Read El retorno de los Dragones Online
Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman
Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil
Todo lo que tenemos, pensó amargamente Tanis, son los Discos de Mishakal, pero, ¿de qué nos sirven? Había examinado los Discos en el viaje de Xak Tsaroth a Solace. No había podido leer mucho de lo que estaba escrito, y Goldmoon, a pesar de haber comprendido las palabras que se referían a las artes curativas, no había podido descifrar mucho más.
—Todo resultará claro para el ser que debemos encontrar y que nos traerá la paz —dijo con una fe firme—. Ahora mi misión es hallarlo.
A Tanis le habría encantado poder compartir su fe, pero a medida que iban viajando por los campos asolados, aumentaban sus dudas de encontrar a aquel que pudiese derrotar al poderoso Lord Verminaard.
Esas dudas eran tan sólo una parte de los problemas del semielfo. Raistlin, desprovisto de su medicina, no dejaba de toser, y su estado se agravó casi tanto como el de Theros. De esta forma, Goldmoon tenía ahora dos pacientes a su cargo. Afortunadamente, Tika ayudaba a la mujer bárbara a cuidar al mago. El padre de la muchacha había sido una especie de hechicero, y ella respetaba y ayudaba a cualquiera que pudiese practicar la magia.
En realidad, había sido el padre de Tika el que, inadvertidamente, había despertado en Raistlin esa vocación. En una ocasión había llevado a los gemelos, junto con su hermana adoptiva Kitiara, al Festival de Verano local, donde los chicos habían contemplado los trucos de Waylan el Maravilloso. Caramon, que entonces tenía ocho años, se había aburrido pronto y había consentido en acompañar a su hermanastra, de diez años, a ver la actuación de los espadachines. Raistlin, que ya en aquella época era frágil y delgaducho, y no se sentía atraído por los ejercicios violentos, se había pasado todo el rato admirando a Waylan el Ilusionista. Aquella noche, cuando regresaron a casa, Raistlin maravilló a su familia repitiendo fielmente todos los trucos. Al día siguiente, su padre lo llevó a estudiar las artes de la magia con uno de los grandes maestros.
Tika siempre había admirado a Raistlin, muy impresionada por las historias que había oído sobre su misterioso viaje a las legendarias Torres de la Hechicería. Por tanto, ahora ayudaba a cuidar del mago debido al respeto que por él sentía y por su innata necesidad de ayudar a los más débiles. También le atendía (admitió para sí) porque sus cuidados le ganaban la sonrisa de gratitud y aprobación del guapo hermano gemelo de Raistlin.
Tanis no estaba seguro de qué era lo que más debía preocuparle; si el empeoramiento del mago, o el incipiente romance entre el experimentado soldado y la joven —Tanis no había dado crédito a los rumores que circulaban sobre el comportamiento de Tika, y la consideraba una inexperta y vulnerable muchacha.
Además tenía otro problema. Sturm, humillado por haber sido capturado, prendido y transportado como una presa, se sumió en una depresión profunda de la que Tanis creía que no volvería a salir. Siempre estaba sentado, mirando a través de los barrotes, o, peor aún, caía en largos períodos de sueño intenso, de los que resultaba imposible despertarlo.
Al final, Tanis tuvo que enfrentarse con su propia confusión interna, desatada por la presencia física del elfo que se hallaba sentado en un rincón de la jaula. Cada vez que miraba a Gilthanas, le acechaban los recuerdos de su casa de Qualinesti. A medida que se iban acercando a su tierra natal, aquellos recuerdos que creía enterrados y olvidados, iban reapareciendo en su mente, y las imágenes eran tan gélidas y amargas como los espectros del Bosque Oscuro.
