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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

El retorno de los Dragones (6 page)

BOOK: El retorno de los Dragones
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—Oh, sí —dijo el niño con entusiasmo —. Me encantan los cuentos de dragones, aunque padre dice que esos monstruos no han existido nunca. Pero yo creo en ellos, ¡espero ver uno algún día!

La expresión del anciano era cada vez más triste, parecía más viejo. Acarició el cabello del niño.

—Ten cuidado con lo que deseas, pequeño mío. —La historia... —insistió el niño.

—¡Ah, sí! Bueno, una vez Paladine oyó la oración de un gran caballero, Huma...

—Huma, ¿el del Cántico?

—Sí, el mismo. Bien, una vez, Huma se perdió en el bosque. Desesperado, dio vueltas y más vueltas y pensó que nunca más podría regresar a su tierra. Rezó a Paladine para pedirle ayuda y, de repente, ante él apareció un ciervo blanco.

—¿Le disparó Huma? —preguntó el niño.

—Iba a hacerlo, pero no fue capaz. No podía disparar a un animal tan magnífico. El ciervo comenzó a alejarse, luego se detuvo y se volvió para mirarlo, como si le estuviese esperando. Huma lo siguió. Siguió al ciervo día y noche hasta que éste lo condujo hasta su tierra. Huma oró a Paladine, agradeciéndoselo...

—¡Blasfemia! —chilló una voz. Se oyó el chirrido de una silla.

Tanis dejó sobre la mesa la jarra de cerveza y alzó la mirada. Todos dejaron de beber y observaron al ebrio Teócrata.

—¡Blasfemia! —Hederick, vacilante y tambaleándose, señaló al anciano—. ¡Hereje! ¡Corrompiendo a nuestra juventud! Os llevaré ante el Consejo. —El Buscador retrocedió unos pasos y luego se tambaleó de nuevo hacia delante. Con aire pomposo miró a su alrededor. ¡Llamen a los guardias! ¡Que arresten a este hombre y a esta mujer por cantar canciones inmorales! ¡Evidentemente es una bruja! ¡Confiscaré esa vara!

El Buscador, dando bandazos, se acercó a la mujer, que lo miraba con repugnancia. Alargando torpemente el brazo, intentó asir la Vara.

—No —le dijo fríamente la mujer llamada Goldmoon—. Esto es mío. No puedes llevártelo.

—¡Bruja! —le dijo con desprecio el Buscador. ¡Soy el Sumo Teócrata! ¡Tomo lo que quiero!

Alargó de nuevo el brazo para tomar la Vara. El acompañante de la mujer se puso en pie.

—La princesa dice que no la tomes —dijo secamente el hombre empujando al Buscador hacia atrás.

El empujón no fue fuerte, pero el ebrio Teócrata perdió totalmente el equilibrio.

Agitando enérgicamente los brazos, intentó recuperarlo. Se balanceó hacia delante, pero, tropezando con sus ropajes, cayó de cabeza en el trepidante fuego.

Se oyó un chisporroteo, hubo una llamarada y enseguida un terrible olor a carne chamuscada. El alarido del Teócrata rasgó la atmósfera general de aturdimiento; enloquecido, el hombre se puso en pie y comenzó a girar sobre sí mismo. ¡Se había convertido en una antorcha viviente!

Tanis y los demás, paralizados por el incidente, seguían sentados incapaces de moverse. Sólo Tasslehoff tuvo la agilidad suficiente para apresurarse a ayudar al Teócrata, que gritaba y agitaba los brazos venteando las llamas que consumían sus ropajes y su cuerpo. Se movía tanto que no había forma de ayudarlo.

—¡Ten! —El anciano agarró la vara adornada con plumas de los bárbaros y se la pasó al kender—. Golpéale, tírale al suelo para que no se mueva; quizás entonces podamos sofocar el fuego.

Tasslehoff tomó la vara, la balanceó con todas sus fuerzas y le asestó al Teócrata un fuerte golpe en el pecho. El hombre cayó al suelo. La gente contuvo la respiración durante unos instantes. El propio Tasslehoff, boquiabierto y con la vara en la mano, se quedó mirando la increíble escena que tenía ante sí.

