S: ¿Vais a pedir? Esperad, que os pido yo, ya que estoy aquí.
Rubia: Ah, gracias. Dos Caciques con cola.
S: Pero no os invito, ¿eh? No os hagáis ilusiones.
H: No, nosotros hasta la cuarta cita no invitamos a nadie.
(
Las dos chicas ríen. H sonríe, orgulloso de sí mismo, aunque no añade nada más en todo el rato en el que Santi se entretiene pidiendo las copas. Cuando ya las tiene, se las da y ellas le dan el dinero, que él rechaza. Ellas no ponen mucho empeño en obligarle a tomarlo y se vuelven a guardar los billetes
).
S: ¿Y cómo os llamáis?
Rubia: Yo soy Rubia y ella es Morena.
S: Yo soy Santi, él se llama H.
(
Se dan todos dos besos. Santi en seguida se pone a hablar con la rubia
).
Morena: ¿H? ¿Cómo se escribe eso?
H: Con hache.
Morena: Ah, qué curioso.
(
H toma un trago de su bebida, pensando qué más puede añadir
).
H: (En un aparte a Santi). ¿Cómo se llaman? Con la música no me he enterado.
S: Ni puta idea.
H: (
Vuelve con la morena
). La verdad es que no me gusta nada este sitio.
M: A mí sí.
H: ¿No te parece que la gente es muy mayor?
M: No…
(
Otros instantes de silencio
).
H: Y es caro.
M: Sí, pero como yo entro gratis…
H: ¿Ah, sí?
M: Sí, conozco al de la puerta.
H: Anda, ¿de qué?
M: Pues de venir.
H: Ah, coño, claro. Pensé que igual era tu primo o algo.
M: No, no, qué va… No tengo primos en Barcelona.
H: ¿De dónde es tu familia?
M: De Barcelona. Pero mis dos primos se han ido a vivir fuera.
H: ¿Al extranjero?
M: No, a Tarragona. Uno a Tarragona y el otro a Valls.
(
Más momentos de silencio
).
M: Perdona, ¿has visto a mi amiga?
H: Sí, mira, está ahí con Santi. Es que con tanta gente.
M: Ah, vale.
H: Hoy hay mucha gente, ¿no?
M: Un segundo, que voy al baño.
(
La chica desaparece. Desde donde está, H sólo ve que se va hacia el fondo, aunque pasa antes por donde está su amiga y le dice algo al oído antes de seguir su camino. H aprovecha que hay menos gente y se apoya en la barra a acabarse la copa. Pasa un buen rato: el suficiente como para asumir que la treintañera ya no va a volver. Cuando apura el vaso, mira el reloj, ve que ya son las cuatro y media, y decide que es hora de marcharse a casa. Va a buscar a Santi, para al menos avisarle y dejarle con la rubia. Después de moverse de nuevo entre varios grupos y de perderse dos veces, lo localiza, solo, apoyado en la otra punta de la barra
).
H: Anda, estás aquí. Pensaba que estarías con la rubia.
S: Y yo que tú estabas con la morena. Se han ido las dos hace un rato, se ve que mañana tenían que ir a comer a no sé dónde.
H: Ya, bueno…
S: No, pero hemos estado bien ahí. Por lo menos hemos hecho algo.
H: Pero…
S: Que sí hombre, que sí. Tú hazme caso. Lo normal es llevarnos calabazas y esto ya es un pequeño logro.
H: Joder. ¿Hablar?
S: Claro, porque luego la semana que viene nos las encontramos y las saludamos y charlamos otro rato. Esto es una carrera de fondo.
H: Todo para un polvo.
S: Hombre, ya que estás, aprovecha y echa un par.
H: No sé yo si vale la pena.
S: Bueno, a veces la primera noche ya es posible, pero no te hagas ilusiones.
H: De todas formas, tú tampoco es que…
S: No, no, yo nada. Yo soy un teórico que se permite incursiones ocasionales en lo práctico. Los ligones de discoteca que consiguen éxito con periodicidad no vergonzante son una minoría, asúmelo. Lo normal es no saber ligar.
