El salón de la embajada italiana (27 page)

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Authors: Elena Moreno

Tags: #Narrativa, novela

BOOK: El salón de la embajada italiana
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Su padre, parco en palabras, no le había dado demasiadas explicaciones. Le había dicho que la tía había muerto tranquilamente. Que su cuerpo estaría en el tanatorio hasta el día siguiente para que todo el mundo se despidiera de ella, y luego le había hecho un par de preguntas para despistar su curiosidad.

Marina no se conforma con los hechos, necesita liturgia. Ha crecido con historias detalladas, con narraciones que encadenaban días y noches, descripciones minuciosas y susurros evocadores. Ha crecido con su madre, es decir, conmigo, y a su madre, es decir, a mí, me parece que la fantasía es un patrimonio indispensable e incalculable y se lo he dado a cada uno de mis hijos, aunque quizás ella ha tomado un poco más que ellos.

Marina necesita tiempo y muchas palabras para saciar su curiosidad. Aunque ha madurado en los últimos meses, aún no es ella del todo. Le falta mucho fuego lento para que sus conocimientos se hagan densos y tengan la untuosidad necesaria para esta vida. Por las ranuras de su frágil sabiduría, entran a veces emociones que no sabe dónde poner. Es una adolescente. Un ser aprisionado entre el sentido común de un adulto y la perplejidad de una niña. Sé que los últimos acontecimientos sucedidos en el seno de esta familia le han instalado un temor desconocido. Le asusta tener que contar con la realidad. Le atemoriza comprobar que se le morirán o desaparecerán los que ama. La muerte es un sentimiento al que no había hecho lugar todavía. Así que aplacé mi derrumbe y acometí esa maternidad que nunca termina. Nos sentamos en el salón —tres abrazos previos— y hablamos —nuevamente— del final de la vida, o lo que es lo mismo, de la muerte.

—La tía Carmen no estaba bien. Tú lo veías, cariño... Casi tenemos que estar contentos de que esto haya pasado... Era muy triste verla tan perdida.

Marina me miraba con sus ojos oscuros, sedientos de la seguridad maternal. Yo le acariciaba la cabeza, le desordenaba su pelo negro y rizado heredado de Ernesto.

—Desde que se murieron sus hermanas, se quedó sin ganas de vivir. Era como si hubiera terminado el viaje que tenía previsto. La tía había vivido la vida intensamente... Si la hubieras visto... Guapísima, sonriendo, vestida como en las revistas, conduciendo en aquellos tiempos... No pertenecía a su época... Pero se hizo mayor como todo el mundo y las personas mayores tienen que tener mucha voluntad, cosas y personas que las retengan aquí con su cariño cuando ya están cansadas de vivir, y encima ella tenía una enfermedad...

—Jo, ama... ¿La enfermedad es hereditaria? —Mi hija abrió los ojos redondos, limpios y míos. Yo la amé en ese momento con tal intensidad... Su amor me salvaba de todo el desamor de mi vida.

—No, Marina, no te preocupes... Esto forma parte de la vida. La gente se hace mayor..., se le acaba la batería —intentaba meter nomenclatura acorde con una de sus obsesiones: el teléfono móvil— y se apaga.

—Ya, pero, ama, no puedo dejar de pensar en el último día que estuvimos en su casa... ¿Tú tampoco me conocerás cuando te hagas mayor?

—No creo que me suceda lo mismo. La tía no tenía alzhéimer. La tía siempre fue muy especial, ya te he contado cosas de ella. Los médicos no son capaces de saber qué daño te va a causar un sufrimiento grande. Quedarse sin sus hermanas le debió de hacer mucho daño, tanto que no pudo soportarlo y se le fue la cabeza. Se rindió. Siempre hay que luchar, yo te lo digo. Ahora pensemos en que ya está con sus hermanas, dondequiera que nos reunamos. Nosotras estamos aquí y lo que vamos a hacer es despedirnos de ella, recordarla, hacerle un hueco en nuestro corazón. Nadie que hayamos querido se va del todo...

