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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

El retorno de los Dragones (41 page)

BOOK: El retorno de los Dragones
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—No conozco las respuestas.

Tanis se frotó los ojos con la mano.

—Creo que deberíamos intentar llegar a Qualinesti.

Tasslehoff, aburrido por la conversación, bostezó y se recostó en la silla. A él no le importaba adónde se dirigieran. Tras examinar con gran interés la incendiada cocina, Tas se levantó para observar quién había en la sala de la posada. Imprudentemente se asomó por la puerta y vio cómo Tika volvía a dejar un plato de comida y más bebida frente a los draconianos, evitando, de nuevo, habilidosamente sus garrudas manos, y, de pronto, se dio cuenta de que un hombre encapuchado lo había descubierto. Al mismo tiempo, el tono de la conversación de los compañeros iba elevándose por momentos. La voz de Tanis aumentó de volumen y la palabra «Qualinesti» sonó otra vez. Tas vio cómo el forastero depositaba bruscamente su jarra de cerveza sobre la mesa, se levantaba y comenzaba a caminar hacia él y hacia las voces que, también imprudentemente, salían de la cocina. El kender, asustado, alertó a los demás:

—Tanis, me parece que vamos a tener visita.

En el preciso momento en que el forastero pasaba ante la mesa de los draconianos, uno de ellos alargó su garrudo pie. El encapuchado tropezó, cayendo de cabeza contra una mesa vecina. Las criaturas soltaron unas sonoras carcajadas. Un draconiano pudo entrever el rostro del extraño.

—¡Un elfo! —siseó el draconiano, sacándole la capucha para descubrir los ojos almendrados, las puntiagudas orejas y los masculinos pero delicados rasgos de un elfo.

—Dejadme pasar —dijo el elfo, retrocediendo con las manos en alto.

—Elfo, tendrás que presentarte ante Fewmaster Toede —gruñó el draconiano. Pegando un salto y agarrando al extraño por el cuello de la capa, la criatura lo empujó contra la barra. Los otros draconianos reían ruidosamente.

Tika, que al oír el alboroto había salido precipitadamente de la cocina con una sartén en la mano, se paró ante los draconianos.

—Deteneos! —gritó agarrando a uno de ellos por la muñeca—. Dejadlo en paz. Es un cliente que paga como vosotros.

—¡Métete en tus asuntos, muchacha! —El draconiano empujó a Tika a un lado y, agarrando al elfo, le pegó dos golpes en el rostro con su mano garruda, haciéndole sangrar. Cuando el draconiano lo soltó, el elfo sacudió la cabeza atontado.

—¡Mátalo! —gritó uno de los mercenarios—. Hazlo aullar como a los otros.

—¡Le sacaré sus sesgados ojos, eso haré! El draconiano desenvainó la espada.

—¡Esto es demasiado! Sturm se levantó, los demás lo imitaron, y todos, excepto Raistlin, se precipitaron fuera de la cocina, aun creyendo que había pocas esperanzas de salvar al elfo. En aquellos momentos alguien se encontraba muy cerca de éste. Con un agudo chillido de rabia, Tika Waylan golpeó al draconiano con la pesada sartén de hierro.

Se oyó un golpe sordo y el draconiano, después de mirar a Tika con expresión de idiota, cayó al suelo. El elfo saltó hacia delante sacando un cuchillo, mientras los otros dos draconianos se abalanzaban sobre Tika. Sturm llegó junto a ella y agredió a uno con su espada. Caramon agarró al otro con sus inmensos brazos y lo lanzó hacia la barra.

—¡Riverwind, no les dejes alcanzar la puerta! —gritó Tanis viendo a los goblins levantarse con ímpetu. El bárbaro agarró a uno de ellos cuando ya tenía la mano sobre el picaporte, pero otro se le escapó y llamó a la guardia.

Tika, esgrimiendo la sartén, golpeó también a un goblin en la cabeza. Otro, al ver que Caramon se abalanzaba sobre él, saltó por la ventana.