H: Ah, bien…
S: Porque si los hombres supiéramos ligar, nadie se casaría.
H: …
S: Vamos a pedir un par de copas y te lo explico. Sí, perdona… Joder… Ep… Joder, que estaba yo… (
Después de unos minutos:
) Dos Johnny Walker con cola, por favor. (
Los sirven. Paga H, después de que Santi le recuerde que antes ha tenido que invitar a las chicas. Menuda ruina
). Lo que te decía. Si tú pudieras salir a la calle, señalar a una cualquier con el dedo y llevártela a casa, a quien quisieras y sin fallar nunca, ¿te casarías?
H: Sí.
S: ¡No! ¡Claro que no! ¿Por qué ibas a hacerlo? El único objetivo del matrimonio es asegurar sexo con relativa frecuencia y la procreación. Y a nosotros sólo nos interesa una de esas dos cosas.
H: Hombre, no hay que ser tan…
S: Que sí. Mírate a ti. Tú eres un tío normal. Perdona que te lo diga así, pero eres un tío normal. Con tu novia, tu trabajo o lo que queda de él y tu hipoteca, aunque no vivas en tu piso. Te falta el perro. ¿Y qué ha tenido que hacer tu novia para que tú la dejes preñada? Dejar de tomar la píldora a tus espaldas y luego echarte de casa para evitar cualquier tipo de injerencia masculina en asuntos que no te conciernen. Y eso que eres un tío normal. Imagínate lo que tendría que hacer una mujer para ser madre con alguien completamente contrario a la procreación.
H: Joder, si lo pones así...
S: Es que es así. Por eso te digo que tienes suerte: vas a ser padre uno de cada dos fines de semana. Y los jueves. O algún otro arreglo similar. Y el resto del tiempo, podrás hacer lo que te dé la gana.
H: Pero es que yo tampoco…
S: Tampoco ¿qué?
H: No sé.
(
Los dos beben apoyados en la barra. Santi busca algún grupo de chicas con la mirada, pero ya sólo quedan grupos mixtos o de dinosaurios y arcosaurios. De hecho, hay un trilobite borracho sentado en uno de los taburetes. H piensa en lo que le ha dicho su amigo. No quiere estar de acuerdo. Pero sobre todo le molesta lo de que podría hacer lo que le diera la gana. Ése era el principal problema. Que ni siquiera sabía qué era lo que le daba la gana
).
H: Joder. Las cinco y cuarto ya. Igual vamos tirando, ¿no?
S: Hombre, pero si ahora llega la mejor hora.
H: ¿Ahora?
S: Y tanto. Piensa que hay un montón de tías que no han ligado en toda la noche, pero venían con ganas. Porque nadie se les ha acercado o porque los que se les han acercado no les han gustado lo suficiente. Van a emprender el rumbo a casa cuando la discoteca cierre, cabizbajas, contorneando sus inútilmente depilados muslos, que serán desaprovechados a no ser que alguien osado como nosotros entre en acción.
H: ¿Tú te estás oyendo?
S: Muy poco: la música está muy alta.
H: Ya sólo quedan las rancias, las gordas y las casadas.
S: Hombre, no seas tan radical. Ni tan sibarita. Que no estamos para escoger.
H: Mantengamos la dignidad.
S: Entre mantener la dignidad y follar, no sé con qué me quedo.
H: ¿En serio nos vamos a rebajar a hacer uso de…
S: ¡No lo digas!
H: … la hora Greenpeace? ¿Vamos a ponernos a salvar a las focas y a las ballenas?
S: ¡No! ¡Lo has dicho! No seas así. Todavía hay atunillos aprovechables. Mira a tus tres. No, a tus tres. Tres y media. Vale, cuatro.
H: ¡Es la camarera!
S: Pues eso.
H: Pero está trabajando. Y estará de moscones hasta las narices.
S: Ya…
H: ¿Qué quieres decir con eso?
