El Último Don (17 page)

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Authors: Mario Puzo

Tags: #Intriga

BOOK: El Último Don
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Sin embargo; después de que él se fuera, terminó la relación sexual entre los dos. En el caso de que Vail regresara alguna vez a Los Ángeles, Claudia ya estaría plenamente entregada a otra aventura. Ernest reconocía que las relaciones entre ambos habían sido más de amistad que de pasión.

El regalo de despedida que Claudia le ofreció a Vail fue un exhaustivo repaso de todos los procedimientos habituales en Hollywood. Le explicó que el guión que ellos habían escrito lo estaba volviendo a escribir el gran Benny Sly, el legendario guionista que incluso había recibido una mención para un premio especial de la Academia en la modalidad de adaptaciones. Le dijo que Benny Sly era un especialista en convertir argumentos poco comerciales en superproducciones de cien millones de dólares de presupuesto. Estaba segura de que Benny convertiría el libro en una película que Ernest aborrecería, pero que sin duda le permitiría ganar un montón de dólares.

—Me parece muy bien —dijo Ernest, encogiéndose de hombros. Ganaré un diez por ciento de los beneficios netos. Me haré rico.

Claudia lo miró, horrorizada.

—¿Netos? le preguntó. Es que eres como aquellos que se dejaban estafar comprando dinero de la Confederación? Jamás verás un centavo, por mucha pasta que gane la película. Los Estudios LoddStone son unos genios en el arte de escamotear el dinero. Mira, yo tenía que cobrar un porcentaje sabre los beneficios netos de cinco películas que ganaron un montón, y jamás vi un solo centavo. Tú tampoco lo verás.

Ernest volvió a encogerse de hombros. No pareció que le importara, lo que hizo que su comportamiento en los años que siguieron resultara aún más desconcertante.

Su siguiente aventura le hizo recordar a Claudia el comentario de Ernest acerca de que la vida era una caja de granadas de mano. Por primera vez, a pesar de su inteligencia, se enamoró con cierta reserva de un amante que le resultaba por completo inadecuado. Un joven y genial director.

A continuación se enamoró íntensamente y sin la menor reserva de un hombre del que casi todas las mujeres del mundo se hubieran enamorado. También inadecuado.

La inicial oleada de orgullo que le produjo el hecho de ser capaz de atraer a unos machos de tal categoría pronto quedó apagada por el trato que ellos le dispensaron.

El director, una especie de antipático hurón que sólo le llevaba unos cuantos años de edad, había rodado tres extraordínarias películas con gran éxito de público y de crítica. Todos los estudios lo cortejaban. La LoddStone había firmado con él un contrato para tres películas y le había encomendado a ella la adaptación del guión que él pensaba filmar.

Una de las mejores cualidades del genial director era su capacidad para saber exactamente lo que quería. Al principio adoptó con ella una actitud paternalista por su condición de mujer y guionista, cosas ambas consideradas inferíores en la estructura de poder de Hollywood. Pero enseguida se pelearon.

El director le pidió a Claudia que escribiera una escena que en realidad no encajaba con el argumento. Por su parte, Claudia se dió cuenta de que la llamativa escena sólo sería un pretexto para el lucimiento del director.

—No puedo escribir esta escena —le dijo. Sobra en el argumento. Es sólo cámara y acción.

—En eso consiste el cine —replicó fríamente el director. Hazla tal como la discutimos.

—No quiero que ninguno de los dos perdamos el tiempo —dijo Claudia. Escríbela tú con tu mierda de cámara.

El director no se molestó ni siquiera en enfadarse.

—Estás despedida —le dijo. Largo de esta película —añadió, dando una palmada.

Pero Bqbby Bantz y Skippy Deere los obligaron a hacer las paces, lo cual sólo fue posible porque la obstinación de Claudia intrigaba al director. La película fue un éxito y Claudia. tuvo que reconocer que ello fue debido más al talento del director como cineasta que al suyo como guionista. Estaba claro que no había logrado captar la visión del director. Se fueron a la cama casi por casualidad, pero él la decepcionó. Se negó a desnudarse y le hizo el amor sin quitarse la camisa.