Goldmoon, dirigiéndose hacia Raistlin y agarrándolo del brazo, le dijo:

—¡Utiliza tu magia! ¡Haz algo!

El mago miró fríamente a la mujer.

—Es inútil. No pienso malgastar mis fuerzas.

Goldmoon lo contempló furiosa, pero el mago volvió a concentrarse en su bebida. Mordiéndose el labio, la mujer abandonó de nuevo la cocina y corrió hacia Riverwind, llevando en sus brazos la bolsa con los valiosos Discos. Podían oír el sonido de los cuernos en las calles.

—¡Tenemos que salir de aquí! —dijo Tanis —. Pero en ese momento, uno de los mercenarios lo agarró por el cuello, tirándolo al suelo. Tasslehoff, emitiendo un grito salvaje, saltó sobre la barra y comenzó a lanzar jarras contra el atacante del semielfo. No le dio a Tanis de milagro.

Flint se quedó plantado en medio del desorden, observando al elfo forastero.

—¡Yo te conozco! —le gritó de repente—. Tanis, ¿éste no es...?

Una jarra golpeó al enano en la cabeza, tumbándolo. —Uups... —dijo Tas.

Tanis estranguló al mercenario y lo dejó inconsciente bajo una mesa. Bajando a Tas de la barra, lo depositó en el suelo y se arrodilló al lado de Flint, quien gemía y trataba de incorporarse.

—Tanis, ese elfo... —Flint parpadeaba atontado. De pronto preguntó:

—¿Quién me ha golpeado?

—¡Ese hombre grande que yace bajo la mesa! —respondió Tas señalándolo.

Tanis se puso en pie y miró hacia el elfo que Flint le indicaba.

—¿Gilthanas?

El elfo se lo quedó mirando.

—Tanthalas —dijo con frialdad, pronunciando el nombre con el que los suyos lo conocían—. Nunca te hubiese reconocido. Esa barba...

Volvió a escucharse el sonido de los cuernos, esta vez más cercano.

—¡Por el gran Reorx! —gruñó el enano poniéndose en pie —. ¡Hemos de salir de aquí! ¡Vamos, por la salida de la cocina!

En ese instante se oyó una voz en la puerta.

—Quietos. Sois mis prisioneros.

El llamear de una antorcha iluminó la habitación. Los compañeros se taparon los ojos, vislumbrando unas siluetas de goblins tras una rechoncha figura junto a la puerta. Se oyeron más pisadas y, un segundo después, un gran número de goblins comenzó a entrar en la posada. Los goblins, que habían estado en la reyerta y que aún estaban vivos o conscientes, se incorporaron y desenvainaron sus espadas.

—¡Sturm, no hagas locuras! —gritó Tanis agarrando al caballero cuando éste se disponía a abalanzarse contra un hervidero de goblins que, lentamente, iban formando un cerco de acero alrededor del grupo.

—Nos rendimos —dijo el semielfo.

Sturm miró furioso a éste y, por un momento, Tanis pensó que lo desobedecería.

—Sturm, confía en mí. Aún no ha llegado la hora de nuestra muerte.

Sturm dudó, mirando a los goblins que iban entrando en la posada. Se mantenían al acecho, temerosos de su espada y su destreza, pero sabía que atacarían si hacía el más ligero movimiento.

—No ha llegado la hora de nuestra muerte.

¡Qué extrañas palabras! ¿Por qué las habría pronunciado Tanis? ¿Tenía el hombre una «hora para morir»? Si así era, Sturm comprendió que su hora aún no había llegado... al menos si podía evitarlo. No había gloria alguna en morir en una posada, pisoteado por unos malolientes pies de goblin.

Viendo que el caballero guardaba su arma, la figura de la puerta decidió que no era peligroso entrar, rodeado como estaba por sus leales soldados. Los compañeros vieron la piel gris y moteada y los rojizos ojos estrábicos de Fewmaster Toede.

Tasslehoff contuvo el aliento y rápidamente se colocó detrás de Tanis.

—Seguro que no nos reconoce —susurró Tas —. Había anochecido cuando nos detuvo para interrogamos sobre la Vara.