Las llamas se habían apagado al instante. Su vestimenta estaba intacta. Su piel volvía a ser rosada y saludable. El hombre se incorporó y, con una expresión de asombro y de temor, se quedó mirando sus manos y sus ropajes. Sobre su piel no quedaba ni una sola marca y sobre las telas ni la más mínima carbonilla.

—¡Lo ha curado! —proclamó el anciano en voz alta. ¡La vara! ¡Mirad la vara!

Tasslehoff miró la vara que tenía en sus manos. Era de cristal azul y relucía con una brillante luz azulada.

El anciano comenzó a gritar.

—¡Llamad a los guardias! ¡Arrestad al kender! ¡Arrestad a los bárbaros! ¡Arrestad a sus amigos! ¡Los vi entrar con ese caballero! —dijo señalando a Sturm.

—¿Cómo? —Tanis saltó de la silla—. ¿Estás loco, anciano?

—¡Llamad a los guardias! —las palabras se difundieron—. ¿Habéis visto? ¡La Vara de Cristal Azul! ¡La encontramos! Ahora nos dejarán tranquilos. ¡Llamad a los guardias!

El Teócrata se puso en pie titubeante. Alarmados y atemorizados, la mujer bárbara y su acompañante también se pusieron en pie.

—¡Maldita bruja! —profirió Hederick con rabia. ¡Me has curado con la maldad! ¡Serás quemada para purificar tu alma tal como yo voy a quemarme para purificar mi carne!

Diciendo esto, el Buscador, antes de que nadie pudiera detenerlo, se acercó al fuego y metió su mano entre las llamas. La sacó chamuscada y ennegrecida y se dio la vuelta alejándose con una expresión de salvaje satisfacción en su rostro retorcido por el dolor. Atravesó la concurrida habitación entre murmullos y comentarios.

—¡Tenéis que salir de aquí! —Tika se acercó a Tanis corriendo, con la respiración entrecortada—. El Sumo Teócrata ha estado buscando esa Vara. Unos hombres encapuchados le dijeron que destruirían Solace si encontraban a alguien ocultándola. ¡La gente os entregará a los guardias!

—¡Pero esa vara no nos pertenece! —protestó Tanis. Miró hacia el anciano y vio que éste volvía a instalarse en su silla con una mueca de satisfacción en el rostro. El anciano le sonrió burlonamente y le guiñó el ojo.

—¿Esperas que te crean? —Tika se retorció las manos—. ¡Mira!

Tanis miró a su alrededor. La gente los observaba siniestramente. Algunos agarraron sus jarras con firmeza, otros se llevaron la mano a la empuñadura de la espada. Se oyeron unos gritos provenientes de abajo y Tanis se volvió hacia sus amigos.

—¡Llegan los guardias! —exclamó Tika. Tanis se puso en pie.

—Tendremos que salir por la cocina.

—Sí —asintió ella—. Al principio no os buscarán ahí, pero daos prisa, no tardarán mucho en rodear el lugar .

Los cinco años de separación no habían afectado la capacidad del grupo para reaccionar como un equipo en los momentos de peligro. Caramon, con el casco puesto, había desenvainado la espada y estaba ayudando a su hermano a levantarse. Raistlin, bastón en mano, salió de detrás de la mesa. Flint había recogido su hacha de batalla y con mirada ceñuda observaba a los mirones que parecían dudar en atacarles. Sólo Sturm permanecía sentado bebiendo tranquilamente su cerveza.

—¡Sturm! —dijo Tanis apresurándole—. ¡Vamos! ¡Tenemos que salir de aquí!

—¿Salir corriendo? —El caballero parecía sorprendido—. ¿Huir de esta gentuza?

—Sí. —Tanis se detuvo; el código de honor del Caballero le prohibía huir del peligro. Necesitaba convencerlo—. Sturm, ese hombre es un fanático de la religión. Probablemente nos quemará en la hoguera. Y... —de pronto se le ocurrió una idea—: hay una dama a la que debemos proteger.

