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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El señor de los demonios (34 page)

BOOK: El señor de los demonios
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—¡Oh, lo había olvidado! —dijo Garion mientras giraba la espada y volvía a colocarla en su funda.

—Teníamos que hacerlo así, Belgarath —se expresó Eriond—. Necesitábamos la luz y el ruido para asustar al demonio y al mismo tiempo hacerlo de forma que los grolims no descubrieran nuestro escondite, así que... —Abrió los brazos y se encogió de hombros.

—¿Sabías que iba a ocurrir esto? —le preguntó Belgarath a Garion.

—Por supuesto, abuelo —mintió Garion.

—De acuerdo —gruñó el anciano—, ahora volved a entrar.

—¿Por qué no me lo advertiste? —le preguntó Garion a Eriond en un murmullo.

—No había tiempo, Belgarion.

—La próxima vez que hagas algo así, encuentra tiempo para avisarme. Cuando la tierra comenzó a temblar, estuve a punto de arrojar la espada al suelo.

—Eso no hubiera sido una buena idea.

—Lo sé.

Varias rocas del techo de la cueva habían caído sobre el suelo cubierto de arena y el aire se hacía irrespirable a causa del polvo.

—¿Qué ha ocurrido ahí fuera? —preguntó Seda con voz temblorosa.

—¡Oh, nada! —respondió Garion con estudiada indiferencia—. Ahuyentamos al demonio, eso es todo.

—Supongo que no había otra solución —dijo Belgarath—, pero ahora todos los habitantes de Katakor saben que ocurre algo en estas montañas, así que tendremos que actuar con mucho cuidado.

—¿Cuánto falta para llegar a Ashaba? —preguntó Sadi.

—Un día de viaje.

—¿Llegaremos a tiempo?

—En el momento justo. Ahora durmamos un poco.

Garion volvió a tener el mismo sueño que lo había atormentado en noches anteriores. Ni siquiera estaba seguro de que se tratara de un sueño, pues en ellos solía ver cosas además de oírlas, y en este caso sólo distinguía un gemido desesperado y persistente que le provocaba una terrible sensación de angustia. Se sentó en la litera, tembloroso y empapado en sudor. Después de un rato, se cubrió los hombros con la manta, se abrazó las rodillas con las manos y miró fijamente las brasas rojas del fuego hasta que volvió a quedarse dormido.

A la mañana siguiente, el cielo seguía nublado. Cabalgaron con cautela por el desfiladero hasta llegar a la transitada vereda que conducía a las montañas. Seda y Feldegast iban delante explorando el territorio para advertir a los demás de posibles peligros.

Cuando habían recorrido unos cinco kilómetros, los dos hombrecillos volvieron por el estrecho camino. Ambos parecían disgustados e hicieron un gesto pidiendo silencio.

—Hay un grupo de karands acampados más adelante —dijo Seda en un murmullo.

—¿Una emboscada? —preguntó Seda.

—No —respondió Feldegast en voz baja—. Casi todos están dormidos. Por su aspecto, se diría que han pasado la noche celebrando algún tipo de ceremonia religiosa y que están agotados... e incluso borrachos.

—¿No podemos pasar junto a ellos sin que nos vean? —preguntó Belgarath.

—No creo que sea difícil —respondió Seda—. Podemos escondernos entre los árboles y avanzar por allí hasta dejar atrás su campamento.

El anciano hechicero asintió con un gesto.

—Entonces, guíanos.

Dejaron el camino y se internaron entre los árboles con paso cauteloso.

—¿Qué tipo de ceremonia han celebrado? —preguntó Durnik en voz baja.

—Parece bastante extraña —respondió Seda encogiéndose de hombros—. Han montado un altar rodeado de calaveras apoyadas sobre postes. Por lo visto, han bebido bastante... entre otras cosas.

—¿A qué te refieres?

—Tienen mujeres —respondió Seda, disgustado—. Por lo visto la diversión rayó en el libertinaje.

