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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El señor de los demonios (47 page)

BOOK: El señor de los demonios
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—Es probable que Zandramas no haya pasado por aquí —dijo Garion—. Hasta ahora ha evitado las zonas pobladas.

—Es cierto —admitió Seda—, pero no creo que debamos seguir viajando hasta descubrir el sitio donde desembarcó. Podría haber ido en cualquier dirección: Darshiva, Zamad, Voresebo o incluso a Delchin y luego a Magal, en Rengel, o a Peldane.

—Lo sé —dijo Garion—, pero esta demora me pone nervioso. Tengo la impresión de que nos estamos acercando a ella y cada minuto que perdemos es un minuto más que ella tiene para escapar con Geran.

—No podemos evitarlo —dijo Seda encogiéndose de hombros—. Lo único que podemos hacer es caminar alrededor de la muralla y pasear por la costa. Si ella vino a la ciudad, descubriremos el camino que ha seguido.

Dieron la vuelta a una esquina y salieron a otra calle, llena de barro, que conducía a la orilla del lago, donde las redes de pescar colgaban de altos palos. Caminaron por el barro hasta llegar a una bulliciosa calle paralela a la costa. Un grupo de pescadores vestidos con desteñidas túnicas azules arrastraban un barco al agua entre gritos y órdenes contradictorias. Varios grupos de pescadores con trajes de color marrón rojizo remendaban las redes sentados en los muelles, y al final de la calle unos cuantos holgazanes bebían cerveza en la puerta de una taberna. Una desaliñada mujer pelirroja con la cara llena de cicatrices se asomó por la ventana de un segundo piso y comenzó a llamar a los transeúntes con una voz que pretendía ser seductora, pero que a Garion le pareció grosera. —Un sitio con mucho movimiento —murmuró Seda. Garion respondió refunfuñando y ambos continuaron andando por la miserable callejuela.

De repente divisaron a un grupo de hombres armados que venían en dirección contraria. Aunque todos llevaban cascos de un tipo u otro, el resto de su vestuario era una mezcolanza de prendas y colores que nadie habría tomado por uniformes. Sin embargo, el aire de arrogancia de aquellos hombres indicaba a las claras que eran soldados o policías.

—¡Vosotros dos! ¡Alto! —les gritó uno de ellos a Seda y a Garion.

—¿Hay algún problema, señor? —preguntó Seda con actitud servil.

—No os he visto por aquí antes —dijo el hombre con la mano apoyada en la empuñadura de la espada. Era un individuo alto y su pelo rojizo se asomaba por debajo del casco—. Identificaos.

—Mi nombre es Saldas —mintió Seda— y éste es Kvasta —añadió señalando a Garion—. No somos de Karanda.

—¿Qué os trae por aquí y de dónde sois?

—Somos de Dorikan, ciudad de Jenno —respondió Seda—, y buscamos a mi hermano mayor. Hace tiempo que zarpó del pueblo de Dashun, al otro lado del lago, y aún no ha regresado. —El soldado pelirrojo lo miró con desconfianza—. Cerca de la puerta norte nos encontramos con un hombre que nos dijo que un barco se hundió en una tormenta cerca de aquí —continuó Seda con expresión de tristeza—. La fecha del naufragio y la descripción del barco coinciden con nuestros datos. Por casualidad, ¿no habrás oído algo al respecto? —preguntó el hombrecillo con una voz que sonaba muy sincera.

—Creo haber oído algo —respondió el pelirrojo, más confiado.

—El hombre con el que hablamos cree que puede haber habido supervivientes —añadió Seda—, al menos uno. Dijo que una mujer con una capa oscura y un bebé lograron salvarse en un pequeño bote. ¿Sabes algo de ella?

—¡Oh, sí! —respondió el karand mientras su expresión se endurecía—. Me he enterado de lo de esa mujer.

