El sueño de Hipatia (24 page)

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Authors: José Calvo Poyato

Tags: #Histórico

BOOK: El sueño de Hipatia
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Una sonrisa asomó a los labios de Best.

—¿No se da cuenta?

—No.

—Tratándose de un organismo oficial, el gobierno podría incautar el códice.

—¿Por qué no lo hace?

—Porque Boulder tendrá sobornados a los técnicos con los que hemos estado.

Ann me miró sorprendida y me sentí en la obligación de darle una explicación.

—Querida, estamos en Egipto. Ya escuchaste ayer a Boulder hablar del rey Faruk.

—Si Boulder no tuviese todo bajo control, no habría dejado allí el códice. Además, lo que digan esos técnicos no me interesa —sentenció Best con tono profesoral—, me fío mucho más de mi propia experiencia.

—¿No cree que eso es poco científico? —Ann veía las cosas de forma diferente.

—El ojo y la experiencia, como en los médicos, son fundamentales. Casi todo lo demás son paparruchas.

—Tengo entendido que en el Departamento de Química de la Universidad de Chicago pueden establecer la antigüedad de los objetos. ¿Cree que lo que hacen allí también son paparruchas? —comentó Ann ante mi sorpresa y la de Best.

—La veo muy documentada, señorita Crawford.

—Procuro estar al día.

—Supongo que se refiere al descubrimiento del profesor Libby y su equipo para establecer, con ciertos márgenes de error, la antigüedad de objetos procedentes de materia orgánica.

—Así es. Según tengo entendido parten de la base de que el carbono de un organismo muerto se desintegra según unas pautas temporales sin que dicho carbono pueda ser sustituido por el que hay en la atmósfera en forma de dióxido de carbono.

—¡Muy bien, señorita Crawford!

A Best solo le faltó hacer palmas; miraba a Ann a medio camino entre la sorpresa y el reconocimiento y yo estaba completamente perdido.

—¿De qué demonios están hablando? —pregunté al profesor, pero fue Ann quien me respondió:

—De la llamada datación por carbono 14.

—¿Qué es eso del carbono 14?

—Ya te lo he dicho —respondió Ann que azucaraba su café—, un método de datación.

—¿Podrías ser más explícita?

—Te pondré un ejemplo. Una hoja de papiro tiene una determinada cantidad de carbono en su composición orgánica como entidad dotada de vida.

—Eso lo entiendo.

—Cuando muere, esa cantidad de carbono va desapareciendo con el paso de los años, sin que sea sustituido por el carbono que hay en la atmósfera.

—También llego hasta ahí, aunque no lo sabía.

—Pongamos que la totalidad del carbono tarda en desaparecer cinco mil años.

—¿No es mucho tiempo?

—Es un ejemplo, aunque probablemente no sea demasiado. Si la cantidad de carbono hallada en uno de los papiros del códice se hubiera reducido una décima parte, ¿cuántos años habrían transcurrido desde que la planta fue cortada y se supone que utilizada para confeccionar una página?

—La décima parte de cinco mil años son quinientos.

—Esa sería la antigüedad del papiro.

—¡Eso es fantástico! ¡Revolucionará la arqueología y el conocimiento de importantes aspectos de nuestro pasado! ¡Si el códice se somete a ese procedimiento, quedarán despejadas todas las dudas! —exclamé entusiasmado.

Best miraba a Ann con arrobo, casi con devoción.

—Lo ha explicado usted de forma muy sencilla, pero con absoluta claridad.

—Bueno, tengo entendido que en realidad las cosas no son tan simples. Las dataciones se hacen admitiendo un margen de error y solo sirve para objetos cuyo origen es animal o vegetal. También hay un límite, el que marca la existencia de restos de carbono. Si el carbono ha desaparecido por completo, el método no sirve porque nos hemos quedado sin referencias.

Best aplaudió las palabras de Ann.

—¡Magnífico, señorita Crawford! ¡Es usted una experta!

Yo estaba atónito. Ann jamás me había comentado nada de aquello. En realidad, había muchas parcelas de su vida de las que apenas me había comentado algo y para mí eran una verdadera incógnita. En aquel momento me di cuenta de que conocía muy poco de la mujer con la que llevaba más de dos años acostándome.

—¿Por qué no se somete el códice a la prueba del carbono 14?

—Porque en Egipto no hay ninguna instalación que permita hacerlo.

—Ese problema se soluciona…

No terminé la frase, Best me interrumpió con una pregunta.

—¿Por qué cree que he subido drogado en ese maldito cacharro que nos ha traído hasta El Cairo? ¿Cree que si hubiera podido evitarlo no lo habría hecho? Boulder se niega a correr el riesgo que supone sacar el códice del país porque el gobierno podría incautarlo. Si sale de Egipto, será cuando se haya embolsado la suma que pide por él, así me lo hizo saber Milton cuando me explicó por qué tenía que venir aquí. Una vez que haya cobrado, le importará bastante poco lo que ocurra. Boulder es un comerciante.

—¿Cuánto pide? —pregunté.

