El Último Don (48 page)

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Authors: Mario Puzo

Tags: #Intriga

BOOK: El Último Don
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—¿Para que todos los representantes se nos echen encima? —dijo Bantz.

Elí Marrion respiró hondo y las pinzas parecieron hundirse un poco más en su rostro.

—Molly, Claudia, eso tendrá que ser un pequeño secreto entre nosotros. Le entregaré a Vail el dos por ciento de los beneficios brutos hasta un máximo de veinte millones, y le daré un anticipo de un millón. ¿Te parece bien?

Molly lo pensó. El dos por ciento sobre los beneficios brutos de todas las películas podía significar un mínimo de quince millones de dólares, o quizá más. Era lo mejor que se podía conseguir. Se extrañó de que Marrion hubiera llegado tan lejos. Si regateaba, Elí sería capaz de retirar la oferta.

—Me parece estupendo, Elí, muchas gracias contestó, inclinándose hacia delante para darle un beso en la mejilla. Mañana enviaré un memorándum a tu despacho. Y otra cosa, Elí, espero que te recuperes enseguida.

Claudia no pudo reprimir su emoción. Cogió la mano de Elí entre las suyas y vio las manchas oscuras que moteaban su piel. La mano estaba fría a causa de la cercanía de la muerte.

—Le has salvado la vida a Ernest.

En aquel momento entró en la habitación la hija de Elí Marrion con sus dos hijos pequeños. La enfermera Priscilla se levantó de un salto como un gato que hubiera olfateado la presencia de ratones y se acercó a los niños, interponiéndose entre ellos y la cama.

Claudia y Molly se despidiron. La hija y los dos nietos de Marrion permanecieron muy poco rato en la habitación aunque fue suficiente para que la hija le arrancara a su padre la promesa de comprarle una novela muy cara para su siguiente película.

Después Bobby Bantz y Elí Marrion se quedaron solos.

—Hoy estás muy blando —le dijo Bantz a Marrion.

Marrion sentía el cansancio de su cuerpo y el aire que penetraba en su interior. Con Bobby podía relajarse y nunca tenía que fingir. Ambos habían vivido muchas experiencias juntos y habían utilizado el poder, habían ganado guerras, habían viajado y tramado intrigas por todo el mundo. Podían leerse el uno al otro el pensamiento.

—¿Con esa novela que le voy a comprar a mi hija se hará una película? —preguntó Marrion.

—De bajo presupuesto —contestó Bantz. Tu hija hace películas serias, entre comillas.

Marrion hizo un gesto de cansancio.

—¿Por qué tenemos siempre que pagar por las buenas intenciones de los demás? Dale un guionista aceptable pero nada de estrellas. Ella estará contenta y nosotros no perderemos demasiado dinero.

—¿De veras le vas a dar a Vail un porcentaje sobre los beneficios brutos? —preguntó Bantz. Nuestro abogado dice que podríamos ganar el pleito si muriera.

—Si me recupero, sí, —contestó Marrión sonriendo. Si no, de ti dependerá. Tú dirigirás el espectáculo.

Bantz se sorprendió ante aquella muestra de sentimentalismo.

—Pues claro que te recuperarás Elí. Y lo dijo con toda sinceridad. No deseaba suceder a Elí Marrion; y de hecho temía la llegada del día en que no tendría más remedio que hacerlo. Podía hacer cualquier cosa, siempre y cuando Marrion la aprobara.

—De ti dependerá, Bobby añadió Marrion. La verdad es que de ésta no voy a salir. Los médicos me dicen que necesito un trasplante de corazón, pero yo he decidido que no me lo hagan. Con esta mierda de corazón que tengo, puede que viva seis meses o un año, o puede que mucho menos. Además soy demasiado viejo para un trasplante.

Bantz lo miró asombrado.

—¿Y no pueden hacer un by pass? —preguntó. Al ver que Marrion sacudía la cabeza; añadió: No seas ridículo, pues claro que te harán un trasplante. Tú has construido la mitad de este hospital y tienen que darte un corazón. Te quedan otros diez espléndidos años.

