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Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

El sacrificio final (31 page)

BOOK: El sacrificio final
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La joven druida se apartó los cabellos de la cara y agradeció a sus dos porteadores el que hubieran cargado con ella.

—Bien, hermano, todo era tal como había supuesto —dijo después, alzando el casco de piedra verde—. Los ángeles y las gentes del mar fueron nombrados guardianes hace muchos eones, cuando los Sabios de Lat-Nam gobernaban estas tierras. Los Sabios los crearon, dando el poder de volar a humanos normales y corrientes y regalando el mar a los elfos. Las dos razas protegieron el colegio durante mucho tiempo. Cuando me puse el casco por segunda vez y tuve la visión de la destrucción final, entreví ángeles armados con espadas que morían valerosamente para hacer retroceder a los monstruos. Pero después me olvidé de ellos... Los ángeles y las gentes del mar sobrevivieron a la destrucción y han estado protegiendo estas tierras desde aquel entonces, vigilándolas y expulsando a los intrusos. Por eso nos atacaron.

Los dos bandos se acordaron de la batalla del día anterior y de los compañeros que habían muerto y se removieron nerviosamente, pero la disciplina se impuso y los mantuvo inmóviles.

—Ahora todos desean que no nos hubieran atacado —añadió Mangas Verdes—. En cuanto hube comprendido lo que había ocurrido, necesitaba demostrarlo. Por eso me fui del campamento sin ser vista, y pido disculpas a los puestos de guardia, y fui hacia las montañas. —La joven druida movió la mano en un vago señalar por encima de su hombro—. Los ángeles me vieron, naturalmente, y vinieron volando para... interceptarme. Pero yo alcé esto: el casco de piedra. Bastó, y hablamos. Después me llevaron a su hogar de las montañas. Todos tendríais que verlo alguna vez, pues escapó a la desolación de los Hermanos. Es muy hermoso, con panoramas de muchos kilómetros que pueden ser contemplados desde más balcones de los que se pueden contar, y con fuentes en grandes lagunas. Pero... Bien, el caso es que fui conducida ante sus eruditos, que reconocieron el casco. Uno de los ancianos incluso llegó a ponérselo para oír el coro de gritos que resuena en su interior, y se llevó toda una sorpresa.

—Verde... —Gaviota empleó un tono de cariñosa reprimenda, como si su hermana y él fueran los dos únicos seres vivos en muchos kilómetros a la redonda y Mangas Verdes acabara de ser sorprendida robando unas cuantas manzanas—. ¿Por qué no me lo dijiste? ¡Podrían haberte matado!

Su hermana pequeña asintió, contrita ante su preocupación, pero enseguida se encogió de hombros.

—Era preferible que muriese intentando obtener la paz que el ver cómo seguíamos librando batallas innecesarias.

Muchos menearon la cabeza, asombrados y llenos de admiración, al igual que hicieron los ángeles.

—Bueno, ahora la situación es mucho mejor. Los ancianos decidieron que, dado que poseía el casco de piedra y deseaba poner en práctica las enseñanzas de los Sabios y oponerme a los hechiceros malévolos, era su legítima heredera..., y en consecuencia van a ayudarnos en nuestra empresa. Ah, y además creen que las gentes de los mares también nos ayudarán.

Gaviota —general, leñador y hermano— asintió, pero eso fue todo. Resistió la tentación de volver la mirada hacia el comienzo del desierto, donde se extendían las hileras de tumbas recién cavadas de humanos, ángeles y hombres y mujeres de las olas. Sólo habían estado cumpliendo con su deber, al igual que él, pero Gaviota no podía perdonarles de inmediato, y dudaba de que sus seguidores fueran a hacerlo.

—Entonces dales las gracias por haberte traído hasta aquí —dijo, empleando un tono cuidadosamente neutral—. Kamee y los demás hemos estado hablando, y la única solución que vemos al problema que supone encontrar el secreto enterrado de tus Sabios es cavar hasta dar con él. Será un trabajo sucio y agotador. Si desean ayudarnos, pueden hacerlo..., y eso es todo lo que voy a decir por ahora. ¿Están dispuestos a hacerlo?

Mangas Verdes se volvió hacia una anciana que había permanecido inmóvil en el centro de la bandada, una mujer increíblemente flaca y marchita que tenía más de pájaro que de humano. Habló con ella en voz muy baja, y la mujer respondió con un graznido jadeante.

La joven druida se volvió hacia su hermano.

—Nos ayudarán. El sabio que los engendró sacó su inspiración de la leyenda de los ángeles de Serra, y los llamó ángeles de Duler. Las gentes del océano son la tribu de la Concha de Cobre, y fueron creados tomando como modelo a los tritones del Tridente de Perla, pero con piernas en vez de colas.

—Estupendo. —Gaviota ya había empezado a darles la espalda, y sus protectores se apresuraron a colocarse detrás de él. El leñador apoyó la hoja de su hacha en el hombro y echó a caminar hacia el bosquecillo—. Bien, pues pongamos manos a la obra.