Evidentemente, Toede no los reconoció. Habían pasado muchas cosas en una semana y Fewmaster tenía cosas más importantes en qué pensar. Sus ojos rojizos examinaron los emblemas que Sturm llevaba bajo la capa.

—Más escoria, refugiados de Solamnia —dijo despreciativamente.

—Sí —contestó Tanis con rapidez. Dudaba si Toede conocía la destrucción de Xak Tsaroth. Daba la impresión que las noticias sobre la desaparición de la ciudad y la implacable lucha de los compañeros contra Khisanth y sus draconianos, todavía no habían llegado a Solace. Por eso, aún no se había dado la voz de alarma para que fueran capturados. Tanis tampoco creía probable que Fewmaster supiese algo sobre los Discos de Mishakal, pero Lord Verminaard sí lo sabía, y pronto se enteraría de la muerte de Khisanth. Incluso un enano gully relacionaría ambos hechos. Nadie debía saber que venían del este.

—Venimos del norte y llevamos varios días viajando —siguió diciendo Tanis —. No teníamos intención de causar problemas, pero los draconianos comenzaron y...

—Sí, claro. Ya he oído eso antes.

De pronto Fewmaster se aproximó a la puerta de la cocina y miró en su interior.

—¡Eh, tú! —gritó señalando a Raistlin—. ¿Qué haces ahí escondido? ¡Prendedle!

Fewmaster dio un paso atrás mirando a Raistlin con suspicacia. Varios goblins se dispusieron a detenerlo, volcando bancos y mesas hasta llegar a la cocina. Caramon comenzó a inquietarse. Tanis hizo una señal al guerrero para que mantuviese la calma.

—¡Ponte en pie! —ordenó uno de los goblins, pinchando a Raistlin con su espada.

El mago, lentamente, se levantó, recogiendo todas sus cosas. Cuando alargó el brazo para asir su bastón, el goblin lo agarró por el hombro.

—¡No me toques! —siseó Raistlin retrocediendo—. ¡Soy mago!

El goblin titubeó y se volvió para mirar a Toede.

—¡Prendedle! —chilló Fewmaster situándose tras un goblin muy alto—. Traedle aquí con los demás. ¡Si todos los hombres que llevan túnica roja fuesen magos...! ¡Si no se entrega por propia voluntad, mátale!

—Creo que lo mataré de todas formas —graznó el goblin. La criatura puso la punta de la espada sobre la garganta de Raistlin, gorgojeando de risa.

Tanis tuvo que sujetar a Caramon una vez más.

—Tu hermano puede cuidarse solo —le susurró en voz baja.

Raistlin alzó las manos, con los dedos extendidos, como si se rindiese, pero de pronto murmuró unas palabras:

—Kalith karan, tobanis-kar
—y señaló al goblin con sus dedos. Unos dardos pequeños y brillantes, hechos de pura luz, emanaron de las yemas de sus dedos, gayando el aire y clavándose en el pecho del goblin. La criatura se desplomó con un alarido, retorciéndose en el suelo.

Cuando el olor a carne quemada llenó la estancia, otros goblins se abalanzaron ululando de rabia.

—¡No lo matéis, locos! —chilló Toede. Había salido de detrás de la puerta, pero seguía parapetándose tras el alto goblin.

—Lord Verminaard ofrece grandes recompensas por los magos. Pero... —Toede tuvo una repentina idea— no paga nada por kenders vivos... ¡sólo por sus cadáveres! ¡Mago, vuelve a hacer algo parecido, y el kender morirá!

—¿Y qué me importa a mí el kender? —respondió burlonamente Raistlin.

Se hizo un largo silencio. Tanis sintió que un sudor frío le empapaba el cuerpo. ¡No quedaba duda alguna de que Raistlin podía cuidar de sí mismo! ¡Maldito mago!

Por supuesto, aquélla tampoco era la respuesta que Toede esperaba, por lo que se quedó sin saber muy bien qué hacer; además, aquellos inmensos guerreros seguían empuñando sus armas. Miró a Raistlin casi suplicante. El mago pareció encogerse de hombros.

