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Authors: Bernard Cornwell

El rey del invierno (29 page)

BOOK: El rey del invierno
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Se ordenó al príncipe Cadwy de Isca que contribuyera al pago del sarhaed debido a Kernow. Se opuso a tal decisión, pero temblando ante la ira de Arturo, se avino dócilmente a satisfacer una cuarta parte del precio reclamado por Kernow. Sospecho que a Arturo le habría agradado infligir más oneroso castigo, pero yo estaba obligado por mi honor a no revelar la complicidad de Cadwy en el ataque a los páramos, y era yo el único que podía demostrarlo; así pues, Cadwy se libró de un castigo mayor. El príncipe Tristán aprobaba las decisiones de Arturo con gestos de asentimiento.

El asunto siguiente fue disponer el futuro de nuestro rey. Hasta el momento Mordred había vivido en casa de Owain, de modo que necesitaba un nuevo hogar. Bedwin propuso a un hombre llamado Nabur, jefe de los magistrados de Durnovaría. Un consejero elevó su protesta al punto, alegando que Nabur era cristiano.

Arturo golpeó la mesa para poner fin a una amarga discusión antes de que se produjera.

—¿Nabur se halla presente? —pregunto.

Un hombre de gran estatura se puso en pie al fondo de la sala.

—Yo soy Nabur. —Estaba bien afeitado y vestía toga romana— Nabur ap Lwyd —dijo presentándose formalmente.

Era joven, tenía el rostro estrecho, la expresión grave y profundas entradas en el pelo que le hacían parecer un obispo o un druida.

—¿Tenéis hijos, Nabur? —preguntó Arturo.

—Tres hijos vivos, señor. Dos varones y una niña. La niña es de la edad de nuestro señor Mordred.

—¿Hay druida o bardo en Durnovaria?

—Derella el bardo, señor.

Arturo consultó a Bedwin, el cual asintió, y luego se dirigió de nuevo a Nabur.

—¿Aceptaríais haceros cargo de la custodia del rey?

—Sería un honor, señor.

—Podéis enseñarle vuestra religión, Nabur ap Lwyd, pero sólo en presencia de Derella, el cual será tutor del niño a partir de los cinco años de edad. Recibiréis del tesoro la mitad de los emolumentos correspondientes a un rey y mantendréis una guardia permanente de veinte hombres para proteger a nuestro señor Mordred. Responderéis de su vida con vuestra alma y las

de toda vuestra familia. ¿Estáis de acuerdo?

Nabur palideció al oír que pagaría con la vida de sus hijos y su esposa cualquier cosa que le sucediera a Mordred; mas con todo, aceptó la responsabilidad, pues la ganancia no era despreciable: un puesto muy cercano al centro del poder de Dumnonía, a cambio de asumir la custodia del rey.

—Acepto, señor —dijo.

El último asunto del día fue decidir la suerte de Ladwys, esposa y amada de Gundleus y esclava de Owain. Encaróse a Arturo con aire de desafío al ser conducida a la sala.

—En el día de hoy —le dijo Arturo—, parto hacia Corinium, donde vuestro esposo permanece cautivo. ¿Deseáis acompañarme?

—Y sufrir mayor humillación a manos vuestras —dijo Ladwys.

Owain, a pesar de su brutalidad, no había logrado quebrantar el ánimo de la mujer.

Arturo frunció el ceño ante tono tan hostil.

—Para que os reunáis con él, señora —replicó Arturo amablemente—. La prisión que sufre vuestro esposo no es dura, disfruta de una casa como ésta, aunque debo admitir que bajo vigilancia. Podéis vivir con él en paz y en privado, si así lo deseáis.

A Ladwys se le escaparon unas lágrimas.

—Acaso no me quiera ya. He sido mancillada.

—No puedo hablar por Gundleus —dijo Arturo encogiendo los hombros—, sólo pido vuestra decisión. Si preferís permanecer aquí, podéis hacerlo. La muerte de Owain os deja en libertad.

Tamaña generosidad pareció desconcertarla, pero logró hacer un gesto de asentimiento.

—Iré, señor.

