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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras

El señor de la guerra de Marte (11 page)

BOOK: El señor de la guerra de Marte
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Kulan Tith palideció.

Un grito ahogado salió de los labios de Thuvan Dihn, que estaba a mi lado, no habiendo subido al trono que le esperaba al lado de su amigo. Durante un momento un silencio de muerte reinó en la gran sala de audiencia de Kulan Tith, jeddak de Kaol. Fue éste el que rompió el encanto.

Levantándose de su trono se acercó a Thuvan Dihn. Las lágrimas oscurecían sus ojos mientras apoyaba las manos en los hombros de su amigo.

—¡Oh Thuvan Dihn —exclamó—, que haya ocurrido esto en el palacio de tu mejor amigo! Con mis propias manos hubiera ahogado a Matai Shang si hubiese adivinado los siniestros designios que albergaba en su pecho. Anoche quedó la fe de toda mi vida debilitada; esta mañana ha sido aniquilada, pero demasiado tarde, demasiado tarde. Para libertar a tu hija y a la esposa de este gran guerrero de las garras de esos archidemonios, tienes a tu disposición todos los recursos de una poderosa nación, porque Kaol entero está a tus órdenes. ¿Qué puede hacerse? ¡Dilo!

—Lo primero —indiqué yo— es averiguar quiénes son los responsables de la fuga de Matai Shang y sus acompañantes. Sin ayuda de dentro no ha sido posible. Buscad a los culpables y obligadles a que expliquen cómo se fueron y qué dirección tomaron.

Antes de que Kulan Tith pudiera dar las órdenes necesarias para ello, un joven y arrogante oficial se adelantó y, dirigiéndose al jeddak, dijo:

—¡Oh Kulan Tith, el más poderoso de los jeddaks! Yo solo soy responsable de este grave error. Anoche era yo el que mandaba la guardia de palacio. Estaba en mi puesto, fuera de la sala, durante la audiencia de la madrugada e ignoraba lo que en ella ocurrió; de modo que cuando el padre de los Therns me llamó para explicarme que deseabais que saliese cuanto antes con su séquito de la ciudad, a causa de la presencia de un enemigo mortal que atentaba contra la vida del sagrado hekkador, hice lo que durante toda mi vida me han enseñado como mi deber: obedecer a aquel que creía nos gobernaba a todos, más poderoso aún que vos, el más poderoso de los jeddaks. Yo solo soy culpable y, por tanto, sobre mí deben recaer las consecuencias y el castigo. Los demás de la guardia de palacio que asistieron en la huida lo hicieron por orden mía.

Kulan Tith me miró y luego miró a Thuvan Dihn como preguntándonos nuestra opinión sobre aquello; pero el error era evidentemente tan excusable, que ninguno de los dos quisimos que el joven oficial sufriese por una equivocación que cualquier otro hubiese tenido.

—¿Cómo se fueron —preguntó Thuvan Dihn— y qué dirección tomaron?

—Se fueron como vinieron —replicó el oficial—: en su aeronave. Durante algún tiempo, después de haberse marchado, estuve mirando las luces del aparato, que, por fin, desaparecieron hacia el Norte.

—¿En qué parte del Norte podrá Matai Shang encontrar asilo? —preguntó Thuvan Dihn a Kulan Tith.

Durante algún tiempo el jeddak de Kaol permaneció con la cabeza baja, al parecer sumido en profunda meditación. De repente, su rostro se iluminó y exclamó:

—¡Ya lo sé! Ayer mismo, Matai Shang dejó escapar una indicación de su destino, hablándome de una raza muy distinta a la nuestra, que habita en el Norte. Dijo que siempre habían conocido a los Sagrados Therns y eran fieles y devotos adeptos del antiguo culto. Entre ellos encontraría siempre un puerto de refugio donde no podría penetrar «ningún hereje mentiroso». Ahí es donde se ha dirigido Matai Shang.

