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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

El retorno de los Dragones (37 page)

BOOK: El retorno de los Dragones
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Sturm vio como la luz azul destruía lentamente al dragón y se propagaba por la Vara alcanzando a Goldmoon. El zumbido iba subiendo de tono, llegando a ahogar los gritos de la agonizante fiera. El caballero caminó hacia Goldmoon con el propósito de quitarle de las manos aquel pedazo de Vara que ella sostenía, y liberarla así de la mortífera llamarada azulada... pero cuando se acercó, se dio cuenta de que no podía salvarla.

Medio cegado por la luz y ensordecido por el zumbido, comprendió que necesitaría toda su fuerza y todo su valor para cumplir la promesa de conseguir los Discos. Retiró su mirada de Goldmoon, quien tenía el rostro constreñido por el dolor y el cuerpo consumido por las llamas. Apretando los dientes y sintiendo un terrible dolor de cabeza, se dirigió hacia la parte del tesoro donde había visto los Discos —cientos de delgadas láminas de platino, unidas por un simple aro colocado en la parte superior. Agachándose, los recogió, asombrándose de su ligereza. De pronto se le encogió el corazón, ya que en medio de la montaña de tesoros, surgió una mano ensangrentada que le agarró la muñeca.

—¡Ayúdame!

Era la voz de Raistlin. Agarrando su mano, tiró de él hasta que consiguió rescatarlo. La túnica del mago estaba toda manchada de sangre, aunque no parecía estar seriamente herido —al menos podía sostenerse en pie. ¿Pero, sería capaz de andar? Sturm necesitaba ayuda y no sabía dónde estaban los demás, pues la brillantez de la luz era cegadora. De pronto, a su lado vio la cota de malla de Caramon centelleando bajo la llama azul.

Raistlin se agarró a él.

—¡Ayúdame a encontrar el libro de encantamientos! –le siseó.

—¡No es momento de preocuparse de ello! ¡Te sacaré de aquí!

Raistlin, tras una mueca de furia y frustración y sin pronunciar palabra, se arrodilló y comenzó a rebuscar ansiosamente entre el tesoro. Caramon intentó apartarlo, pero el mago, con su débil mano, lo empujó hacia atrás.

Por las mejillas de Sturm se deslizaban lágrimas de dolor. Aquel agudo zumbido seguía perforando sus oídos. De pronto, algo se estrelló contra el suelo ante el caballero. ¡EI techo de la habitación se estaba derrumbando! Todo el edificio se movía, el zumbido hacia vibrar las columnas y resquebrajaba las paredes.

De repente se extinguió —y con él murió el dragón. Khisanth se evaporó. El único rastro que quedó de él fue un montón de cenizas candentes.

Sturm suspiró aliviado, pero la sensación no le duró mucho. Tan pronto como el zumbido se apagó, comenzaron a escucharse los ruidos de la destrucción del palacio, el resquebrajamiento del techo y los golpes y explosiones que provocaban las inmensas piedras al estrellarse contra el suelo. En medio del polvo y del ruido, apareció Tanis. El rostro le sangraba, pues tenía un corte en la mejilla. Sturm agarró a su amigo, empujándole hacia el altar en el preciso momento en que un pedazo de techo se desplomaba junto a ellos.

—¡La ciudad se está viniendo abajo! —gritó Sturm—. ¿Cómo vamos a salir de aquí?

Tanis agitó la cabeza.

—Lo único que se me ocurre es volver por el mismo camino por el que hemos entrado, a través del túnel—gritó.

—Ese camino no es nada seguro. ¡Tiene que haber otro!

—Lo encontraremos —dijo Tanis con firmeza intentando ver a través de la espesa humareda.

—¿Dónde están los demás? —Se volvió y vio a Raistlin y a Caramon, y contempló horrorizado al mago revolviendo el tesoro. Bajo la manga de su túnica había una pequeña figura: ¡Bupu! Tanis se abalanzó hacia la necia enana gully, quien, asustada, se acurrucó contra Raistlin lanzando un chillido.