Pero Marrion se había quedado adormilado. Bantz abandonó la habitación para hablar con los médicos y para decirles que iniciaran el procedimiento de búsqueda de un nuevo corazón para Elí Marrion.

Ernest Vail, Molly Flanders y Claudia de Lena celebraron su triunfo cenando en La Dolce Vita de Santa Mónica. Era el restaurante preferido de Claudia. Recordaba que de niña su padre solía llevarla allí y que todo el mundo la trataba como si fuera un miembro de la realeza. Recordaba las botellas de vino blanco y tinto alineadas en las repisas de todas las ventanas, en la parte posterior de las banquetas y en todos los huecos vacíos. Los clientes podían alargar la mano y coger una botella como si arrancaran un racimo de uva.

Ernest Vail estaba de muy buen humor. Claudia volvió a preguntarse cómo era posible que alguien hubiera podido creer que tuviera intención de suicidarse. Ernest rebosaba de entusiasmo y se alegraba de que su amenaza hubiera dado resultado. El excelente vino tinto había contribuido a animarles, y los tres se mostraban muy eufóricos y satisfechos de sí mismos. La comida, reciamente italiana, era el combustible de su energía.

—Lo que ahora tenemos que preguntarnos —dijo Vail, es si el dos por ciento es suficiente o si tendríamos que pedir el tres.

—No seas tan ambicioso —le dijo Molly. El trato ya está hecho.

Vail le besó la mano con estilo de estrella del cine.

—Molly —dijo, eres un genio. Un genio despiadado por supuesto. Cómo habéis podido vosotras dos intimidar a un tipo que está enfermo en un lecho de hospital?

Molly mojó un poco de pan en la salsa de tomate.

—Ernest —le dijo, tú nunca comprenderás esta ciudad. Aquí no hay compasión. No la hay cuando uno está borracho o le da a la coca o está enamorado o no tiene un céntimo. ¿Por qué se iba a hacer una excepción con los enfermos?

—Skippy Deere me dijo una vez que para comprar algo hay que llevar a la gente a un restaurante chino, pero que para vender hay que llevarla a uno italiano —dijo Claudia. ¿Os parece que eso tiene algún sentido?

—Skippy es un productor —dijo Molly. Lo debió de leer en algún sitio. Fuera de contexto no significa nada.

Vail estaba comiendo con la voracidad de un condenado a muerte al que se le acaba de conmutar la pena. Había pedido tres clases de pasta sólo para él pero les había ofrecido unas pequeñas raciones a Claudia y a Molly y quería conocer su opinión.

—La mejor comida italiana del mundo, exceptuando Roma —dijo. En cuanto a Skippy, el comentario tiene un cierto sentido desde el punto de vista cinematográfico. La comida china es barata y ayuda a rebajar el precio. En cambio la comida italiana atonta un poco y puede reducir la agudeza mental. Las dos me encantan. ¿No es bonito saber que Skippy se pasa la vida maquinando intrigas?

Vail siempre pedía tres postres. No se los comía todos, pero le gustaba saborear muchos platos distintos durante una cena. En su caso, semejante comportamiento no parecía una excentricidad. Tampoco lo parecía su forma de vestir, como si la ropa sólo sirviera para proteger la piel del viento o el sol, o su descuidada manera de afeitarse, con una patilla más larga que la otra. Su amenaza de matarse no parecía extraña o ilógica, ni tampoco su absoluta sinceridad infantil, que a menudo hería los sentimientos de la gente. Claudia estaba acostumbrada a la excentricidad pues en Hollywood abundaban los excéntricos.

—Mira, Ernest, tú perteneces a Hollywood —le dijo. Eres lo bastante excéntricó como para eso.

—Yo no soy un excéntrico —dijo Vail. No soy tan sofisticado como para eso.

—¿Y no te parece una excentricidad querer matarte por una cuestión de dinero? —replicó Claudia.

