Cross le comentó tímidamente a Dante:
—Me parece que no le ha gustado la pinta que tengo.
Dante lo miró con una maliciosa sonrisa en los labios. Dante se había convertido en un interesante joven de enorme vitalidad; recias facciones y mirada penetrante. Tenía el típico cabello negro de los Clericuzio, recogido bajo un curioso gorro estilo renacentista. Era tan bajito que no debía de medir más de metro y cincuenta y algo, aunque tenía una gran seguridad en si mismo, quizá porque era el preferido del viejo Don. La malicia lo acompañaba dondequiera que fuera. Le dijo a Cross:
—Se llama Anacosta de apellido.
Cross recordaba el apellido. Un año atrás la familia Anacosta había sufrido una gran tragedia. El cabeza de familia y su hijo mayor habían muerto tiroteados en una habitación de hotel de Miami. Dante miró a Cross, esperando su reacción. Cross mantuvo su semblante impasible.
—¿Y qué? —replicó.
—Tú trabajas para tu padre, ¿no? —le preguntó Dante.
—Pues claro —contestó Cross
—¿Y pretendes salir con Lila? Tú no estás bien de la cabeza —dijo Dante riéndose.
Cross comprendió que la situación era peligrosa y guardó silencio.
—Acaso no sabes a qué se dedica tu padre? prosiguió diciendo Dante.
—Cobra dinero —dijo Cross. Dante sacudió la cabeza.
—No es posible que no lo sepas. Tu papi liquida gente por cuenta de la familia. Es el Martillo número uno.
Cross tuvo la sensación de que todos los misterios de su vida se desvelaban de golpe. De repente todo estuvo muy claro. La aversión de su madre hacia su padre, el respeto de que era objeto Pippi por parte de sus amigos y de la familia Clericuzio, las misteriosas desapariciones de su padre durante varias semanas seguidas, el arma que éste siempre llevaba consigo, los pequeños comentarios jocosos cuyo significado él no captaba. Recordó el juicio por asesinato de su padre, borrado de sus recuerdos infantiles de una forma muy curiosa, y la noche en que su padre tomó su mano entre las suyas. De pronto se sintió invadido por un repentino sentimiento de afecto y experimentó el deseo de proteger a su padre, ahora que estaba tan desnudo y vulnerable.
Pero en medio de todo aquel torbellino sintió una terrible cólera contra Dante por haberse atrevido a decirle la verdad.
—Pues no, no lo sé contestó. Y tú tampoco lo sabes. Nadie lo sabe. Y además te vas a la mierda, hijo de puta, estuvo a punto de añadir, pero se limitó a mirar con una afectuosa sonrisa a Dante y le preguntó:
—De dónde coño has sacado esa mierda de gorro?
Virginio Ballazzo estaba organizando el juego de la caza del huevo de Pascua con toda la gracia de un payaso nato. Reunió en torno a sí a los niños, hermosas flores disfrazadas de Pascua, con los delicados rostros pintados en forma de pétalos, la piel parecida a una cáscara de huevo, los gorros adornados con cintas de color de rosa, y las mejillas arreboladas por la emoción. Les entregó a cada uno un cesto de paja, les dio un cariñoso beso y les gritó: ¡ya!
Los niños se dispersaron en todas direcciones.
Virginio Ballazzo estaba hecho un brazo de mar, con su traje confeccionado en Londres, sus zapatos comprados en Italia, su camisa hecha en Francia y su cabello cortado en un Michelangelo de Manhattan. La vida había sido benévola con Virginio, y lo había bendecido con una hija casi tan guapa como aquellos niños.
Lucille, llamada Ceil, tenía dieciocho años y aquel día estaba actuando como ayudante de su padre. Mientras repartía los cestos entre los niños, los hombres presentes en la fiesta silbaron por lo bajo, admirando su belleza. Vestía pantalones cortos y una blusa blanca con el cuello desabrochado. Su piel era morena, con un fondo color crema. Llevaba el cabello negro recogido alrededor de la cabeza a modo de corona y parecía una reina forjada por la salud, la juventud y la auténtica felicidad que muchas veces no es más que una simple consecuencia del buen humor.
Por el rabillo del ojo la joven vio a Cross y a Dante discutiendo y se dio cuenta de que Cross acababa de recibir un duro golpe, pues tenía la boca torcida en una mueca de desagrado.
Con el último cesto colgado del brazo, se acercó al lugar donde se encontraban Cross y Dante.
—¿Quién de vosotros quiere ir a la caza de huevos? les preguntó, alargando el cesto hacia ellos con una sonrisa rebosante de buen humor.
Los dos jóvenes la miraron con aturdida admiración. Jamás habían visto un ser tan bello y tan lleno de vida. La luz de las últimas horas de la mañana le doraba la piel, y sus ojos centelleaban de felicidad. La blusa blanca parecía hincharse tentadoramente a pesar de su virginal pureza, y sus redondos muslos eran tan blancos como la leche.
