Claudia siempre había sido consciente de su fealdad. Recordó la preferencia que siempre había mostrado su pádre por Cross. ¿De haber sido agraciada, hubiera sido distinto su destino? Por primera vez miró detenidamente al cirujano. Era un hombre apuesto y sus ojos la miraban con dulzura, como si comprendiera todo lo que ella estaba sintiendo en aquellos momentos.
—De acuerdo —dijo riéndose. Quiero que me transforme como a la Cenicienta.
El cirujano no tuvo que llegar tan lejos. Le afinó la nariz, le redondeó la barbilla y le practicó una dermoabrasión. Cuando Claudia regresó al mundo era una orgullosa mujer de nariz perfecta y llamativa presencia, quizá no bonita pero sí extremadámente atractiva.
Las consecuencias profesionales fueron extraordinarias. A pesar de su juventud, Claudia consiguió una entrevista con Melo Stuart, que se convirtió en su agente. Enseguida le ofrecieron pequeñas adaptaciones de guiones y la invitaron a fiestas donde tuvo oportunidad de conocer a productores, directores y actores. Todos estaban encantados con ella. En cinco años se convirtió en una guionista de clase A para películas de clase A. Las consecuencias en su vida personal también fueron extraordinarias. El cirujano no se equivocó. Su hijo no pudo estar a la altura de las circunstancias. Claudia hizo toda una serie de conquistas sexuales (algunas de ellas, auténticas sumisiones), capaces de enorgullecer a cualquier estrella cinematográfica.
A Claudia le entusiasmaba el mundillo del cine, donde trabajaba con otros guionistas, discutía con los productores y engatusaba a los directores, enseñando a unos cómo ahorrar dinero escribiendo el guión de determinada manera y mostrando a otros cómo transformar un guión en una película de máximo nivel artístico. Los actores y las actrices le inspiraban una especie de temor reverencial por su capacidad para identificarse con sus palabras y conseguir que sonaran mejor y resultaran más conmovedoras. Le encantaba la magia de los planos que la mayoría de la gente encontraba aburridos, disfrutaba con la camaradería de los equipos de rodaje y no tenía el menor reparo en acostarse con gente situada por debajo de su categoría. Se emocionaba con todo el proceso de presentación de una película y con el seguimiento de su éxito o fracaso. El cine era para ella una de las más excelsas manifestaciones artísticas, y siempre que le pedían que hiciera una adaptación se imaginaba a sí misma en el papel de maga, y no introducía cambios por el simple afán de figurar en los créditos de la película sino por la emoción de sentirse creadora. A los veinticinco años había ganado fama de ser amiga de numerosos astros y estrellas del cine. Athena Aquitane era su amiga más íntima.
Lo que más la sorprendía de sí misma era su efervescente sexualidad. Irse a la cama con un hombre que le gustara era para ella tan natural como cualquier acto de amistad. Jamás lo hacía por interés pues era demasiado inteligente como para eso, y a veces comentaba en bróma que los actores se acostaban con ella para que los incluyera en su siguiente guión.
Su primera aventura la tuvo con el cirujano que la operó, quien resultó ser mucho más experto y encantador que su hijo. Satisfecho tal vez de su obra, el cirujano quiso instalarla en un apartamento y entregarle una asignación semanal, no sólo por el sexo sino también para disfrutar de su compañía.
Claudia rechazó el ofrecimiento y le replicó en tono búrlón
—Yo creía que no me ibas a cobrar nada.
—Ya me has pagado los honorarios —dijo el cirujano. Pero confío en que nos podamos seguir viendo de vez en cuando.
—Por supuesto que sí —dijo Claudia.
Lo que más la sorprendía era su capacidad para hacer el amor con tantos hombres de edades, tipos y aspectos tan distintos y para gozar de todos ellos con la misma intensidad. Era como una aspirante a gastrónoma que explorara toda suerte de extraños platos. A veces se complacía en dar consejos a los actores y, guionistas en ciernes, pero no era ése el papel que más le gustaba interpretar. Ella quería aprender. Y los hombres maduros le parecían mucho más interesantes.
Un día memorable tuvo una aventura de una noche con el gran Elí Marrion en persona. Lo pasó bien, pero la experiencia no fue totalmente satisfactoria.
Se conocieron en una fiesta de los Estudios LoddStone, y Marrion se sintió inmediatamente atraído por ella porque no parecía en modo alguno intimidada por su presencia e incluso se permitió el lujo de hacer unos agudos comentarios despectivos sobre la más reciente superproducción de los estudios. Además la había oído rechazar las insinuaciones amorosas de Bobby Bantz con un ingenioso comentario que había tenido el mérito de no herir sus sentimientos. En los últimos años, Elí Marrion había abandonado el sexo porque era casi impotente y le parecía más un esfuerzo que una diversión. Cuando invitó a Claudia a acompañarle al bungalow de los Estudios LoddStone, en el hotel Beverly Hills, pensó que ella había aceptado por su poder. No podía imaginar que quisiera hacerlo por simple curiosidad sexual. ¿Qué tal sería acostarse con un viejo tan poderoso? Eso por sí solo no hubiera sido suficiente, pero es que además Marrion le resultaba atractivo a pesar de su edad. Su cara de gorila solía suavizarse cuando sonreía, como efectivamente ocurrió cuando le dijo que todo el mundo lo llamaba Elí, incluidos sus nietos. Su inteligencia y su encanto natural la intrigaban poderosamente, porque había oído decir que era un hombre despiadado. Sería interesante.
