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Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

El sacrificio final (33 page)

BOOK: El sacrificio final
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Gaviota se pasó el hacha a su mano izquierda, la mutilada, y estrechó con la derecha la mano de cada uno de aquellos ángeles exhaustos mientras repetía una y otra vez «¡Gracias! ¡Gracias!».

* * *

Un ruidoso estallido de vítores resonó allí donde terminaba el bosque.

Mangas Verdes y sus protectoras habían vuelto de su estancia en el bosque, y la archidruida enseguida fue informada de las últimas novedades.

Encontró a Gaviota inmóvil delante de la boca de un túnel.

—¡Tienes que detener las excavaciones, hermano! ¿Y si encuentran otro monstruo?

—¿Y qué más da si lo encuentran?

Gaviota le lanzó una mirada extraña y distante que Mangas Verdes nunca había visto en sus ojos hasta aquel momento.

—¿Cómo puedes decir eso? —Mangas Verdes agitó las manos en el aire, como si buscara las palabras que se negaban a acudir a su mente—. ¡Hubo heridos, y muertos! ¡Ese dragón de vapor era alguna vieja máquina de guerra que fue reactivada por la luz, o el aire, o el contacto con la mano de alguien! ¡Podría haber sido colocado allí deliberadamente como una trampa! Puede que los Sabios se retiraran a esos túneles durante los últimos días del apocalipsis... ¡Podría haber cien trampas más ahí abajo!

—Cierto, cierto. —Su hermano asintió—. Eso es lo que les dije. Pero dijeron que en tal caso, tu secreto de cómo controlar a los hechiceros tenía que estar ahí abajo. Y otros secretos que nos beneficiarán a todos... Un mapa de los Dominios, tal vez, que muestre dónde está la tierra natal de todo el mundo. Quizá también haya tesoros. Ahora tienen un hueso entre los dientes y misterios que resolver, y van a seguir cavando hasta sacarlos a la luz.

—¿Qué? —Mangas Verdes miró a su alrededor por primera vez desde que había llegado y contempló el campamento. Vio a algunas personas limpiando los destrozos, consolando a los heridos y recogiendo a los muertos. Pero no eran muchas—. ¿Dónde están todos?

Gaviota se limitó a señalar el túnel con un dedo.

—Ahí dentro —dijo—. Están cavando.

Mangas Verdes estaba tan perpleja que sólo pudo contemplar la oscuridad.

* * *

El ejército siguió cavando y se encontró con más monstruos, más catástrofes evitadas en el último momento y más muertes.

Un ángel fue incinerado y quedó convertido en cenizas cuando rozó una bola plateada medio incrustada en la tierra. Sus camaradas contaron que una de sus alas rozó una protuberancia plateada a pesar de que el ángel las mantenía lo más pegadas posible al cuerpo. Hubo un tremendo destello y un gran estallido, y del ángel sólo quedaron unas cuantas plumas chamuscadas y la pestilencia de la carne quemada. El destello plateado fue tan deslumbrante que quienes se encontraban cerca de él estuvieron ciegos durante dos días.

Pero siguieron cavando.

Un enano acabó con la cabeza destrozada cuando pisó una especie de alfombrilla de aspecto gomoso y resbaladizo y la alfombrilla se alzó de repente y lo lanzó contra el techo. Una babosa tan grande como un buey cobró vida para atacarles con sus pegajosas protuberancias, y luego les persiguió impulsándose sobre un pie gigantesco. Hicieron falta tres soldados armados con lanzas para matar a aquella criatura blanda y pulposa, y después cinco soldados tuvieron que usar ganchos de hierro para sacarla de los túneles y remolcarla hasta el borde del acantilado, donde la arrojaron a las rocas cubiertas de algas que había debajo. Las aves marinas disfrutaron de un banquete que duró tres días.

Y aun así el ejército siguió cavando. Los trabajos de excavación pasaron a abarcar todo el día y toda la noche.

Dos zapadores se desmayaron cuando un repugnante gas grisáceo brotó de debajo de una losa, y se necesitaron varias horas de arrojar antorchas a aquel tramo del túnel para purificar el aire emponzoñado. Un equipo fue bruscamente expulsado de un túnel, y salió aullando de él cuando puso al descubierto una colonia de hormigas de fuego del tamaño de una casa. Tuvieron que recurrir al fuego y a la pez ardiendo para matar a todas las hormigas, y luego su hedor metálico hizo que todos tuvieran náuseas durante días.

Pero siguieron cavando.

Los soldados insistieron en que debían ser los únicos a los que se les permitiera cavar, y argumentaron que era un trabajo demasiado peligroso para los zapadores y los seguidores del campamento. Otros replicaron que los soldados sólo querían acaparar toda la gloria, y de repente hubo ciento cincuenta trabajadores cubiertos de polvo y suciedad peleándose dentro del túnel y en la superficie y bajo la luz del sol. Gaviota intervino y declaró que quien quisiera cavar podría hacerlo. Eso provocó nuevos problemas, pues los cocineros, las ayas y los remendones también quisieron unirse a la excavación. Pero no había herramientas suficientes, por lo que al final lo echaron a suertes y hombres y mujeres maldijeron cuando el azar los confinó a la superficie.

