El Último Don (52 page)

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Authors: Mario Puzo

Tags: #Intriga

BOOK: El Último Don
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—Muy bien díjo Bantz; pero tienes que reducir gastos procura conseguir más auxiliares universitarios en la película. Los universitarios trabajaban gratis.

El funeral de Hollywood de Elí Marrion ocupó más espacio en los medios de difusión que el de una estrella de primera magnitud. Lo reverenciaban e incluso respetaban los jefes de los estudios, los productores y los agentes, y a veces lo querían las estrellas de la pantalla, los directores y hasta los guionistas, en parte gracias a su amabilidad y a una prodigiosa inteligencia que había resuelto muchos problemas de la industria cinematográfica. También se había ganado fama de ser justo, dentro de lo razonable.

En sus primeros años había mantenido una actitud ascética, no se había complacido en ejercer despóticamente el poder y no había exigido favores sexuales a las aspirantes a actrices. Además, la LoddStone producía más superproducciones que ningún otro estudio, y eso era lo más importante para la gente que se dedicaba a hacer películas.

El presidente de Estados Unidos envió a su jefe de estado mayor para que pronunciara unas breves palabras de elogio. Francia mandó a su ministro de Cultura, a pesar de que era un enemigo declarado de las películas de Hollywood. El Vaticano envió a un representante especial, un joven cardenal lo bastante apuesto como para que inmediatamente le llovieran ofertas para pequeños papeles. Un grupo de ejecutivos japoneses se presentó como por arte de ensalmo. Los más altos ejecutivos de empresas cinématográficas de los Países Bajos, Alemania, Italia y Suecia también rindieron homenaje a Elí Marrion.

Se iniciaron los discursos. Primero un gran actor, seguído de una gran actriz. Después un director de serie A y un guionista llamado Benny Sly rindíeron tributo a Elí Marrion. A continuación habló el representante del presidente de Estados Unidos, y al término de sus palabras intervinieron dos de los más populáres cómicos de la pantalla, que para quitar un poco de severidad al acto contaron algunas anécdotas humorísticas sobre el poder y la perspicacia de Elí Marrion. Finalmente tomaron la palabra Bobby Bantz, y Kevín y Dora, los hijos de Elí.

Kevin Marrion ensalzó las virtudes paternales de Elí, no sólo con sus hijos sino con los que trabajaban en la LoddStone. Era un hombre que había llevado la antorcha del arte en sus películas, una antorcha aseguró Kevin a los presentes que él recogería.

Dora, la hija de Elí, fue la que pronunció el discurso más poético, escrito por Benny Sly. Fue muy elocuente y espiritual y se refiríó a las cualidades y los logros de Elí Marrion con unas respetuosas palabras no exentas de humor.

—He querido a mi padre más de lo que jamás he querido a nadie —dijo, pero me alegro de no haber tenido que negociar nunca con él. Yo sólo tenía que tratar con Bobby Bantz, y a éste siempre le ganaba.

Provocó las previstas risas y le cedió el turno a Bobby Bantz, quien en su fuero interno se había ofendido por su comentario.

—Me he pasado treinta años completos construyendo los Estudios LoddStone con Elí Marrion —dijo. Era el hombre más amable e inteligente que jamás he conocido. A sus órdenes, mi servicio de treinta años ha sido la época más dichosa de mi vida, y seguiré sirviendo su sueño. Demostró la confianza que tenía depositada en mí encomendándome el control de los estudios en los próximos cinco años; y no lo defraudaré. No puedo aspirar a igualar su obra. Él regaló sueños a miles de millones de personas de todo el mundo, compartió su riqueza y su amor con su familia y con todos los ciudadanos de este país. Como dice el nombre de nuestros estudios, fue un auténtico imán.

Todos los reunidos comprendieron que Bantz había escrito personalmente el discurso pues a través de él acababa de transmitir un importante mensaje a toda la industria cinematográfica: que él iba a dirigir los estudios en los cinco años siguientes, y que esperaba que todo el mundo le tuviera el mísmo respeto que le había tenido a Elí Marrion. Bobby Bantz ya no era el Número Dos, sino el Uno.

Dos díás después del entierro, Bantz llamó a Skippy Deere a los estudios y le ofreció el puesto de jefe de producción de la LoddStone que él había ocupado hasta aquel momento. Ahora él ostentaba el cargo de presidente, previamente ejercido por Marrion. Las condiciones que le ofrecía a Deere eran irresistibles. Éste participaría en los beneficios de todas las películas que hicieran los estudios, podría dar luz verde a cualquier película cuyo presupuesto no superara los treinta millones de dólares, y podría asociar su propia productora a los estudios LoddStone como empresa independiente y nombrar al director de dicha empresa.

Skippy Deere se quedó asombrado ante la generosidad de la oferta y la consideró una muestra de inseguridad por parte de Bantz. Bantz era consciente de su debilidad creativa y contaba con que Deere supliera su deficiencia.

Deere aceptó la oferta y nombró directora de su productora a Claudia de Lena, no sólo por su creatividad y sus conocimientos sobre el proceso de realización de las películas sino también porque sabía que era demasiado honrada como para socavar su posición. Con ella no tendría que volver constantemente la cabeza para vigilar. Además siempre disfrutaba de su compañía y de su buen humor, lo cual no era poco en el ambiente cinematográfico. La faceta sexual de sus relaciones había quedado atrás hacía mucho tiempo.