En el dormitorio del apartamento inferior del bungalow del Hotel Beverly Hills, Claudia observó divertida que Marrion era un hombre muy tímido Dejando a un lado cualquier recato, lo ayudó a desnudarse, luego se desnudó ella mientras él doblaba su ropa y la colocaba sobre un sillón tapizado; le dio un abrazo y después se tendió con él bajo los cobertores. Marrion trató dé bromear:
—Cuando el rey Salomón se estaba muriendo —dijo, le metieron unas vírgénes en la cama para que entrara en calor.
—Pues entonces me parece que yo no te voy a ser muy útil explicó Claudia.
Lo besó y lo acarició. Los labios de Marrion estaban agradablemente cálidos. La sequedad y la cérea consisténcia de su piel también tenían su encanto. Se asombró al ver su delgadez cuando él se desnudó y se quitó los zapatos, y se sorprendió de que un traje de tres mil dólares fuera capaz de realzar hasta aquel extremo la imagen de un hombre poderoso. Pero la pequeñez de su cuerpo en comparación con su enorme cabeza también resultaba atractiva.
Claudia no se desconcertó. Al cabo de diez minutos de besos y caricias (el gran Marrion besaba con la inocencia de un niño), ambos se dieron cuenta de que él era completamente impotente. “¡Ésta es la última vez que me acuesto con una mujer!”, pensó Marrion. Lanzó un suspiro y se relajó mientras ella lo acunaba en sus brazos.
—Bueno, Elí —dijo Claudia. Ahora te voy a decir con todo detalle por qué tu película es un desastre desde el punto de vista económico y artístico. Sin dejar de acariciarlo, hizo un perspicaz análisis del guión, el director y los actores. No es que sea sólo una mala película explicó. Es que no se puede ver. Porque le falta argumento, y por tanto lo único que hay es un maldito director que te ofrece una sucesión de planos de lo que él considera que es un argumento. Y los actores se limitan a hacer su numerito por que saben que es una bobada.
Elí Marrion la escuchó con una benévola sonrisa en los labios, Se sentía muy a gusto. Se daba cuenta de que una parte esencial de su vida acababa de recibir el tiro de gracia. El hecho de que jamás volviera a hacerle el amor a una mujer o de intentarlo tan siquiera no era humillante. Sabía que Claudia no comentaría lo ocurrido aquella noche, y en caso de que lo hiciera, qué más le daría a él. Seguía conservando el poder terrenal. Mientras viviera, podría cambiar el destino de miles de personas. Y ahora le interesaba el análisis que ella estaba haciendo de la película.
—Tú no lo entiendes —le dijo. La existencia de una película, depende de mí, pero yo no puedo hacerla. Tienes mucha razón, jamás volveré a contratar a ese director. El dinero no lo pierden las lumbreras sino yo. Pero las lumbreras tienen que asumir su parte de responsabilidad. Lo que a mí me interesa es si una película ganará dinero o no. El hecho de que sea una obra de arte no es más que una afortunada circunstancia.
Mientras conversaban, Elí Marrion se levantó de la cama y empezó a vestirse. A Claudia le fastidiaba que los hombres se vistieran, porque una vez vestidos resultaba mucho más difícil hablar con ellos. Por extraño que pareciera, Marrion le parecía infinitamente más atractivo desnudo que vestido, con aquellas piernas de palillo, aquel huesudo cuerpo y aquella enorme cabeza que tan afectuosos sentimientos de ternura despertaban en ella. Curiosamente, su fláccido miembro era más grande que el de la mayoría de los hombres en similar estado. Tomó nota mental para preguntárselo a su cirujano. ¿Aumentaba de tamaño un miembro a medida que perdía sus funciones?
Observó que Marrion tenía que hacer un esfuerzo para abrocharse la camisa y ponerse los gemelos. Saltó de la cama para echarle una mano.
Elí Marrion estudió su desnudez. Su cuerpo era mucho mejor que los de muchas estrellas con quienes se había acostado; pero aun así no experimentó el más mínimo temblor de emoción mental, y las células de su cuerpo no reaccionaron a su belleza. Eso no le entristeció.
Claudia lo ayudó a ponerse los pantalones, abrocharse la camisa y colocarse los gemelos, le arregló la torcida corbata de color rojo oscuro y le alisó el cabello gris con los dedos. Marrion se puso la chaqueta y permaneció de pie, consciente de haber recuperado su poder visible.
