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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El señor de los demonios (9 page)

BOOK: El señor de los demonios
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—Debes dormir, Kal Zakath —dijo Andel—. Hay formas de evitar las pesadillas y el sueño es la mejor de las medicinas.

—Me temo que no podrás evitar estas pesadillas, Andel —respondió Zakath negando con la cabeza. De repente, una mueca de preocupación se dibujó en su rostro—. Sadi, ¿las alucinaciones son uno de los síntomas del veneno que me han dado?

—Es posible —admitió el eunuco—. ¿Qué horrores has visto?

—No ha sido un horror —respondió Zakath—, sino la cara de una mujer joven. Sus ojos están vendados con un trozo de tela y cuando veo su rostro me invade una extraña sensación de paz.

—Entonces no ha sido una alucinación, Kal Zakath —le dijo Andel.

—¿Quién es esa extraña criatura ciega?

—Mi ama —dijo Andel con orgullo—. La cara que se apareció ante ti en la hora crucial fue la de Cyradis, la vidente de Kell, de cuya decisión depende el futuro de la humanidad... y el de otros mundos también.

—¿No crees que tanta responsabilidad es una carga excesiva para unos hombros tan menudos? —dijo Zakath.

—Es su misión —respondió Andel con sencillez.

El enfermo pareció volver a dormirse y sus labios dibujaron una extraña sonrisa, pero de repente volvió a abrir los ojos, con una expresión de curiosidad en el rostro.

—¿Estoy curado, Sadi? —le preguntó al eunuco de cabeza rapada—. ¿Tu excelente veneno nyissano ya ha abandonado mi cuerpo?

—¡Oh! —respondió Sadi, vacilando—, yo no diría que estás completamente curado, Majestad, pero creo que ya estás fuera de peligro.

—Bien —dijo Zakath mientras intentaba sentarse. Garion se acercó a ayudarlo—. ¿Han cogido al bribón que me envenenó?

—No, que yo sepa —respondió Sadi sacudiendo la cabeza.

—Pues creo que ésa va a ser mi primera orden. Comienzo a sentir un poco de hambre y no quisiera tener que pasar por esto otra vez. ¿Los venenos son comunes en Cthol Murgos?

—La ley de los murgos prohíbe los venenos y las drogas, Majestad —respondió Sadi—. Son un pueblo muy atrasado, pero es probable que los asesinos dagashis tengan acceso al thalot.

—Entonces ¿crees que el envenenador pudo haber sido un dagashi?

—Casi todos los asesinatos en Cthol Murgos son obra de dagashis —respondió Sadi encogiéndose de hombros—. Son eficientes y discretos.

—Eso acusa directamente a Urgit —dijo Zakath con aire pensativo—. Los dagashis resultan caros y Urgit tiene acceso al tesoro real.

—No —declaró Seda con una sonrisa—. Urgit no haría eso. Podría clavarte un cuchillo en la espalda, pero nunca usaría veneno.

—¿Cómo puedes estar tan seguro, príncipe Kheldar?

—Lo conozco —respondió Seda sin demasiada convicción—. Es débil y un poco tímido, pero no participaría en un envenenamiento. Es una forma despreciable de resolver las diferencias políticas.

—Príncipe Kheldar —protestó Sadi.

—Excepto en Nyissa —admitió Seda—. Siempre hay que tener en cuenta las costumbres locales. —Se rascó la nariz larga y puntiaguda—. Estoy de acuerdo con que Urgit no sufriría mucho si una mañana amanecieras muerto —le dijo al emperador malloreano—, pero todo parece demasiado obvio. Si tus generales creyeran que fue Urgit quien mandó matarte, se quedarían aquí durante las siguientes diez generaciones intentando destruir Cthol Murgos, ¿verdad?

—Supongo que sí —asintió Zakath.

—¿Quién se beneficiaría más en deshacerse de ti y asegurarse de que la mayor parte de tu ejército no volvería a Mallorea en un futuro próximo? No Urgit, desde luego, sino alguien que pretende actuar con libertad en Mallorea. —Seda irguió los hombros—. ¿Por qué no permites que Liselle y yo busquemos información antes de tomar una decisión al respecto? Las cosas demasiado obvias siempre me hacen sospechar.