—¿Tienes idea de hacia dónde fue? —preguntó Seda—. Me gustaría hablar con ella para averiguar si sabe algo de mi hermano. —Se acercó al hombre, como para hacerle una confidencia—. Para serte franco, amigo, yo no puedo soportar a mi hermano. Nos hemos odiado el uno al otro desde que éramos niños, pero he prometido a mi anciano padre que descubriría lo que sucedió con él. —Le hizo un guiño de complicidad—. Hay una herencia en juego, ¿comprendes? Si puedo llevarle pruebas a mi padre de que mi hermano ha muerto, seré el dueño de una buena propiedad.

—Comprendo tu situación, Saldas —dijo el pelirrojo iniciando una sonrisa—. Yo también tuve una disputa con mis hermanos por nuestra herencia. ¿Dices que eres de Dorikan? —preguntó con aire pensativo.

—Sí, en la orilla del río Magan. ¿Conoces la ciudad?

—¿En Dorikan seguís la doctrina de Mengha?

—¿El Liberador? Por supuesto. ¿No sucede lo mismo en todo Karanda?

—¿Has visto a alguno de los señores de las Tinieblas en el último mes?

—¿Te refieres a los súbditos de Nahaz? No, la verdad es que no, pero Kvasta y yo no hemos asistido a ninguna ceremonia desde hace algún tiempo. Estoy seguro de que los magos siguen haciéndolos aparecer.

—Yo no estaría tan seguro, Saldas. En Karanda no hemos visto un solo demonio en las últimas cinco semanas. Nuestros magos los han convocado, pero ellos se niegan a aparecer. Ni siquiera los grolims que ahora adoran a Nahaz han tenido éxito y, como ya sabrás, ellos son muy poderosos.

—Es cierto —asintió Seda.

—¿Has oído algo sobre Mengha fuera de aquí?

—Lo último que oí fue que estaba en Katakor. En Dorikan esperamos su regreso para sacar a todos los angaraks de Karanda.

El soldado pareció satisfecho con la respuesta.

—De acuerdo, Saldas —dijo—, creo que tienes una razón legítima para estar en Karanda, aunque es difícil que encuentres a la mujer que buscas. Por lo que he oído, ella estaba en el barco de tu hermano y se marchó antes de la tormenta. Tenía un pequeño bote y desembarcó al sur de la ciudad. Entró por la puerta sur y se dirigió directamente al templo, donde habló con los grolims durante una hora. Cuando se fue, todos la siguieron.

—¿Hacia dónde fue? —preguntó Seda.

—Salió por la puerta este.

—¿Y cuánto tiempo hace de esto?

—A finales de la semana pasada. Te diré algo, Saldas: será mejor que Mengha deje lo que esté haciendo en Katakor y regrese al centro de Karanda, su lugar de origen. El movimiento empieza a tambalearse. Los señores de las Tinieblas nos han abandonado y los grolims persiguen a esa mujer con el bebé. Aquí sólo quedan magos, y casi todos están locos.

—Siempre lo han estado, ¿verdad? —sonrió Seda—. Yo he notado que interferir lo sobrenatural suele afectar al cerebro.

—Pareces un hombre sensato, Saldas —dijo el pelirrojo mientras le daba una palmada en la espalda—. Me gustaría quedarme a charlar contigo, pero mis hombres y yo tenemos que terminar nuestra ronda. Espero que encuentres a tu hermano. —Le hizo un guiño de complicidad—. O tal vez debería decir que no lo encuentres.

—Gracias por desearle infortunios a mi hermano —respondió Seda con una sonrisa.

Los soldados siguieron su camino.

—Cuentas mejores historias que Belgarath —le dijo Garion a su amigo.

—Es un talento innato. Ha sido un encuentro muy beneficioso, ¿no crees? Ahora comprendo por qué el Orbe no ha encontrado el rastro de Zandramas. Nosotros entramos por la puerta norte y ella por la puerta sur. Si vamos al templo, es probable que el Orbe te arroje al suelo de una sacudida.

Garion asintió con un gesto.

