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Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

El sacrificio final (44 page)

BOOK: El sacrificio final
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—Son unas condiciones de rendición —acabó diciendo.

Mangas Verdes arrojó el pergamino hacia la mesa. La brisa se lo llevó antes de que llegara a ella, y nadie se inclinó para recuperarlo.

Liante alzó sus delgados hombros y dejó escapar un aparatoso suspiro. Karli se frotó la nariz para ocultar una sonrisa. Parecía alegrarse de ver cómo la oferta de Liante era rechazada, y estaba claro que le gustaría que hubiese nuevos combates. Si Liante había envejecido durante aquellos últimos meses, Karli se había vuelto más joven. Su aspecto de gatita era más acentuado que nunca..., pero tenía colmillos.

—Acabáis de sufrir un revés de la fortuna, como le ocurre a todo el mundo más tarde o más temprano —dijo el hechicero vestido con los colores del arco iris—. No podéis ganar esta batalla. Expulsaremos a vuestro ejército de este lugar, y será nuestro. Los secretos de los antiguos Sabios serán nuestros, y...

—No hay ningún secreto —le interrumpió Mangas Verdes, y el aire del desierto hizo que su voz sonara débil y temblorosa—. Encontramos unos cuantos túneles, pero están vacíos. Visité el fondo del mar y sólo encontré fantasmas. No hay artefactos, no hay fuentes de poder... Y esta tierra está enferma, y se halla envenenada. No hay nada por lo que valga la pena luchar o morir.

Liante estaba visiblemente confuso. Que la creyera decía mucho en favor de la sinceridad de Mangas Verdes.

—Pero... Si no estás luchando para conservar los secretos de los Sabios, ¿entonces qué...?

—Luchamos contra ti —dijo Gaviota—. Eso es lo que hacemos. Nos oponemos a los hechiceros que utilizan el poder para oprimir a sus peones, como tú los llamas. Seguiremos luchando hasta que hayas quedado aplastado y tus pedazos hayan sido esparcidos a los cuatro vientos.

—Si alguien va a rendirse, deberías ser tú —añadió Mangas Verdes—. Puedes matarnos, pero nunca podrás derrotarnos.

Los labios de Liante se movieron sin que ningún sonido saliera de ellos. El hechicero, que era un hombre codicioso, había dado por sentado que el ejército luchaba para acumular riquezas y poder. Comprender que no era así había hecho que no supiese qué decir.

Pero Karli sí sabía lo que debía decir.

—¡Entonces os mataremos! —declaró con su gutural acento del desierto—. ¡Desapareceréis y seréis aplastados, y dentro de unos cuantos años ya ni siquiera quedará un recuerdo de vosotros! ¡Y reuniremos a nuestras fuerzas y avanzaremos sin que nadie pueda oponérsenos!

—Tal vez —replicó Mangas Verdes sin inmutarse—, pero seguiremos existiendo como un recuerdo. Lirio así lo dijo. Con el tiempo, las personas corrientes de todos los Dominios sabrán que otras personas como ellos se enfrentaron a los hechiceros y que obtuvieron algunas victorias. Ése será nuestro legado, y es más que suficiente.

Liante puso los ojos en blanco y se pasó una mano por la cara, bajándola desde la frente hasta el mentón. Las filas de soldados y caballería del desierto se removieron lentamente detrás de él y un murmullo recorrió las formaciones, y Liante las redujo al silencio con una seca orden.

—Así que esta guerra ha de continuar, ¿no? ¿Seguiréis luchando hasta que cada hombre, mujer y niño haya quedado destripado y sirva de pasto a los buitres? ¿Estáis dispuestos a hacer que vuestro ejército salte a la muerte desde un acantilado, como esos roedores que se suicidan lanzándose al mar? ¿Es eso lo que queréis?

—No —repitió Gaviota—. Y a ese fin, yo tengo una propuesta que hacer. Es una contrapropuesta, en realidad... Propongo un combate a muerte.