Las mejillas de Durnik cobraron un intenso color rojo.

—¿Seguro que no exageras, Kheldar? —preguntó Velvet.

—No me cabe la menor duda. Algunos de ellos continuaban con la celebración.

—Pero más importante que sus peculiares costumbres religiosas son las pequeñas mascotas que tenían los karands —dijo Feldegast, siempre en voz baja.

—¿Mascotas? —preguntó Belgarath.

—Tal vez no sea la palabra adecuada, venerable anciano, pero alrededor del campamento había varios galgos y no parecían tener intención de devorar a los karands.

—¿Estás seguro? —preguntó Belgarath.

—He visto los suficientes galgos de Torak para reconocerlos cuando los veo.

—Entonces no cabe duda de que hay cierto tipo de alianza entre Mengha y Urvon —dijo el anciano.

—Tu sabiduría es tan maravillosa que va más allá de la imaginación de un simple mortal, anciano. Gozas de la ventaja de diez mil años de experiencia para llegar a ese tipo de conclusiones.

—Siete mil —corrigió Belgarath.

—Siete mil, diez mil, ¿cuál es la diferencia?

—Siete mil —repitió Belgarath, ofendido.

Capítulo 16

Por la tarde llegaron a una tierra árida, una zona de maleza hedionda, donde los troncos de los árboles desnudos alzaban sus ramas al oscuro cielo como esqueléticas manos implorantes y los estanques de cenagosas aguas estancadas despedían un nauseabundo olor a podrido. Los árboles secos estaban cubiertos de hongos y las enmarañadas malezas ascendían desde el suelo arcilloso hacia un cielo sin sol.

—Parece Cthol Mishrak, ¿verdad? —preguntó Seda mientras miraba alrededor con expresión de disgusto.

—Nos acercamos a Ashaba —dijo Belgarath—. La presencia de Torak dejó la tierra desolada.

—¿Y él no lo sabía? —preguntó Velvet con tristeza.

—¿Si sabía qué?

—Que su sola presencia devastaba la tierra.

—No —respondió Ce'Nedra—, creo que no. Su mente estaba tan enferma que era incapaz de ver la realidad. El sol se escondía de él, pero Torak consideraba ese hecho como una prueba de su poder, no como una muestra de repugnancia hacia su persona.

Era una observación perspicaz que, en cierta forma, sorprendió a Garion. La frivolidad con que solía comportarse su esposa hacía que se la considerara una niña, un error de apreciación afianzado por su cuerpo menudo. Sin embargo, en muchas ocasiones Garion había tenido que revalorizar a la pequeña y obstinada jovencita con quien compartía su vida. Ce'Nedra podía comportarse como una tonta, pero no lo era. Tenía una visión del mundo firme y clara que trascendía el interés por los vestidos, las joyas o los perfumes caros. De repente, Garion se sintió tan orgulloso de ella que pensó que su corazón iba a estallar.

—¿Cuánto falta para llegar a Ashaba? —preguntó Sadi en voz baja—. Odio reconocerlo, pero estas ciénagas me deprimen.

—¿A ti? —preguntó Durnik—. Creí que te gustaban los pantanos.

—Un pantano debe ser verde y lleno de vida —respondió el eunuco—, pero aquí sólo hay muerte. —Se volvió hacia Velvet—. ¿Tienes a Zith, margravina? —preguntó con voz quejumbrosa—. Me siento un poco solo.

—En estos momentos está durmiendo, Sadi —respondió ella mientras se llevaba la mano al corpiño con un gesto protector—. Está segura, abrigada y muy contenta. Incluso ronronea.

—Descansando en su fragante morada —suspiró él—. A veces, la envidio.

—¡Oh, Sadi! —exclamó ella bajando la vista, ruborizada.

—Es sólo un comentario cínico, mi querida Liselle —dijo él con amargura—. Hay momentos en que desearía que fuera de otro modo, pero... —dejó la frase en el aire y suspiró de nuevo.