—¿Y no habrá en Kaol ningún aparato para poder seguirle? —exclamé.

—Sólo en Ptarth —replicó Thuvan Dihn.

—Esperad —exclamé—. Detrás del lindero Sur de este gran bosque están los restos del aparato que me trajo aquí. Si me dejáis unos hombres para ir a buscarlo y operarios para ayudarme, lo podré arreglar en dos días, Kulan Tith.

Había sospechado mucho de la aparente sinceridad de la repentina apostasía del jeddak kaoliano; pero la viveza con la cual acogió mi indicación y la premura con que mandó ponerse a mis órdenes a varios oficiales, desvanecieron por completo todas mis dudas.

Dos días después el aparato descansaba sobre la torre vigía dispuesto a emprender el vuelo. Thuvan Dihn y Kulan Tith me habían ofrecido todos los recursos de dos naciones...; millones de combatientes se hallaban a mí disposición; pero mi aparato no podía admitir más que a Woola y a mí.

Al entrar en él vi que Thuvan Dihn se colocaba a mi lado. Le dirigí una mirada de interrogativa sorpresa. Dirigiéndose a uno de sus más elevados oficiales que le había acompañado a Kaol, dijo:

—Te encomiendo la vuelta de mi séquito a Ptarth. Allí gobierna mi hijo sabiamente durante mi ausencia. El príncipe de Helium no irá solo al país de sus enemigos. He dicho. Adiós.

CAPÍTULO VIII

A través de las Cavernas de la Carroña

Día y noche nos dirigía nuestra brújula directamente hacia el Norte tras el otro aparato.

Al anochecer del segundo día notamos el aire mucho más frío, y dada la dirección del Ecuador, de la que veníamos, esto nos aseguraba que nos acercábamos rápidamente a las regiones árticas.

Mi conocimiento de los esfuerzos realizados por innumerables expediciones para explorar aquel territorio desconocido me hacía ir con precaución, pues nunca había vuelto ningún aparato de los que atravesaban una distancia considerable de la poderosa barrera de hielo que separa el borde sur de los helados territorios. Lo que fue de ellos nadie lo supo... Únicamente que habían pasado para siempre de la vista del hombre en aquella triste y misteriosa comarca del Polo.

La distancia de la barrera al Polo no era mayor de la que un rápido aparato podía recorrer en unas horas; por tanto, se daba por cierto que alguna terrible catástrofe esperaba a los que llegaban a la «tierra prohibida», como había llegado a ser llamada por los marcianos del mundo exterior.

Así, pues, aflojé la marcha al aproximarnos a la barrera, pues pensaba proceder con cautela por el hielo para descubrir, antes de caer en algún lazo, si realmente había un territorio habitado en el Polo Norte, porque sólo allí podía imaginar un sitio en que Matai Shang se creyese a salvo de John Carter, príncipe de Helium.

Volábamos muy lentamente, casi al nivel del suelo... materialmente palpando nuestro camino entre las tinieblas, porque las dos lunas se habían ocultado y la noche estaba oscurecida por las nubes, que sólo se encuentran en las dos extremidades de Marte.

De repente, un enorme muro blanco se levantó directamente en nuestro camino, y aunque eché el freno y giré nuestro vehículo, no pude evitar el choque.

Con un agonizante estrépito dimos en el gran obstáculo que aparecía ante nosotros.

El aparato vaciló, la máquina se detuvo y uno de los tanques recién arreglados estalló, y nos precipitamos de cabeza al suelo a veinte metros de altura.

Afortunadamente, no nos hicimos daño, y cuando logramos salir de los restos del aparato la luna menor había salido de nuevo por debajo del horizonte, y pudimos ver que nos encontrábamos al pie de una enorme barrera de hielo, de la cual salían grandes colinas de granito que le impedían seguir flotando hacia el Sur.

¡Qué mala suerte! Con el viaje casi terminado, quedarse en la parte exterior de aquella muralla de piedra y hielo imposible de escalar.