—Bien. —Arturo se levantó, llevó la silla a un lado de la habitacion e invitó cortésmente a Ladwys a tomar asiento. Después, se dirigió a la asamblea de consejeros, lanceros y jefes—. Debo deciros una cosa, una sola, pero habréis de entenderla bien y transmitirla a vuestros hombres, a vuestras familias, a vuestras tribus y a todo vuestro linaje. Nuestro rey es Mordred y sólo Mordred; a él debemos lealtad y a él sometemos la espada. En los años venideros el reino habrá de enfrentarse a sus enemigos, como todos los reinos, y habrá necesidad de tomar grandes decisiones; cuando dichas decisiones sean tomadas, algunos de entre vosotros murmurarán que usurpo el poder real. Es posible que lleguéis a pensar que me tienta el poder del trono. Así pues, ahora, ante todos vosotros, ante nuestros amigos de Gwent y de Kernow —hizo una inclinación hacia Agrícola y Tristán— juro por lo que cada cual tenga por más sagrado que pondré el poder que me concedéis al servicio de un único fin, cual es ver el instante en que Mordred tome el reino de mis manos tan pronto como cumpla la edad exigida. Así lo juro —concluyó abruptamente.

Prodújose cierta agitación en la sala. Hasta el momento nadie había reparado en que Arturo se había hecho rápidamente con el poder de Dumnonia. El hecho de verlo sentado a la mesa con Bedwin y el príncipe Gereint parecía indicar que los tres detentaban igual poder, mas el discurso de Arturo proclamaba que uno, y sólo uno, se hallaba por encima de los demás; Bedwin y Gereint apoyaban la decisión de Arturo con su silencio. Ni el uno ni el otro quedaban privados de su poder sino que, a partir de ese momento, lo ejercerían a gusto de Arturo, cuyo decreto consistió en que Bedwin continuara como árbitro de disputas en el reino y Gereint defendiera la frontera sajona, mientras que Arturo iría al norte a enfrentarse a las fuerzas de Powys. Yo sabía, y tal vez Bedwin también, que Arturo tenía grandes esperanzas de paz con el reino de Gorfyddyd, pero hasta el momento de asegurar dicha paz, continuaría en pie de guerra.

Aquella misma tarde una gran compañía partió hacia el norte. A la cabeza iban Arturo, acompañado de sus dos guerreros y su sirviente Hygwydd, y Agrícola con sus hombres. Morgana, Ladwys y Lunete viajaban en carreta y yo caminaba junto a Nimue. Lunete había sucumbido a la ira de Nimue. Pasamos la noche en el Tor y contemplé los grandes trabajos de Gwlyddyn. La empalizada nueva estaba en pie y la torre comenzaba a levantarse sobre los cimientos de la anterior. Ralla estaba encinta. Pelinor no me reconoció, sólo andaba de un lado a otro en la nueva jaula como si montara guardia y gritara órdenes a unos lanceros invisibles. Druidan se comía a Ladwys con los ojos. Gudovan el escribano me enseñó la tumba de Hywel, situada al norte del Tor y luego condujo a Arturo al sagrario del Santo Espino, donde reposaban los restos de santa Norwenna, muy cerca del arbusto milagroso.

A la mañana siguiente me despedí de Morgana y de Nimue. El cielo estaba azul de nuevo, el viento era frío y partimos rumbo al norte con Arturo.

Mi hijo nació en primavera y murió al tercer día. Pasaba el tiempo pero yo continuaba viendo su pequeño rostro arrugado y enrojecido y se me llenaban los ojos de lágrimas con el recuerdo. Parecía tan sano... Mas una mañana, envuelto en pañales y colgado en la pared de la cocina para que no lo rozaran los perros ni los lechones, murió sin más. Lunete lloró, como yo, y me acusó de la muerte del pequeño diciendo que el aire de Coríníum era mortal, aunque en realidad, ella se encontraba a gusto en la ciudad. Eran de su agrado los limpios edificios romanos y nuestra pequeña casa de ladrillo, situada en una calle empedrada; extrañamente, había trabado amistad con Ailleann, la amada de Arturo, y con sus dos hijos gemelos Amhar y Loholt. Me gustaba Ailleann, pero los dos niños era auténticos diablos. Arturo todo se lo consentía, tal vez se sintiera culpable de que ellos, igual que él, no fueran hijos legítimos con derecho a ser sus herederos, sino simples bastardos que tendrían que labrarse el porvenir por si solos en este mundo cruel. Jamás vi que recibieran castigo alguno, excepto en una ocasion en que los sorprendí metiendo un cuchillo a un perrito en los ojos, y los azoté a los dos. Habían cegado al perrito y decidí, por su bien, darle muerte inmediatamente. Arturo me dio la razón pero me advirtió que no me incumbía azotar a los niños. Sus guerreros me aplaudieron y creo que Ailleann aprobó mi acción.