Gilthanas era un amigo de la infancia —más que amigo, un hermano. Habían sido educados en la misma casa y tenían la misma edad; habían jugado, peleado y reído juntos, Cuando la hermana pequeña de Gilthanas creció lo suficiente, los muchachos permitieron que la rubia muchacha se uniera a ellos. Uno de los mayores placeres del trío consistía en fastidiar al hermano mayor, Porthios, un joven serio y fuerte que había tomado la responsabilidad de ocuparse de los problemas de su gente a edad muy temprana. Gilthanas, Laurana y Porthios eran hijos del Orador de los Soles, regente de los elfos de Qualinesti, cargo que Porthios debía heredar al morir su padre.
En el reino de los elfos, algunos habían encontrado extraño que el Orador acogiera en su casa al hijo bastardo de la viuda de su hermano, fruto de una violación perpetrada por un guerrero humano. A los pocos meses de nacer su hijo, ella había muerto de pena. Pero el Orador, que tenía un alto sentido de la responsabilidad, cobijó al niño sin pensarlo dos veces. No fue hasta años más tarde, al observar con creciente inquietud la relación que se iba desarrollando entre su amada hija y el bastardo semielfo, cuando comenzó a lamentar su decisión. Aquella situación también confundió a Tanis. El joven, al ser medio humano, pronto adquirió una madurez que a la muchacha elfa, debido a su más lento desarrollo, le fue difícil comprender. Tanis se dio cuenta de que aquella unión podía proporcionar mucha infelicidad a esa familia que él tanto quería. Además, comenzó a asediarle la agitación interna que seguiría atormentándolo a lo largo de su vida: la constante lucha entre su parte de elfo y su parte humana. A los ochenta años —unos veinte en su edad humana—, Tanis abandonó Qualinost. Su partida no entristeció demasiado al Orador, y aunque intentó ocultarle a Tanis sus sentimientos, ambos lo sabían perfectamente.
Gilthanas no había sido tan delicado. Él y Tanis habían intercambiado amargas palabras sobre su relación con Laurana. Muchos años después, aún no había olvidado el veneno de aquellas palabras, e incluso ahora, se preguntaba si, realmente, las había perdonado u olvidado. Por lo visto Gilthanas no lo había conseguido.
El viaje fue muy largo para ambos. Tanis intentó conversar con él en varias ocasiones, pero finalmente comprendió que Gilthanas había cambiado. El joven elfo siempre había sido abierto, honesto, divertido y alegre. Nunca había sentido envidia de su hermano mayor, ni de sus responsabilidades inherentes a la herencia del trono. Gilthanas era un erudito, un aficionado a las artes mágicas, aunque nunca se las había tomado tan en serio como Raistlin. Era un excelente guerrero, a pesar de que, como a todos los elfos, le desagradaba luchar. Además, estaba totalmente dedicado a su familia, especialmente a su hermana. Pero ahora, en cambio, estaba triste y silencioso, un estado de ánimo poco común en un elfo. En el único momento en que demostró algún interés fue cuando Caramon comenzó a planear una huida. Gilthanas le dijo secamente que lo olvidara, que lo echaría todo a perder. Cuando le pidieron que se explicara, el elfo guardó silencio, murmurando únicamente algo sobre «circunstancias poderosas».
Al amanecer del tercer día, el ejército de draconianos estaba exhausto por la larga marcha de la noche y anhelaban descansar. Los compañeros habían pasado otra noche en vela. De pronto los carromatos se detuvieron de golpe. Tanis alzó la mirada, asombrado por el cambio en la rutina habitual. Los demás prisioneros se levantaron y miraron a través de los barrotes. Vieron a un anciano, vestido con largas túnicas, que en su día debían haber sido de color blanco, y con un arrugado sombrero de forma puntiaguda. Parecía que estaba hablando con un árbol.
—¿Es qué no me has oído? —El anciano golpeaba el roble con un viejo y gastado bastón—. ¡Te he dicho que te muevas, e insisto! ¡Yo estaba tranquilamente sentado sobre esa roca —dijo señalando un guijarro—, disfrutando del sol naciente que calentaba mis viejos huesos, cuando tuviste la desfachatez de proyectar tu sombra para enfriarme! ¡Te digo que te muevas!