—Eso fue una respuesta sensata a nuestra cultura —dijo Vail. Estaba cansado de ser un don nadie.

—¿Y cómo puedes pensar semejante cosa? —preguntó Claudia con impaciencia. Has escrito diez libros y has ganado el premio Pulitzer. Eres internacionalmente famoso.

Vail ya se había terminado sus tres platos de pasta y ahora estaba contemplando su plato principal; tres nacarados bistecs de ternera cubiertos de limón. Cogió el tenedor y el cuchillo.

—Todo eso no es más que una mierda —dijo. No tengo dinero. He tardado cincuenta y cinco años en aprender que si no tienes dinero eres una pura mierda.

—Más que un excéntrico eres un chiflado —dijo Molly. Y deja de gimotear porque no eres rico. Tampoco eres pobre. Si lo fueras no estaríamos aquí. No sufras demasiado por tu arte.

Vail posó el cuchillo y el tenedor y le dio a Molly una palmada en el brazo.

—Tienes razón —le dijo. Todo lo que dices es cierto. Disfruto de la vida minuto a minuto. Lo que me deprime es la curva de la existencia. Apuró su copa de vino y añadió en tono prosaico: Jamás volveré a escribir. Escribir novelas es un callejón sin salida; algo así como ser herrero. Ahora lo que se lleva es el cine y la televisión.

—Eso es un disparate —dijo Claudia. La gente nunca dejará de leer.

—Lo que ocurre es que te has vuelto perezoso —dijo Molly. Cualquier excusa es buena para no escribir. Esa es la verdadera razón de que quisieras matarte.

Todos se echaron a reír. Ernest les dio a probar su ternera y también los postres adicionales. Sólo se mostraba cortés en la mesa, como si se complaciera en dar de comer a la gente.

—Todo eso es verdad —dijo, pero un novelista no puede ganarse bien la vida, a menos que escriba obras muy sencillas. Y eso también es un callejón sin salida. Una novela jamás podrá ser tan sencilla como una película.

—¿Por qué desprecias tanto el cine? le preguntó Claudia en tono enojado. Te he visto llorar en el cine. Es una forma de arte.

Vail se lo estaba pasando muy bien. A fin de cuentas había ganado su pelea contra los estudios y ya tenía asegurado su porcentaje.

—Estoy de acuerdo contigo, Claudia, el cine es un arte, me quejo por envidia.

—¿Qué sentido tiene escribir un libro y describir el mundo al rojo vivo, una cadena montañosa cubierta de nieve o las impresionante océanos? —preguntó en tono declamatorio, agitando los brazos. ¿De qué sirve todo eso si se puede ver la imagen en una pantalla cinematográfica y en tecnicolor? ¿De qué sirve describir misteriosas mujeres de labios rojos como la grana y mágica rada seductora si puedes verlas con el culo al aire y unas tetas tan deliciosas como unas chuletas de carne de buey a la plancha? Todo resulta mucho mejor, no ya que en la prosa sino que en la vida real. ¿Y cómo se pueden describir las hazañas de los héroes que matan a centenares de enemigos y hacen conquistas increíbles y superan grandes tentaciones, cuando puedes ver en la pantalla las entrañas y la sangre y los torturados rostros agonizantes? Los actores y las cámaras lo hacen todo sin necesidad de que uno lo elabore en el cerebro. Sly Stallone es Aquiles en la lliada. Lo que no puede hacer la cámara es introducirse en la mente de los personajes, no puede reproducir el proceso del pensamiento y la complejidad de la vida. Vail hizo una pausa antes de añadir en tono nostálgico: ¿Pero sabéis qué es lo peor de todo? Soy un elitista. Quería ser artista para convertirme en alguien fuéra de lo corriente. Lo que aborrezco del cine es que sea un arte tan democrático. Cualquiera puede hacer una película. Tienes razón, Claudia, he visto películas que me han conmovido hasta las lágrimas y me consta que las personas que las han hecho son imbéciles, insensibles e ignorantes y no tienen la menor idea de lo que es la ética. El guionista es un analfabeto, el director es un ególatra, el productor un carnicero de la moralidad, y los actores pegan puñetazos contra la pared o contra un espejo para que los espectadores comprendan que están furiosos. Pero la película da resultado. ¿Y cómo es posible eso? Pues porque una película utiliza la escultura, la pintura, la música, los cuerpos humanos y la tecnología mientras que un novelista sólo dispone de un puñado de palabras, el negro de la letra impresa sobre el blanco del papel. En realidad eso no es tan terrible como parece. Es el progreso; y el nuevo arte. Un arte democrático, un arte sin sufrimiento. Basta con que te compres una cámara apropiada y te reúnas con tus amigos.