—Eso está muy bien, Kheldar —dijo Zakath con terquedad—, pero ¿quién me asegura que mi próxima comida no tendrá otra dosis de estas exóticas especias?

—Tienes junto a la cama a la mejor cocinera del mundo —dijo el hombrecillo con cara de rata mientras señalaba a Polgara con un ademán ampuloso—. Si quisiera, podría convertirte en un rábano, pero nunca te envenenaría.

—De acuerdo, Seda, ya es suficiente —dijo Polgara.

—Sólo estoy alabando tu extraordinario talento, Polgara. —Ella le dedicó una mirada fulminante—. Creo que es hora de que me vaya —le dijo Seda a Garion.

—Una sabia decisión —murmuró Garion.

El hombrecillo se volvió y salió de la habitación.

—¿Es tan bueno como quiere hacerme creer? —preguntó Zakath con curiosidad.

—Entre él y Liselle son capaces de descubrir cualquier secreto del mundo —asintió Polgara—. Aunque Seda no quiera admitirlo, forman un equipo magnífico. Y ahora, Majestad, ¿qué te gustaría desayunar?

Mientras tanto, en un rincón de la habitación tenía lugar un curioso intercambio. Garion había oído un suave y somnoliento ronroneo procedente del frasco de Zith. O la serpiente estaba expresando su satisfacción o era una de las extrañas especies que ronroneaba mientras dormía. La gata de Zakath se había bajado de la cama, atraída por el ruido, y se había acercado con curiosidad al pequeño habitáculo de Zith. Con aire ausente, sin siquiera pensarlo, la gata respondió con otro ronroneo. Luego olió el frasco y la tocó con cautela con una de sus suaves patas. El extraño dúo de ronroneos continuó.

Porque Sadi no había cerrado bien la botella o porque la serpiente había descubierto una sencilla forma de salir de ella, Zith empujó el corcho con su bífida lengua. Las dos criaturas siguieron ronroneando, aunque era evidente que la gata ahora estaba llena de curiosidad. Durante un tiempo, Zith no se dejó ver, pero luego trepó con timidez por el cuello del frasco, sin dejar de ronronear. Luego asomó la cabeza agitando su lengua bífida en el aire.

El gato dio un salto de un metro de altura, dejando escapar un aullido de terror. Zith retrocedió inmediatamente y se escondió en su cubil, aunque siguió con su extraño zumbido.

Con cautela, pero llena de curiosidad, la gata se acercó otra vez al frasco, moviendo las patas con timidez.

—¡Sadi! —dijo Zakath con tono de preocupación.

—No hay peligro, Majestad —le aseguró el eunuco—, Zith nunca muerde cuando está ronroneando.

La pequeña serpiente verde volvió a asomar la cabeza fuera de la botella. Esta vez, la gata sólo retrocedió unos pasos. Luego, superando su natural aversión a los reptiles, continuó su lento avance e intentó oler a la extraña criatura. Zith, que seguía ronroneando, también alzó su cabeza triangular. Sus orificios nasales se tocaron y ambas retrocedieron un poco, pero luego se observaron mutuamente con cautela, la gata con el hocico y la serpiente con la lengua, mientras las dos ronroneaban.

—Es muy sorprendente —murmuró Sadi—. Creo que se gustan.

—Sadi, por favor —rogó Zakath con tono quejumbroso—. No sé qué sentirás por tu serpiente, pero yo quiero mucho a mi gata y está a punto de ser madre.

—Yo hablaré con ellos, Majestad —le aseguró Sadi—. No estoy seguro de que me escuchen, pero les hablaré.

Belgarath había vuelto a retirarse a la biblioteca y Garion lo encontró allí más tarde, estudiando un gran mapa del norte de Mallorea.