* * *

Pero antes de que pudieran encontrar las ruinas, tenían que trasladar al contingente principal del ejército hasta aquel paisaje torturado y complejo.

Mangas Verdes empezó trayendo a los zapadores enanos, que enseguida iniciaron los trabajos necesarios para preparar el lugar donde se excavaría. Quitaron la maleza, despejaron una gran explanada para establecer un campamento, localizaron un acuífero que Mangas Verdes se encargó de purificar y abrieron caminos. Los exploradores descubrieron que el bosque terminaba a unos diez kilómetros hacia el oeste, donde era sustituido por una gran sabana, que fue el nombre con el que Kamee identificó a aquellas pequeñas colinas cubiertas de hierba que les llegaba hasta las rodillas y grandes árboles de copas aplanadas por el viento. Aquello era una buena noticia, pues toda aquella vegetación alimentaría a las monturas de la caballería y a las reses. Un camino que llevaba hasta la sabana fue abierto a golpes de hacha y espada, y se establecieron puestos de guardia. Después erigieron más puestos a lo largo del acantilado que daba al mar, y por el perímetro del desierto.

Todo el mundo sabía por qué estaban haciendo todo aquello. Tarde o temprano Liante y el congreso de hechiceros de Karli darían con ellos, y atacarían.

Mangas Verdes acabó opinando que ya estaban lo suficientemente protegidos y dedicó cuatro días a trasladar al ejército hasta allí, tomándoselo con calma y procurando no cansarse. Se estableció un campamento y el ejército, flexible y lleno de motivación, empezó a adiestrar a los nuevos reclutas e inició la exploración de aquellas nuevas tierras.

Una vez que decidieron iniciar los trabajos de excavación propiamente dichos, Gaviota dejó todos los aspectos de la labor en las manos de Uxmal y sus enanos. Uxmal y sus cohortes del sur utilizaron el consejo de los exploradores, cartógrafos y bibliotecarios y dispusieron estacas y cordeles formando triángulos. Después construyeron andamios de bambú, quitaron la maleza, solicitaron a los herreros que forjaran más palas, picos y palanquetas y, finalmente, anunciaron que empezarían a cavar allí, en una extensión de matorrales y hierba que no se diferenciaba en nada de ningún otro lugar de la zona.

Dos horas después ya habían puesto al descubierto una cara.

La cara había estado oculta a un metro escaso debajo del polvoriento suelo grisáceo. Representaba a un sol de gordas mejillas y expresión jovial de cuya cabeza irradiaban rayos serpenteantes. La totalidad del dibujo era un mosaico hecho con losetas, meticulosamente encajadas y no más grandes que la articulación de un pulgar, de colores antiguos pero todavía relucientes que habían surgido del fuego hacía muchos siglos y habían sido colocados bajo el sol para que fueran perdiendo poco a poco su viveza inicial: había azules tan pálidos como un cielo veraniego, rojos de óxido y oscuros tonos ámbar que formaban el sol. Uxmal, jefe de los zapadores, se puso de rodillas y limpió delicadamente el rostro hasta dejarlo totalmente revelado, y después las losetas fueron brillando con un colorido más intenso a cada minuto que pasaba.

Los enanos quitaron más maleza, arrojaron más tierra a un lado, arrancaron raíces y levantaron piedras. Rodeando al sol había planetas y las dos lunas de los Dominios, la Luna de las Neblinas y la Luna Brillante. El círculo era muy grande, de casi seis metros de diámetro: alguien bromeó diciendo que era lo bastante grande para poder bailar sobre él.

Rodeando el perímetro formado por los planetas había un canal de un palmo de profundidad para recoger la lluvia. Más chorros de polvo se esparcieron por el aire. Al otro lado del canal había más mosaicos, y más detallados. Los zapadores enanos fueron sacando a la luz del día leyendas, mitos y monstruos de tiempos muy lejanos, todos formados mediante losetas multicolores cocidas en hornos de alfarería. Algunas de las leyendas resultaban familiares: quienes contemplaron los mosaicos reconocieron la santa figura de Jacques Le Vert luchando con la Bestia delante de la misteriosa ciudad arbórea olvidada; a la dama Evángela cabalgando un arco iris para llegar hasta la Luna de las Neblinas; a Marhault saliendo a rastras de los restos consumidos por las llamas de su navío y jurando vengarse. Pero muchas imágenes no tenían nada de familiar y se convirtieron en tema de apasionadas discusiones, pues no hubo nadie en todo el ejército que no estudiara las fantásticas historias que contaban. Una espada adornada con gemas era hundida en el centro de una gran llanura cubierta de hierba mientras una tormenta retumbaba en las alturas. Una calabaza que un cuchillo había convertido en una grotesca cabeza bajaba rodando por una colina, avanzando hacia un caldero del que surgía humo. Una mujer envuelta en llamas bailaba sobre un pedestal de piedra.