—Ah, por supuesto, la dama —Sturm se levantó al momento y se acercó a la mujer—. Señora, aquí estoy para serviros —hizo una reverencia; nada en el mundo conseguía turbar su cortesía—. Todos estamos complicados en esta situación. Vuestra vara nos ha puesto en peligro, a vos más que a nadie. Nosotros conocemos la región, crecimos aquí. Sé que sois extranjeros. Sería un gran honor para nosotros acompañaros a vos y a vuestro amigo y proteger vuestras vidas.

—¡Daos prisa! —les urgió Tika tirando del brazo de Tanis. Caramon y Raistlin ya estaban en la puerta de la cocina.

—Ve a buscar al kender —le dijo Tanis.

Tasslehoff observaba atónito cómo la Vara retornaba rápidamente su vulgar color marrón. Agarrándolo de la coleta, Tika lo empujó hasta la cocina. El kender pegó un grito y tiró la vara.

Goldmoon la recogió y la apretó contra sí. A pesar de estar asustada, miró a Tanis y a Sturm con ojos firmes y serenos; parecía estar pensando con rapidez. Su compañero le dirigió unas secas palabras en su idioma. Ella movió la cabeza. El frunció el ceño e hizo un gesto brusco con la mano. La mujer le contestó ásperamente y él, con expresión sombría, guardó silencio.

—Iremos con vosotros —dijo Goldmoon en el idioma común—. Gracias por el ofrecimiento.

—Por aquí —Tanis los condujo a través de las puertas batientes de la cocina. Volviendo la vista atrás, vio que algunos de los clientes de la posada los seguían, pero sin grandes prisas.

Cuando cruzaron la cocina, el cocinero los miró asombrado. Caramon y Raistlin estaban ya ante la salida, que no era más que un agujero hecho en el suelo. De una sólida rama colgaba una soga que llegaba hasta el suelo.

—¡Oh! —exclamó Tasslehoff riendo—. Ahora es cuando la cerveza sube y el potaje baja.—Agarrándose de la cuerda, se deslizó hacia abajo con facilidad.

—Siento que tenga que ser así —le dijo Tika a Goldmoon disculpándose—, pero es la única forma de salir de aquí.

—Puedo descender por una cuerda —la mujer sonrió y luego añadió—: aunque he de reconocer que hace muchos años que no lo hago.

Le tendió la Vara a su compañero y se colgó de la resistente soga. Comenzó a descender, moviéndose habilidosamente, colocando una mano después de la otra. Cuando llegó al suelo su compañero le lanzó la Vara, se colgó de la soga y saltó por el agujero.

—¿Cómo vas a bajar, Raistlin? —preguntó Caramon con cara de preocupación—. Te podría llevar sobre mi espalda.

Los ojos de Raistlin centellearon con una furia que asombró a Tanis.

—¡Puedo bajar yo solo!

Antes de que nadie pudiera detenerlo, se situó al borde del agujero y saltó al vacío. Conteniendo la respiración, todos se asomaron creyendo que lo encontrarían aplastado contra el suelo. En vez de ello, vieron cómo el joven mago descendía flotando suavemente, con la túnica ondeante. El cristal de su bastón destellaba.

—¡Me pone la piel de gallina! —musitó Flint.

—¡Date prisa! —dijo Tanis empujando al enano hacia adelante.

Flint se agarró de la cuerda. Tras él descendió Caramon. Su peso hizo que la rama a la que estaba atada la soga estuviese a punto de quebrarse.

—Yo bajaré el último —dijo Sturm con la espada en la mano.

—De acuerdo —Tanis sabía que era inútil discutir.

Se colgó el arco y la aljaba sobre el hombro y sujetándose a la cuerda comenzó a descender. De pronto sus manos resbalaron. Siguió deslizándose por la soga, incapaz de evitar que las palmas de sus manos se desgarraran. Llegó al suelo y se las miró con una mueca de dolor. Estaban en carne viva y le sangraban, pero no había tiempo que perder. Levantó la cabeza para ver cómo descendía Sturm.