Pese a ello, Claudia seguía soñando con hacer grandes películas con él. Formarían uno de los más grandes equipos de director-guionista de toda la historia del cine. Estaba dispuesta a ser la parte subordinada y a poner su talento a disposición del director. Juntos crearían grandes obras de arte y se convertirían en una pareja legendaria.

La relación duró un mes, hasta que Claudia terminó de escribir su guión especial para Mesalina y se lo mostró. Él lo apartó a un lado, después de leerlo.

—Una idiotez feminista con muchas tetas y culos —dijo Eres una chica inteligente, pero no me interesa perder un año de mi vida con esto.

—Es sólo el primer borrador.

—No sabes lo que me fastidian las personas que se aprovechan de una relación personal para hacer una película —dijo el director.

En aquel momento, Claudia dejó de quererle por completo. Estaba indignada.

—Nó necesíto follar contigo para hacer una película —le dijo.

—Por supuesto que no replicó el director. Tienes talento y te has ganado la fama de ser uno de los mejores culos de la industria cinematográfica.

Claudia se quedó horrorizada. Nunca hacía comentarios con nadie sobre sus parejas sexuales. Y no le gustó el tono de su voz, como si insinuara que las mujeres eran en cierto modo unas desvergonzadas por hacer lo mismo que los hombres.

—No cabe duda de que tienes talento —le contestó, pero un hombre que folla con la camisa puesta tiene una fama mucho peor. Por lo menos yo nunca he follado prometiéndole a alguien una prueba cinematográfica.

El desafortunado final de la relación la indujo a pensar en Dita Tommey como directora. Llegó a la conclusión de que sólo una mujer plasmaría debidamente su guión en la pantalla.

Qué se le va a hacer
, pensó. El muy hijo de puta nunca se desnudaba del todo y no le gustaba hablar después del sexo. Era un auténtico genio cinematográfico, pero le faltaba lenguaje. A pesar de ser un genio, carecía del menor interés como hombre, excepto cuando hablaba de cine.

Ahora Claudia se estaba acercando a la grán curva de la autopista de la Costa del Pacífico, desde la que el océano parecía un gran espejo en el que se reflejaban las rocas que ella tenía a su izquierda. Era su rincón del mundo preferido, la belleza de la naturaleza en todo su esplendor. Faltaban sólo diez minutos para Llegar a la Colonia Malibú dónde vivía Athena. Claudia trató de formular su alegato en favor de la película y del regreso de Athena. Recordó que, en distintos momentos de sus vidas, ambas habían tenido el mismo amante, y experimentó una oleada de orgullo al pensar que el mismo hombre que había amado a Athena también la había amado a ella.

El sol había alcanzado su momento de máximo fulgor y estaba convirtiendo las olas del Pacífico en gigantescos diamantes. Claudia frenó de golpe. Le pareció que un aparato de vuelo sin motor estaba descendiendo por delante de su vehículo. Vio a la ocupante, una chica con casco botas y una blusa desabrochada que dejaba al descubierto uno de sus pechos, saludando tímidamente con la mano mientras bajaba hacia la playa. ¿Por qué se lo permitían, por qué no aparecía la policía? Sacudió la cabeza y pisó el acelerador. El tráfico era cada vez más fluido y la autopista, que se había desviado bruscamente, ya no le permitía ver el mar. Pero tras recorrer un kilómetro volvió a aparecer Era como el verdadero amor, pensó sonriendo. En su vida, el verdadero amor siempre desaparecía.

