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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El señor de los demonios (29 page)

BOOK: El señor de los demonios
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Pero cuando los dedos de la bailarina y las palmas de Feldegast aceleraron el ritmo y Vella comenzó a bailar con mayor desenfreno, Garion supo que su primera impresión había sido correcta. Era evidente que ni Eriond ni Ce'Nedra debían contemplar aquella danza, aunque no se le ocurría ninguna forma de evitarlo.

Cuando el ritmo decreció otra vez y Durnik y Toth volvieron a la tonada original, la joven nadrak concluyó su baile con un presuntuoso y agresivo pavoneo que pareció desafiar a todos los hombres reunidos alrededor del fuego.

Ante el asombro de Garion, Eriond aplaudió con entusiasmo, sin la menor señal de vergüenza en su cara infantil. Por el contrario, el joven rey de Riva estaba turbado y sentía el cuello encendido de rubor.

La reacción de Ce'Nedra, sin embargo, parecía la que su marido esperaba. Tenía las mejillas rojas y los ojos fuera de las órbitas. Pero de repente rió con alegría.

—¡Magnífico! —exclamó, mientras dirigía una mirada pícara a Garion.

El joven carraspeó, incómodo. Feldegast se secó una lágrima, se sonó ruidosamente la nariz y se puso de pie.

—¡Ah, mi querida y sensual jovencita! —dijo con énfasis mientras abrazaba a la bailarina y le propinaba un sonoro beso, aunque sabía que los cuchillos siempre prontos de Vella constituían un grave riesgo para su vida—. Estoy desconsolado porque tenemos que separarnos. Te añoraré, jovencita, puedes estar segura, pero te prometo que volveremos a encontrarnos y te complaceré con mis pícaras historias y tú confundirás mi mente con tu perverso brebaje. Cantaremos y reiremos juntos, una primavera tras otra, disfrutando de nuestra mutua compañía —añadió mientras le daba una palmada en el trasero con familiaridad y se apartaba de ella antes de que pudiera coger alguna de sus dagas.

—¿Baila para ti a menudo? —le preguntó Seda a su socio con los ojos muy brillantes.

—Demasiado a menudo —respondió él con amargura—, pues cada vez que lo hace, tiendo a pensar que sus cuchillos no son tan cortantes y que un corte o dos no pueden hacer tanto daño.

—Inténtalo cuando quieras, Yarblek —dijo Vella mientras apoyaba una mano sobre una de sus dagas con un gesto sugestivo y le hacía un guiño a Ce'Nedra.

—¿Por qué bailas así? —preguntó la reina, todavía ruborizada—. Sabes muy bien el efecto que produce en los hombres que te miran.

—Eso es lo más divertido, Ce'Nedra. Primero los vuelves locos y luego los ahuyentas con los cuchillos. Se ponen absolutamente furiosos. La próxima vez que nos veamos, te enseñaré a hacerlo —dijo con una risita maliciosa mientras miraba a Garion.

Belgarath se aproximó al fuego. Se había marchado en algún momento del baile, aunque Garion había estado demasiado distraído para notarlo.

—Ya está bastante oscuro —dijo—. Creo que podemos irnos sin llamar la atención.

Todos se pusieron de pie.

—¿Sabes lo que tienes que hacer? —le preguntó Seda a su socio. Yarblek asintió con un gesto—. Bien, entonces haz todo lo posible para mantenerme fuera de ese asunto.

—¿Por qué insistes en meterte en política, Seda?

—Porque de ese modo tengo más oportunidades de robar.

—¡Oh! —exclamó Yarblek—. Está bien. —Extendió la mano y añadió—: Cuídate, Seda.

—Tú también, Yarblek. Intenta ganar mucho dinero. Nos veremos dentro de un año.

—Si sobrevives.

—Por supuesto.

—Me ha gustado mucho tu baile, Vella —dijo Polgara mientras abrazaba a la mujer nadrak.