S: Nada, estoy intentando hacerte perder más tiempo.
H: Lo tuyo es lamentable. Creo que por hoy ya hemos hecho suficiente.
S: Bueno, sí, incluso teniendo en cuenta que estás desentrenado, ha sido todo un éxito.
H: Yo no diría tanto, pero en fin. Por lo menos lo hemos intentado.
S: Lo hemos dado todo.
H: Ha sido una primera toma de contacto con la soltería.
S: Exacto. La semana que viene, más y mejor.
H: Se trata de levantar cabeza poco a poco.
S: Claro, entiendo que para ti la situación es complicada.
H: No puedo de repente en dos días convertirme en…
S: En mí.
H: Er…
S: Oh, venga, concédeme esto.
H: Anda, vámonos para fuera.
(
Se vuelven a mover a codazos, menos porque el local está algo más vacío. Bajan del escenario y pasan por la platea en dirección a la puerta. Salen, despidiéndose de los porteros con un ya no del todo adecuado “buenas noches” e intentando mantener el porte y la dignidad, como si volvieran solos porque quisieran. Ep, sólo somos dos amiguetes que hemos salido a tomar un par de copas y a pasar el rato. No hemos ligado porque no hemos querido
).
TELÓN.
Nos miramos con pena en la calle. Santi aún sonreía, pero menos, y yo reprimía un bostezo. No éramos los únicos que salíamos con cara de tendrías que haberte ido a dormir hace tres horas. La discoteca iba vomitando grupitos, con algún que otro miembro tambaleándose, buscando un taxi o una cabina teletransportadora, con los tacones en la mano, y con la mirada perdida y sorprendida porque aún era de noche, cómo puede ser de noche, si llevo ahí dentro por lo menos dos semanas.
–Bueno –le dije a Santi–, ¿vamos tir… ?
A media frase, una mirada había capturado la mía mientras salía precisamente de aquel local. No, no era ni la mirada de Rubia ni la de Morena. Era la de un tipo más bien fondón, con una media melena grasienta y una falsa sonrisa.
–Hombre, ¿qué tal? –Me saludó Pol, dándome una pegajosa palmada en el hombro.
–Pues aquí...
–Ya está bien que te diviertas, así nos distraemos todos de la que nos está cayendo.
–Sí, en fin, para un día que…
–Es una pena lo que ha pasado. Una pena. Me sabe fatal por toda la gente que había allí. Había gente muy buena.
–Sí, eso sí...
–Muy buena. Fatal. Una pena.
–Hola, yo soy Santi.
–Er… Sí, Santi, él es Pol.
–Ah, el sobrino de tu jefe.
–Santi…
–Sí, y durante una época también su jefe. Ahora ya no estoy ligado a la empresa.
–Ya, bueno, nos v…
–Es pronto –dijo Santi, con una sonrisa que me entraron ganas de reventar a puñetazos– ¿por qué no vamos a desayunar?
–Yo iba ahora a casa, a desayunar, que he invitado a estas dos amigas –Pol señaló con la cabeza a dos chicas que estaban apoyadas en un coche, con los ojos entrecerrados y el maquillaje ligeramente fuera de lugar–. Las he pillado hace un rato en la barra, solas, y bueno…
–Pues perfecto –dijo Santi–. Vamos para allá. ¿Dónde vives?
–Ehm…
–No, Santi, nos vamos a…
–No, va, venga, tiene razón. Si estas no follan, tal y como están. Así nos reímos un rato.
–Venga.
–No, que…
–Va, no seas aguafiestas.
–Pero es que es tard…
–Qué va a ser tarde. Ni siquiera es de día. Ni siquiera es temprano.
–Si además vivo aquí al lado.
–¿No despertaremos a tu novia?
–Qué coño, si está visitando a su familia en Tarragona. Si no, de qué iba a traerme a estas a casa.
–Es que estás tonto. ¿Tú te escuchas?