La vez en que se enamoró de verdad, la experiencia le resultó dolorosa pero aleccionadora. En realidad ella no tuvo la culpa porque el hombre era nada menos que Steve Stallings, ura cotizado actor cinematográfico e ídolo de las mujeres de todo el mundo. Tenía una belleza tremendamente viril, un auténtico encanto y una inagotable energía avivada mediante un prudente consumo de cocaína. Por si fuera poco, poseía además un gran talento como actor. Y por encima de todo era ün don juán. Follaba con todo lo que se le ponía por delante. Tanto si rodaba exteriores en África como si los rodaba en una pequeña localidad del Oeste americano, en Bombay, Singapur, Tokio, Londres, Roma o París, se acostaba con todas las chicas que podía. Y lo hacía con el mismo espíritu de un caballero que repartiera limosna entre los pobres, como un acto de caridad cristiana. Jamás se hablaba de relaciones, de la misma manera que jamás se invita a un mendigo al banquete de un benefactor. Se sentía tan a gusto con ella que la aventura duró veintisiete días.

Para Claudia fueron unos veintisiete días humillantes, a pesar del placer. Con la ayuda de la cocaína, Steve Stallings era un amante irresistíble y se sentía casi más a gusto desnudo que la propia Claudia. Ello se debía en parte a las perfectas proporciones de su cuerpo.

Claudia lo sorprendía a menudo mirándose en el espejo como una mujer que se arregla el sombrero.

Claudia sabía muy bien que ella no era más que uno de los caballos de su cuadra. Cuando tenían una cita, él siempre la llamaba para decirle que llegaría con una hora de retraso, y después se presentaba seis horas más tarde. Algunas veces anulaba directamente la cita. Ella no era más que su refugio de una noche. Además; cuando hacían el amor, siempre insistía en que ella también consumiera cocaína, cosa que le resultába divertida; pero le dejaba el cerebro tan hecho polvo que después se pasaba varios días sin poder trabajar, y dudaba de lo que escribía. Se dába cuenta de que se estaba convirtiendo en lo que más aborrecía en el mundo, en una mujer cuya vida depende de los caprichos de un hombre.

La humillaba el hecho de ser la cuarta o la quinta de la lista aunque no le echaba la culpa a él, se la echaba a sí misma. Al fin y al cabo de aquellas alturas de su carrera, Steve Stallings hubiera podido tener en sus brázos prácticamente a cualquier mujer de Estados Unidos que hubiera querido, pero la había elegido a ella. Steve Stallings se haría viejo, perdería en parte su apostura y su fama, tendría que consumir cada vez más cocaína. Era lógico que quisiera aprovechar al máximo su juventud. Ella estaba enamorada y, por una de las pocas veces en su vida; se sentía terriblemente desdichada.

Así que cuando al llegar el vigesimoséptimo día Steve la llamó para decirle que se retrasaría una hora, ella le contestó:

—No te molestes, Steve. Dejo tu cuadra.

Tras una breve pausa, él le dijo, apenas sorprendido

—Espero que sigamos siendo amigos. Me encanta tu compañía.

—Pues claro —contestó Claudia, colgando.

Por primera vez en su vida no quiso conservar la amistad al término de una relación. Lo que en realidad la molestaba era su estupidez. Estaba claro que todo el comportamiento de Steve había sido una estratagema para obligarla a marcharse, pero ella había tardado demasiado en captar la insinuación. Y eso era humillante Cómo era posible que hubiera sido tan tonta? Lloró mucho pero al cabo de una semana se dio cuenta de que no echaba de menos para nada estar enamorada. Su tiempo era suyo y podía trabajar Era un placer volver a escribir con la cabeza libre de cocaína y de verdadero amor.

Cuando su genial director y amante rechazó su guión, Claudia se pasó seis meses trabajando sin descanso en una nueva versión.

Claudia de Lena convirtió el guión original de Mesalina en una ingeniosa propaganda feminista. Sin embargo, después de haberse pasado cinco años trabajando en la industria del cine, sabía que todos los mensajes tenían que aderezarse con otros ingredientes; como por ejemplo la codicia, el sexo, el asesinato y la fe en la humanidad. Y sabía que tenía que escribir grandes papeles no sólo para Athena Aquitane, si no también, por lo menos, para otras tres intérpretes femeninas de papeles secundarios. Los buenos papeles femeninos eran tan escasos que el guión atraería a las mejores estrellas del momento. Otro papel totalmente imprescindible era el del malo de la película, despiadado, encantador guapo e ingenioso. Aquí no tuvo más remedio que acordarse de su padre.