—Me siento honrada —respondió Vella con modestia—. Estoy segura de que volveremos a vernos.

—No me cabe la menor duda.

—¿No quieres reconsiderar la exorbitante cantidad que pides por ella, maestro Yarblek? —preguntó Feldegast.

—Pregúntaselo a Vella —respondió Yarblek—. Ella fue quien fijó el precio.

—Eres una mujer muy dura —la acusó el bufón.

—Cuando uno compra algo barato, luego no lo valora lo suficiente —respondió, encogiéndose de hombros.

—Supongo que tienes razón. Bueno, veré cómo puedo conseguir el dinero, porque estoy seguro de que algún día seré tu dueño.

—Ya veremos —respondió ella.

Salieron del círculo iluminado por el fuego, se dirigieron donde estaban atados los caballos y la mula del bufón, y montaron en silencio. Había salido la luna y las estrellas parecían un collar de brillantes piedras preciosas sobre el cálido y aterciopelado cuello de la noche. Dejaron el campamento de Yarblek con paso cauteloso y comenzaron el viaje rumbo al norte.

Al amanecer ya habían recorrido varios kilómetros y cabalgaban por un cuidado camino en dirección a Mal Rakuth, una ciudad angarak situada en la orilla sur del río Raku, en la frontera de Venna. La mañana era calurosa, el cielo estaba despejado y avanzaban con rapidez.

Una vez más encontraron fugitivos en el camino, pero, a diferencia del día anterior, iban en grandes grupos y se dirigían al sur.

—¿Es posible que la peste haya llegado al norte? —preguntó Sadi.

—Supongo que sí —respondió Polgara, preocupada.

—Creo que es más posible que esa gente huya de Mengha —corroboró Belgarath.

—Pues entonces la situación se volverá caótica —añadió Seda—. Si unos huyen de la peste en una dirección y otros escapan de los demonios en la dirección opuesta, acabarán arremolinándose sobre estas praderas.

—Eso sería una ventaja para nosotros, Kheldar —señaló Velvet—. Tarde o temprano Zakath descubrirá que nos marchamos de Mal Zeth sin decir adiós y enviará tropas a buscarnos. El caos en esta región dificultará la búsqueda, ¿no crees?

—Tienes razón —admitió Seda.

Garion cabalgaba medio dormido, un truco que había aprendido de Belgarath. Aunque ya había tenido que pasar noches en vela en otras ocasiones, nunca se había acostumbrado a hacerlo, de modo que viajaba con la cabeza gacha, apenas consciente de lo que ocurría a su alrededor.

De repente, comenzó a oír un ruido persistente e intentó identificarlo sin abrir los ojos. Era un leve gemido desesperado que le recordó el terrible espectáculo del niño moribundo en un portal de Mal Zeth. Aunque lo intentaba, Garion no podía despertarse y aquel llanto continuo le desgarraba el corazón.

Sintió entonces que una mano le sacudía un hombro con suavidad. Hizo un esfuerzo para alzar la cabeza y se encontró frente a frente con la cara triste de Toth.

—¿Tú también lo has oído? —preguntó. Toth asintió con un gesto lleno de compasión—. Era sólo un sueño, ¿verdad?

Toth abrió las manos con una expresión dubitativa. Garion irguió los hombros y se incorporó en su silla, resuelto a no volverse a dormir.

Se alejaron un poco del camino y almorzaron pan, queso y salchichas ahumadas a la sombra de un olmo, en un campo de cebada. Cerca había una fuentecilla rodeada por un muro cubierto de musgo, donde dieron de beber a los caballos y llenaron de agua los botijos.

Belgarath miró hacia la aldea que se alzaba al otro lado del campo y al camino bloqueado con barricadas que conducía a ella.

—¿Cuánta comida tenemos, Pol? —preguntó—. Si todas las aldeas están cerradas como hasta ahora, será difícil reponer las provisiones.

—No tendremos problemas, padre. Vella fue muy generosa.