Grande era la pesadumbre de Ailleann por aquellos días, pues sabía que sus días como compañera de Arturo estaban contados; su compañero se había convertido en el hombre más poderoso del más poderoso reino de Britania y habría de contraer matrimonio con una mujer que reforzara su poder. Yo sabia que la candidata era Ceinwyn, estrella y princesa de Powys, y tengo para mi que Ailleann no lo ignoraba. Ella deseaba regresar a Benoic, pero Arturo no consentiría que sus preciados hijos abandonaran el país. Ailleann sabia que Arturo jamás la dejaría morir de hambre, como tampoco haría una desgraciada a su real esposa manteniéndola a ella a su lado. A medida que la primavera vestía los árboles de hojas y la tierra de flores, su tristeza se hacía más y más honda.

Los sajones atacaron en primavera, pero Arturo no acudió a la guerra. El rey Melwas defendía la frontera sur desde Venta, la capital, y las bandas guerreras del príncipe Gereint se lanzaron desde Durocobrivis contra las levas sajonas del temido rey Aelle. Las fuerzas de Gereint hubieron de afrontar la peor parte de la guerra y Arturo envió refuerzos, treinta caballeros al mando de Sagramor, con lo cual se inclinó la balanza a nuestro favor. Supimos que los sajones de Aelle tomaron al negro Sagramor por un monstruo enviado desde el reino de la noche y que, careciendo de hechiceros y espadas para enfrentarse a él, optaron por la retirada. Tanto obligó a retroceder el guerrero numidio a los hombres de Aelle que ensanchó la vieja frontera en un día de jornada, marcándola con una fila completa de cabezas sajonas. Se adentró mucho en Lloegyr, e incluso en una ocasión llevó a sus caballeros hasta Londres, la ciudad más importante en tiempos romanos, aunque en esos momentos estaba en decadencia, con las murallas derruidas. Los britanos que allá sobrevivían, según palabras de Sagramor, eran apocados y le rogaron que no amenazara la frágil paz que habían establecido con los caciques sajones.

Seguíamos sin noticias de Merlín.

Aguardamos en Gwent el ataque de Gorfyddyd, pero en vez de tal ataque llegó un mensajero a caballo desde la capital, situada en Caer Sws, y dos semanas después Arturo se dirigió hacia el norte al encuentro del rey enemigo. Fui con él y once guerreros más, todos armados de espadas pero sin escudos ni lanzas. Ibamos en misión de paz, Arturo estaba emocionado por la perspectiva. Con nosotros venia Gundleus de Siluria y primero nos dirigimos hacia el este, a la capital de Tewdric, Burríum, una ciudad amurallada del tiempo de los romanos donde abundaban las armerías y el apestoso humo de las fraguas de los herreros; desde allí seguimos hacia el norte acompañados por Tewdric y sus hombres. Agrícola se hallaba en la guerra, defendiendo la frontera de Gwent contra los sajones, y Tewdric, igual que Arturo, tomó sólo una reducida guardia para que lo acompañara, aunque llevó también a tres sacerdotes, Sansum entre ellos, el curilla iracundo de negra tonsura a quien Nimue había bautizado con el nombre de Lughtigern, señor de los ratones.