—Ama, estoy nerviosa, rara.

—Es normal, cariño. Todos estamos raros y nerviosos. Se nos ha ido mucha gente importante en poco tiempo. La abuela, las tías... Hay que hacer sitio en el corazón a lo que vivimos, sea malo o bueno.

Marina empezó a tocarse los brackets...

—Tú en lo que tienes que empeñarte es en disfrutar de la vida, estudiar, pensar en los dientes maravillosos que vas a tener...

Mi hija me interrumpió, consciente, sin duda, de que cuando yo empezaba a hacer una loa de algo, era imparable...

—Pues yo ahora pienso mucho en eso... Es que... ¡a ver si termina este año!... Parece que tengamos mal de ojo...

—Piensa en las cosas buenas...

Yo seguía intentado reconducir a mi hija hacia la cotidianeidad. Pero sus obsesiones estaban muy agarradas y no había manera de sacarla del obituario familiar.

—Ama, yo voy a ir a lo de las cenizas. Con la abuela no pude porque no había sitio en el barco y esta vez quiero ir, siempre me dejáis fuera porque soy de las pequeñas. ¡No es justo!

—Bueno, vamos a ver cómo nos organizamos. No sé si cabemos todos y primero serán los tíos y primos. Ahora, cariño, tengo que hacer un montón de llamadas. Cuando termine, cenamos juntas, nos damos mimos...

—Diego y aita están con el primo Alberto, y han llamado que vienen tarde, porque van a ir a buscar a Juan al aeropuerto, y que luego se quedan en el tanatorio. Ama... ¿Cómo va lo del funeral y todo eso? Me hago un lío con tantas ceremonias. ¿Cómo es?... ¿Primero son las cenizas y luego la misa, o al revés?

—La tía Carmen estará en el tanatorio hasta mañana al mediodía, luego se la llevan a incinerar. Mañana es el funeral en la iglesia, y el domingo vamos a echar las cenizas al mar en el barco del primo Luis.

—¿No vamos esta vez al cementerio?...

—Sí, iremos al cementerio también, pero tú no hace falta que vengas a todo. Después de la incineración, parte de las cenizas irán al cementerio, otras al mar. La tía lo dejó todo dicho. Pero de eso se encarga el primo Alberto y yo no sé si iré. Estoy muy cansada de ir a los cementerios. Estuvimos hace unos días... para Todos los Santos, y ahora otra vez...

—Mejor no vayas, ama. A mí el cementerio no me gusta. Me da miedo. Y tú estás muy triste desde hace tanto tiempo...

La miré y le di un abrazo. Me produce mucha ternura ver cómo se aleja mi niña y viene una mujer. La zozobra que hay en medio, tan jorobada, tan desorientada, tan característica de la adolescencia es muy peligrosa. Hay que atenderla con mucha paciencia y sentido del humor. Una corre el riesgo de que la arrolle el crecimiento de los hijos y de sucumbir a ese desorden de acnés por dentro y por fuera. Mi hija se pegó a mí y empezó a hablarme de una amiga suya que había perdido a su padre en un accidente de tráfico. Le había dejado muy impresionada el asunto del cementerio. La besé varias veces con ruido de madre de pueblo e interrumpí su torrente de anécdotas.

—Marina..., ¿Vas a dejar de hablar de cementerios o prefieres que me muera aquí en el sofá de puro agotamiento? —se lo dije sonriéndole.

—¡Ay, amaaa...!

Me quité la ropa que llevaba desde la mañana y me di un baño largo, luego busqué esas prendas viejas, lavadas y relavadas, que acogen más que cualquier otra. Me vestí de cualquier manera. Estaba tan cansada que apenas podía pensar. Pero tenía a Odalis metida entre los pensamientos. Había quedado en llamarla y no lo había hecho. Después de la clínica había acompañado a Alberto a resolver el tema de las esquelas. Habíamos comido y llevado la ropa de la tía al tanatorio. Odalis le había llamado unas cuatro veces mientras estuvimos juntos, pero yo siempre le hacía gestos de que le dijera que yo no estaba allí. Aquella mujer estaba nerviosa y era tenaz. Quería hablar conmigo, así que decidí no aplazarlo más y marqué el número de su teléfono.