—¿Es necesario que lleves esa serpiente ahí? —le preguntó Seda a la joven rubia.

—Sí, Kheldar —respondió ella—, lo es.

—No has respondido a mi pregunta, venerable anciano —le dijo Sadi a Belgarath—. ¿Cuánto falta para llegar a Ashaba?

—Está allí arriba —respondió el viejo hechicero señalando la escarpadura que se alzaba abruptamente sobre el hediondo páramo—. Deberíamos llegar al anochecer.

—Una hora muy poco apropiada para visitar una casa encantada —añadió Feldegast.

Cuando comenzaban a ascender la empinada y escarpada cuesta, se oyó un horrible gruñido entre la densa maleza, a un lado del camino, y un galgo negro salió de entre los arbustos, con los ojos brillantes y los temibles colmillos cubiertos de espuma.

—¡Ya sois míos! —bramó, mordiendo las palabras.

Ce'Nedra dio un grito y Garion desenfundó la espada con la velocidad del rayo, pero Sadi fue aún más rápido. El eunuco condujo su asustado caballo directamente hacia el corpulento can. La bestia se irguió, con la boca abierta, pero Sadi le arrojó a la cara un polvo de color extraño, similar a la harina poco cernida.

El galgo sacudió la cabeza sin dejar de emitir horribles aullidos, y de repente suspiró con un gemido sorprendentemente humano, el horror se reflejó en sus ojos y comenzó a dar dentelladas al aire, desesperado, aullando e intentando retroceder. Luego desapareció en la espesura con la misma rapidez con que había aparecido.

—¿Qué le has hecho? —preguntó Seda.

—Cuando el anciano Belgarath mencionó los galgos de Torak, yo tomé ciertas precauciones —respondió Sadi con una sonrisa y la cabeza ligeramente inclinada para escuchar los aterrorizados gemidos del perro que se perdían en la distancia.

—¿Veneno?

—No. Me parece despreciable envenenar a un perro sin necesidad. El galgo inhaló parte del polvo que le arrojé a la cara y comenzó a ver cosas perturbadoras..., muy perturbadoras. —Sonrió otra vez—. En una ocasión, una vaca olió por accidente la flor de donde se saca el ingrediente principal de este polvo. La última vez que la vi, estaba intentando trepar a un árbol. —Se volvió hacia Belgarath—. Espero que no te importe que haya tomado medidas sin consultarte, venerable anciano, pero como tú mismo has señalado, tus trucos de hechicería podrían alertar a otra gente de nuestra presencia y tenía que actuar con rapidez, antes de que tú decidieras usar tu magia.

—Está bien, Sadi —respondió Belgarath—. Creo que ya lo he dicho antes, pero la verdad es que eres un hombre polifacético.

—Sólo soy un estudiante de farmacología, Belgarath. He descubierto que hay productos químicos apropiados para casi todas las situaciones.

—¿Creéis que el galgo avisará a los demás de que estamos aquí? —preguntó Durnik, preocupado.

—Pasarán varios días antes de que lo haga —rió Sadi mientras se sacudía las manos, lo más lejos posible de la cara.

Cabalgaron despacio por el sendero cubierto de malezas desde el fondo del desfiladero, donde los árboles melancólicos y ennegrecidos extendían sus ramas, llenando la profunda ensenada con una oscuridad pertinaz. A lo lejos se oían los aullidos de los galgos de Torak que cazaban en el bosque. Sobre sus cabezas, negros cuervos revoloteaban de rama en rama graznando de hambre.

—Es un lugar inquietante —murmuró Velvet.

—Y eso le añade el toque perfecto —dijo Seda mientras señalaba un cuervo grande, posado en la rama de un árbol seco, al final de la escarpadura.

—¿Estamos lo bastante cerca de Ashaba para que averigües si Zandramas sigue allí? —le preguntó Garion a Polgara.