—Me entregaré pacíficamente —susurró Raistlin con sus dorados ojos centelleantes —. Pero, que nadie me toque.

—No, desde luego que no. Traedlo.

Los goblins, mirando a Fewmaster inquietos, dejaron que el mago se situara junto a su hermano.

—¿Están todos? —preguntó nervioso Toede—. Pues ahora recoged sus armas y sus equipajes.

Tanis, queriendo evitar más problemas, se sacó el arco del hombro, depositándolo junto a su aljaba en el suelo cubierto de hollín. Tasslehoff dejó rápidamente su vara jupak; el enano, refunfuñando, añadió su hacha de guerra. Los demás imitaron a Tanis, excepto Sturm, que permaneció en pie con los brazos cruzados sobre el pecho y...

—Por favor, dejadme conservar mi bolsa —dijo Goldmoon—. No llevo armas en ella, no llevo nada de valor. ¡Os lo juro!

Los compañeros la miraron, pensando en los valiosos discos que llevaba. Se creó un tenso silencio. Riverwind dio un paso al frente y depositó su arco en la pila, pero conservó la espada, como el caballero.

De pronto Raistlin intervino. El mago depositó su bastón, el zurrón que contenía las substancias para sus hechizos, y la valiosa bolsa en la que llevaba sus libros de encantamientos. No le inquietaba nada, pues había realizado un hechizo para proteger los libros; cualquier otra persona que intentase leer los libros se volvería loco, y el bastón de mago era capaz de cuidar de sí mismo. Raistlin extendió sus manos hacia Goldmoon.

—Entrégales el paquete. Si no, nos matarán.

—Hazle caso, querida —dijo hoscamente Toede—. Es un hombre inteligente.

—¡Es un traidor! —gritó Goldmoon sujetando el paquete con firmeza.

—Entrégaselo —repitió Raistlin en tono hipnótico.

Goldmoon sintió que se debilitaba, alcanzada por un extraño poder.

—¡No! Es nuestra única esperanza...

—No le ocurrirá nada —le susurró Raistlin mirándole fijamente a sus claros ojos zarcos—. ¿Te acuerdas de la Vara? ¿Recuerdas cuando yo la toqué?

Goldmoon parpadeó.

—Sí. Te hizo daño...

—¡Silencio! Dales la bolsa. No te preocupes, todo irá bien. Los dioses protegen lo que es suyo.

Goldmoon contempló al mago y finalmente asintió. Raistlin alargó la mano para arrebatarle la bolsa. Fewmaster Toede la miró codiciosamente, preguntándose qué habría en ella. Lo averiguaría, pero no delante de esa multitud de goblins.

Al final, sólo una persona aún no había obedecido la orden. Era Sturm, quien permanecía impertérrito, con la cara pálida y los ojos febriles. Sostenía firmemente la antigua espada de doble empuñadura de su padre. De pronto, al sentir los abrasadores dedos de Raistlin presionándole el brazo, se volvió.

—Yo me encargaré de que esté a salvo —le susurró el mago.

—¿Cómo? —le preguntó el caballero deshaciéndose del contacto de Raistlin como si se tratase de una serpiente venenosa.

—No voy a explicarte mis métodos. Puedes confiar en mí o no, como prefieras.

Sturm dudó.

—¡Esto es ridículo! —chilló Toede—. ¡Matad al caballero! ¡Matadlos si causan más problemas! ¡Estoy perdiendo horas de sueño!

—Muy bien —dijo Sturm con voz ahogada. Caminó hacia la pila de armas y depositó con delicadeza su espada. La antigua vaina de plata, decorada con el martín pescador y la rosa, centelleó bajo la luz.

—Un arma verdaderamente bella —dijo Toede. Tuvo una súbita visión de sí mismo, entrando en una audiencia de Lord Verminaard, con la espada de un caballero solámnico pendiendo del costado—. Quizás debería tomar el arma a mi custodia. Traédmela aqu...

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