Los enanos siguieron cavando y fueron muchos los que se unieron a ellos, y hasta aquellos que podían descansar acabaron trabajando. Hombres, mujeres y niños cavaron con palas y cubos que habían tomado prestados, y después usaron cucharas y cuchillos cuando ya no quedaron más herramientas disponibles. El círculo fue creciendo, y se fueron encontrando más y más artefactos: un engranaje de relojería tan grande como una rueda de carreta, una espada medio fundida y montones de dientes, lo único que quedaba de esqueletos incinerados y aplastados.

Los ángeles llegaron al mediodía y se ofrecieron a ayudar, y así lo hicieron, pero sus enormes alas hacían que no sirvieran de mucho para cavar y ni siquiera para pasar cestos de unas manos a otras, por lo que terminaron quedando a un lado, aún no perdonados. Los ángeles acabaron remontando el vuelo sin decir una palabra, y el ejército se alegró de verlos marchar.

Los voluntarios trabajaban apoyados sobre las manos y las rodillas, empleando trapos y cubos para limpiar las losetas, y éstas brillaban como si agradecieran lo que se hacía por ellas. Descubrieron fuentes adornadas con estatuas que habían perdido partes del cuerpo y se habían derrumbado, y luego encontraron las cañerías subterráneas que las alimentaban. Círculos de piedra que sólo contenían tierra salieron a la luz, y acabaron confirmando lo que Mangas Verdes había sospechado desde el principio.

El rostro era el centro de un gigantesco jardín ornamental, una obra de arte que mostrar al mundo. La maleza que había brotado encima de sus huesos estaba formada por los especímenes más resistentes de aquel antiquísimo jardín. La joven druida suponía que originalmente la mayor parte de aquellas tierras habían sido una gran sabana que se extendía hacia el horizonte hasta acabar confundiéndose con las pequeñas colinas azuladas. Los Sabios habían construido el colegio allí —nadie sabía por qué habían preferido aquel lugar determinado a otros—, y habían introducido en él muchas criaturas y plantas de procedencias exóticas..., y, naturalmente, también habían construido sus propias creaciones, los ángeles y las gentes del mar entre ellas.

Al anochecer los enanos habían puesto al descubierto la entrada a un túnel lo bastante grande para que una recua de bueyes pudiera pasar por él. Una vez investigado, encontraron un túnel similar al otro lado del círculo, pues la disposición del jardín era simétrica.

Gaviota, Uxmal, Kamee y Mangas Verdes se reunieron bajo la luz de las hogueras de maleza y hojas para decidir qué debían hacer con la entrada del túnel, que estaba obstruida por una masa de tierra muy compacta.

—¿Qué opinas, Verde? —preguntó Gaviota—. ¿Crees que tu secreto del casco, o lo que sea, está ahí abajo?

La joven druida guardó silencio durante unos momentos antes de responder.

—¿Debajo de un jardín? —murmuró por fin—. No tengo forma alguna de saberlo.

—¿Y qué con la tierra faceremos? —preguntó el enano, siempre práctico.

—¿Qué tamaño tiene esta especie de jardín? —replicó Gaviota.

El enano consultó con el bibliotecario, se fue a dar un paseo por las excavaciones y volvió casi enseguida.

—Supongamos que tiene un centenar, quizá un centenar y cinco zancadas de un lado a otro. Zancadas de humano, claro... Círculo muy grande.

Gaviota estiró el cuello y miró a su alrededor, intentando ver algo en aquella oscuridad casi tropical. El campamento principal se encontraba a poco más de medio kilómetro al norte, y el pequeño acantilado oceánico se alzaba a unos trescientos metros en dirección sur. A su alrededor se extendía el bosque infestado de insectos, con el claro más o menos circular que habían despejado abriéndose en su centro.

—¿Qué os parece si trasladamos el campamento a este jardín? —preguntó Gaviota con voz pensativa—. Podríamos fortificar el perímetro y convertirlo en un lugar bastante seguro.

—¿Por qué hacer tal cosa? —preguntó Uxmal—. Tonto es. Ahora tener que montar campamento encima de sitio donde excavar, y luego venir aquí y allá y volver para nada.

Gaviota se encogió de hombros, sintiéndose repentinamente incómodo y teniendo la vaga e inexplicable impresión de que estaba haciendo el ridículo.

—Serviría para... No sé, para darnos una meta. Es algo de lo que podría acabar saliendo una buena historia, ¿no? Vivir encima de todas esas antiguas leyendas y secretos... Los jardines son tan importantes para la moral como las armas, la comida y las canciones.

Mangas Verdes entrecerró los ojos y contempló a su tozudo hermano con visible curiosidad.

—Vaya, Gaviota... Eso que acabas de decir es decididamente poético —dijo por fin.

Su hermano puso los ojos en blanco.

—Bueno, lo único que ocurre es que me parece buena idea estar cerca de lo que..., de lo que sea que estamos buscando.

Después se fue, seguido por sus guardias personales. Mangas Verdes bajó la mirada hacia el polvo y la tierra que estaban pisando.

—Mañana cavamos, y mucho encontramos —le dijo el enano.

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