El árbol no respondió, ni se movió...
—¡No aguantaré ni una insolencia más! —El anciano siguió golpeando el árbol con su bastón—. Muévete o te... Te tronch...
—¡Que alguien encierre a ese loco en una jaula! —gritó Fewmaster Toede.
—¡Sacadme las manos de encima! —espetó el anciano al draconiano que intentaba prenderlo. Lo golpeó débilmente con su bastón hasta que se lo quitaron—. ¡Arresten al árbol! —insistió—. ¡Obstrucción de la luz del sol! ¡Ese es su delito!
Los draconianos arrojaron al anciano en la jaula en la que se hallaban los compañeros. Tropezando con sus túnicas, cayó al suelo.
—¿Te encuentras bien, anciano? —preguntó Riverwind mientras lo ayudaba a sentarse.
Goldmoon se acercó a él.
—Anciano, ¿estás herido? Soy sacerdotisa de...
—¡Mishakal! —dijo él, observando el amuleto que Goldmoon llevaba alrededor del cuello—. Qué interesante. ¡Caramba! —exclamó mirándola sorprendido—. ¡No aparentas tener trescientos años!
Goldmoon parpadeó, sin saber cómo reaccionar.
—¿Cómo lo supiste? ¿Acaso reconociste...? Yo no tengo trescientos...
—Claro que no los tienes. Lo siento, querida. —El anciano le dio unos golpecillos en la mano—. Nunca hay que revelar en público la edad de las damas. Discúlpame, no volverá a suceder. Será nuestro pequeño secreto. Tas y Tika comenzaron a reírse. —El anciano miró a su alrededor—. Muy amable por vuestra parte el deteneros y ofreceros a llevarme. El camino a Qualinost es largo.
—No nos dirigimos a Qualinost —dijo Gilthanas con acritud—. Somos prisioneros, nos llevan a las minas de esclavos de Pax Tharkas.
—¡Oh! —el anciano miró vagamente a su alrededor—. Entonces tiene que haber otro grupo que pase por aquí. Hubiera jurado que era éste.
—¿Cuál es tu nombre, anciano? —le preguntó Tika.
—¿Mi nombre? —El hombre frunció el ceño, dubitativo—. ¿Fizban? Sí, eso es. Fizban.
—¡Fizban! —repitió Tasslehoff mientras el carromato se ponía en marcha una vez más—¡Ese no es un nombre!
—¿No? ¡Qué desastre! Me sentía bastante orgulloso de él.
—Yo creo que es un nombre espléndido —dijo Tika mirando a Tas fijamente. El kender se acurrucó en un rincón sin dejar de observar las bolsas que colgaban del hombro del anciano.
De pronto Raistlin comenzó a toser, llamando la atención de todos. Sus espasmos habían ido empeorando progresivamente. Estaba exhausto y tenía muchos dolores; su piel quemaba al tacto. Algo estaba abrasando al mago por dentro, y Goldmoon no podía curarlo. Caramon se arrodilló junto a él, limpiándole la sangrienta saliva que se escurría entre sus labios.
—¡Debería tomar esa pócima suya! —Caramon los miró angustiado—. ¡Nunca lo había visto tan mal! Si no atienden a razones... —el guerrero frunció el ceño— ¡les partiré la cabeza! ¡No me importa cuántos sean!
—Les hablaremos cuando nos detengamos por la noche —le prometió Tanis, a pesar de que ya se imaginaba la respuesta de Fewmaster.
—Perdonad —dijo el anciano—. ¿Me permitís? —Fizban se sentó junto a Raistlin. Posó su mano sobre la frente del mago y lentamente, dijo unas palabras. Caramon, que se hallaba a su lado, oyó «Fistandan...» y «no es el momento...». Desde luego no era una plegaria de curación como las que había probado Goldmoon, pero su hermano respondía a ella de manera sorprendente. Los ojos de Raistlin se abrieron de par en par y agarrando al anciano por la muñeca, lo miró con expresión de auténtico terror. Por un instante, les pareció que Raistlin conocía al anciano. Este pasó sus manos por los ojos del mago, y la mirada de terror se trocó en una expresión de perplejidad.