Liante miró a Karli, que le devolvió la mirada. Los seguidores de Gaviota miraron a su alrededor, confusos y perplejos.

Gaviota alzó un robusto brazo y señaló al señor guerrero de Keldon con un dedo.

—Yo, como general del ejército, desafío a vuestro señor guerrero a un combate personal —dijo—. Si muero, Mangas Verdes se lleva el ejército y lo saca de aquí a través del éter, y vosotros os quedáis con estas ruinas vacías. Pero si gano, os marcharéis de esta tierra y no regresaréis nunca.

—¡No, espera! —gritaron al unísono Mangas Verdes y Muli.

Un zumbido de voces llenas de excitación resonó alrededor de Gaviota.

Pero Liante sonrió y gritó un seco «¡Trato hecho!» que más parecía un ladrido. El hechicero soltó una risita de puro deleite, incapaz de creer en su suerte.

—¡Sí, trato hecho! ¡Aceptamos!

Pues cualquiera podía ver que Gaviota, aun siendo fuerte y buen luchador, no era rival para el poderoso señor guerrero. El hombre de Keldon aplastaría a Gaviota con tanta facilidad como un halcón destroza a una paloma.

Pero el leñador se limitó a apoyar su mano mutilada sobre el mango del hacha que colgaba de su cinturón.

—Mañana, entonces —dijo—. Al mediodía. Aquí.

—¡Perfecto! —exclamó Liante, cada vez más contento—. ¡Mientras tanto suspenderemos todos los ataques! Y si vences, nos retiraremos y no volveremos nunca.

Pero se echó a reír, pues había saboreado la victoria y ya estaba planeando cómo explotarla.

Gaviota giró sobre sus talones y fue hacia el bosque, caminando tan deprisa que Mangas Verdes tuvo que echar a correr para alcanzarle.

—¡Gaviota! ¡H-Hermano! —Mangas Verdes estaba tan nerviosa y preocupada que tartamudeaba, una costumbre que había perdido hacía años—. ¡No pu-puedes luchar c-con él! ¡Es demasiado gran-grande, de-demasiado fuerte! ¡Te ma-matará!

—Quizá —replicó Gaviota sin mirarla—. Quizá no.

—Pe-Pero Gaviota... —Mangas Verdes tropezó con el extremo de su maltrecha falda cuando entraron en el sendero que atravesaba el bosque—. ¡No era necesario! Podríamos haber lu-luchado todos jun-juntos...

Pero su hermano siguió caminando sin escucharla. Mangas Verdes se detuvo y le vio marchar, las mejillas llenas de lágrimas.

* * *

—Sigo sin entenderlo, hermano —dijo Mangas Verdes por duodécima vez.

La joven druida estaba sentada delante de una pequeña hoguera en el círculo solar. Gaviota y Lirio también estaban allí. Liante había sido fiel a su palabra y había retirado a su ejército de bárbaros. Los seguidores de Gaviota y Mangas Verdes habían vuelto a acampar en la superficie, y ya habían reforzado la empalizada y los baluartes de tierra. Pero todo el mundo guardaba silencio, como si ya estuvieran llorando la muerte de su líder. Un niño que se había echado a reír fue acallado al instante por una docena de adultos. La familia estaba sola dentro de un círculo de guardias personales, y un acuerdo tácito hacía que todo el ejército se mantuviera lejos de ella.

Teniendo en cuenta que debía enfrentarse a una muerte segura a la mañana siguiente, Gaviota se hallaba maravillosamente tranquilo. El leñador acunaba a una Jacinta profundamente dormida en el hueco de un robusto brazo, y sostenía la delgada mano de su hermana con su otra manaza.

—Enfrentarme a él en un duelo proporciona tiempo a nuestro ejército para que descanse y haga planes. Si tengo razón y gano, entonces tendréis que estar preparados para enfrentaros a la traición. Si me equivoco y pierdo... Quizá podáis obtener un trato mejor. De cualquier manera, tal vez se salven unas cuantas vidas.