—Es posible —respondió ella—, pero si lo intento podrán oír el ruido, por suave que éste sea.

—Estamos muy cerca, así que podremos esperar —dijo Belgarath—, pero te aseguro una cosa: si mi bisnieto está en Ashaba levantaré las casas piedra a piedra hasta encontrarlo, sin importarme el ruido que haga.

Movida por un impulso, Ce'Nedra acercó su caballo al del anciano, se inclinó y le rodeó la cintura con los brazos.

—¡Oh, Belgarath! ¡Te quiero! —exclamó, y ocultó la cabeza en el hombro del hechicero.

—¿A qué viene esto? —preguntó él, sorprendido.

Ella se apartó, con los ojos llorosos. Se los limpió con el dorso de la mano y lo miró con picardía.

—Eres el hombre más bueno del mundo —le dijo—. Incluso he llegado a considerar la posibilidad de dejar a Garion por ti —añadió—, si no fuera porque tienes doce mil años.

—Siete mil —corrigió él sin darle importancia.

Ella le sonrió con un rictus de tristeza, una inequívoca señal de victoria en una larga batalla que ya no tenía ningún sentido.

—Los que sean —suspiró.

Con un gesto poco habitual en él, Belgarath la estrechó entre sus brazos y la besó con ternura.

—Mi querida niña —dijo con los ojos brillantes, y se volvió hacia Polgara—, ¿cómo pudimos vivir tanto tiempo sin ella?

—No lo sé, padre —respondió Polgara con una mirada enigmática—, no lo sé.

Al final del desfiladero, Sadi desmontó y roció su extraño polvo sobre las hojas de un arbusto.

—Solamente por precaución —explicó mientras volvía a montar.

Penetraron en una meseta arbolada bajo el cielo encapotado y cabalgaron por un sendero apenas visible hacia el norte mientras el viento agitaba sus capas. Los aullidos de los galgos de Torak aún se oían a lo lejos, pero no parecían acercarse.

Feldegast y Seda iban por delante explorando la zona. Garion cabalgaba al frente de la columna, con el casco puesto y la lanza apoyada en el estribo. Cuando giraron en un abrupto recodo, el joven rey vio que Seda y Feldegast habían desmontado y estaban en cuclillas detrás de unos arbustos. De repente, Seda le indicó con un gesto que volviera atrás. Garion comunicó la noticia a los demás y, sigiloso, retrocedió con su caballo. Luego desmontó, apoyó la lanza contra un árbol y se quitó el casco.

—¿Qué sucede? —preguntó Belgarath mientras desmontaba.

—No lo sé —respondió Garion—. Seda me ha hecho una señal para que retroceda.

—Vamos a echar un vistazo —dijo el anciano.

—De acuerdo.

Los dos se agacharon, caminando a gatas hacia donde estaban el bufón y el hombrecillo con cara de rata. Al verlos, Seda se llevó la mano a los labios, pidiendo silencio. Garion llegó junto al arbusto, apartó las ramas con cuidado y espió al otro lado.

Por un camino perpendicular al que ellos seguían cabalgaban un centenar de hombres: vestían a modo de traje pieles de animales; sus cascos estaban oxidados y sus espadas dobladas o melladas. Sin embargo, los hombres que iban al frente de la columna usaban cotas de malla, sus cascos brillaban de lo lustrosos y pulidos que estaban y llevaban lanzas y escudos.

Garion y sus amigos vieron pasar a la multitud con nerviosismo, pero en silencio. Cuando los desconocidos se perdieron en lontananza, Feldegast se volvió hacia Belgarath y dijo:

—Eso confirma tu sospecha, viejo amigo.

—¿Quiénes eran? —preguntó Garion en voz baja.

—Los que se vestían de pieles eran karands —respondió Feldegast—, y los que llevaban armaduras eran guardianes del templo. Una prueba más de la alianza entre Urvon y Mengha, ¿no crees?

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