—¡Tenemos que salir de aquí! —gritó Tanis agarrándose a la túnica del mago y tirando de él.

—¡Deja de saquear y consigue que tu enana gully nos muestre el camino de salida! ¡O me ayudas, o te mato con mis propias manos!

Cuando Tanis le empujó contra el altar, la boca de Raistlin se abrió en una horrible mueca. Bupu tembló.

—¡Venir! ¡Vamos! Yo sé camino.

—Raistlin —rogó Caramon—, ¡déjalo ya! No lo has encontrado. ¡Si no conseguimos salir de aquí, moriremos!

—Muy bien —le respondió bruscamente el hechicero mientras recogía del altar el bastón de mago y le tendía el brazo a su hermano para que le ayudase a incorporarse.

—Bupu, enséñanos el camino —ordenó.

—Raistlin, necesitamos la luz de tu bastón para poder seguirte —dijo Tanis —. Voy a buscar a los que faltan.

—Allí —dijo Caramon secamente—. Vas a necesitar ayuda para convencer al bárbaro.

Tanis se protegió con el brazo al ver que seguían cayendo piedras y, saltando sobre los escombros, llegó hasta donde se encontraba Riverwind, quien se hallaba tendido en el suelo, en el lugar donde había desaparecido Goldmoon. Flint y Tasslehoff intentaban que se pusiese en pie. El único rastro que quedaba de ella era un pedazo de piedra ennegrecida y chamuscada. Goldmoon se había consumido totalmente entre las llamas.

—¿Está vivo? —gritó Tanis.

—¡Sí! —contestó Tas chillando agudamente para que pudiera oírsele —. ¡Pero no quiere moverse!

—Hablaré con él. Ve con los demás. Nos reuniremos con vosotros dentro de un momento. ¡Corre!

Tasslehoff dudó, pero Flint, después de observar la expresión de Tanis, le hizo una seña al kender, tocándole el brazo. Este suspiró y, volviéndose, echó a correr sobre los escombros.

Tanis se arrodilló junto a Riverwind mientras se dirigía a Sturm, que en ese momento surgía de la penumbra.

—Ve con ellos y dirige la huida.

Sturm dudó. A pocos pies de distancia se derrumbó una columna y algunos pedazos cayeron cerca de ellos. Tanis protegió el cuerpo de Riverwind cubriéndolo con el suyo.

—¡Vete! ¡Te hago responsable! —Sturm suspiró y corrió hacia donde brillaba la luz del bastón de Raistlin.

El caballero encontró a los demás acurrucados en un estrecho vestíbulo de techo arqueado que por el momento se mantenía íntegro, aunque ya empezaban a escucharse ruidos sordos y golpes en la parte superior. La tierra tembló bajo sus pies y por las grietas de las paredes comenzaron a filtrarse pequeñas chorreras de agua.

—¿Dónde está Tanis? —preguntó Caramon.

—Enseguida vendrá —dijo secamente Sturm—. Le esperaremos... al menos por unos momentos —no mencionó que su intención era esperarle, aunque ello les supusiera la muerte.

De pronto hubo un estruendoso estallido. A través de las grietas de la pared comenzó a entrar agua a borbotones, inundando la pequeña habitación. Sturm se disponía a dar la orden de partir cuando una figura apareció en la colapsada puerta. Era Riverwind, llevando en sus brazos el cuerpo inerte de Tanis.

—¿Qué ha sucedido? —Sturm, conteniendo la respiración dio un paso hacia delante—.

No estará... !

—Le dije que me dejara, pero no se movió de mi lado —dijo en voz baja Riverwind—.

Yo quería morir allí... con ella. Un pedazo de roca se desprendió del techo y él no lo vio a tiempo...

—Yo lo llevaré —dijo Caramon.

—¡No! —Riverwind miró fijamente al guerrero. Sus manos sujetaron aún más firmemente el cuerpo de Tanis —. Lo llevaré yo. Debemos irnos.

