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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Divulgación científica

El Sol brilla luminoso (14 page)

BOOK: El Sol brilla luminoso
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Por el grado de separación y por el tiempo de revolución, podía calcularse que Plutón poseía un diámetro de sólo 3,000 kilómetros, y Caronte otro de 1.200. Los dos juntos, poseían sólo una octava parte de la masa de nuestra Luna.

RESUMEN

Han pasado exactamente treinta años desde la fundación de
The Magazine of Fantasy and Science Fiction,
y vean cuántos cambios han ocurrido en sólo una pequeña rama del conocimiento humano.

En esos treinta años, hemos perdido el lado soleado y el lado oscuro de Mercurio; los océanos de Venus; los canales de Marte; la superficie sólida de Júpiter; y (posiblemente) la vida en cualquiera de los planetas del Sistema solar, excepción hecha de la Tierra.

En estos treinta años, hemos ganado la rotación más rápida de Mercurio y la rotación más lenta de Venus; el infernal calor de Venus; los volcanes y cañones de Marte; la naturaleza líquida de Júpiter; los anillos para Júpiter y Urano; los cráteres para Mercurio, Marte, Fobos Deimos, Ganímedes y Calisto; las placas tectónicas para la Tierra y, posiblemente, Europa; volcanes en actividad en Io; satélites adicionales para Júpiter y Saturno; y un satélite para un empequeñecido Plutón.

¡En sólo treinta años! ¿Qué descubriremos en treinta años más?

NOTA

El artículo anterior fue escrito en marzo de 1979. Desde entonces pueden estar seguros de que el tiempo no se ha detenido.

Los satélites de Saturno han sido estudiados en detalle. Incluso se ha trazado el mapa de varios de ellos. Mimas posee un cráter enorme, considerando el tamaño del satélite. Rea y Dione poseen numerosos cráteres. Encelado parecía más liso, pero se ha conseguido una buena visión del mismo a través de la sonda «Voyager», que pasó ante él a principios de 1981. Japeto tiene un lado iluminado y el otro lado oscuro, pero todavía no se conoce la razón de ello. Titán posee una atmósfera mucho menos tenue de lo esperado, de una amplitud mayor que la de la Tierra. Y lo que es más, esa atmósfera es rica en nitrógeno.

Asimismo también Saturno posee anillos que tienen una estructura mucho más compleja que lo que se había pensado. Es posible que existan hasta un millar de sub anillos, incluyendo varios en la división de Cassini, que se creía que estaba vacía. Algunos de los sub anillos no son del todo circulares y, por lo menos, uno parece estar trenzado. También existen en los anillos «escalones», regiones oscuras que cruzan los anillos en ángulos rectos en su rotación.

Una segunda sonda «Voyager» se encuentra en camino…

LA LUNA
VIII. UN LARGO VIAJE DE UN DÍA

El mes pasado, Janet —mi mujer— y yo estuvimos en el interior del Estado de Nueva York con un grupo que trataba de observar la lluvia de meteoritos Perseida a primeras horas de la madrugada.

Desgraciadamente, tres de las cuatro noches que se dedicaron a esta tarea habían aparecido sólidamente cubiertas de nubes y, durante la cuarta noche, la exhibición no fue espectacular. Sin embargo, lo habíamos pasado bien, y lo menos importante no había sido el escuchar conferencias sobre temas astronómicos.

Una noche estábamos saliendo del hotel hacia el alejado edificio donde Fred Ness (un maravilloso conferenciante sobre asuntos astronómicos), nos iba a informar acerca de los medios para predecir los eclipses. Disfrutábamos ya por anticipado.

En el ascensor, una mujer de edad e irritable se quedó mirando con desagrado nuestros atuendos:

—Morirán congelados si salen de esa forma.

Dado que no soy especialmente sensible al frío, y puesto que estaba casi seguro de que una noche de agosto no era muy probable que tuviese una temperatura por debajo de los 16°C, aunque el día hubiese sido nuboso, me contenté con sonreír de una forma benigna. Sin embargo, Janet, que es más sensible al frío que yo, miró intranquila su reloj y dijo:

—Ya no tengo tiempo para regresar a buscar mi suéter.

Estaba a punto asegurarle que no lo necesitaría, cuando aquella arpía gritó:

—¿Van a ir a escuchar esos cuentos de hadas?

Yo quedé asombrado. Nosotros, la gente de Perseida, formábamos sólo una pequeña fracción de la clientela total de aquel hotel de estación, y existían otras actividades que no tenían nada que ver con nosotros, pero no había oído nada acerca de aquellas presentaciones de cuentos de hadas:

—¿Cuentos de hadas? – inquirí.

—Todos esos chismes acerca de las estrellas —respondió la mujer agriamente—. No los escuchen. Son sólo cuentos de hadas…

Supongo que me eché a reír, lo que debió enojarla, porque, cuando salimos, la mujer decidió escalar el nivel de los insultos y aplicó el peor epíteto en que pudo pensar respecto de la inocente conferencia sobre eclipses que nos disponíamos a escuchar.