—¡Tonterías! —resopló Mangas Verdes—. ¡Nada de todo eso tiene ningún sentido! ¡Estarás muerto, y nosotros estaremos metidos en la misma situación desesperada de antes! Sólo que entonces será peor, porque no sabré qué hacer sin ti...

Gaviota le apretó la mano, pero Mangas Verdes se la arrebató de un tirón, mitad enfurecida y mitad asustada.

—Tendrás que luchar contra los hechiceros de cualquier manera que esté a tu alcance —dijo—. No se puede evitar, y en este ejército hay montones de personas que pueden decirte cómo hacerlo. Tienes reunidas aquí a algunas de las mejores mentes de los Dominios: soldados que llevan toda su vida peleando, curanderos, eruditos y escribanos... Yo casi no soy necesario, pues sólo soy un leñador.

La joven druida se negaba a dejarse consolar.

—Sabes que eso no es verdad, pero no discutiré contigo. Si debes luchar con ese señor guerrero, y no veo por qué, ¿podré al menos darte algún poder mediante unos cuantos hechizos? No te preocupes —se apresuró a añadir—. Dormir le ha hecho muchísimo bien a mis capacidades mágicas. Puedo aumentar tu fuerza y tu velocidad, y otorgarte una vista muy aguda. Y Kwam tiene toda clase de artefactos: corazas mágicas que desvían las espadas, cascos...

—No, Verde. La magia nunca me ha gustado y no voy a utilizarla ahora. Y si estoy equivocado, la magia tampoco serviría de nada.

—¿Qué significa todo eso? —La pena de Mangas Verdes se esfumó y fue sustituida por la ira. Su tono despertó a Jacinta, pero la niña murmuró algo ininteligible y volvió a acurrucarse sobre el pecho de su padre—. ¿Si estás equivocado en qué? —murmuró la joven druida—. ¿Qué se te ha metido en la cabeza hacer?

—Tuve un sueño —dijo Gaviota con voz pensativa—. Soñé con nuestra familia. Agridulce y Oso Pardo, nuestros hermanos y hermanas... Pero no diré nada más, porque temo perder la magia que había en ese sueño. —Gaviota sonrió ante sus contradicciones—. ¿Tendrías la bondad de excusarnos, Verde? Queremos estar solos.

—¡Oh!

Las emociones de Mangas Verdes giraban tan locamente como si estuvieran atrapadas en un huracán, y no pudo decir nada más. Se levantó entre un revoloteo de faldas, tropezó y fue sostenida por Gaviota antes de que cayera. Después giró sobre sus talones para marcharse, hecha una furia, pero cambió de parecer y besó a su hermano en la coronilla. Luego salió del anillo de guardias personales y fue corriendo hacia Kwam, llorando desesperadamente.

—Está muy preocupada por ti —dijo Lirio con voz baja y suave, rompiendo el silencio en el que sólo se podían oír los chasquidos de la hoguera—. Te echará de menos.

—¿Y tú no me echarás de menos? —bromeó Gaviota.

Lirio sonrió con tristeza. Sus ojos brillaban.

—Tú nunca haces las cosas a medias, Gaviota. Siempre he sabido que podía convertirme en una viuda. La idea me asusta, pero por lo menos estoy acostumbrada a ella. Confío en tu buen juicio, esposo mío.

—Siempre he admirado tu fortaleza, Lirio. —Gaviota le puso la mano en el hombro, lo apretó cariñosamente y la atrajo hacia él—. Hay un núcleo de acero oculto debajo de toda esa hermosa suavidad.

Lirio se inclinó sobre su bebé dormido y acercó un poco más los pliegues de la manta a su rostro rosado para protegerlo del frío.

—Y tú tienes la cabeza de madera, así de tozudo eres... Pero ¿qué puedo esperar de un leñador?

Gaviota suspiró.

—Pues por extraño que te pueda parecer, eso es lo único que he querido ser en toda mi vida —dijo—. Casarme con una buena mujer, cortar árboles, enseñar a mis hijos a dar forma a la madera y engordar y llenarme de canas delante del fuego... Sí, habría sido feliz y no habría necesitado nada más para sentirme satisfecho. Pero todas estas locas aventuras han valido la pena, porque me permitieron conocerte.