El profesor se encogió de hombros.

—Pregúnteselo a Milton.

—¿Cuánto podría valer?

—No tengo la más remota idea. Estas cosas pueden alcanzar sumas fabulosas; todo depende del interés que despierten, y estos textos parece que han despertado bastante.

—¿Por qué no se lo vende al gobierno? —preguntó Ann—. Podría ahorrarse problemas.

—¿Al gobierno, querida? —Acaricié su mano que estaba posada sobre la mesa—. Si se lo ofreciera, no vería una sola libra y podría darse por contento si no daba con sus huesos en la cárcel. Las cosas en materia de antigüedades están cada vez más serias en este país. Después de que Carter descubriese la tumba de Tutankhamon, los egipcios se han dado cuenta de la fuente de ingresos que supone la época faraónica. Boulder sabe que tiene una joya en sus manos y quiere exprimirla, pero también es consciente de que cada día que pasa aumenta el riesgo. ¿Vieron cómo se descompuso cuando se enteró de la existencia de los anónimos?

—Me gustaría saberlo todo acerca del descubrimiento de ese códice. ¿Dónde lo encontraron? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Quién lo encontró? —Ann parecía una ametralladora.

Best dio un sorbo a su té y dejó la taza sobre el plato.

—Mañana lo sabremos.

—¿Por qué está tan seguro?

—Porque presionaremos a Boulder.

—¿Cómo? —pregunté.

—Como usted ha dicho, es consciente de que tiene un tesoro en sus manos, pero quiere desprenderse de él lo antes posible. Sabe que eso depende de mi informe. Bastará con decirle que para completarlo necesito saber todo eso por lo que la señorita Crawford ha preguntado. Es sumamente importante para conocer la autenticidad del códice.

—No olvide que también tiene otros compradores.

—¿Por qué está tan seguro de eso, Burton?

—Por los anónimos que hemos recibido. ¿Cree que nos invitarían a marcharnos si no fuese porque nuestra presencia aquí estorba a otro comprador? Además, el propio Boulder lo ha admitido, aunque no ha sido muy explícito. Por cierto, me gustaría conocer la razón de las amenazas que hemos recibido. Lo vi a usted muy seguro en el despacho de Boulder cuando dijo: «Acabo de descubrir por qué nos han amenazado con esos anónimos».

—Veo que recuerda las palabras exactas.

Best sacó del bolsillo de su americana el pequeño cuaderno y buscó las páginas donde había tomado las notas a toda prisa. Era algo que también me tenía intrigado.

—Ese códice, efectivamente, es como una pequeña biblioteca. Contiene siete textos diferentes. Sus títulos son: «Apócrifo de Juan», «Evangelio de Tomás», «Evangelio de Felipe», «Hipóstasis de los Arcontes»…

—¿Qué es eso? —preguntó Ann.

—No sé muy bien qué significa este título, la palabra hipóstasis se refiere a una persona de la Santísima Trinidad y un arconte era el nombre que recibían los magistrados en Atenas. —Best pasó la página de su cuaderno y completó la lista—. «Sobre el origen del mundo», «La exégesis del alma» y el «Libro de Tomás el Contendiente».

—¿Todos son escritos religiosos?

—Todos.

—¿Cómo ha podido deducir de esos títulos la causa de nuestras amenazas? —insistí.

—Es usted muy impaciente, Burton.

Pasó otra página de su cuaderno y leyó:

—«La compañera del… María Magdalena… más que… los discípulos, y solía besarla… en la… El resto de los discípulos… le decían: ¿Por qué la amas más que a todos nosotros? Porque no os quiero como a ella».

—¡Eso no tiene sentido! —exclamó Ann.

—Así es. La razón se encuentra en que el papiro está deteriorado y se ha perdido parte del texto, pero no resulta muy difícil recomponerlo en su totalidad. Este texto, que pertenece al manuscrito del «Evangelio de Felipe», es una bomba. ¡Fíjense! Se indica que María Magdalena es la compañera de alguien que no aparece reflejado. Se alude a otros discípulos y el autor afirma que ese alguien solía besarla, aunque, desgraciadamente, se ha perdido la palabra que señala dónde la besaba. Eso parece que irritaba a los demás discípulos que preguntaban a ese alguien por qué la amaba a ella más que a ellos. Y les respondía que la razón era que a ellos los quería de forma diferente. La pregunta es: ¿quién es ese alguien?

—¡Ese alguien solo puede ser…!

Sin darme cuenta, estaba conteniendo la respiración. ¡Efectivamente, aquello era una bomba! Ese texto de un evangelio señalaba que Jesús y María Magdalena tenían una relación… Me costaba trabajo abrir mi mente a una posibilidad como aquélla. ¡Jesús y María Magdalena eran una pareja! ¡Se besaban! Probablemente en la boca y eso irritaba a los demás discípulos a los que, según el autor, Jesús los amaba, pero de otra forma.

