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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

El retorno de los Dragones (5 page)

BOOK: El retorno de los Dragones
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Tanis se puso en pie. Sturm se dirigió hacia él y le estrechó fuertemente en sus brazos. Fue un abrazo cálido y afectuoso. Se separaron y retrocedieron unos pasos para observarse mutuamente durante unos segundos.

Sturm no ha cambiado, pensó Tanis, aunque alrededor de sus ojos tristes haya arrugas y su cabello castaño tenga algunas canas. Su capa está más raída y la vieja armadura un poco más abollada. Pero los gruesos bigotes del caballero —de los cuales se sentía satisfecho y orgulloso— eran tan largos y gallardos como siempre, su escudo tenía el mismo brillo y sus ojos marrones conservaban su calidez.

—Te has dejado barba —le dijo alegremente Sturm.

El caballero se volvió para saludar a Caramon y a Flint. Tasslehoff corrió en busca de más cerveza, pues Tika les había dejado para atender a los nuevos clientes que seguían llegando a la posada.

—Saludos, Caballero —le susurró Raistlin desde su rincón.

Sturm lo saludó sin entusiasmo.

—Hola, Raistlin.

El mago se sacó la capucha dejando que la luz iluminara su rostro. Sturm era demasiado bien educado para permitirse cualquier exclamación o expresión de sorpresa, pero sus ojos se abrieron de par en par. Tanis notó que el joven mago observaba con cínico placer el desconcierto de su amigo.

—¿Quieres que te traiga algo, Raistlin? —preguntó Tanis.

—No, gracias.

—Casi no come nada —dijo Caramon con preocupación—. Parece que viva del aire.

—Algunas plantas viven del aire —declaró Tasslehoff regresando con la cerveza de Sturm—. Las he visto, viven suspendidas en el aire y sus raíces chupan agua y comida de la atmósfera.

—¿De verdad?

—No sé quién de los dos es más idiota —dijo Flint hastiado—.

Bueno, ya estamos todos aquí. ¿Qué noticias hay?

—¿Todos? —Sturm miró a Tanis interrogativamente—. ¿Y Kitiara?

—No vendrá —respondió Tanis escuetamente—. Creíamos que quizás tú podrías decirnos algo.

—No. —El caballero frunció el entrecejo—. Viajamos juntos hacia el norte y nos separamos poco después de cruzar el mar de los Estrechos, en la Antigua Solamnia. Dijo que iba a buscar a unos parientes de su padre. Esa fue la última vez que la vi. .

—Bien, supongo que eso es todo —suspiró Tanis —. ¿Qué pasó con tu familia, Sturm? ¿Encontraste a tu padre?

Sturm comenzó el relato de sus viajes por la ancestral tierra de Solamnia, pero Tanis no le prestó mucha atención. Pensaba en Kitiara. Había deseado tanto volverla a ver, mucho más que al resto de sus amigos. Después de pasarse cinco años intentando borrar de su mente aquellos ojos oscuros y aquella sonrisa sinuosa, había descubierto que su amor por ella era cada día más intenso. Salvaje, impetuosa, apasionada, Kitiara era todo lo que Tanis no era. Además, ella era humana y el amor entre humanos y elfos siempre acababa en tragedia. No obstante, Tanis no podía eliminar a Kitiara de su corazón ni renegar de la sangre humana que él mismo llevaba en su ser. Apartando esos recuerdos de su mente comenzó a prestarle atención a Sturm.

—Todo son rumores; algunos dicen que mi padre ha muerto, otros que aún está vivo — su rostro se ensombreció —. Pero nadie sabe dónde está.

—¿Y la herencia? —preguntó Caramon.

Sturm esbozó una melancólica sonrisa que suavizó los rasgos de su orgulloso rostro.

—La llevo puesta. Mi espada y mi cota de mallas.

Tanis bajó la mirada y vio que el caballero llevaba una espléndida espada de doble puño, algo pasada de moda.

Caramon se puso en pie y apoyándose encima de la mesa dijo:

—Es una belleza. Mi espada se rompió en una pelea con un ogro y Theros Ironfeld forjó una hoja nueva. ¿ O sea que ahora eres un caballero?

La sonrisa de Sturm se desvaneció. Ignorando la pregunta, acarició amorosamente la empuñadura de su espada. .

—De acuerdo con la leyenda, esta espada sólo se romperá si a mí me ocurre algo. Es todo lo que quedó de mi padre.

De pronto, Tasslehoff, que no había estado escuchando, interrumpió.

—¿Quiénes son ésos?

Tanis levantó la mirada justo en el momento en que los dos bárbaros pasaban ante su mesa en busca de unas sillas vacías que había en un oscuro rincón, cerca de la chimenea. El hombre era el más alto que Tanis hubiese visto nunca. Caramon —de seis pies — le debía llegar sólo hasta el hombro, aunque el pecho de Caramon era probablemente el doble de ancho, y sus brazos el triple de grandes. El hombre de las Llanuras iba cubierto con las pieles que utilizan las tribus bárbaras, pero, no obstante, se veía que era muy delgado en proporción a su altura. La piel de su rostro, aunque oscura, tenía el pálido reflejo de los que han estado enfermos o han sufrido mucho.