Esta vez fue Lirio la que suspiró, pero de puro placer mientras se inclinaba hasta quedar apoyada en su sólido esposo.

—Por lo menos tenemos un objetivo común —dijo—. En toda mi vida sólo he deseado una cosa: ser la esposa de un buen nombre.

—¿No querías ser un ángel? —volvió a bromear Gaviota.

Lirio meneó la cabeza, y sus cabellos castaños rozaron el brazo desnudo del leñador.

—No sé en qué estaba pensando al imaginarme que dejaría atrás este mundo. ¿Por qué podía necesitar volar cuando un hombre tan maravilloso, bueno y decente como tú camina sobre la faz de la tierra?

Gaviota le acarició los cabellos y se los besó.

—Si tú eres feliz, yo soy feliz.

—Oh, esposo... —Después Lirio pensó en el día siguiente y en cómo terminaría su amor, y suspiró—. Pero, Gaviota, ¿cuál fue ese sueño que mencionaste?

—Oh, sí. Mi plan, por así llamarlo. Soñé con mi familia... Y le contó su sueño, y el mensaje que encerraba.

* * *

Llegó el amanecer, con más preparativos y trabajos de fortificación, y finalmente, el mediodía se fue aproximando.

Gaviota, inmóvil sobre el círculo solar, permitió que se ocuparan de él. Sin que lo supiera, sus Lanceros Verdes habían pasado toda la noche limpiando su equipo. Gaviota se sorprendió al ver un faldellín y una túnica de cuero que parecían nuevos y estaban tan lustrosos y relucientes como el flanco de un caballo. Su casco y su coraza, que habían estado llenos de arañazos y melladuras, brillaban. Muli sostenía su gran hacha de doble hoja, con el mango recién frotado y el metal abrillantado hasta dejarlo tan luminosamente reluciente como un espejo. Stiggur había trenzado un nuevo látigo de mulero. Gaviota se dejó vestir, agradeciendo toda aquella atención: casco de acero, ropas de cuero y botas de media caña, ancho cinturón con el látigo metido debajo de él, coraza de acero y una capa azul que aleteaba bajo la brisa. Finalmente, Gaviota aceptó su temible hacha y todos lanzaron exclamaciones ahogadas.

Pero apenas se habló. Sólo Jacinta, pegada a las faldas de su madre, abrió la boca para preguntar adónde iba papá.

Lirio reprimió las lágrimas mientras observaba con ojos llenos de orgullo a su impasible esposo.

—Papá va a trabajar con su hacha, querida —dijo después—. No tardará en volver.

Gaviota alzó la cabeza y contempló el sol con los ojos entrecerrados.

—Ya es la hora.

Fue por el sendero que atravesaba el bosque, con la mitad de su guardia personal precediéndole y la otra mitad siguiéndole. Casi todo el ejército iba detrás de ellos. Liko avanzaba con su pesado caminar y la bestia mecánica de Stiggur subía y bajaba sus patas terminadas en pezuñas de hierro por entre los brezales, con el muchacho que la conducía llorando sin intentar ocultar su llanto. La caballería, humanos y centauros por un igual, avanzaba a través de la maleza y serpenteaba por entre los árboles para no perder de vista a su general. Detrás, con un aya llevando en brazos a Jacinta, venían Lirio, Mangas Verdes, Kwam y los demás.

La marcha por el bosque no duró mucho rato, y no tardaron en emerger a la cegadora luz solar que caía sobre el desierto de cristal negro. Los ángeles habían venido volando desde su lejana montaña y se habían alineado en el comienzo del bosque, con sus blancas alas brillando bajo el sol.

En el desierto había un gran semicírculo: Liante y los hechiceros, y muchos esclavos de su magia vestidos con prendas de vivos colores. Delante de ellos, solo, estaba aguardando el señor guerrero de Keldon.

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