Al principio Claudia hubiera querido ponerse en contacto con alguna destacada productora independiente, pero casi todos los jéfes de los estudios que podían dar luz verde a un proyecto eran varones. Les encantaría el guión, pero temerían que la película, cuya producción y dirección estaba en manos de mujeres, se convirtiera en una propaganda feminista. demasiado descarada, y exigirían la presencia de un hombre en algún puesto clave.

Claudia ya había decidido encomendar la dirección a Dita Tommey.

Estaba segura de que Tommey aceptaría porque la película contaría con un elevado presupuesto, y en caso de que alcanzara el éxito, la elevaría automáticamente a la categoría de directora cotizada. Incluso en el caso de que fracasara, serviría para aumentar su fama. Para un director, muchas veces una película de elevado presupuesto que fallara, le daba más prestigio que el éxito de una película de bajo presupuesto.

Otra razón era que Dita Tommey sólo amaba a las mujeres, y aquella película le permitiría tener acceso a cuatro bellas y famosas actrices.

A Claudia también le interesaba Tommey porque ambas habían trabajado juntas en una película años atrás y la experiencia había sido muy satisfactoria. Dita era una persona muy sincera, ingeniosa e inteligente. No era uno de esos directores asesinos de guionistas que exigían la intervención de algún amigo suyo para que revisara el guión y compartiera el mérito. Tampoco se empeñaba en figurar como colaboradora en el guión a no ser que hubiera tenido efectivamente un papel significativo en su desarrollo; y no acosaba sexualmente a nadie, como hacían algunos directores e intérpretes. Aunque en realidad la expresión de acoso sexual podía utilizarse en sentido estricto en el mundillo cinematográfico donde la venta del sex appeal formaba parte del trato.

Claudia envió el guión a Skippy un viernes, porque sabía que sólo leía cuidadosamente los guiones los fines de semana, porque a pesar de sus traiciones era el mejor productor de la ciudad, y porque jamás podía cortar definitivamente una antigua relación. Resultado. El domingo por la mañana Skippy la llamó Quería almorzar con ella ese mismo día. Claudia metió el ordenador en su Mercedes, se vistió con ropa de trabajo (una camisa masculina de algodón y unos tejanos desteñidos) y se calzó unos mocasines. Después se recogió el cabello con un pañuelo rojo.

Enfiló la Ocean Avenue de Santa Mónica. Al llegar al Palisades Park que separaba la Ocean Avenue de la autopista de la Costa del Pacífico, vio a los hombres y mujeres sin techo de Santa Mónica reunidos para su almuerzo dominical. Los asistentes sociales voluntarios les servían todos los domingos comida y bebida al aire libre en las mesas y bancos de madera del parque. Claudia siempre seguía aquel camino para verlos y para no olvidar la existencia de aquel otro mundo en el que la gente no tenía Mercedes ni piscinas y no efectuaba sus compras en Rodeo Drive. En los primeros años acostumbraba a ofrecerse como voluntaria para servir a los indigentes en el parque, pero ahora se limitaba a enviar un cheque a la iglesia que les daba de comer. El hecho de pasar de un mundo a otro le resultaba demasiado doloroso y apagaba su deseo de triunfar. No podía evitar el mirar a aquellos hombres que, a pesar de ir tan mal vestidos y de tener las vidas completamente rotas, conservaban una curiosa dignidad. Vivir sin esperanza le parecía una hazaña extraordinaria, y sin embargo era una simple cuestión de dinero, de aquel dinero que ella ganaba tan fácilmente y en tanta cantidad escribiendo guiones de cine. El dinero que ella ganaba en medio año era mucho más del que veían aquellos hombres a lo largo de todas sus vidas.

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