Miré a Thuvan Dihn, que se limitaba a mover desconsoladamente la cabeza.

El resto de la noche la pasamos estremeciéndonos de frío con nuestros poco adecuados trajes de seda y lana sobre la nieve que cubre el pie de la barrera de hielo.

Con la luz del día, mi espíritu recobró algo de su acostumbrado optimismo, aunque debo confesar que había bien poco que lo alimentase.

—¿Qué haremos?... —me preguntó Thuvan Dihn—. ¿Cómo atravesar lo que es infranqueable?

—Primero tenemos que probar que lo es —repliqué—. No admitiré que lo sea antes de haber recorrido el círculo entero y hallarme de nuevo derrotado en este sitio. Cuanto antes empecemos, mejor, porque no veo otro camino, y nos llevará más de un mes el recorrer los cansados y helados kilómetros que se extienden ante nosotros.

Durante cinco días de frío, sufrimientos y privaciones, recorrimos el rudo y helado camino que se extiende al pie de la barrera de hielo. Muchos animales cubiertos de pieles nos atacaban de día y de noche. Ni por un momento estuvimos a salvo del repentino ataque de algún demonio del Norte.

El apt era nuestro más fuerte y peligroso enemigo.

Es un animal enorme, de piel blanca; tiene seis miembros, cuatro de los cuales, cortos y pesados, le llevan rápidamente a través de la nieve y el hielo, mientras que los otros dos, que le salen del lomo a cada lado de su poderoso cuello, terminan en blancas manos sin piel, con las cuales coge y agarra su presa.

Su cabeza y boca son más parecidas a las del hipopótamo que a ningún otro animal de la Tierra, exceptuando que de los lados de las mandíbulas inferiores salen dos poderosos cuernos que se curvan ligeramente hacia la frente.

Sus dos enormes ojos me inspiraron gran curiosidad. Se extienden en dos grandes manchas ovaladas, desde el centro de la parte superior del cráneo, a cada lado de la cabeza, hasta más abajo de las raíces de los cuernos, de modo que estas defensas realmente salen de la parte inferior de los ojos, que están compuestos de varios miles de ocelos cada uno.

Esta estructura de ojo parecía notable en un animal cuyas guaridas se hallaban en un deslumbrador campo de hielo y nieve, y aunque al examinar cuidadosamente a varios que matamos vimos que cada ocelo tiene su propio párpado y que el animal puede cerrar cuantas facetas de sus enormes ojos quiera, sin embargo, yo estaba seguro de que la Naturaleza así le había provisto porque gran parte de su vida había de pasarse en oscuros y subterráneos recintos.

Poco después de esto encontramos el más enorme apt que hemos visto nunca. El animal medía de alzada ocho metros largos, y estaba tan cuidado, limpio y brillante, que hubiese jurado que lo acababan de cepillar.

Nos miraba, al acercarnos, porque habíamos averiguado que era perder el tiempo intentar escapar a la furia que parece apoderarse de aquellos animales diabólicos, que vagan por el triste Norte, atacando a todo ser viviente que perciben con sus ojos de largo alcance.

Aunque no tengan hambre y no puedan comer más, matan solamente por el placer que sienten en quitar la vida; así es que cuando aquel ejemplar no nos atacó y, en vez de esto, dio media vuelta y empezó a trotar, al acercarnos a él, hubiese quedado sorprendido al no ver, como vi, un collar de oro alrededor de su cuello; también Thuvan Dihn lo vio, y para los dos fue esto un mensaje de esperanza. Sólo el hombre podía haber colocado el collar, y como ninguna raza de marcianos que conozcamos, ha intentado domesticar al feroz apt, debía de pertenecer a gente del Norte, cuya existencia ignorábamos, quizá los fabulosos hombres amarillos de Barsoom, aquella antiguamente poderosa raza que se suponía extinguida, aunque a veces los teóricos creían existía en el helado Norte.