—Lo importante es que sólo nos lleva unos días de ventaja. —Se interrumpió y su expresión se volvió pensativa—. Pero, ¿para qué está reuniendo a los grolims?

—¿Quién sabe? Tal vez los lleve como refuerzos, porque sabe que estamos muy cerca, o tal vez crea que al llegar a Darshiva necesitará grolims expertos en magia karand. Si Nahaz ha enviado sus demonios a perseguirla, necesitará toda la ayuda que pueda obtener. Bueno, será mejor que dejemos que Belgarath resuelva esta cuestión. Ahora vayamos al templo para buscar el rastro de Zandramas.

Cuando se acercaron al templo, situado en el centro de la ciudad, el Orbe tiró de Garion.

—¡Lo tengo! —le dijo a Seda con alegría.

—Bien. —El hombrecillo contempló la fachada del templo—. Veo que han hecho algunos cambios —observó. Garion notó que habían quitado de su sitio la lustrosa máscara de acero que representaba la cara de Torak y que en su lugar había una calavera pintada de rojo con un par de cuernos en la frente—. No creo que la calavera haya mejorado el aspecto del templo —dijo el hombrecillo—, pero tampoco lo empeora demasiado. Empezaba a cansarme de esa máscara que parecía mirarme cada vez que me volvía hacia ella.

—Sigamos el rastro de Zandramas —sugirió Garion—. Antes de volver con los demás, quiero asegurarme de que ha salido de la ciudad.

—De acuerdo —asintió Seda.

El Orbe los condujo a través de las calles llenas de basura hacia la puerta este de la ciudad. Garion y Seda salieron de Karand y caminaron unos ochocientos metros hacia el este, a través de las praderas de Ganesia.

—¿Se ha desviado? —preguntó Seda.

—No. Hasta ahora sigue este camino.

—Bien, entonces vayamos a buscar a los demás... y a los caballos. A pie no llegaríamos nunca.

Se alejaron del sendero y atravesaron un campo donde la hierba les llegaba a las rodillas.

—El suelo parece fértil —observó Garion—. ¿Tú y Yarblek nunca habéis pensado en comprar una granja? Podría ser una buena inversión.

—No, Garion —rió Seda—. Comprar campos tiene una gran desventaja: si tienes que salir corriendo, no puedes llevártelos contigo.

—Supongo que tienes razón.

Los demás los esperaban en un bosquecillo de sauces, un kilómetro y medio al norte de la ciudad. Cuando Garion y Seda aparecieron bajo las ramas de los árboles, los miraron con expectación.

—¿Habéis encontrado el rastro? —preguntó Belgarath.

—Fue hacia el este —asintió Garion.

—Y por lo visto se llevó con ella a los grolims del templo —añadió Seda.

—¿Por qué iba a hacer algo así? —preguntó Belgarath, perplejo.

—No tengo ni idea. Supongo que podremos preguntárselo cuando la alcancemos.

—¿Sabéis cuántos días de ventaja nos lleva? —preguntó Ce'Nedra.

—Sólo unos pocos —respondió Garion—. Si tenemos suerte, la alcanzaremos antes de que llegue a las montañas de Zamad.

—Eso será si nos damos prisa —dijo Belgarath.

Cabalgaron por los extensos campos hacia los altos picos que se alzaban al este. El Orbe retomó el rastro de Zandramas y ellos lo siguieron al galope.

—¿Cómo era la ciudad? —le preguntó Velvet a Seda mientras cabalgaban.

—Es un bonito lugar para ir de visita —respondió él—, aunque no creo que te gustara vivir allí. Los cerdos están bastante limpios, pero la gente es muy sucia.

—Eres muy convincente, Kheldar.

—Siempre se me han dado bien las palabras —admitió él con modestia.

—Padre —le dijo Polgara al anciano—, por aquí han pasado muchos grolims.

Él se giró e hizo un gesto afirmativo.

—Entonces Seda tenía razón —dijo—, Zandramas se las ha ingeniado de algún modo para revolucionar a los hombres de Mengha. Debemos ir con cautela, pues podrían tendernos una trampa.