Por el agujero apareció el rostro de Tika.

—¡id a mi casa! —les gritó señalándoles la dirección que debían tomar. Después desapareció.

—Yo conozco el camino —dijo Tasslehoff; sus ojos brillaban de excitación.

Se dispusieron a seguir al kender mientras escuchaban las pisadas de los guardias subiendo por las escaleras de la posada.. Tanis no estaba acostumbrado a caminar por el suelo en Solace, por lo que pronto se sintió desorientado. Podía ver encima suyo, entre las hojas, los puentes colgantes y los farolillos que los alumbraban. Se sentía completamente perdido, pero Tas avanzaba con seguridad, caminando entre los troncos del bosque de vallenwoods. Los sonidos de la posada fueron quedando atrás.

—Nos esconderemos en casa de Tika para pasar la noche —le susurró Tanis a Sturm—, por si alguien nos ha reconocido y deciden buscarnos en nuestras casas. Mañana por la mañana, todos habrán olvidado lo ocurrido. Llevaremos a los bárbaros a mi casa y dejaremos que descansen ahí durante unos días. Después podemos enviarlos a Haven para que hablen con el Consejo de Sumos Buscadores. Puede que los acompañe, siento curiosidad por esa vara.

Sturm asintió. Miró a Tanis y sonrió con su extraña y melancólica sonrisa.

—Bienvenido a casa —le dijo el caballero.

—Igualmente. —El semielfo hizo una mueca burlona.

De pronto tropezaron con Caramon en la oscuridad.

—Creo que hemos llegado —les dijo Caramon.

Bajo la luz de las farolas que pendían de las ramas pudieron ver a Tasslehoff trepando por un árbol con la habilidad de un enano gully, la más ínfima casta de la raza de los enanos. Lo siguieron. Caramon ayudó a su hermano. Tanis trepó por las delgadas ramas lentamente, apretando los dientes de dolor debido a las heridas que tenía en las manos. Tasslehoff se encaramó por la balaustrada del porche con la destreza de un ladrón. Se dirigió hacia la puerta y oteó el puente colgante. Viendo que no había nadie en él, les hizo una seña a los demás. Luego examinó la cerradura y sonrió satisfecho, sacando algo de uno de sus bolsillos. En pocos segundos la puerta de la casa de Tika estaba abierta de par en par.

—Pasad —dijo jugando a ser el anfitrión.

Cuando entraron en la pequeña casa, el bárbaro tuvo que agachar la cabeza para evitar golpearse con el techo. Tasslehoff corrió las cortinas. Sturm le ofreció una silla a la dama y el hombre de las Llanuras se situó de pie detrás de ella. Raistlin atizó el fuego.

—Montad una guardia —dijo Tanis.

Caramon ya se había situado junto a una de las ventanas y observaba atentamente el exterior. La luz de un farol de la calle se filtró en la habitación a través de las cortinas, proyectando oscuras sombras en las paredes. Durante un rato permanecieron callados mirándose unos a otros.

Tanis se sentó y miró a la mujer.

—La Vara de Cristal Azul curó al Teócrata; ¿cómo lo hizo? —le preguntó en voz baja.

—No lo sé —balbuceó la mujer—. Hace poco tiempo que la tengo.

Tanis se miró las manos. Sangraban en los lugares donde la soga había desgarrado su piel. Se las tendió a la mujer, quien, lentamente y con pálida expresión, las tocó con la Vara. Esta comenzó a volverse azul y Tanis sintió que un ligero escalofrío le recorría el cuerpo. Poco a poco, la sangre fue desapareciendo, la piel se volvió suave, no quedó rastro de los arañazos y el dolor disminuyó hasta abandonarlo por completo.

—¡Es cierto, me ha curado! —exclamó asombrado

4

La puerta abierta

Viaje en la oscuridad

Raistlin se sentó junto a la chimenea y se frotó las manos al calor del fuego. Mientras observaba atentamente la Vara de Cristal Azul que la mujer tenía sobre la falda, sus dorados ojos —más brillantes que las llamas— relucían inquietos.

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