—Me lo he pasado muy bien —le dijo Claudia, besándole afectuosamente.
Marrion se la quedó mirando como si fuera una especie de contrincante. Después esbozó aquella célebre sonrisa suya que borraba la fealdad de sus rasgos. Pensó que Claudia era auténticamente inocente y tenía buen corazón, y creyó que todo ello se debía a que todavía era muy joven. Lamentó que el mundo en el que vivía la tuviera que cambiar.
—Bueno, por lo menos te puedo dar de comer —le dijo, tomando el teléfono para llamar al servicio de habitaciones.
Claudia estaba muerta de hambre. Se zampó en un santiamén el plato de sopa, la ración de pato con verduras y una copa enorme de helado de fresa. Marrion comió muy poco pero se bebió una parte muy considerable de la botella de vino. Hablaron de películas y de libros, y Claudia descubrió para su sorpresa que Marrion era un lector mucho más empedernido que ella.
—Me hubiera gustado ser escritor —dijo Marrion Me encanta escribir, y los libros son para mí una gran fuente de placer. ¿Pero sabes una cosa? Raras veces he conocido a un escritor que me haya gustado personalmente, por mucho que me gusten sus libros. Ernest Vail, por ejemplo. Escribe unos libros preciosos, pero en la vida real es un pelmazo insoportable. Cómo es posible?
—Porque los escritores no son sus libros —contestó Claudia. Sus libros son la destilación de lo mejor que hay en ellos. Son como una tonelada de roca que hay que triturar para obtener un pequeño diamante, si es eso lo que se hace para obtener un diamante.
—¿Conoces a Ernest Vail? —preguntó Marrion.
Claudia le agradeció que se lo preguntara sin el menor asomo de ironía. Debía de estar al corriente de sus relaciones con Vail.
—Me encantan sus obras, pero no lo soporto personalmente. Y además se sentía absurdamente agraviado por los estudios.
Claudia le dio una palmada en la mano, una familiaridad permisible tras haberle visto desnudo.
—Todos los talentos se sienten agraviados por los estudios —le —dijo. No es nada de tipo personal. Y tú no eres precisamente una perita en dulce en tus relaciones de negocios.
—A lo mejor soy la única guionista de la ciudad que te aprecia sinceramente.
Se echaron a reír.
—
Antes de separarse, Elí Marrion le dijo a Claudia
—Siempre que tengas algún problema llámame, por favor.
Sus palabras significaban que no deseaba proseguir sus relaciones personales con ella. Claudia lo comprendió.
—Nunca me aprovecharé de este ofrecimiento —dijo. Si tienes un problema con algún guión puedes llamarme. Los consejos son gratis, pero si tengo que escribir algo me tendrás que pagar la tarifa que yo cobro. Se lo dijo para darle a entender que desde un punto de vista profesional él la necesitaría más a ella que ella a él. Lo cual no es cierto, por supuesto, pero el hecho de decírselo le otorgaba mas confianza en su propia valía. Se separaron como buenos amigos.
El tráfico en la autopista de la Costa del Pacífico era muy lento. Claudia miró a su izquierda, vio el centelleante océano y se sorprendió de que hubiera tan poca gente en la playa. ¿Qué distinto era todo aquello de Long Island, donde ella había vivido cuando era más joven. Por encima de su cabeza vio los aparatos de vuelo a motor, deslisándose por encima de las líneas de alta tensión hacia la playa. A su derecha vio a un grupo de gente alrededor de una unidad de sonido y unas enormes cámaras. Alguien estaba rodando una película. Cuánto le gustaba la autopista de la Costa del Pacífico, y cuánto la odiaba Ernest Vail. Decía que circular por aquella autopista era como tomar un transbordador hacia el infierno.
Claudia de Lena había conocido a Ernest Vail la vez en que la contrataron para que trabajara en el guión cinematográfico de la novela de más éxito. Siempre le habían gustado sus libros. Sus frases eran tan hermosas que encajaban unas con otras como notas musicales. Era un autor que conocía la vida y las tragedias personales. La originalidad de su ingenio le gustaba tanto como los cuentos de hadas de su infancia. Así pues, se alegró mucho de conocerle. Sin embargo la realidad de Ernest Vail era otra cosa completamente distinta.
Vail tenía por aquel entonces cincuenta y tantos años. Su aspecto físico carecía por completo de la belleza de su prosa. Era bajito y gordo y tenía una pequeña calva que no se molestaba en disimular. Es posible que comprendiera y amara a los personajes de sus libros, pero ignoraba todos los refinamientos de la vida cotidiana. Y ése era quizás uno de sus mayores encantos, su inocencia infantil. Sólo cuando empezó a conocerlo mejor, Claudia descubrió que bajo aquella inocencia se ocultaba una insólita inteligencia de la que ella podría disfrutar a manos llenas. Su ingenio era como el de un niño que lo es de manera inconsciente y su personalidad se caracterizaba por un frágil egotismo infantil.