Miré a Ann y al ver su semblante supe el aspecto que ofrecía el mío. Aquello era un texto antiguo, según sostenía Best. Lo que significaba que en los tiempos posteriores a Jesús circularon evangelios diferentes que daban otra visión de su vida y probablemente de su mensaje. Eso explicaba la cantidad de herejías que, según la Iglesia católica, habían surgido en aquellos siglos. Mi cerebro trataba de hacerse cargo de la novedad a un ritmo vertiginoso. ¿Qué clase de informaciones contenían aquellos evangelios? ¿Cuál de ellas era la verdadera? ¿Por qué se habían escogido unos y desechado otros? ¿Qué criterios se habían utilizado? ¿Cuáles eran las herejías? Estaba viendo los titulares del
Telegraph
. ¡Aquello era un escándalo! No, no era un escándalo. ¡Era el escándalo! Tenía delante de mis narices la historia con que todo periodista sueña encontrarse algún día.

—Creo que no necesito explicarles nada más. En esas líneas está la razón de que nos hayan amenazado y por la que alguien quiere que nos marchemos de El Cairo.

—¡No puedo imaginar quién puede estar detrás de las amenazas! —exclamó Ann.

—Pues es fácil adivinarlo —murmuró Best, sin atreverse a pronunciar el nombre que los tres teníamos en mente.

Miré al profesor y le pregunté:

—¿Esa es una de las páginas que ha pedido que le fotografíen cuando estábamos en el Papyrus Institute?

—Sí.

—¿Por alguna razón?

—Me gustaría rellenar los vacíos que faltan en ese texto y eso solamente puede hacerse teniendo delante el original o una buena fotografía. Lo que apunta es algo tan increíble que puede revolucionar las bases en que se asienta nuestra civilización. Es algo tan… tan extraordinario que no me atrevo a formular una simple hipótesis, sin corroborar antes gran cantidad de detalles. Necesito analizarlo todo con mucho detenimiento.

—¿Cree que Boulder le permitirá llevarse las fotografías?

—Sospecho que Boulder desconoce exactamente el contenido de esos textos.

—Pero cuando sepa lo que está escrito… —comentó Ann.

En las arrugadas comisuras de los labios del profesor apuntó una sonrisa maliciosa.

—¿Por qué iba a saberlo?

—Se lo dirán sus amigos de ese instituto. Usted acaba de decir que están conchabados.

—Lo segundo, señorita Crawford, solamente lo he supuesto.

Recordé que Best había pedido varias fotografías, al menos media docena de páginas. Quise confirmar lo que empecé a sospechar.

—¿Por qué piensa que el anticuario desconoce lo que se afirma en esa página?

—Primero, porque esos dos técnicos quizá sepan de papiros, pero posiblemente no sepan copto.

—¿Por qué dice eso?

—Porque si lo supiesen habrían alertado a Boulder del escandaloso contenido de esa página y el anticuario lo habría utilizado como argumento para exigir un precio mucho mayor a Milton.

—¿Cómo sabe que Milton no tiene conocimiento de eso?

—Porque si lo supiese me lo habría dicho. No le quepa la menor duda.

—En tal caso, ¿por qué razón quien nos amenaza iba a estar tan preocupado?

Otra vez un apunte de sonrisa maliciosa se dibujó en los labios del profesor.

—¿Le parece a usted poco que aparezca el texto de un evangelio desconocido, cuyo autor lleva el nombre de uno de los doce apóstoles? Piense que esa simple posibilidad habrá encendido todas las alarmas.

—Comprendo, pero es posible que a la hora de elaborar el informe lo vean otros técnicos que sepan copto.

—¿Otros técnicos? ¡Ni lo sueñe! —exclamó el profesor—. Como ya le he dicho, todo apunta a que Boulder tendrá pactado un informe elaborado por gente relacionada con sus negocios. No puede tener bajo su control a todo el personal de ese centro. ¿No se han dado cuenta de que esos dos estaban esperándonos en la puerta cuando hemos llegado?

—Veo que ha sido muy astuto.

—¿Lo dice por algo en concreto?

—Porque a pesar de que su opinión es que no leen el copto, para no levantar sospechas sobre el contenido de esa página, ha pedido que le fotografíen otras.

Best dejó escapar una risilla.

Una vez en la habitación del hotel, Ann me dijo que Groppi le había parecido un lugar delicioso y que no le gustaría marcharse de El Cairo sin visitarlo otra vez.

—Quiero algo a cambio —le respondí.

Se me acercó desabrochando los botones de su blusa, pero mis deseos, en aquel momento, no caminaban por la senda del sexo. Tomó mi cabeza entre sus manos y me besó con pasión oriental. Noté cómo, poco a poco, me excitaba con sus labios y sus caricias. Pocos minutos después estábamos desnudos, amándonos con furia de principiantes.

—¿Satisfecho?

Me lo preguntó después de morderme el lóbulo de la oreja y con una voz cargada de sensualidad; todavía estaba a horcajadas sobre mí y tenía sus adorables pechos muy cerca de mi cara. La atraje hacia mí, la abracé con fuerza y le susurré al oído:

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