—¡Ah! —dijo al ver entrar a Garion—, estás aquí. Estaba a punto de enviarte a buscar. Acércate y mira esto. —Garion se acercó a la mesa—. La aparición de ese tal Mengha podría resultarnos ventajosa, ¿sabes?

—No te entiendo, abuelo.

—Zandramas está aquí, en Ashaba, ¿no es cierto? —dijo Belgarath apoyando un dedo sobre las montañas karands del mapa.

—Sí —asintió Garion.

—Y Mengha se dirige al sudoeste de Calida, por aquí —dijo el anciano volviendo a señalar el mapa.

—Eso dice Brador.

—La tiene apartada de la mayoría del continente, Garion. Ella ha tenido mucho cuidado en evitar las zonas pobladas de Cthol Murgos y no hay razón para creer que cambie de táctica cuando llegue a Mallorea. Urvon estará al sur, en Mal Yaska, y los desiertos del norte son casi intransitables, aunque está a punto de comenzar el verano.

—¿Verano?

—En el hemisferio norte es verano.

—¡Oh!, siempre me olvido —dijo Garion mirando el mapa—. Abuelo, no tenemos idea de dónde puede estar «el lugar que ya no existe». Cuando Zandramas se vaya de Ashaba, podría ir en cualquier dirección.

—No lo creo, Garion —dijo Belgarath observando el mapa—. Teniendo en cuenta todo lo que ha ocurrido en Mallorea, sumado al hecho de que ella ya sabe que estamos tras su pista, estoy casi seguro de que intentará volver a su base en Darshiva. Todo el mundo la persigue y necesita ayuda.

—Nosotros no somos una gran amenaza —dijo Garion de mal humor—. Ni siquiera podemos salir de Cthol Murgos.

—De eso quería hablarte. Tienes que convencer a Zakath de que es imprescindible que nos marchemos a Mallorea lo antes posible.

—¿Convencerlo?

—Haz lo que tengas que hacer, Garion. Están en juego cosas muy importantes.

—¿Por qué yo? —preguntó Garion sin detenerse a pensarlo. —Belgarath le dedicó una de sus miradas largas y fulminantes—. Lo siento. Olvida lo que he dicho. De acuerdo, lo haré.

Aquella tarde, la gata de Zakath parió siete saludables gatitos mientras Zith la observaba con atención, advirtiéndole de la presencia de cualquier otro observador con siniestros silbos. Curiosamente, a la única persona que la serpiente permitía acercarse era a Velvet.

Durante los tres días siguientes, Garion no tuvo mucho éxito en sus esfuerzos para convencer a Zakath de la necesidad de volver a Mallorea. El emperador siempre se amparaba en su debilidad, consecuencia del envenenamiento, pero Garion sospechaba que era sólo una excusa. Zakath parecía tener una gran vitalidad para seguir con sus actividades habituales y sólo se quejaba del cansancio cuando Garion pretendía hablar del viaje.

Al atardecer del cuarto día, sin embargo, el joven rey decidió hacer un último intento de negociación antes de tomar medidas más drásticas. Encontró a Zakath sentado en una silla, junto a la cama, con un libro en las manos. Las oscuras ojeras que rodeaban sus ojos se habían borrado, sus temblores habían desaparecido por completo y Zakath parecía haber recuperado la lucidez.

—¡Ah, Belgarion! —dijo casi con alegría—, ¡qué amable eres al pasar a verme!

—Supuse que si venía tal vez te daría sueño de nuevo —dijo Garion con exagerado sarcasmo.

—¿Tanto se ha notado? —preguntó Zakath.

—Sí, la verdad es que sí. Cada vez que menciono las palabras «barco» y «Mallorea» en la misma frase, a ti te da sueño. Zakath, ya es hora de que hablemos de esto. —Zakath se pasó una mano por los ojos con expresión de cansancio—. Míralo de ese modo —lo apremió Garion—, Belgarath comienza a impacientarse. Yo estoy intentando que nuestras discusiones sean civilizadas, pero si él interviene, puedo garantizarte que las cosas se pondrán difíciles.

