

—Entonces continuaremos hacia el sur, hacia Qualinesti. —¿ Qualinesti? —preguntó Riverwind enojado—. ¿La tierra de los elfos? ¡No! A los humanos les está prohibida la entrada y además es un camino secreto...

La discusión se vio interrumpida por un sonido áspero y sibilante. Todos se volvieron hacia Raistlin.

—Existe un camino —dijo en un tono bajo y burlón, sus ojos centelleaban a la fría luz del amanecer—. Las sendas del Bosque Oscuro llevan directamente a Qualinesti.

—¿El Bosque Oscuro? —repitió Caramon alarmado—. ¡No, Tanis!

El guerrero negó con la cabeza.

—No me asusta luchar contra los vivos..., pero contra los muertos...

—¿Los muertos? —preguntó Tasslehoff con curiosidad—. Cuéntame, Caramon...

—Cállate, Tasslehoff —le gritó Sturm—. El Bosque Oscuro es la locura. Nadie ha regresado de allí jamás. Raistlin, ¿estarías dispuesto a que corriésemos ese riesgo?

—¡Esperad! —Tanis habló secamente. Todos callaron, incluso Sturm guardó silencio. El caballero contempló el rostro sereno y pensativo de Tanis, aquellos ojos almendrados que poseían la sabiduría acumulada durante años y años de búsqueda. En muchas ocasiones se había preguntado por qué aceptaba el liderazgo de Tanis; después de todo, no era más que un semielfo bastardo. No provenía de sangre noble, no llevaba armadura ni ningún escudo o emblema prestigioso. A pesar de ello, Sturm lo seguía, lo quería y respetaba como nunca había respetado a hombre alguno.

Para el caballero la vida era un oscuro sudario, sólo podía llegar a aceptarla y comprenderla a través del código de los caballeros por el que su vida se regía.
Est Sularis oth Mithas,
«Mi honor es mi vida». Este código definía el honor y era el más extenso, detallado y estricto de todo Krynn. Había significado la verdad durante setecientos años y el temor secreto de Sturm era que, un día, en la batalla final, el código no le diera la respuesta. Sabía que, si ese día llegaba, Tanis estaría a su lado, manteniendo unidos los pedazos de ese mundo resquebrajado, pues mientras Sturm creía en el código Tanis lo vivía.

El sonido de la voz de Tanis devolvió al caballero al presente.

—Os recuerdo a todos que la Vara no es nuestra y que pertenece a Goldmoon, si es que pertenece a alguien. Nosotros no tenemos más derecho a ella que el Teócrata de Solace.

Tanis se dirigió a Goldmoon.

—¿Cuál es vuestra voluntad, señora?

Goldmoon les miró a todos, uno por uno, y luego miró a Riverwind.

—Tú sabes lo que pienso —dijo él fríamente—, pero eres la hija de Chieftain.

Se puso en pie e, ignorando su mirada de súplica, caminó hacia afuera majestuosamente.

—¿Qué quiso decir? —preguntó Tanis.

—Quiere que nos separemos de vosotros para llevar la Vara a Haven —contestó Goldmoon hablando en voz baja—. Dice que con vosotros corremos más peligro, que viajar los dos solos sería más seguro.

—¿Que con nosotros corréis más peligro? —explotó Flint—. ¡No estaríamos aquí, no hubiese estado a punto de ahogarme..!

Tanis levantó la mano.

—Ya está bien —se rascó la barba—. Estaréis más seguros con nosotros. ¿Aceptáis nuestra ayuda?

—Sí, la acepto —contestó gravemente Goldmoon— aunque sea sólo por un corto trecho.

—Bien —dijo Tanis —; Tasslehoff, tú conoces el camino a través del Valle de Solace, serás el guía.

—De acuerdo, Tanis —contestó sumiso el kender, recogiendo todas sus bolsas y colgándoselas alrededor de la cintura y sobre los hombros. Cuando pasó ante Goldmoon hizo una pequeña reverencia y le acarició ligeramente la mano antes de salir de la gruta.

Los demás recogieron rápidamente sus cosas y lo siguieron.

—Va a llover de nuevo —gruñó Flint mirando hacia las nubes que cada vez estaban más bajas—. Debería haberme quedado en Solace. —Murmurando:comenzó a caminar colocándose el hacha de guerra en la espalda. Tanis, que esperaba a Goldmoon y a Riverwind, sonrió y movió la cabeza. Algunas cosas no cambiarían nunca, entre ellas, los, enanos.

Riverwind recogió los paquetes de Goldmoon y se los colgó a la espalda.

—Me he asegurado de que el bote esté bien escondido por si lo necesitamos —le dijo a Tanis. Esa mañana su expresión era de nuevo una máscara de estoicismo.

—Es una buena idea, gracias —le respondió Tanis.

—Si os adelantáis —dijo Riverwind, yo iré borrando las huellas.

Tanis iba a agradecerle al hombre de las Llanuras su ofrecimiento, pero éste ya se había dado la vuelta y había comenzado su trabajo. El semielfo movió la cabeza de un lado a otro y, mientras caminaba, oyó que Goldmoon hablaba dulcemente con el bárbaro en su idioma. Riverwind le contestó con una sola palabra en tono cortante. Tanis escuchó un suspiro y luego el resto de la conversación se perdió tras los crujidos que hacía Riverwind al borrar las huellas.

7

La historia de la Vara.

Clérigos extraños.

Una sensación tenebrosa

Los frondosos bosques del Valle de Solace eran una extensión verde y llena de vida.Bajo el denso techo de los vallenwoods crecían maleza de cardos y enredaderas, y el suelo estaba cubierto de plantas trepadoras con las que se tenía que tener gran cuidado, pues se enrollaban repentinamente en los tobillos, atrapando a la indefensa víctima y sujetándola hasta que era devorada por alguno de los muchos animales depredadores que acechaban el valle.

Después de más de una hora de andar chapoteando y tronchando ramas, llegaron al Camino de Haven. La imagen del largo trecho de tierra aplanada fue reconfortante, pues todos estaban llenos de rasguños, arañazos y agotados de cansancio. Cuando se detuvieron junto al camino, no se oía ni un solo ruido, el silencio había invadido aquella tierra y era como si todas las criaturas estuviesen conteniendo la respiración, esperando. Ahora que habían llegado al camino, a ninguno le resultaba fácil abandonar la protección de la maleza.

—¿Creéis que estaremos a salvo? —preguntó Caramon oteando por encima del follaje.

—A salvo o no, es el camino que hemos de tomar —respondió Tanis secamente—, a menos que seas capaz de volar o que prefieras volver a internarte en el bosque. Hemos empleado más de una hora en recorrer unas pocas leguas; a este paso llegaremos a la encrucijada la semana próxima.

El gigantesco guerrero se sonrojó, disgustado.

—No pretendía...

—Lo siento —suspiró Tanis mirando también hacia el camino, que parecía un inmenso corredor iluminado por aquella luz grisácea—. Tampoco a mí me apetece el paseo

—¿Nos separamos o seguimos juntos? —Con práctica frialdad, Sturm interrumpió lo que consideraba una charla fútil.

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