—Me cae bien —sonrió Ce'Nedra—, a pesar de que no deja de decir palabrotas.

—Es la forma de ser de los nadraks, cariño —respondió Polgara con otra sonrisa—. Cuando pasé por Gar og Nadrak, tuve que hacer un esfuerzo para recordar las expresiones más pintorescas del vocabulario de mi padre.

—¡Hola! —gritó alguien.

—Allí —dijo Seda señalando el camino.

Era un hombre montado en un caballo bayo y vestido con una túnica marrón, que lo identificaba como un burócrata melcene.

—¿Qué quieres? —preguntó Belgarath.

—¿Podríais darme algo de comer? —pidió el melcene—. No he podido entrar en ningún pueblo y llevo tres días sin comer. Puedo pagaros.

Durnik miró a Polgara con expresión inquisitiva.

—Tenemos suficiente —asintió ella.

—¿Hacia dónde se dirige? —preguntó Belgarath.

—Creo que al sur —respondió Seda.

—Dile que sí, Durnik —dijo el anciano—. Tal vez pueda darnos noticias recientes del norte.

—Acércate —le gritó Durnik.

El burócrata se detuvo a unos veinte metros de distancia.

—¿Venís de Mal Zeth? —preguntó, receloso.

—Salimos antes de que comenzara la epidemia —mintió Seda.

El funcionario vaciló.

—Dejaré el dinero en esa piedra —sugirió señalando una roca blanca— y luego me apartaré. Después vosotros podréis dejarme la comida allí y coger el dinero. De ese modo nadie correrá riegos.

—Me parece razonable —repuso Seda.

Polgara sacó una hogaza de pan y un generoso trozo de queso de la bolsa de las provisiones y se lo entregó al drasniano de cara afilada.

El melcene desmontó, dejó unas cuantas monedas sobre la roca y luego volvió atrás hasta que estuvo a una distancia razonable.

—¿De dónde vienes, amigo? —preguntó Seda acercándose a la roca.

—De Akkad —respondió el hambriento funcionario con la vista fija en la comida—. Era administrador general del Departamento de Obras Públicas, ya sabes, murallas, acueductos, calles y cosas por el estilo. Los sobornos no eran espectaculares, pero me las arreglaba para sobrevivir. Por suerte me marché unas horas antes de que llegaran Mengha y sus demonios.

Seda dejó la comida en la roca y cogió el dinero. Luego regresó con los demás.

—Creíamos que Akkad había caído hace bastante tiempo.

El melcene corrió hacia la roca para coger el pan y el queso. Se llevó un trozo de queso a la boca y partió el pan.

—Estuve escondido en las montañas —respondió con la boca llena.

—¿No es allí donde está Ashaba? —preguntó Seda con fingida indiferencia.

—Por eso me fui —dijo el melcene, y dio un mordisco a la hogaza de pan—. La zona está llena de perros salvajes, horribles criaturas grandes como caballos, y bandas de karands que matan a todos los que pasan por allí. Además, algo terrible está ocurriendo en Ashaba. Se oyen ruidos ensordecedores procedentes del castillo y por las noches el cielo se llena de extrañas luces. No me gustan los fenómenos sobrenaturales, amigo, así que decidí huir —añadió con un suspiro de felicidad mientras se llevaba otro trozo de pan a la boca—. Hace un mes habría despreciado un pedazo de pan con queso, pero ahora me parece un banquete.

—El hambre es la mejor salsa —sentenció Seda.

—Es la pura verdad.

—¿Por qué no te quedaste en Venna? ¿No sabías que había una epidemia en Mal Zeth?

El melcene se estremeció.

—La situación en Venna es peor que en Katator o en Mal Zeth —respondió—. Tengo los nervios destrozados. Yo soy un ingeniero, ¿qué puedo saber de demonios, de nuevos dioses y de magia? Sólo entiendo de piedras para pavimentar, maderas, argamasa y algún que otro soborno decente.