—Eso suena a una amenaza, Belgarion —dijo Zakath mientras se quitaba la mano de la cara y entornaba los ojos.

—No —respondió Garion—. En realidad es sólo un consejo de amigo. Si tú quieres quedarte en Cthol Murgos, es asunto tuyo, pero nosotros tenemos que ir a Mallorea... y pronto.

—¿Y si yo no os diera permiso?

—¿Permiso? —rió Garion—. Zakath, ¿has nacido en el mismo mundo que todos los demás? ¿Tienes idea de lo que dices?

—Creo que éste es el final de la entrevista, Belgarion —dijo el emperador con frialdad. Se levantó de la silla y se dirigió a la cama. Como de costumbre, la gata había puesto a sus gatitos en medio de la cama y luego se había retirado a dormir sobre la manta de lana de su cesto, en un rincón de la habitación. El emperador miró con exasperación a los peludos intrusos—. Tienes mi permiso para retirarte, Belgarion —dijo sin volverse, y luego extendió las manos para coger a los gatitos, pero Zith asomó la cabeza entre ellos, lo miró con frialdad y dejó escapar un silbido de advertencia—. ¡Por los dientes de Torak! —maldijo Zakath retirando las manos alarmado—. ¡Dile a Sadi que saque a esta maldita serpiente de mi habitación de inmediato!

—Ya se la ha llevado cuatro veces, Zakath —dijo Garion con suavidad—, pero siempre vuelve. Tal vez le gustes —añadió reprimiendo una sonrisa.

—¿Intentas ser gracioso?

—¿Yo?

—¡Llévate a la serpiente de aquí!

—Yo no, Zakath —dijo Garion mientras se llevaba las manos a la espalda—, pero iré a buscar a Sadi.

En el pasillo se encontró con Liselle, que se dirigía a la habitación del emperador con una extraña sonrisa en la cara.

—¿Crees que podrías llevarte a Zith? —le preguntó Garion—. Está en la cama de Zakath con los gatitos.

—Puedes hacerlo tú, Garion —dijo la joven rubia, y su sonrisa formó dos hoyuelos en sus mejillas—. Ella confía en ti.

—Margravina —saludó Zakath con cortesía cuando los dos entraron en la habitación del emperador.

—Majestad —respondió ella con una reverencia.

—¿Puedes ocuparte de esto? —dijo mientras señalaba a la serpiente, todavía erguida entre los gatitos, con los ojos atentos.

—Por supuesto, Majestad. —Se acercó a la cama y la serpiente agitó la lengua con nerviosismo—. ¡Oh!, para ya —le riñó la joven rubia. Luego levantó la parte delantera de su falda, para formar una especie de bolsa, y comenzó a depositar los gatitos en la improvisada cesta. Por último cogió a Zith y la colocó en medio. Luego cruzó la habitación y puso a los gatitos junto a su madre, que abrió uno de sus ojos dorados, se movió para dejar sitio a su prole y a la niñera verde y volvió a dormirse.

—¿No son encantadores? —murmuró Velvet con ternura, y se volvió hacia Zakath—. ¡Oh!, a propósito, Majestad, Kheldar y yo hemos descubierto al envenenador.

—¿Qué?

—La verdad es que fue una sorpresa —dijo ella con una pequeña mueca de disgusto.

—¿Estáis seguros? —preguntó el emperador mirándola fijamente.

—Tan seguros como es posible en estos casos. Es difícil encontrar un testigo en un envenenamiento, pero él estaba en la cocina en el momento indicado, se marchó después de que enfermaras y conocemos su reputación. —Le sonrió a Garion—. ¿Has notado que la gente siempre recuerda a un hombre con los ojos blancos?

—¡Naradas! —exclamó Garion.

—¿Quién es Naradas? —preguntó Zakath.

—Trabaja para Zandramas —respondió Garion con una mueca de disgusto—. Pero eso no tiene sentido, Velvet. ¿Por qué crees que Zandramas iba a querer matarlo? ¿No le conviene mantenerlo vivo?

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