El templo (30 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico

BOOK: El templo
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La piedra se deslizó hasta su lugar, si bien Lauren y Copeland dejaron deliberadamente una pequeña hendidura entre esta y el marco de la puerta. Para que el plan llegara a buen término era necesario que los felinos pudieran detectarlos dentro de la ciudadela.

Después de todo, ellos eran el cebo.

Dentro del todoterreno, todos miraban atentamente a las imágenes en tiempo real que enviaba el satélite y que quedaban plasmadas en la pantalla del terminal.

Los felinos se acercaron en dos «equipos» distintos. Uno provenía de la meseta, al este, y el otro del norte.

Race sintió un escalofrío cuando vio la blancura refulgente de aquellos cuerpos en los infrarrojos. Tras ellos, sus colas se enroscaban y desenroscaban con parsimonia.

Inquietante
, pensó.
Un comportamiento inquietantemente coordinado para una manada de animales
.

Los felinos cruzaron el foso por varios puntos. Algunos atravesaron el puente de madera occidental, mientras que otros saltaron suavemente sobre los troncos de los árboles que habían caído al fondo del foso para a continuación saltar sin esfuerzo alguno hasta el otro lado.

Entraron en el pueblo.

Race vio que la mayoría de los
rapas
iban directos a la ciudadela y al olor de la gente que se hallaba en su interior.

Justo entonces, sin embargo, vio una mancha blanca en la pantalla que estaba al lado del todoterreno.

Race se giró inmediatamente a la derecha y vio tras la estrecha ventanilla que tenía a su lado los enormes bigotes negros de uno de los felinos.

El
rapa
bufó y olfateó el nauseabundo excremento de mono que habían extendido en la ventanilla. A continuación se alejó del vehículo y se unió a los demás en la ciudadela.

—Muy bien —dijo Nash—. Parece que todos los felinos se están reuniendo en la ciudadela. Lauren, ¿qué está ocurriendo allí?

—Están todos aquí. Quieren entrar, pero la ciudadela está bien cerrada. Por el momento estamos a salvo aquí dentro. Puede enviar a sus hombres al templo.

Nash se giró a los tres boinas verdes que tenía a su lado.

—¿Están listos?

Los tres soldados asintieron.

—Entonces pónganse en marcha.

Nash empujó una especie de ventanilla—escotilla automática situada en la parte trasera del todoterreno y Cochrane, Van Lewen y Reichart se embadurnaron los uniformes y los cascos con el hediondo excremento de mono y salieron por ella. Tan pronto como estuvieron fuera del vehículo, Nash la cerró.

—Kennedy —dijo por su micrófono—. ¿Hay algo en el SAT-SN?

—No hay nada en un radio de ciento setenta kilómetros, señor —le respondió la voz de Doogie desde la ciudadela.

Mientras Nash hablaba, Race observaba con detenimiento la imagen por satélite del pueblo.

Vio a la manada de felinos congregada alrededor de la ciudadela. Vio sus colas deslizándose y sus cautos movimientos. Al mismo tiempo, sin embargo, en la parte inferior de la pantalla, vio tres nuevas manchas que salían del todoterreno y corrían hacia el oeste, en dirección al puente occidental, alejándose del pueblo hacia la oscura meseta.

Cochrane, Van Lewen y Reichart.

Iban tras el ídolo.

Los tres boinas verdes atravesaron el velo de niebla que cubría el sendero de la ribera del río y se apresuraron hacia la fisura. Corrían a gran velocidad y respiraban fuertemente. Todos ellos iban provistos de cascos con cámaras incorporadas.

Llegaron a la fisura.

Esta también estaba envuelta en una espesa niebla gris. Los tres soldados no perdieron un instante y se adentraron por la fisura a toda velocidad.

En el todoterreno, Nash, Schroeder y Renée miraban los monitores atentamente, observando las imágenes enviadas por las cámaras de los tres soldados.

En los monitores vieron cómo las paredes de la fisura se sucedían a una velocidad increíble mientras por los altavoces interiores del todoterreno se escuchaba la respiración jadeante de los soldados.

Race se alejó un poco de los monitores. No quería estar en medio.

Fue entonces, sin embargo, cuando se dio cuenta de que Nash y los otros dos alemanes solo estaban mirando las imágenes de las cámaras de los soldados. Su interés en la misión de estos era primordial y, por ello, no estaban prestando ninguna atención a la pantalla que mostraba la imagen por satélite del pueblo.

Race se giró para mirar la imagen.

Y entonces se quedó helado.

—Eh —dijo—. ¿Qué demonios es eso?

Nash miró despreocupado a Race y al monitor. Pero cuando se fijo en la imagen enviada por el satélite se puso en pie de un bote.

—¿Qué coño…!

En el extremo derecho de la imagen, al este del pueblo, había otra zona borrosa gris que representaba más selva, la selva que conducía al final de la meseta y a la cuenca del Amazonas.