—Odalis, ¿cómo se encuentra?

—Mejorcito, señora. Me acompaña mi amiga Gladys. Se lo dije al señorito Alberto. No quería estar solita. Ya me falta su tía.

Odalis nos relataba pormenorizadamente quién la acompañaba, y quién estaba en la casa de la tía Carmen cuando no estábamos nosotros.

—Ha hecho usted muy bien, Odalis. Estar acompañada es bueno. La llamaba porque le había prometido ir, pero me ha sido imposible. ¿Podemos dejarlo para otro día cuando pase todo?

—Señora, no podemos dejarlo. Tengo que decirle algo. Los deseos de los muertos son sagrados y nadie sabe la urgencia que contienen...

—Está bien, Odalis —me resigné ante la rotundidad de sus palabras—, pero cualquier cosa podrá esperar un par de días. No se preocupe por nada, que yo cargo con cualquier responsabilidad. Ignoro lo que tiene que decirme, pero todos estamos cansados. Me siento incapaz de moverme en este momento y tengo que ocuparme de mi familia. Mañana será el funeral. Pasado mañana a las diez estoy ahí.

Empleé un tono deliberadamente tajante y además puse en medio a mi familia para que no hubiera dudas.

—De acuerdo, señora Carmela.

Luego me metí en el despacho. Saqué aquel papelito que Alberto se había empeñado en darme. Había que llamar a mucha gente. Hice algunas de las llamadas inaplazables para comunicar la muerte de la tía Carmen, luego encendí el ordenador y miré los e-mails. Contesté alguno, eliminé otros y dudé unos instantes ante los mensajes de Mateo. Los abrí...

De: Mathew Martínez-Lezo

Para: [email protected]

Querida Carmela

Mi estancia en Zanzíbar no ha resultado tan dura como preveía. Hemos encontrado una buena respuesta por parte de las autoridades, pero ya sabes cómo se gestiona el poder en estos países. Me siento cansado, pero todavía quedan por realizar algunas gestiones. No creo que pueda estar en Madrid hasta primeros de diciembre. Como siempre, Carmela, recibir noticias tuyas sería algo maravilloso. Las esperaré todo el tiempo que necesites.

Mateo

Y otro...

De: Mathew Martínez-Lezo

Para: [email protected]

Querida Carmela

En este momento estoy a punto de coger un avión hacia Nueva York. Mi estancia en Dakar no ha tenido toda la efectividad que esperábamos y esto hace que uno se replantee muchas cosas. Creo que ya te lo avancé, pero ahora me lo han asegurado. Estaré en Madrid unos días a primeros de diciembre. Necesito saber de ti, de tu vida, de lo que sucede a tu alrededor. Si no quieres escribirme y necesitas tenerme frente a ti, puedo coger un avión en cuanto llegue. Carmela, a medida que pasa el tiempo, siento que he perdido algo que no me atrevo a valorar. Te pido de nuevo, te suplico, que me concedas la oportunidad de hablar contigo. Yo seguiré aquí.

Mateo

Me mantuve un rato mirando esas líneas que se repetían desde hacía meses, esas súplicas que yo ignoraba, esos puñales que se clavaban en mi corazón cada vez que él se aproximaba a mi vida. Nuevamente me preguntaba si debía responder o no.