Su compañera, la mujer a la que Sturm había saludado, iba tan enfundada en una elegante capa de pieles con capucha, que era imposible distinguirla claramente: Ni ella ni su alto acompañante miraron a Sturm cuando pasaron por su lado. La mujer llevaba una vara adornada con plumas según la costumbre de los bárbaros. El hombre llevaba una vieja bolsa. Se sentaron y comenzaron a hablar entre ellos en voz baja.

—Los encontré en un camino a las afueras de la ciudad —dijo Sturm—. Ambos parecían rendidos de cansancio. Los acompañé hasta aquí y les dije dónde podían conseguir comida y cobijo para pasar la noche. Son de una raza orgullosa y creo que en otras circunstancias no hubiesen aceptado mi ayuda, pero se habían perdido y estaban cansados, y —Sturm bajó la voz— hoy en día hay ciertas
cosas
por los caminos, con las que es mejor no toparse a oscuras.

—Encontramos algunas de esas
cosas
buscando una vara —dijo Tanis con ironía y le describió su encuentro con Fewmaster Toede, el goblin.

Sturm no pudo evitar sonreír cuando Tanis le describió la pelea, pero movió la cabeza con aire de preocupación.

—Aquí afuera uno de los guardias Buscadores también me ha interrogado sobre una vara. De cristal azul, ¿no?

Caramon asintió, posando su mano sobre el delgado brazo de su hermano.

—Uno de esos asquerosos guardias nos detuvo. Querían confiscar el bastón de Raistlin, ¿podéis creerlo? Dijo que pensaban hacer una investigación exhaustiva. Desenvainé mi espada y no insistieron más sobre el tema.

Raistlin, con una desdeñosa sonrisa en los labios, retiró el brazo sobre el que su hermano había posado la mano.

—¿ Qué hubiese sucedido si se hubieran llevado tu bastón? —le preguntó Tanis.

El mago lo miró desde las sombras con sus centelleantes ojos dorados.

—Hubiesen muerto de una forma terrible... Y no precisamente bajo la espada de Caramon.

El semielfo sintió un escalofrío. El tono suave de las palabras del mago le inquietó más que la bravuconería de su hermano.

—Me gustaría saber qué poderes tiene esa Vara de Cristal Azul para que los goblins estén tan ansiosos de encontrarla.

—Se rumorea que aún ha de venir lo peor—dijo Sturm en voz baja. Sus amigos se le acercaron para oírle mejor—. Hay ejércitos reunidos en el norte. Ejércitos de extrañas criaturas, no son humanos. Se habla de guerra.

—Pero ¿quiénes son? —preguntó Tanis —. Yo he oído lo mismo.

—Yo también —añadió Caramon—. Por cierto, me contaron...

Mientras seguían conversando, Tasslehoff bostezó, giró la cabeza y dejó de participar en la reunión. Aburrido, el kender observó la sala en busca de diversión. Sus ojos se posaron sobre el anciano que estaba sentado junto a la chimenea, quien seguía contándole cuentos al niño, aunque ahora ante una audiencia mayor. Tasslehoff vio que los dos bárbaros también lo escuchaban. En aquel momento se calló.

La mujer se había quitado la capucha y la luz del fuego iluminaba su rostro y sus cabellos. El kender la miró con admiración. El rostro de la mujer parecía el de una estatua de mármol.

Pero fue su cabello lo que más le llamó la atención. Tasslehoff nunca había visto una cabellera igual, especialmente entre la raza de las Llanuras que normalmente tenían la tez y los cabellos oscuros. El pelo le caía sobre los hombros en finas hebras de oro y plata que relucían a la luz del fuego.

Había otra persona escuchando al anciano. Era un hombre vestido con el lujoso uniforme dorado y marrón de los Buscadores. Estaba sentado frente a una pequeña mesa redonda y bebía vino caliente. Sobre la mesa había ya varias jarras vacías y mientras el kender lo observaba, el hombre pidió agriamente que le sirvieran otra.

—Es Hederick —les susurró Tika al pasar junto a la mesa donde los amigos estaban reunidos—. El Sumo Teócrata, gobernador de Solace.

El hombre gritó de nuevo pidiendo su cerveza y mirando fijamente a Tika. Esta corrió hacia su mesa y él comenzó a gruñir y a protestar por el mal servicio. Por un momento creyeron que Tika iba a responderle de forma seca y cortante, pero la muchacha se mordió los labios y guardó silencio.

Mientras tanto el anciano finalizó su relato. El niño suspiró y le preguntó con curiosidad:

—¿ Son verdad estas historias que explicas sobre los auténticos dioses?

Tasslehoff vio que Hederick fruncía el ceño y esperó que no se le ocurriera molestar al anciano. El kender tocó el brazo de Tanis para llamar su atención, señalando con la cabeza al Buscador, como si quisiera dar a entender que podría haber problemas.