Justo en aquel momento, una de las niñas se puso a gritar y los dos se volvieron a mirarla. Acababa de encontrar un huevo tan grande como una bola de jugar a los bolos, pintado en vivos colores rojos y azules. La niña intentaba colocarlo en su cesto, con el sombrero de paja torcido sobre la cabeza y los ojos enormemente abiertos de asombro y determinación, pero el huevo se rompió, de su interior escapó volando un pajarillo. Entonces la niña lanzó un grito de decepción.
Petie cruzó corriendo el jardín y la tomó en brazos para consolarla Había sido una de sus habituales bromas pesadas, y todos le estaban riendo la gracia.
La niña se encasquetó cuidadosamente el sombrero.
Me has engañado le gritó con su frágil vocecita, soltándole una bofetada.
Los invitados se partieron de risa mientras la niña escapó corriendo de Petie y éste le pedía perdón con voz suplicante. Después Petie la volvió a tomar én brazos y le ofreció una jóya en forma de huevo de Pascua, colgada de una cadena de oro. La niña lo cogió y le estampó un beso en la mejilla.
Ceil tomó a Cross de la mano y lo acompañó a la pista de tenis a unos cien metros de la mansión. Cuando llegaron, para poder disfrutar de un poco de intimidad, se sentaron en la cabaña de la paredes cuyo lado abierto miraba hacia la parte contraria al jardín donde se estaba celebrando la fiesta.
Dante los vio alejarse, con un profundo sentimiento de humillación. Sabía muy bién que Cróss era más guapo que él y se sentía despreciado, aunque por otra parte se enorgullecía de tener un primo tan atractivo. Para su asombro descubrió que aún sostenía el cesto en la mano, y encogiéndose de hombros se incorporó a la caza de huevos. En el interior de la cabaña de la pista de tenis, Ceil cogió el rostro de Cross entre sus manos y le dio un beso en la boca. Fueron unos besos muy tiernos. Sin embargo, cuando él trató de, introducir la mano en su blusa, ella lo apartó.
—Quería besarte desde que teníamos diez años —le dijo con una radiante sonrisa en los labios. Y hoy me ha parecido un día ideal.
Excitado por sus besos, Cross se limitó a preguntarle
—¿Por qué?
—Porque tienes una belleza perfecta —contestó Ceil. Nada es incorrecto en un día como éste. La joven entrelazó sus dedos con los suyos—. ¿No te parece que tenemos unas familias maravillosas? —dijo. ¿Por qué te quedaste a vivir con tu padre?
—Las cosas salieron así —contestó Cross.
—Y te acabas de pelear con Dante, ¿verdad? —le preguntó Ceil. Es un pelmazo.
—Dante no es mal chico —dijo Cross. Estábamos bromeando. Le gusta gastar bromas pesadas, como a mi tío Petie.
—Dante es muy bruto —dijo Ceil, sujetando las manos de Cross y sin dejar de besarle. Mi padre gana un montón de dinero, va a comprar una casa en Kentucky y un Rolls Royce 1920. Ahora ya tiene tres coches antiguos y piensa comprar caballos en Kentucky. ¿Qué estupendo, verdad? ¿Por qué no vienes mañana a ver los coches? A ti siempre te ha gustado la comida de mi madre.
—Mañana tengo que regresar a Las Vegas —contestó Cross. Ahora trabajo en el Xanadú.
Ceil tiró de su mano.
—Odio Las Vegas —dijo. Es una ciudad repugnante.
—Pues a mí me parece fabulosa replicó Cross sonriendo. ¿Cómo puedes odiarla si nunca has estado allí?
—Porque allí la gente derrocha el dinero que tanto le ha costado ganar —contestó Ceil con toda la indignación propia de una jóven juiciosa. —Gracias a Dios que mi padre no juega. Y no digamos nada de todas aquellas coristas tan vulgares.
Cross soltó una carcajada.
—De eso yo no sé nada —dijo. Yo sólo me ocupo del campo de golf. Nunca he visto el interior del casino.
Ceil comprendió que le estaba tomando el pelo, pero, aun así, le preguntó:
—Si te invito a visitarme en mi college, ¿irás a verme?
—Pues claro —contestó Cross.
En aquel juego era más experto que ella, y su ingenuidad, su manera de cogerle las manos y su ignorancia sobre su padre y los verdaderos propósitos de la familia, le inspiraban una profunda ternura. Se dio cuenta de que Ceil sólo estaba haciendo una pequeña prueba experimental, impulsada por la belleza de aquel día de primavera y la jubilosa explosión de feminidad de su cuerpo. Su dulces y castos besos le llegaron al alma.
—Será mejor que volvamos a la fiesta —dijo.
Juntos regresaron a los festejos del jardín cogidos de la mano, Virginio, el padre de Ceil, fue el primero en verlos. Juntó el índice de una mano con el de la otra y les dijo jovialmente
—Vergüenza, vergüenza.
Después los abrazó. Fue un día que Cross siempre recordaría no sólo por la inocencia de todos aquellos niños vestidos de blanco purísimo para anunciar la Resurrección, sino también porque fue la vez en que finalmente pudo averiguar quién era su padre.