Siguieron cabalgando durante el resto del día y por la noche acamparon a unos metros del camino. A la mañana siguiente partieron otra vez con los primeros rayos del sol y al mediodía divisaron una pequeña aldea a un lado del camino, desde donde se aproximaba un hombre solitario en un carro destartalado tirado por un jamelgo blanco.

—¿Podrías darme una botella de cerveza, Polgara? —preguntó Sadi cuando aflojaron el paso.

—¿Tienes sed?

—No, no es para mí, yo detesto la cerveza. Es para el hombre que lleva ese carro. Nos vendría bien un poco de información. —Se volvió hacia Seda—. ¿Te sientes sociable, amigo Kheldar?

—No más de lo habitual, ¿por qué lo preguntas?

—Bebe un sorbo de esto —dijo el eunuco ofreciéndole la botella que Polgara había sacado de unas alforjas—, pero no mucho. Sólo quiero que huelas como si estuvieras borracho.

—¿Por qué no? —dijo Seda encogiéndose de hombros, y bebió un trago de cerveza.

—Ya es suficiente —dijo Sadi—. Ahora devuélveme la botella.

—Creí que no te gustaba la cerveza.

—Y no me gusta, sólo voy a sazonarla un poco. —Abrió su maletín rojo—. No vuelvas a beber de esta botella —le advirtió a Seda mientras vertía cuatro gotas de un brillante líquido rojo en su interior—. Si lo haces, tendremos que escucharte hablar durante días. —Le entregó la botella al hombrecillo—. ¿Por qué no le ofreces un trago a aquel pobre hombre? —sugirió—. Parece que lo necesita.

—No le has echado veneno, ¿verdad?

—Por supuesto que no. Es difícil conseguir información de alguien que se retuerce en el suelo cogiéndose la barriga. Sin embargo, después de un par de tragos de esa botella, ese hombre sentirá una incontenible necesidad de hablar sobre cualquier tema y responderá a cualquiera que lo interrogue de forma amistosa. Sé amable con ese pobre hombre, Kheldar. Parece muy solitario.

Seda sonrió y cabalgó hacia el carro, mientras se tambaleaba en la silla y cantaba una desafinada canción a voz en grito.

—Es muy bueno —le dijo Velvet a Ce'Nedra en un murmullo—, pero siempre se excede un poco. Cuando volvamos a Boktor lo enviaré a una buena academia de arte dramático.

Ce'Nedra rió.

Cuando llegaron junto al carro, el andrajoso hombrecillo vestido con una chaqueta de color marrón rojizo había detenido su vehículo a un lado del camino y cantaba a dúo con Seda una canción bastante obscena.

—¡Ah!, aquí estáis —dijo Seda mientras dirigía una mirada maliciosa a Sadi—. Me preguntaba cuánto tiempo os llevaría alcanzarnos. Toma —añadió mientras le ofrecía la botella de cerveza al eunuco—, bebe un trago. —Sadi fingió beber un trago de cerveza. Luego suspiró con aire de satisfacción, se limpió la boca con la manga y le devolvió la botella al hombrecillo, quien a su vez se la pasó al del carro—. Tu turno, amigo.

—Hace tiempo que no me sentía tan bien —dijo él con una sonrisa después de beber un trago.

—Vamos hacia el este —le informó Sadi.

—Eso parecía —respondió el carretero—, a no ser que hayáis enseñado a vuestros caballos a andar hacia atrás —añadió con una sonora carcajada mientras se daba una palmada en las rodillas con alegría.

—¡Qué gracioso! —murmuró el eunuco—. ¿Tú vienes de aquel pueblo de allí?

—He vivido allí toda mi vida —respondió el individuo—, igual que mi padre, igual que mi abuelo, igual que mi bisabuelo, i...

—¿Por casualidad, no habrás visto pasar a una mujer con un bebé en brazos? —lo interrumpió Sadi—. Lleva una capa oscura y es probable que fuera acompañada por varios grolims.

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