Fuimos caminando calle arriba, sin que Pol nos presentara a sus amigas, que caminaban tambaleándose y tropezando, apoyándose de vez en cuando la una en la otra y de vez en cuando en Pol, que aprovechaba para estirar el brazo como si fuera de goma, intentando llegar desde la cintura a rincones insospechados.
–Santi, eres idiota.
–No seas sosainas. Ahora vemos su casa, nos tomamos una última copa a su salud, conseguimos el teléfono de las dos borrachas y le robamos el móvil.
–¿Pero qué dices?
–No, tienes razón, el móvil, no, pero algún jarrón horrible o algo.
–Deja de decir tonterías.
–Has estado bien con lo de la novia. ¿Y qué cabrón, no? Se lleva a dos tías a la casa que comparte con ella. Hay que ser muy cerdo. No me cae tan mal.
–Bueno, ya ves que no va a hacer nada…
–No, ya, si está claro que no… Pero podría ser… Un poco menos sobrias y hubiera caído alguna de las dos. Las dos, no, desde luego. Si te fijas, van a su casa para apoyarse la una a la otra.
–Lo dices porque tropiezan con su propia sombra.
–No, hablo en sentido metafórico. Se están dando apoyo. Amiga mía, estás muy borracha y a lo mejor te lían, así que voy a ir contigo para que no te pase nada. Y la otra, pues yo igual. Gracias, amiga… Gracias, amiga.
–Pero se las lleva a desayunar. En eso nos gana.
–Nos falta jeta. Y dinero. Y ya tenemos una edad en la que deberíamos tener las dos cosas. Seguro que su novia está buena.
–No mucho. La he visto sólo un par de veces. Pequeñaja, morena, nariz aguileña, un poco tonta.
–Me gustan bajitas, y lo sabes. Eso me ha dolido.
–A ver, y estas tías son dos orcos borrachos.
–Y calientapollas.
–Pero es normal. El tío es feo, está gordo, es incluso más bajito que tú.
–¡Yo no soy bajito! –Protestó Santi, casi poniéndose de puntillas–. ¡Soy mediano!
–Bueno, pues es incluso más mediano que tú. Y es imbécil. Tonto del culo. Ya lo has visto, si habla como un puto retrasado. Y además baja la voz, que nos va a oír.
–Que nos oiga. Si su familia te debe pasta. Normal que te invite a desayunar whisky y que aguante tus imprecaciones. Qué menos. En todo caso, será feo y tonto, pero tiene pasta. Y ya sabes cómo son las tías.
–¿Todas las tías?
–No, no quiero decir eso. La cuestión es que el poder las atrae. Y este poder puede ser dinero, confianza, incluso inteligencia. Pero tiene que notarse. Y Pol es un pijo profesional. Y eso se le nota.
–En serio, estoy hasta el moño de tus teorías. Además, no aciertas ni una.
–¿Cómo que no? Rebátelas, si tienes valor.
–No hay nada que rebatir, están todas mal, desde el principio.
–Y tú estás de mal humor. Estás agriado. Te irá bien el paro. Si alguna vez te dejan ir, claro. Aunque con lo desgraciado que eres, seguro que encuentras trabajo en seguida y empalmas uno con otro.
Pol nos esperaba parado en un portal, con las dos chicas apoyadas como fardos en la puerta.
–Es aquí –abrió–. Venga, que cabemos todos en el ascensor. Dale al ático, que no llego.
Nos apretamos. Aquel habitáculo olía a tabaco rancio y a alcohol. Santi estaba encantado. Una de las chicas apoyaba su culo en él y si el edificio llega a tener dos plantas más, le pone una mano en la teta.
Al subir al piso, dejamos a las chicas en el sofá de cuero del comedor, donde se pusieron a roncar. Literalmente. No estaba mal el sitio. Sólo vi el pasillo y el comedor, pero parecía grande, con suelo de parket y sus muebles modernitos, como comprados por catálogo: un sofá beige en forma de ele, una enorme televisión de plasma, una mesa de café baja, una alfombra blanca… No sé, el tipo de casa con más televisores que libros.