Nadie le había prestado demasiada atención porque no había nada ahí.

Pero ahora sí había algo.

Esa sección gris y borrosa de la parte derecha del pueblo estaba ahora llena de diminutas manchas blancas, por lo menos treinta en total, y todas ellas se dirigían rápidamente hacia el pueblo.

Race sintió cómo se le helaba la sangre.

Cada mancha tenía una forma inequívocamente humana, y todas y cada una de ellas llevaban lo que a todas luces parecía ser un arma.

Salieron silenciosamente de la selva, con sus ametralladoras firmemente sujetas contra sus hombros, listos para disparar, pero sin haber comenzado aún a hacerlo.

Race y los otros los observaban atentamente por las ventanillas del todoterreno.

Los intrusos iban todos vestidos con uniformes antibalas negros y se movían con gran precisión y velocidad, cubriéndose los unos a otros mientras avanzaban al unísono.

Los
rapas
que rodeaban la ciudadela se giraron cuando uno de ellos vio a su nuevo enemigo. Se pusieron en posición de ataque y…

No se movieron.

Por alguna razón, los
rapas
no atacaron a esos nuevos intrusos. Es más, se quedaron donde estaban y se limitaron a seguir observándolos.

Y entonces, justo entonces, uno de los intrusos abrió fuego sobre los
rapas
con un fusil de asalto que a Race le pareció sacado de algún episodio de
La guerra de las galaxias
.

Una asombrosa ráfaga de balas salió de la boca rectangular del arma, ráfaga que hizo volar en mil pedazos la cabeza de uno de los felinos. Un instante antes la cabeza del felino estaba allí; un segundo después la cabeza había estallado dejando tras de sí un reguero de sangre y carne.

Los felinos se dispersaron justo después de que la salvaje lluvia de disparos dejara hecho trizas a otro de los suyos.

Race miró a través de su ventanilla para intentar obtener una mejor perspectiva del arma que llevaban los intrusos.

Era extraordinaria, parecía sacada de la era espacial.

El arma era totalmente rectangular y aparentemente no tenía cañón. Debía de estar oculto en algún lugar del cuerpo rectangular de la misma.

Race había visto antes esa arma, pero solo en fotos, nunca directamente.

Era una Heckler & Koch G-11.

Según Marty, el hermano de Race, el fusil Heckler & Koch G-11 era el fusil de asalto más avanzado jamás construido.

Diseñado y fabricado en 1989, incluso ahora, diez años después, seguía estando veinte años por delante de su tiempo. Era el Santo Grial de las armas de fuego, al menos para Marty.

Era la única arma de la historia que disparaba munición sin casquillo. Es más, era la única arma de fuego de mano conocida que contuviera un microprocesador, principalmente porque se trataba de la única arma del mundo lo suficientemente compleja como para necesitar uno.

Debido a que disparaba balas sin casquillo, el fusil G-11 no solo era capaz de disparar la inconcebible cifra de 2300 balas por minuto, sino que también podía almacenar 150 balas, cinco veces el número de balas que podía almacenar el cargador de un fusil de asalto como el M-16. Y, por si esto fuera poco, su tamaño era la mitad del de un M-16.

A decir verdad, lo único que había frenado la fabricación del G-11 había sido el dinero. A finales de 1989, ciertas cuestiones políticas habían obligado al Gobierno alemán a rescindir su contrato con Heckler & Koch para utilizar los G-11 en el
Bundeswehr
.

Por consiguiente, solo llegaron a fabricarse cuatrocientos G—ll. Sin embargo, durante una auditoría de la empresa tras su absorción por parte de la británica Royal Ordnance, solo se pudo dar cuenta de diez de ese lote original.

Los otros trescientos noventa fusiles restantes habían desaparecido.

Creo que hemos dado con ellos
, pensó Race mientras observaba a los
rapas
saltar para guarecerse de semejante bombardeo.

—Son los Soldados de Asalto —dijo Schroeder, sentado a su lado.

La lluvia de disparos proseguía en el exterior.

Dos felinos más cayeron, agonizantes, mientras dos de los Soldados de Asalto disparaban sin cesar sus ametralladoras en dirección al pueblo.

El resto de los felinos buscó refugio en la selva que rodeaba el pueblo, y pronto en la calle principal solo hubo Soldados de Asalto fuertemente armados.

—¿Cómo demonios han llegado aquí sin que los viéramos en el SAT-SN? —preguntó Nash.

—¿Y por qué no les atacan los felinos? —dijo Race.

Hasta ese momento, los felinos habían sido tremendamente despiadados en sus ataques pero, por algún motivo, no habían ni percibido ni atacado a esos nuevos soldados.

Fue entonces cuando el inconfundible olor del amoniaco penetró por entre las ventanillas del todoterreno. El olor de la orina. Orina de mono. Los nazis también habían leído el manuscrito.