—Hola —Fizban le sonrió alegremente—. Mi nombre es... um... Fizban, —le dirigió a Tasslehoff una adusta mirada, desafiándolo a reírse.
—¿Eres un... mago? —susurró Raistlin. Su tos había cesado.
—¿Por qué me lo preguntas? Sí, supongo que lo soy.
—¡Yo sí soy mago! —dijo Raistlin haciendo un esfuerzo por incorporarse.
—¡No me digas! —Fizban parecía divertirse inmensamente—. ¡Qué pequeño es Krynn! Tendré que enseñarte algunos de mis hechizos. Conozco uno... uno de una bola de fuego... veamos, ¿cómo se hacía?
El anciano continuó divagando durante muchas horas. La caravana siguió su marcha a lo largo de todo aquel día y su noche correspondiente. Los prisioneros comían mendrugos de pan y alguno, demasiado hambriento para soportar el inacabable ayuno, engullía pequeños trozos de carne pestilente. Al amanecer del cuarto día la caravana se detuvo.
¡Rescatados!
La magia de Fizban.
Todos sufrían intensamente el cautiverio, pero el que más lo acusaba era Tasslehoff.
La forma de tortura más cruel que uno pueda infligir a un kender es encerrarlo. Aunque también es verdad que el suplicio más cruel que uno pueda infligir a un ser de cualquier otra especie es encerrarlo con un kender. Después de tres días de parloteo incesante, de travesuras y bromas, los compañeros casi hubieran preferido una hora de tortura a cambio de liberarse del incansable Tasslehoff —al menos eso es lo que Flint decía. Al final, después de que, incluso, Goldmoon perdiera los estribos, Tanis envió a Tasslehoff al fondo de la carreta. Con las piernas colgando fuera y creyendo que iba a morir de desdicha, el kender apoyó su cara contra los barrotes. Nunca en toda su vida, se había sentido tan desgraciado.
Las cosas habían mejorado al llegar Fizban, pero Tasslehoff pronto perdió el interés en él cuando Tanis lo obligó a devolverle al viejo mago sus bolsas y objetos personales. Al borde de la desesperación, Tas se había dedicado a una nueva diversión; Sestun, el enano gully.
Los compañeros miraban a Sestun con una mezcla de diversión y compasión. El enano gully era el blanco de las bromas y los malos tratos de Toede. Se pasaba todo el tiempo cumpliendo las misiones que éste le encomendaba, llevando sus mensajes desde el frente de la caravana hasta la retaguardia donde se hallaba el capitán de los goblins, llevándole comida desde el carromato de abastecimiento, alimentando y dando de beber a su poney y cumpliendo con todas las tareas sucias que a Fewmaster se le ocurriesen. Toede lo golpeaba, al menos, unas tres veces al día; los draconianos lo atormentaban, los goblins le quitaban la comida. Incluso los alces lo pateaban cuando pasaba trotando junto a ellos. El enano gully lo soportaba todo con expresión huraña y retadora, con lo cual se ganó la simpatía de los compañeros.
Cuando no estaba ocupado haciendo algo, Sestun rondaba cerca de la carreta de los compañeros. Tanis, que ansiaba enterarse de lo que ocurría en Pax Tharkas, le hizo preguntas sobre su tierra de origen y sobre cómo había llegado a trabajar para Fewmaster. A Sestun le llevó casi un día relatar la historia, y a los compañeros otro el recomponerla, ya que el gully había comenzado por la mitad, enlazándola, de pronto, con el principio.
Lo que consiguieron reconstruir no los ayudó mucho. Sestun vivía con un numeroso grupo de enanos gully en las colinas próximas a Pax Tharkas, cuando Lord Verminaard y sus draconianos se apropiaron de las minas de hierro para poder construir armas de acero para sus ejércitos.