Detrás de nosotros, su voz se alzó hasta formar un chillido:

—Es sólo ciencia ficción —gritó—.
¡Ciencia ficción!

¡Pobre cosa! Decidí dedicar mi siguiente ensayo a algo que sonaría bastante más como ciencia ficción que el asunto serio y de cada día de los eclipses; no es que me imaginase, ni por un momento, que leería mis ensayos aunque ella supiese cómo hacerla…

El tema sujeto a discusión en este ensayo es la influencia de las mareas de la Luna sobre la Tierra. Ya he discutido las mareas con algún detalle en un artículo anterior («Tiempo y mareas», en
Asimov on Astronomy,
«Doubleday», 1974), y deseo, arbitrariamente, dar por supuesto que ustedes lo han leído y lo recuerdan.

En ese ensayo anterior, dediqué unos cuantos párrafos a la forma en que las mareas hacen más lento el período de rotación de la Tierra, y es acerca de todo esto de lo que me gustaría entrar ahora en más detalles.

Cualquiera de nosotros que haya jugado a la peonza cuando niño,
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conoce que la proporción de su rotación disminuye, lentamente, hasta que, llegado el momento, se tambalea, luego cae hacia arriba y se queda inmóvil. La energía de rotación de una peonza que gira, se consume gradualmente y se convierte en calor por medio de la fricción de su punta con el suelo mientras da las vueltas, a través de la resistencia del aire en el que gira. y lo que es más, su pequeña reserva de inercia angular se transfiere a las enormes reservas que posee la Tierra.

Si la peonza girase sin entrar en contacto con ningún material, y si diese vueltas en un vacío absoluto, no habría fricción y no existiría forma de que perdiese la energía de rotación o la inercia angular. En ese caso, la peonza seguiría girando para siempre en una proporción que nunca disminuiría.

Si consideramos la bola sólida de la Tierra, junto con los océanos y atmósfera que están por encima de ella, como si se tratase de una peonza, ello representaría el caso ideal. La Tierra no entra en contacto con ningún objeto material mientras gira, puesto que está rodeada del vacío del espacio.

Sin embargo, nada es nunca ideal. El espacio interplanetario no constituye un vacío absoluto, y la atmósfera y los océanos reaccionan respecto de la rotación, al establecer unas corrientes que giran y consumen energía, tanto en el aire como en el agua. Sin embargo, es tan amplio el suministro de la Tierra en energía rotacional y en inercia angular, y tan pequeño el efecto de esos apartamientos de lo ideal, que cualquier cambio en la rotación que resulte de dichas cosas no ideales es notoriamente pequeño.

Esto nos lleva a las mareas. Al girar, la sólida bola de la Tierra pasa, constantemente, a través de dos pequeñas elevaciones del océano, una que hace frente a la Luna, y la otra que se separa de la Luna; las mareas se producen por el hecho de que las diferentes porciones de la Tierra se encuentran a unas distancias ligeramente distintas de la Luna y, por ello, se ven sujetas a las levemente diferentes intensidades de la gravitación lunar.

Dado que la línea de la costa pasa a través del pancho de las mareas, y puesto que el agua se mueve hacia la orilla y luego hacia abajo, se produce un efecto de fricción. Parte de la energía rotacional de la Tierra se convierte en calor, y también se desvanece parte de su inercia angular.
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Y lo que es más, existen dos pandeamientos de las mareas en la Tierra sólida en sí (más pequeños que el pandeo de los océanos), por lo que, mientras la Tierra gira, las rocas se alzan unos pocos centímetros y se estabilizan, una y otra vez, dos veces diarias. Aquí también existe fricción, y tanto la energía rotacional como la inercia angular se convierten o se transfieren. Por otra parte, se estima que la Tierra pierde de 20 a 40 mil millones de kilocalorías de energía rotacional cada minuto.

Como resultado del efecto de las mareas, el período de rotación de la Tierra debe estar haciéndose más lento constantemente; ahora bien, para expresar todo esto de una forma más mundana, de un modo que impresione a la conciencia de la gente, el día debe hallarse también constantemente alargándose.

De todas maneras, incluso la colosal pérdida de 20 a 40 mil millones de kilocalorías de energía rotacional cada minuto, se encoge hasta casi cerca de nada, en comparación con el almacenamiento titánico de la energía de rotación que posee la Tierra. El efecto de frenado de las mareas, pues, es extraordinariamente pequeño, y puede llegar el momento en que el día se alargue un segundo sólo después de que las mareas hayan estado ejerciendo su efecto de frenado durante 62.500 años. Esto significa que, al final de un siglo, el día será 0,0016 de segundo más largo que al principio del siglo; o bien, para expresarlo de otra forma, que cada día es 0,000000044 de segundo más largo que el día anterior.

Esto es bastante, pero, ¿podemos aseguramos de ello? ¿Puede el alargamiento del día medirse en la actualidad?