Una mujer murió después de haber inhalado una nube de polvo atrapada en una pequeña cueva, un virulento veneno que había permanecido allí desde la guerra. Muchos enfermaron y tosieron y escupieron sangre, o sufrieron quemaduras al tocar el suelo y sus manos quedaron cubiertas por una veloz erupción de lesiones que les impidieron sostener las herramientas. Apenas se habían marchado a las tiendas de los curanderos cuando otros nombres y mujeres cogieron sus palas y sus picos.

Y cavaron.

—¡Están locos! —gimió una noche Mangas Verdes mientras estaban cenando alrededor de una hoguera del campamento—. ¿Por qué quieren arriesgar sus vidas de esa manera? ¡Oh, se han vuelto locos!

—No. Se están enfrentando a un desafío —replicó Gaviota—. Esta ruina, esta ciudad perdida... Bueno, está intentando quitárselos de encima. Quiere asustarlos y hacer que huyan, y ellos están decididos a vencerla.

—¡No lo entiendo! —Mangas Verdes se había echado a llorar—. ¡No deberían sacrificarse a sí mismos de esta manera! ¿Y si no hay ningún secreto? ¿Qué pasará si no encontramos ninguna forma de controlar a los hechiceros ni ninguna otra cosa? ¿Y si la gente está muriendo para nada sólo porque creen en lo que les he dicho?

Gaviota frunció el ceño, pero acabó meneando la cabeza.

—No se sacrifican por ti, Verde —dijo después—. Se trata de algo más grande.

—¿Algo más grande? ¿Qué puede ser? —Mangas Verdes resopló y sorbió aire por la nariz, y Wichasta le alargó un pañuelo—. ¡Por todos los dioses, Gaviota! Lo único que habíamos hecho hasta este momento era luchar y luchar, ¡y ahora estamos luchando contra la misma tierra y la magia de la antigüedad! ¿Por qué estamos muriendo?

Gaviota se limitó a menear la cabeza.

—No lo sé. Nos unimos para combatir a los hechiceros y vinimos aquí en busca del conocimiento, y tenemos que luchar con uñas y dientes para obtenerlo, y... Estamos atrapados en una leyenda, Verde, una epopeya tan grande como cualquier historia sobre Tobías Andrión o la dama Caleria. Es una historia que vivirá eternamente, algo tan inolvidable que luego podremos sentirnos orgullosos cuando contemos a nuestros nietos que formamos parte de ello...

—Oh, sí, quienes sobrevivan podrán sentirse muy orgullosos —gimoteó la joven druida.

—Sobreviviremos —dijo su hermano.

* * *

Y el ejército siguió cavando y sufrió heridas y mutilaciones, y siguió cavando con más ahínco, y quienes cavaban se negaron a dejar de trabajar cuando llegaba el final de sus turnos y tuvieron que ser sacados de los túneles a punta de lanza, y siguieron cavando y cavando.

Dos semanas después, Uxmal llevó a Gaviota y Mangas Verdes a los túneles para hacer un recorrido por ellos.

Los soldados, zapadores y seguidores del campamento se enfrentaban al peligro cada día, pero aun así ninguno de ellos estaba dispuesto a permitir que sus amados líderes visitaran el subsuelo hasta que Uxmal, con una sonrisa, aseguró a sus guardias personales que no correrían ningún riesgo.

Los líderes quedaron fascinados. Las paredes eran de piedra, mármol o algún mineral todavía más duro que había sido minuciosamente tallado y pulimentado por los constructores de la antigüedad hasta dejarlo tan liso como el satén. En un momento de la visita, el jefe de los enanos enseñó a Gaviota su reflejo en un panel de piedra que no había sufrido ningún daño. Los muros eran de color marrón claro con manchitas doradas y los suelos eran blancos con vetas grisáceas, pero tanto unos como otros estaban muy sucios. Muchos muros se hallaban agrietados, y también había grandes brechas entre los bloques de los muros y el techo.

Los túneles se bifurcaban y se convertían en habitaciones, salas y pasadizos que se alejaban en todas direcciones, serpenteando hasta dejar muy atrás los límites del jardín recubierto de mosaicos que se extendía sobre sus cabezas. Gaviota con su hacha, y Mangas Verdes con su capa de bordados multicolores, guardaron silencio mientras seguían al enano en su descenso por escaleras de diez metros de anchura, avanzaban por corredores iluminados con antorchas que habrían permitido cómodamente el paso de seis jinetes cabalgando el uno al lado del otro, atravesaban atrios con estanques secos en sus suelos, subían por rampas y pasaban junto a columnas repletas de tallas y arcadas. Y Uxmal suponía que había más: arriba, debajo de la espesura del bosque, probablemente hubiese un gran número de senderos, templetes y muros adornados con mosaicos.