Los amigos se giraron. Sus miradas tropezaron con la imagen de la mujer de las Llanuras y todos quedaron impresionados por su belleza. Observaron la escena en silencio.

—Por supuesto que mis historias son verdaderas, pequeño. —El anciano miró a la mujer y a su alto acompañante—. Pregúntales a ellos dos. Ellos conocen historias parecidas.

—¿De verdad? —El niño se volvió impaciente hacia la mujer—. ¿Quieres contarme una?

La mujer pareció alarmarse al ver que Tanis y sus amigos la estaban mirando y se retiró de nuevo hacia las sombras. Su acompañante, con un gesto protector, se acercó más a ella y se llevó la mano a la espada, lanzando una furiosa mirada al grupo, especialmente al armado Caramon.

—Menudos nervios —comentó Caramon desviando su mano hacia la empuñadura de la espada.

—Es comprensible —dijo Sturm—, viajando con una mujer como ella. Creo que él es su guardia protector; por lo que pude oír de su conversación ella es algo así como un miembro de la realeza de su tribu, aunque me imagino que tal como se miraban su relación es algo más profunda.

La mujer levantó la mano en un gesto de disculpa.

—Lo siento. —Los amigos tuvieron que hacer un esfuerzo para oírla, pues hablaba en voz muy baja—. No soy una narradora de cuentos, no poseo ese don. —Hablaba el idioma común con marcado acento.

La expresión de avidez del niño se transformó en desilusión. El anciano le dio una palmada en la espalda y miró a la mujer directamente a los ojos.

—Puede que no seas una narradora de cuentos —dijo satisfecho—, pero sabes cantar canciones, Princesa de los Que-shu, hija de Chieftain. Cántale tu canción al chico, Goldmoon, ya sabes cuál.

De pronto, surgido de no se sabe dónde, apareció un laúd en las manos del anciano.

Este se lo entregó a la mujer, que le miró con una mezcla de sorpresa y temor.

—Señor ..., ¿cómo sabéis quién soy?

—Eso no tiene importancia. Canta para nosotros, princesa.

La mujer tomó el laúd con manos temblorosas. Su acompañante pareció musitar una protesta, pero ella no lo escuchó, pues se hallaba bajo el influjo de los brillantes ojos negros del anciano. Lentamente, como si estuviese en trance, comenzó a tocar el laúd. A medida que los melancólicos acordes se fueron filtrando por la sala, las conversaciones fueron cesando y la gente se detuvo a escucharla, pero ella no se daba cuenta. Goldmoon cantaba sólo para el anciano.

Las llanuras son infinitas,

el verano sigue cantando,

y la princesa Goldmoon,

ama al hijo de un pobre hombre.

Su padre, Chieftain,

abre abismos entre ellos:

Las llanuras son infinitas y el verano sigue cantando.

Las llanuras ondean,

el cielo está gris,

Chieftain envía a Riverwind

lejos, hacia el este.

En busca de una magia poderosa

allá donde amanece,

las llanuras ondean y el cielo está gris.

Oh, Riverwind, ¿adónde has ido?

Oh, Riverwind, el otoño se acerca.

Me siento junto al río

y contemplo el amanecer,

pero el sol asciende solitario sobre las montañas.

Las llanuras palidecen,

el viento de verano desaparece,

él regresa, con la oscuridad de la piedra

reflejada en sus ojos.

Lleva una vara azul

tan brillante como un glaciar:

Las llanuras palidecen, el viento de verano desaparece.

Las llanuras son frágiles,

tan doradas como la llama,

de la pretensión de Riverwind.

Ordena a la gente

apedrear al joven guerrero:

Las llanuras son frágiles, tan doradas como la llama.

Las llanuras han palidecido,

ha llegado el otoño.

La muchacha se reúne con su amante,

y las piedras pasan silbando junto a ellos.

La vara refulge con luz azulada

y ambos desaparecen:

Las llanuras han palidecido, ha llegado el otoño.

Después del último acorde, sobrevino un denso silencio. Respirando profundamente, Goldmoon, le devolvió el laúd al anciano y se retiró entre las sombras una vez más.

—Gracias, querida.

—Y ahora, ¿me podéis contar una historia? —preguntó el niño insatisfecho.

—Por supuesto —contestó el anciano acomodándose de nuevo en su silla —. Una vez, el gran dios Paladine...

—¿Paladine? —interrumpió el niño—. Nunca he oído hablar de ningún dios que se llamara Paladine.

Se oyó un bufido en la mesa de al lado, en la que estaba sentado el Sumo Teócrata. Tanis observó a Hederick, cuyo rostro estaba ceñudo y rojo de furia. El anciano no le prestó atención.

—Paladine es uno de los antiguos dioses, muchacho. Hace ya mucho tiempo que nadie lo venera.

—¿Por qué nos dejó? —preguntó el pequeño.

—No nos dejó —le contestó, y su sonrisa se tornó triste—. Los hombres lo abandonaron a él tras los oscuros días del Cataclismo. Echaron la culpa de la destrucción del mundo a los dioses, en lugar de a sí mismos como deberían haber hecho. ¿Conoces el «Cántico del Dragón»?

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