Es posible, puesto que poseemos ahora relojes atómicos que llegan a medir semejante diferencia de un día a otro; y esto puede, ciertamente, hacerse con facilidad si medimos la duración de varios días ahora y la duración de varios días al año siguiente.

No obstante, existen complicaciones. Cuanto más exactos se hacen los relojes, los astrónomos descubren que la rotación de la Tierra no es constante y que la misma Tierra es, de hecho, un pésimo cronómetro.

Las posiciones observadas, de un momento a otro momento, de cuerpos tales como la Luna, el Sol, Mercurio y Venus, que puede conseguirse con una constante y mayor precisión, a medida que los relojes han ido mejorando, todas muestran discrepancias respecto de las posiciones teóricas que debían tener. Y lo que es más, las discrepancias fueron, aproximadamente, las mismas para los cuatro cuerpos. No cabía esperar que la coincidencia de dichos cuerpos se moviesen al unísono, como parecía, sino que, en vez de ello, fue el período de rotación de la Tierra el menos fijo.

Si el período de rotación de la Tierra se hace ligeramente más lento, la posición de los cuerpos celestes parece que avanza por delante de lo teórico; si el período de rotación de la Tierra se acelera levemente, la posición de los cuerpos celestes cae más allá. Entre 1840 y 1920, la proporción del retraso de la Tierra fue superior a un segundo, y luego comenzó a acelerarse de nuevo.

¿Por qué? Porque la Tierra no es un cuerpo perfecto y sin cambios. Existen terremotos y movimientos de masas en el interior de la Tierra. Si la masa se mueve, en promedio, levemente más cerca del centro de la Tierra, la velocidad de rotación de la Tierra se acelera levemente; si la masa se aleja levemente desde el centro, la rotación de la Tierra se hace ligeramente más lenta.

De hecho, a medida que los relojes continuaron mejorando, se descubrió que el índice de rotación de la Tierra cambiaba con las estaciones. En la primavera, el día es, aproximadamente, un duodécimo de segundo más largo que en otoño. Esto se debe al movimiento de la masa por las nevadas, a los cambios estacionales en el aire y en las aguas corrientes, etcétera. Sin embargo, estos cambios son todos cíclicos. Las estaciones y los terremotos alargan y acortan el día, pero, en promedio, no existen cambios.

Sobreimpuesto a estos cambios cíclicos de un segundo, o más, se encuentra el mucho más pequeño cambio no cíclico de un incremento de la duración del día, en una proporción de 44 mil millonésimas de segundo diarios. ¿Cómo se detecta este pequeño cambio secular, entre toda esta mezcla de cambios cíclicos tan prolongados?

En la actualidad, ello es difícil.

Supongamos que el día ha seguido constante en su duración durante eones, pero que, de repente, ha empezado a incrementarse el promedio de una centésima de segundo anual. Al finalizar el siglo, el día será un segundo más largo de lo que había sido al principio de la centuria.

Ciertamente, esto no constituirá ninguna diferencia práctica en su vida y, si todo cuanto tiene es un reloj corriente, no será usted capaz de medir dicho cambio.

Pero la diferencia aumenta. Cada día del segundo año, comienza 1/100 de segundo más tarde que el día equivalente del primer año y, al final del segundo año, el día empieza 365/100, es decir, 3,65 segundos más tarde de que lo hiciera el día al principio del primer año.

Cada día del tercer año, principia 2/100 de segundo más tarde que el día equivalente del primer año, por lo que, al final del tercer año, comienza 6,30 + 3,65, o sea, 9,95 segundos más tarde de lo que lo hiciese el primer día del primer año. Y así en adelante.

Aunque los días individuales, a través de todo el siglo, hayan sido sólo fracciones de segundo más largos que los primeros días, el error
acumulativo,
día a día, va ascendiendo, y, para cuando haya transcurrido todo un siglo, un día particular estaría empezando 2,3
días
después del momento en tiempo en que hubiese empezado, de no haber existido en absoluto ese pequeño alargamiento del día.

A continuación, supongamos que cada año, exactamente en el mismo momento, tiene lugar algún acontecimiento de tipo astronómico y perceptible como, por ejemplo, un eclipse total de sol. A través de tiempo inmemorial, mientras el día ha tenido una duración absolutamente constante, el Sol siempre se ha eclipsado, digamos, a las 4 de la tarde del 31 de agosto.

Una vez que el día, de repente, comienza a alargarse con lentitud, el eclipse de sol comenzará cada año más pronto, en una cantidad igual al error acumulado. A finales del siglo, el eclipse se produciría el 29 de agosto a las 8.48 de la mañana.

No tiene importancia la clase de reloj que tengamos. No se necesita ninguno para que nos diga que el eclipse está comenzando antes; lo que se necesita es un calendario. Y, dada la discrepancia en la presencia del eclipse, una vez se eliminan las otras posibles causas, existirán precisas razones para saber que el día se hace más lento a un promedio demasiado pequeño para que pueda usted medirlo directamente. En realidad, incluso sin un reloj decente, puede conseguir una buena estimación del mencionado promedio.

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