—¡Sí! ¡Este camino! ¡Nosotros vamos! —exclamó la enana gully intentando que se dieran prisa, guiándolos por aquella ciudad que moría por segunda vez. Salieron del cubil del dragón y aparecieron en la plaza, que se estaba inundando rápidamente ya que el Nuevo Mar invadía la destrozada gruta. Los compañeros chapotearon por la plaza, sosteniéndose los unos a los otros para evitar ser arrastrados por la fuerte corriente. De pronto aparecieron cientos de enanos gully, aullando, en un estado de confusión total. Algunos fueron arrastrados por la corriente, otros treparon a los pisos superiores de los tambaleantes edificios, y los demás corrieron hacia las diversas calles que comunicaban con la plaza.

A Sturm sólo se le ocurría una forma de salir de allí.

—¡Id hacia el este! —gritó señalando hacia la amplia calle que llevaba hasta la cascada. Miró a Riverwind con temor. El aturdido bárbaro parecía no darse cuenta de la conmoción que le rodeaba. Tanis estaba inconsciente, tal vez muerto. A Sturm se le helaba la sangre sólo de pensarlo, estaba atemorizado, pero hizo un gran esfuerzo para dominar sus emociones. El caballero corrió hacia delante y alcanzó a los gemelos.

—El mecanismo es nuestra única oportunidad —les gritó. Caramon asintió.

—Pero entonces tendremos que luchar.

—Sí, ¡maldita sea! —dijo Sturm exasperado al imaginarse a todos los draconianos intentando huir de la ciudad—. ¡Supondrá una batalla! ¿Se te ocurre alguna idea mejor?

Caramon negó con la cabeza.

Sturm se detuvo en una esquina a esperar al exhausto y renqueante grupo para señalarles la dirección que debían tomar. A través de la niebla y el polvo, podía ver el mecanismo. Como había supuesto, estaba rodeado por una oscura y serpenteante multitud de draconianos. Afortunadamente, lo único que les interesaba era escapar. Tenían que actuar con rapidez, atacarlos por sorpresa. La situación era crítica. En ese momento, Tasslehoff se escabulló. El caballero intentó detenerlo.

—¡Tas! ¡Vamos a subir por el mecanismo!

Tasslehoff asintió para demostrar que había comprendido; seguidamente, hizo una mueca imitando a los draconianos y se llevó ambas manos al cuello.

—Cuando nos acerquemos —le gritó Sturm—, deslízate hasta donde puedas ver la marmita. Cuando comience a bajar me haces una señal. Atacaremos cuando llegue al suelo.

Tasslehoff asintió con la cabeza.

—¡Díselo a Flint! —gritó Sturm casi sin voz de tanto chillar. Tas asintió de nuevo y corrió en busca del enano. Sturm enderezó su dolorida espalda y continuó caminando por la calle. Observó que en el patio había unos veinte o veinticinco draconianos esperando la marmita que los pondría a salvo. Se imaginó la confusión que debía reinar allá arriba; montones de draconianos amenazando y maltratando a los atemorizados enanos gully, obligándolos a entrar en la marmita. Esperaba que la caótica situación se prolongase.

Sturm vio a los gemelos a la entrada del patio, envueltos en sombras. Se reunió con ellos, mirando nervioso hacia arriba, pues seguían cayendo pedazos de roca. Entre la polvareda y la niebla apareció Riverwind. El caballero se dispuso a ayudarlo pero el bárbaro le miró como si no le hubiese visto en su vida.

—Trae a Tanis aquí. Puedes tenderlo en el suelo y descansar un rato. Pensamos utilizar el mecanismo para subir, y tendremos que pelear. Espera aquí. Cuando demos la señal...

—Haz lo que debas —le interrumpió Riverwind con frialdad. Depositó con delicadeza el cuerpo de Tanis en el suelo y se derrumbó a su lado, ocultando el rostro entre sus manos.

Sturm dudó. Cuando iba a arrodillarse junto a Tanis, llegó Flint y se situó junto a él.

—Es mejor que vayas. Yo lo cuidaré —se ofreció el enano. Sturm asintió agradecido. Vio que Tasslehoff cruzaba el patio y desaparecía por una puerta. En el elevador, envueltos en aquella bruma, los draconianos chillaban y maldecían, como si así pudiesen acelerar el descenso de la marmita.