De repente, se escuchó la voz de Van Lewen a través de los altavoces:

—Estamos llegando al puente de cuerda.

Race y Nash se volvieron a la vez hacia los monitores que mostraban
las
imágenes de los tres soldados que se encontraban en el cráter.

En los monitores vieron las imágenes de la cámara de Van Lewen mientras este atravesaba el puente de cuerda que conducía al templo.

—¡Cochrane, Van Lewen, aprisa! —dij o Nash por su radio—. Tenemos enemi…

De repente, un chirrido estridente gorjeó de los altavoces del todoterreno y la radio de Nash se cortó.

—Tienen contramedidas electrónicas para inutilizar nuestras radios —dijo Schroeder.

—¿Cómo? —dijo Race.

—Están interfiriendo nuestras comunicaciones —dijo Nash.

—¿Qué hacemos? —preguntó Renée.

Nash dijo:

—Tenemos que decirles a Van Lewen, Reichart y Cochrane que no pueden volver. Tienen que coger el ídolo y alejarse de aquí todo lo que les sea posible. Luego tendrán que lograr contactar de algún modo con nuestro equipo de apoyo aéreo para que los helicópteros los recojan en algún punto de las montañas.

—¿Pero cómo va a hacerlo si están interfiriendo la señal de nuestras radios? —dijo Race.

—Uno de nosotros va a tener que subir hasta el templo y decírselo —dijo Nash.

Un breve silencio siguió a la frase de Nash.

Entonces Schroeder dijo:

—Yo iré.

Buena idea
, pensó Race. Después de los boinas Verdes, Schroeder era sin duda el más «marcial» del grupo.

—No —dijo Nash con contundencia—. Sabe usar un arma. Le necesitamos aquí. También conoce a esos nazis mejor que ninguno de nosotros.

Lo que dejaba a Nash, Renée… o a Race.

Joder
…, pensó Race.

Y entonces dijo:

—Yo lo haré.

—Pero… —comenzó a decir Schroeder.

—Era el más rápido del equipo de fútbol americano de la universidad —dij o Race—. Puedo hacerlo.

—¿Y qué hay de los
rapas
? —dijo Renée.

—Puedo hacerlo.

—Bien, pues. Race es el elegido —dijo Nash dirigiéndose a la ventanilla trasera del todoterreno.

—Tome esto —dijo dándole un M—16 con todos sus accesorios—. Puede que le ayude a no acabar convirtiéndose en comida para felinos. ¡Vamos!

Race dio un paso adelante hacia la ventanilla y tomó aire profundamente. Miró por última vez a Nash, Schroeder y Renée.

Después soltó el aire y salió por la ventanilla.

Y entró en otro mundo.

Los disparos de las ametralladoras resonaron a su alrededor, golpeando las hojas de los árboles cercanos y astillando sus troncos.

El estruendo parecía mucho más fuerte ahí fuera, mucho más real.

Mucho más mortífero.

Los fuertes latidos del corazón de Race retumbaban estruendosamente en su cabeza.

¿Qué demonios estoy haciendo aquí con un arma en la mano?

Estás intentando ser un héroe, eso es lo que estás haciendo. ¡Pedazo de gilipollas!

Volvió a respirar profundamente.

De acuerdo…

Race se bajó de un salto del todoterreno y cayó en el puente de madera de la parte occidental del pueblo. Echó a correr por el sendero de la ribera del río. Una impenetrable y envolvente niebla gris flanqueaba el camino que debía seguir. Las retorcidas ramas de los árboles sobresalían como puñales. El M—16 le pesaba. Lo sostenía torpemente contra su pecho mientras corría, levantando el agua a su paso.

Entonces, sin previo aviso, un
rapa
se deslizó por entre la niebla a su derecha y se irguió delante de él….

¡Pam
!

La cabeza del
rapa
estalló en mil pedazos y el felino cayó como una piedra al terreno embarrado.

Race no perdió un instante. Saltó por encima del cuerpo del felino y, una vez se hubo alejado de allí lo suficiente, se giró y vio a Schroeder, con el M-16 apoyado contra el hombro y medio cuerpo fuera por la ventanilla trasera del todoterreno.

Race corrió.

Un minuto después, la fisura de la ladera de la montaña emergió de entre la niebla. Fue entonces cuando escuchó voces a sus espaldas, voces que gritaban en alemán.


Achtung
!

—Schnell! Schnell
!

Inmediatamente después escuchó la voz de Nash gritándolo desde algún punto de la niebla que tenía tras de sí:

—¡Race, aprisa! ¡Están detrás de usted! ¡Se dirigen al templo!

Race echó a correr y se adentró por la fisura.

Las húmedas paredes de piedra se sucedían ante él mientras recorría a toda velocidad el pasillo.

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