—¿Nuevos dioses? —preguntó Seda—. ¿Quién habla de eso?

—Los chandims. ¿Sabéis quiénes son?

—¿No dependen de Urvon, el discípulo?

—Ahora mismo no creo que dependan de nadie, pues en Venna han organizado un tumulto. Nadie ha visto a Urvon desde hace más de un mes, ni siquiera en Mal Yaska, y los chandims están totalmente descontrolados. Están levantando altares en los campos y llevando a cabo sacrificios dobles: el primer corazón para Torak y el segundo para este nuevo dios de Angarak. Arrancan el corazón a cuantos se niegan a inclinarse ante ambos altares.

—Ésa parece una buena razón para mantenerse lejos de Venna —dijo Seda con sarcasmo—. ¿Este nuevo dios ya tiene un nombre?

—Que yo sepa, no. Sólo dicen que es «el nuevo dios de Angarak, que ha venido a reemplazar a Torak y a vengarse del Justiciero de los dioses».

—Ése eres tú —le dijo Velvet a Garion en un murmullo.

—Gracias por recordármelo.

—No te lo tomes así, sólo he pensado que deberías saberlo.

—En Venna ha estallado una verdadera guerra, amigo —continuó el melcene—, y os aconsejo que no os acerquéis allí.

—¿Guerra?

—Sí, en el seno de la Iglesia. Los chandims están matando a los viejos grolims, aquellos que todavía son fieles a Torak. Los guardianes del templo han tomado partido y están librando verdaderas batallas campales en las llanuras, eso cuando no recorren el campo quemando granjas y aniquilando pueblos enteros. Da la impresión de que todos los habitantes de Venna se han vuelto locos. Pasar por allí significa una muerte segura. Te paran y te preguntan a qué dios adoras, si no das la respuesta correcta, acaban contigo. —Hizo una pausa, sin dejar de comer—. ¿Sabéis de algún lugar tranquilo y seguro? —preguntó con voz plañidera.

—Tal vez lo encuentres en la costa —sugirió Seda—, en Mal Abad o Mal Camat.

—¿Hacia dónde vais vosotros?

—Vamos hacia el norte, en dirección al río. Allí intentaremos contratar un barco que nos lleve al lago Penn Daka.

—Ese no será un sitio seguro por mucho tiempo, amigo. Si aún no ha llegado la peste, pronto lo harán los demonios de Mengha o los locos grolims con sus guardianes del templo.

—No pensamos detenernos allí —explicó Seda—. Sólo queremos atravesar Delchin para ir a Maga Renn y luego bajar hasta Magan.

—Es un viaje muy largo.

—Amigo, si es necesario iremos a Gandhar para escapar de los demonios, de la peste y de los grolims locos. Si las cosas empeoran aún más, nos esconderemos entre las manadas de elefantes. Al fin y al cabo, los elefantes no son tan mala compañía.

El melcene esbozó una leve sonrisa.

—Gracias por la comida —dijo guardándose el pan y el queso sobrante y cogiendo las riendas del caballo—, y buena suerte en Gandhar.

—Y que a ti te vaya bien en la costa —respondió Seda.

El melcene se alejó de allí.

—¿Por qué has cogido su dinero, Seda? —preguntó Eriond con curiosidad—. Creí que íbamos a regalarle la comida.

—Los actos de caridad inesperados e inexplicables quedan grabados en la mente de la gente, Eriond, y la curiosidad puede más que la gratitud. Cogí el dinero para asegurarme de que mañana no podrá describir nuestro aspecto a los soldados.

—¡Oh! —dijo el joven con tristeza—. Es una pena que las cosas sean así, ¿no crees?

—Como dice Sadi, yo no he hecho el mundo, sólo intento sobrevivir en él.

—Y bien, ¿qué opinas? —le preguntó Belgarath al bufón.

—¿Estás seguro de que quieres pasar por Venna y por Mal Yaska? —preguntó Feldegast con la vista fija en el horizonte.

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