Flint le dio un golpe a Sturm en las caderas.

—¿Cómo nos las arreglaremos para luchar contra todos ellos?

—No
nos
las vamos a arreglar, tú te quedarás aquí con Riverwind y Tanis. Caramon y yo nos ocuparemos de esto —añadió, deseando poder creer en lo que decía.

—Yo también —susurró el mago—. Aún poseo mis encantamientos. —El caballero no respondió. Desconfiaba de Raistlin y de su magia, pero a pesar de ello, no tenía otra opción: Caramon no combatiría sin tener a su hermano a su lado. Tras atusarse los bigotes, Sturm, intranquilo, comenzó a preparar su espada. Caramon flexionaba los brazos, abriendo y cerrando sus inmensas manos. Raistlin, con los ojos cerrados, intentaba concentrarse. Bupu los observaba con los ojos muy abiertos y expresión asustada, escondida en un hueco que había en la pared.

De pronto apareció ante sus ojos la marmita, llena de enanos gully. Tal como Sturm esperaba, los draconianos comenzaron a luchar entre ellos, pues ninguno quería quedarse atrapado abajo. El suelo comenzó a resquebrajarse y el pánico aumentó. El agua comenzó a fluir por las grietas. La ciudad de Xak Tsaroth pronto descansaría en el fondo del Nuevo Mar.

Cuando la marmita llegó al suelo, los enanos gullys saltaron fuera y salieron corriendo. Los draconianos intentaron subirse, pegándose y empujándose unos a otros.

—¡Ahora! —gritó el caballero.

—¡Salid! ¡Apartaos! —siseó el mago sacando un puñado de arena de uno de sus bolsillos y arrojándola al suelo mientras susurraba:
Ast tasark sinuralan krynaw,
y trazaba con su mano derecha un círculo en dirección a los draconianos. Primero fue uno, y después algunos más los que parpadearon y cayeron al suelo dormidos, pero otros continuaron en pie, mirando a su alrededor alarmados. El mago se ocultó en el marco de una puerta y al no verle, los draconianos se volvieron otra vez hacia la marmita, pasando, en su frenética huida, sobre los cuerpos de sus camaradas dormidos. Raistlin se recostó sobre la pared y, fatigado, cerró los ojos.

—¿Cuántos quedan? —preguntó. —Sólo unos seis —respondió Caramon desenvainando la espada.

—¡Vamos a intentar meternos en la maldita marmita! —gritó Sturm—. Regresaremos a buscar a Tanis cuando haya finalizado la lucha.

Los dos guerreros, protegidos por la niebla y con las espadas desenvainadas, cubrieron en pocos segundos la distancia que les separaba de los draconianos. Raistlin los siguió. Sturm lanzó su grito de batalla y los draconianos se giraron sorprendidos.

Riverwind alzó la cabeza.

El rumor de la batalla sacó al bárbaro de su ensimismamiento. Imaginó a Goldmoon ante él, muriendo en la llamarada azul. La expresión mortecina de su rostro se trocó en una tan feroz y terrorífica, que Bupu, aún escondida en el marco de la puerta, chilló asustada. Riverwind se puso en pie y, sin desenvainar la espada, se lanzó a la lucha. Arremetió contra el grupo de draconianos que intentaban subirse a la marmita y comenzó a matar como un león hambriento. Mataba con sus manos, retorciendo, ahogando, arrancándoles los ojos a sus adversarios. Los draconianos lo herían con sus espadas, por lo que pronto su túnica de cuero estuvo empapada en sangre, pero esto no le detenía. Continuó matando. Su expresión era la de un loco. Los draconianos veían la muerte en su mirada. ..

Sturm, después de derrotar a un oponente, alzó la mirada convencido de que vería a seis draconianos más abalanzándose contra él. En su lugar, vio que los enemigos desaparecían entre la niebla, huyendo para salvar sus vidas. Riverwind, chorreando sangre, se desplomó.

BOOK: El retorno de los Dragones
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