Simultáneamente seguimos la pista del enorme animal. Hicimos prontamente comprender a Woola nuestro deseo, de modo que fue innecesario no perder de vista a la bestia, cuya rápida huida sobre la tosca tierra le hizo pronto desaparecer a nuestros ojos.

Durante más de dos horas, la pista corrió paralela a la barrera, y después, de repente, se volvió hacia ella a través del más áspero y, al parecer, impracticable camino que había visto nunca.

Enormes peñas de granito nos cerraban el paso por todas partes; profundas grietas en el hielo amenazaban tragarnos al menor paso dado en falso y una ligera brisa que soplaba del Norte nos traía un hedor insoportable que casi nos asfixiaba.

Tardamos dos horas más en atravesar unos cientos de metros del pie de la barrera.

Después, dando vueltas a lo que parecía un muro de granito, llegamos a un área plana de dos acres delante de la base del enorme montón de hielo y roca que nos había despistado durante dos días, y vimos ante nosotros la oscura y cavernosa boca de una cueva. Por la abertura repelente emanaba el terrible hedor, y Thuvan Dihn, al examinar el sitio, exclamó con profunda sorpresa:

—¡Por todos mis antecesores! ¡Que haya yo llegado a ser testigo de la realidad de las fabulosas Cavernas de la Carroña! Si, en efecto, son éstas, hemos hallado el camino para atravesar la barrera.

La antigua crónica de los primeros historiadores de Barsoom, tan antigua que durante siglos se ha tenido por mitológica, recuerda la huida de los hombres amarillos ante las devastaciones de las hordas verdes que invadieron a Barsoom, cuando, al secarse los grandes océanos, se vieron precisadas a salir de ellos las razas dominantes de que los habitaban.

Relatan los restos de esta una vez poderosa raza, cómo vagaban, acosados a cada paso, hasta que, al fin, encontraron un camino a través de la barrera de hielo del Norte, que los condujo a un fértil valle del Polo. Ante la abertura del pasaje subterráneo, que conducía a su puerto de refugio, fue librada una gran batalla, de la que salieron victoriosos los hombres amarillos, y dentro de las cuevas que daban paso a su nueva patria amontonaron los cuerpos de los muertos de uno y otro bando para que el hedor hiciese desistir a sus enemigos de su persecución.

Y desde aquel lejano día los muertos de esta tierra fabulosa han sido llevados a las Cavernas de la Carroña para que, aunque en muerte y corrupción, puedan servir a los suyos y apartar a los invasores. Aquí también traen, según cuenta la fábula, todos los desperdicios de la nación, todo cuanto es corruptible y puede añadirse al hedor que ofende a nuestro olfato.

Y la muerte acecha a cada paso entre la podredumbre, porque aquí tienen sus guaridas los fieros apts, añadiendo a la acumulación de la podredumbre los restos de sus presas que no pueden acabar de devorar. Es un horrible camino que conduce a nuestro destino, pero no hay otro.

—¿Estás, pues, seguro de que hemos encontrado el camino que conduce a la tierra de los hombres amarillos? —exclamé.

—Tan seguro como puedo estarlo —replicó—, teniendo sólo como base de mi afirmación una antigua leyenda. Pero mira cómo hasta aquí cada detalle concuerda con la antiquísima historia de la hégira de la raza amarilla. Sí, estoy seguro de que hemos descubierto el camino de su antiguo escondite.

—Si es así, y pidamos que sea verdad —dije—, entonces podremos aquí resolver el misterio de la desaparición de Tardos Mors, jeddak de Helium, y Mors Kajak, su hijo, porque no ha quedado otro sitio por explorar en todo Barsoom por las muchas expediciones e innumerables espías que los han estado buscando cerca de dos años. La última noticia que de ellos tuvimos es que buscaban a Carthoris, mi valiente hijo, más allá de la barrera de hielo.

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