Componíamos un grupo variopinto. Los hombres de Tewdric llevaban uniforme romano y manto rojo y los de Arturo, las nuevas capas verdes regaladas por su señor. Viajábamos bajo el palio de cuatro enseñas: el dragón de Mordred en representación de Dumnonia, el oso de Arturo, el zorro de Gundleus y el toro de Tewdric. Ladwys cabalgaba con Gundleus, era la única mujer del grupo. Había recobrado la alegría y Gundleus parecía satisfecho de tenerla consigo de nuevo. Continuaba en condición de prisionero, pero ceñía espada y cabalgaba en un lugar de honor, junto a Arturo y Tewdric. Tewdric aún recelaba de él, pero Arturo dábale trato de viejo amigo. Al fin y al cabo, Gundleus formaba parte de su plan de paz entre los britanos, una paz que permitiría volver las espadas y las lanzas contra los sajones.

Un cuerpo de guardia salió a nuestro encuentro en la frontera de Powys para rendirnos honores. Cubrieron el suelo con esteras y un bardo cantó la victoria de Arturo sobre los sajones en el valle del Caballo Blanco. El rey Gorfyddyd no acudió en persona pero envio en su lugar a Leodegan, el rey de Henis Wyren, a quien los irlandeses habían despojado de sus tierras y que desde entonces vivía refugiado en la corte de Gorfyddyd. El escogido fue Leodegan porque su rango lo permitía, aunque era un hombre de renombrada insensatez. Tenía una estatura extraordinaria, muy delgado, con el cuello largo, el cabello oscuro y escaso y la boca floja y húmeda. No podía parar quieto; se sobresaltaba, brincaba, guiñaba los ojos, se rascaba y gesticulaba sin cesar.

—El rey habría venido en persona —nos dijo—, si, ciertamente; pero no ha venido. ¿Comprendéis? Sea como fuere, ¡saludos de Gorfyddyd! —Observó envidioso el oro con que Tewdric recompensó al bardo. Según sabríamos después, Leodegan se había empobrecido completamente y dedicaba mucho tiempo a tratar de recuperarse de las grandes pérdidas sufridas cuando Diwrnach, el conquistador irlandés, le arrebatara las tierras— ¿Proseguimos? Tenemos alojamiento dispuesto en... —se detuvo—. Por todos los santos, se me ha olvidado, pero el comandante de la guardia lo sabe. ¿Dónde está? Allí. ¿Cómo se llama? No importa, llegaremos de todos modos.

La enseña de Powys, el águila, y la de Loedegan, el ciervo, se unieron a las nuestras. Seguimos una vía romana, recta como una lanza, que atravesaba buenos campos de labor, los mismos campos que Arturo devastara el otoño anterior, aunque sólo Leodegan podía ser tan importuno como para recordarle la campaña.

—Naturalmente, vos ya habéis pasado por aquí —le dijo.

Leodegan no tenía montura y tuvo que acercarse a pie al grupo real.

—No estoy seguro —replicó Arturo con diplomacia, aunque frunció el ceño.

—Naturalmente, naturalmente. ¿Veis? ¿Veis aquella casa quemada? ¡Vos lo hicisteis! —Leodegan miraba a Arturo con expresión resplandeciente—. Os subestimaron, ¿no es cierto? Yo se lo advertí a Gorfyddyd, se lo advertí directamente. El joven Arturo vale mucho, le dije, pero Gorfyddyd nunca ha sabido prestar oídos a palabras sensatas. Es guerrero pero no pensador. Mejor es su hijo, en mi opinión. Cuneglas, sí, mucho mejor. Me gustaría que el joven Cuneglas casara con una de mis hijas, pero Gorfyddyd no quiere ni oir hablar del tema. No importa.

Tropezó en una mata de hierba. El camino, igual que el Fosse Way cercano a Ynys Wydryn, tenía terraplenes a los lados para impedir que el agua se acumulara en la calzada, pero con los años los terraplenes se habían llenado y el camino iba cubriéndose de tierra, de modo que entre las piedras nacía toda clase de hierbas. Leodegan continuó señalando lugares devastados por Arturo, pero al cabo de un rato, y viendo que no obtenía respuesta, renunció a la conversación y vino a unirse a la guardia, que caminaba detrás de los tres sacerdotes de Tewdric.

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