Cuando Pippi y Cross regresaron a Las Vegas, las cosas ya habían cambiado entre uno y otro. Pippi debió de comprender que el secreto ya se había desvelado e hizo objeto a su hijo de toda suerte de atenciones y muestras de afecto. Cross se sorprendió levemente de que no hubieran cambiado sus sentimientos hacia su padre y de que le siguiera queriendo como antes. No podía imaginar una vida sin su padre, sin la familia Clericuzio, sin Gronevelt y sin el hotel Xanadú. Aquélla era la vida que él tenía que llevar, y no le desagradaba. Pero sentía dentro de sí una cierta impaciencia. Tenía que dar otro paso.
Claudia de Lena salió de su apartamento de Pac Palisades para dirigirse a la casa de Athena en Malibú, preguntándose qué podría decir para convencer a Athena de que volviera a trabajar en Mesalina.
Para ella aquel asunto era tan importante como para los estudios. Mesalina era su primer guión auténticamente original, pues sus anteriores trabajos habían sido adaptaciones de novelas, remitos o variaciones de otros guiones o colaboraciones. Además era la coproductora de Mesalina, lo cual le confería un poder del que jamás había disfrutado hasta entonces, aparte del porcentaje bruto sobre los beneficios. Empezaría a ganar dinero de verdad. Y a partir de allí podría dar el salto a productora-guionista. Posiblemente era la única persona al oeste del Mississippi que no aspiraba a dirigir, pues eso obligaba a una crueldad en las relaciones humanas que ella no estaba dispuesta a tolerar.
Sus relaciones con Athena eran de auténtica amistad, no esas típicas relaciones de colaboración profesional que acostumbraban a darse entre los compañeros de trabajo de la industria del cine. Estaba segura de que Athena sabía lo mucho que significaba aquella película para su carrera. Athena era inteligente y por eso ella no acertaba a comprender por qué razón le tenía tanto miedo a Skannet, tratándose de una persona que jamás le había tenido miedo a nada ni a nadie. Bueno, una cosa sí conseguiría por lo menos averiguar exactamente: la causa del temor de Athena. Entonces podría ayudarla. Además tenía que impedir que Athena arruinase su propia carrera. A fin de cuentas, ¿quién mejor que ella conocía los enredos y las trampas del mundillo cinematográfico?
Claudia de Lena soñaba con una vida de escritora en Nueva York. No se desanimó cuando a los dieciocho años, una veintena de editores le rechazaron su primera novela. En lugar de eso decidió trasladarse a Los Ángeles para probar suerte con los guiones cinematográficos.
Gracias a su ingenio, su agudeza y su talento, no tardó en encontrar amigos en Los Ángeles, donde se matriculó en un curso de escritura de guiones cinematográficos en la Universidad de California, y conoció a un joven cuyo padre era un famoso cirujano plástico. El chico estaba hechizado por su cuerpo y su inteligencia, y muy pronto se hicieron amantes. Cuando la situación de compañeros de cama se convirtió en una relación seria, el chico decidió llevarla a cenar a su casa. Su padre, el cirujano plástico, se mostró encantado con ella. Después de la cena, el cirujano tomó su rostro entre sus manos.
—Es injusto que una chica como tú no sea tan bonita como tendría que ser —le dijo. No te ofendas, es una desgracia muy natural. Y ése es mi trabajo. Yo lo puedo arreglar si tú me lo permites.
Claudia no se sintió ofendida pero se indignó.
—¿Y a santo de qué tengo yo que ser bonita? ¿A mí eso de qué me sirve? —añadió sonriendo. Soy lo bastante bonita para su hijo.
—Tanto mejor —dijo el cirujano. Cuando yo termine contigo serás muy superior a él. Eres una chica encantadora e inteligente, pero la belleza es poder. ¿De veras quieres pasarte el resto de tu vida ahí parada mientras los hombres se dirigen en tropel hacia las mujeres guapas que no poseen ni una décima parte de la inteligencia que tú tienes? En cambio tú te quedas aquí plantada como una tonta porque tienes una nariz demasiado ancha y una barbilla como la de un matón de la Mafia. El cirujano le dio una cariñosa palmada en la mejilla y anadió
—No será muy difícil. Tienes unos ojos preciosos y una boca muy bonita, y una figura tan perfecta como la de una estrella de cine.
Claudia se apartó de él con un respingo. Sabía que se parecía a su padre. Lo del matón de la Mafia le había tocado la fibra sensible.
—No importa —dijo. De todos modos, no podría pagarle los honorarios.
Otra cosa añadió el cirujano. Conozco el mundillo cinematográfico. He prolongado las carreras de muchos actores y actrices. Cuando algún día te presentes en unos estudios con el guión de una película, tu aspecto físico desempeñará un importante papel. Puede que te parezca injusto porque tienes talento. Pero así es el mundo del cine. Considéralo una decisión profesional, no una cuestión de hombres y mujeres. Aunque en el fondo se trata de eso, claro. —Vio que Claudia seguía dudando.
—Lo haré gratis —añadió. Lo haré por ti y por mi hijo. Aunque me temo que cuando seas tan guapa como yo imagino, mi hijo perderá a su novia.