Antorchas metidas en viejos pebeteros iluminaban el camino de los líderes, pero Uxmal llevaba puesto un casco de minero provisto de una vela que iba dejando caer gotitas de cera sobre su enorme nariz. El enano no paraba de hablar mientras caminaban. Uxmal creía que la tierra que habían sacado durante las excavaciones había sido introducida deliberadamente en los túneles. A juzgar por los huesos que habían encontrado, alguien debía de haber provocado una avalancha de barro lo suficientemente caliente para abrasar. Las grietas existentes entre los bloques del techo habían permitido que se produjeran filtraciones que habían ido llenando todos los huecos a lo largo de los siglos. Los zapadores habían consultado con los estudiantes de magia, y estaban de acuerdo en que las amenazas dispersadas por entre la tierra eran trampas colocadas allí con una clara intención de matar a los intrusos. Incluso la babosa se había hallado en un estado de hibernación mágica, o eso suponían, y el aire fresco la había revivido.

—Sí —les dijo Mangas Verdes—. Vi la destrucción en el casco. Los agentes de los Hermanos debían de querer que este sitio permaneciera enterrado lejos de los ojos de la humanidad.

El jefe de los enanos les informó de que habían ido registrando cada estancia a medida que quitaban la tierra, pero que no habían encontrado gran cosa. De vez en cuando daban con un cráneo calcinado o agrietado —muchos de ellos no eran humanos—, o una espada rota o una lanza. En una ocasión un cofre medio aplastado reforzado con bandas de un metal plateado reveló contener una considerable cantidad de oro. Muchas bombas plateadas más habían estallado, aunque las protecciones que usaban hicieron que nadie sufriese daños. Los enanos, siempre curiosos, habían intentado sacar algunas de los túneles para estudiarlas, pero las bombas siempre habían explotado con un destello cegador y un gran estruendo.

Gaviota y Mangas Verdes habían estado yendo de un lado a otro, pisando suelos de mármol manchados de tierra hasta que estuvieron un poco mareados, cuando de repente Uxmal se metió por un corredor muy espacioso.

Oyeron el retumbar del oleaje, y olieron a aire salado. El final del corredor daba al mar: era un agujero en el acantilado, a unos seis metros por encima de las aguas, con el borde del acantilado a tres metros por encima de él. Uxmal explicó que el pasadizo había sido obstruido con rocas.

El túnel sencillamente dejaba de existir. Las losas de mármol gris terminaban allí, con algunos huecos que parecían mellas mostrando los lugares en los que otras losas habían caído al mar.

Seguidos por sus guardias personales, los tres contemplaron las aguas de un azul imposiblemente intenso. Una ballena lanzaba su surtidor a lo lejos, un chorro de agua y vapor que se iba disipando en el viento marino. Una gaviota se dejó caer desde un nido oculto en el borde del acantilado para descender velozmente dentro de la bahía llena de olitas enmarcada por penínsulas de contornos escarpados e irregulares, y chocó con el agua, golpeándola igual que un dardo en su persecución de un pez plateado.

Gaviota contempló el agujero cuadrado y frunció el ceño.

—¿Adónde llevaba esto?

El enano extendió sus cortos y gruesos dedos recubiertos de callosidades hacia el vacío y el océano que se extendía por debajo de él.

—Afuera.

—Hemos terminado —dijo Mangas Verdes.

* * *

La archidruida reunió a los oficiales del campamento y los llevó hasta el borde del acantilado. Faltaba poco para que anocheciese, pero el cielo todavía estaba teñido de rosa y púrpura en el oeste. El viento hacía chasquear los revueltos mechones castaños de Mangas Verdes, y su capa llena de bordados ondulaba detrás de ella como las alas de un ángel.

—Toda esta excavación no ha servido de nada —dijo—. Según las conjeturas de Uxmal y Kamee, el colegio fue construido con cinco brazos, más o menos como una estrella de mar. Éste era un brazo. En el centro, donde ahora se encuentra la bahía, había alguna clase de estructura central. Esos islotes son todo lo que queda de los otros brazos.

Todos los oficiales estaban muy serios.

—Me alegra que los Hermanos murieran hace mucho tiempo —murmuró Gaviota—. Si pudieron invocar el poder necesario para hacer que kilómetros de túneles de piedra y todo un castillo se desplomaran en el mar, entonces me alegro de que nunca tengamos que enfrentarnos a ellos.

—Yo correría ese riesgo si con ello pudiera obtener el conocimiento que andamos buscando —dijo la archidruida—. Es lo único que considero que tiene un valor inapreciable, aparte de mis amigos... Pero lo que quería saber, el secreto del casco que nos queda por descubrir y que los Sabios no pudieron fijar con sus encantamientos por falta de tiempo, se encuentra en algún lugar del mar. Se ha perdido para siempre.

* * *

Gaviota volvió a su tienda un rato después y oyó llorar a la pequeña Agridulce. Lirio estaba sentada sobre su catre junto a una vela encendida, vestida con un camisón y haciendo cosquillas a la niña mientras la hacía saltar sobre su regazo, pero Agridulce se limitaba a llorar y chillar con su rostro enrojecido contorsionado en una mueca de irritación. Lirio siguió intentando calmarla hasta que no pudo aguantar más y prorrumpió en sollozos.

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