Los primeros mensajes tras mi huida de Madrid habían sido urgentes, intensos, persuasivos, demoledores... Ahora, el tiempo había pasado su mano. Cada quince días, más o menos, recibía noticias suyas. Los mensajes estaban simplemente ahí. Como una presencia incombustible en la que, aplicando una educada cautela, me decía dónde estaba, cómo estaba, dónde iba a estar en el próximo mes y me pedía una tregua, un tiempo para hablar. No quería desaparecer de mi vida. Me esperaba. Y mientras tanto había adoptado aquel tono de informador profesional desde que le advertí que mi correo no era seguro, que mi ordenador estaba al alcance de mis hijos. Quería asustarlo. Que sufriera. Me hacía daño su recuerdo. Estaba enfadada y quería cortarle sus alas, su impunidad. Devolverle algo del daño que me había causado. Lo hacía, consciente de que el silencio puede ser la mayor de las venganzas.

Cuando encendía el ordenador y veía las carpetas de la biografía de Ángel Martínez-Lezo, le pedía disculpas. No a su hijo, a él, al poeta que había renunciado a su amor. Como yo, como el dolor de mi corazón. Como la rabia. Como el sentido herido de la lealtad. Como la confusión que reinaba en mis sentimientos. Como la pena penita pena. Éramos almas gemelas. Sentía una proximidad y una ternura hacia aquel desconocido hombre que alguna vez pensé en escribir sobre él, en fabular con aquel amor prohibido. Pero la vida tenía su propio ritmo. Todos éramos personajes de una obra escrita sabe Dios por quién. Y en aquel momento las cortinas del telón del escenario de mi vida se rasgaban y deshilachaban por todas partes mostrando el abandono de las bambalinas.

La pantalla del ordenador me devolvió a la realidad. En algún momento tendría que sentarme frente a aquellos ojos azules y escuchar lo que tenía que decir en su defensa, pero ahora, sabía que tenía que informarle de la muerte de la tía Carmen. A él más que a nadie tenía que decírselo. En realidad, intuía que debía informarle de cualquier cosa importante que pasara en mi vida. No sabía todavía muy bien el porqué. Pero lo sabía.

Con una inesperada determinación le di a reenviar y escribí...

Para: [email protected]

Asunto: Noticias de la familia

Mateo

Te escribo para informarte de que esta madrugada ha muerto mi tía Carmen. Era, como sabes, la última y muy querida de la saga Farinelli, la última de mis mayores.

Mi corazón se siente dolorosamente vacío. Ella se lleva algo que no podré recuperar. Tengo la sensación de que a partir de hoy empieza una nueva etapa de mi vida. Caigo en la tentación de revisar mis días, mis decisiones, lo que poseo o lo que me hubiera gustado poseer. No ha sido fácil llegar hasta aquí, conservando esa esperanza que te hace levantarte a conquistar tu día, a redimir lo que parecía no tener redención. Tengo la voluntad de vivir con mis frágiles propiedades y la intención de sostenerme en ellas.

Sobre mi mesa reposa la responsabilidad que contraje contigo esa biografía de tu padre que me propusiste hace algo más de un año en el hotel Carlton. Un año en el que se ha ido desmantelando mi vida; con la muerte de ellas; con la aparición de esas fisuras, de imposible ignorancia, en mi lealtad; con tu presencia y tu ausencia; con esa determinación de contar y recontar mis dudas y certezas.

Aunque no lo hayas nombrado, sé con seguridad que has recibido noticias de mi abogado respecto al contrato que nos une. Puedes ignorarlas. Espero que ni tú ni yo nos empeñemos en canalizar nuestra impotencia por ese camino que desgastará lo que hemos atesorado de nosotros mismos. Quiero que sepas que he decidido terminar la historia de la vida de tu padre, creo que se lo debo, porque él me ha enseñado mucho más de lo que puedes imaginar, pero lo haré a mi modo. Si me lo permites, me gustaría comprarte los derechos por si en algún momento deseara su publicación. Te haré llegar a través de mi abogado una propuesta. Asimismo, te remitiré todo el material original que poseo y podremos romper el contrato y cualquier vínculo que te haya mantenido en contacto conmigo, incluido mi corazón.

Espero que disfrutes de tu familia y que la cuides.

Carmela

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