Vail miró con una radiante sonrisa a las dos mujeres. ¿No os parece maravilloso un arte que no exige talento? ¿Qué democracia y qué terapia tan extraordinaria poder hacer tu propia película. Acabará sustituyendo al sexo. Yo vengo a ver tu película y tú vienes a ver la mía. Es un arte que transformará el mundo para bien, Claudia, alégrate de participar en una forma de arte que representa el futuro.

—Eres un cerdo desagradecido —dijo Molly. Claudia ha luchado por ti y te ha defendido contra viento y marea, yo he tenido más paciencia contigo que con cualquiera de los asesinos a los que he representado, y tú nos invitas a cenar para insultarnos.

Vail la miró, sinceramente asombrado.

—Yo nó insulto. Simplemente estoy definiendo una situación. Os estoy muy agradecido y os quiero mucho a las dos. Permaneció en silencio un instante y después añadió humildemente: No he querido decir que soy mejor que vosotras.

Claudia rompió a reír.

—Eres un cuentista, Ernest —le dijó.

—Sólo en la vida real —dijo Vail jovialmente. ¿Podemos hablar un poco de negocios? Molly; si yo me muriera y mi familia recuperara los derechos, crees que la LoddStone pagaría el cinco por ciento?

—Por lo menos —contestó Molly. ¿Te vas a matar ahora por ese tres por ciento? Me tienes alucinada.

Claudia lo miró con inquietud. No se fiaba demasiado de su buen humor.

—¿Ernest, sigues estando disgustado? Has cerrado un trato estupendo, y yo me he alegrado muchísimo.

—Claudia, —contestó cariñosamente Vail, tú no tienes ni idea de lo que es el mundo real, por eso eres una guionísta cinematográfica tan buena. ¿Qué importa que yo esté contento? El hombre más feliz que jamás haya existido en éste mundo pasará por momentos terribles en su vida, sufrirá espantosas tragedias. Mírame ahora. Acabo de alcanzar una gran victoria y ya no tengo que suicidarme. Disfruto de esta cena y de la compañía de dos hermosas, inteligentes y compasivas mujeres, y estóy encantado de que mi mujer y mis hijos puedan gozar de seguridad económica.

—Pues entonces, ¿de qué coño te quejas? —le preguntó Molly. ¿Por qué estás estropeando un momento agradable?

—Porque no puedo escribir —contestó Vail, lo cual no es ningún drama si bien se mira. En realidad ya no tiene importancia, pero es lo único que sé hacer. Mientras hablaba, Vail se estaba comiendo los tres postres con tan visible deleite que las dos mujeres se echaron alegremente a reír.

—Te tomas demasiado en serio el oficio Claudia. Serénate un poco.

—Los guionistas no tienen oficio de escritor porque no escriben —dijo Vail y yo no puedo escribir porque no tengo qué decir. Y ahora hablemos de otras cosas más interesantes. Molly, nunca he comprendido cómo pueden asignarme el diez por ciento de los beneficios de una película que obtiene unos beneficios brutos de cien millones de dólares, pero cuyo rodaje sólo ha costado quince millones, sin que yo vea jamás ni un solo centavo. Ése es un misterio que me gustaría aclarar antes de morir.

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