Skippy Deere se emocionó al pensar en lo ricos que iban a ser todos. Llevaba en el sector cinematográfico el tiempo suficiente como para saber que hasta las estrellas más cotizadas llegaban a veces a la vejez en la semipobreza. Él ya era muy rico, pero consideraba que existían distintos niveles de riqueza y que él sólo estaba en el primero. Podría vivir el resto de su vida en medio del lujo, aunque no podría tener su jet privado ni mantener cinco residencias. Tampoco podría tener un harén ni permitirse el lujo de ser un jugador empedernido, divorciarse cinco veces o tener un ejército de cien criados. Ni siquiera podría financiar sus propias películas. Tampoco podría conseguir una costosa colección de arte ni comprarse un Monet o un Picasso, como había hecho Elí, pero ahora sabía que algún día quizá subiría desde el primer nivel hasta el quinto. Tendría que trabajar muy duro y ser muy listo, pero sobre todo estudiar cuidadosamente a Bobby Bantz.

Bantz esbozó los planes, y Deere se sorprendió de que fueran tan audaces. Estaba claro que Bantz tenía el decidido propósito de ocupar su lugar en el mundo del poder.

Para empezar concertaría un trato con Melo Stuart, para que éste concediera a la LoddStone una opción preferente sobre todas las estrellas más brillantes de su agencia.

—No me será difícil conseguirlo —dijo Deere. Dejaré bien claro mi propósito de dar luz verde a sus proyectos preferidos.

—Me interesa especialmente que nuestra próxima película la haga Athena Aquitane —dijo Bobby Bantz.

Vaya
, pensó Deere. Ahora que Bantz controlaba la LoddStone confiaba en poder llevarse a la cama a Athena. En su calidad de jefa de inroducción, también él tendría alguna oportunidad.

—Le diré a Claudia que empiece a trabajar en un proyecto ahora mismo —dijo Deere.

—Estupendo —dijo Bantz. Y ahora recuerda que yo siempre supe lo que Elí hubiera querido hacer, pero no se atrevía porque era demasiado blando. Vamos a deshacernos de las productoras de Dora y Kevin. Siempre pierden dinero, y además no los quiero ver en los estudios.

—Ten cuidado con ésos, le advirtió Deere. Tienen muchas acciones en la empresa.

Banz lo miró sonriendo.

—Sí, pero Elí me ha dejado el control durante cinco años. Tu serás el cabeza de turco. Tú te negarás a dar luz verde a sus proyectos. Dentro de uno o dos años se irán asqueados y te echarán la culpa a ti. Ésa era la técnica de Elí. Yo siempre pagaba los platos rotos.

—Creo que te va a ser muy difícil echarlos del recinto de los estudios —dijo Deere. Es su segundo hogar y crecieron aquí.

—Lo intentaré —dijo Bantz. Otra cosa. La víspera de su muerte, Elí accedió a pagarle a Ernest Vail un porcentaje sobre los ingresos brutos y un anticipo sobre todas las películas que se hicieran con la mierda de su novela. Elí le hizo la promesa porque Molly Flanders y Claudia le fueron a dar el coñazo en su lecho d muerte, lo cual por cierto me parece de muy mal gusto. Le he notificado a Molly por escrito que no me siento ni legal ni moralmente obligado a cumplir la promesa.

Deere reflexionó sobre el problema.

—No se suicidará, pero podría morir de muerte natural en los próximos cinco años. Tenemos que protegernos contra esa eventualidad.

—No —dijo Bantz. Elí y yo consultamos con nuestros abogados y ellos nos dijeron que el argumento de Molly no sería aceptado en un juicio. Negociaré el pago de una cantidad, pero no sobre los beneficios brutos. Nos chuparía la sangre.

—¿Y Molly ha contestado? —preguntó Deere.

—Sí, las habituales idioteces que los abogados contestan. Le he dicho que se vaya a la mierda.

Bantz cogió el teléfono y llamó a su psicoanalista. Su mujer llevaba muchos años aconsejándole que se sometiera a tratamiento para resultar más simpático.

—Quería simplemente confirmar nuestra cita de las cuatro de la tarde —dijo Bantz, hablando por teléfono Sí, la semana que viene hablaremos del guión.

Colgó el teléfono y miró a Deere con una tímida sonrisa en los labios.

Deere sabía que Bantz tenía una cita con Falene Fant en el bungalow de los estudios en el hotel Beverly Hills. La psicoanalista le servíá a Bobby de tapadera pues los estudios habían aceptado una opción sobre un guión original suyo centrado en un psiquiatra que se convertía en un asesino en serie. Lo más curioso era que Deere había leído el guión y pensaba que se podía hacer con él una buena película de bajo presupuesto; pero Bantz pensaba que era una mierda. Deere aceptaría la película, y Bantz creería que Deere le hacía un favor.

Después Bantz y Deere comentaron los motivos por los que acostarse con Falene los hacía tan felices. Ambos se mostraron de acuerdo en que todo aquello era algo muy infantil, tratándose de unos hombres tan importantes como ellos. También se mostraron de acuerdo en que el hecho de que el sexo con Falene resultara tan placentero se debía a que era una chica muy divertida y nunca les exigía nada. Cierto que de vez en cuando les hacía algunas veladas insinuaciones, pero la chica tenía talento y cuando llegara el momento ya le ofrecerían una oportunidad.

—Lo que más me preocupa —dijo Bantz es que en cuanto empiece a convertirse en una estrélla, quizá nuestra diversión se termine para siempre.

—Cierto —dijo Deere. Es así como suelen reaccionar las estrellas de talento. Pero bueno, entonces ganaremos con ella un montón de dinero.

Revisaron los programas de producción y estreno. Mesadina se terminaría en cuestión de dos meses y sería la locomotora de la temporada navideña. Había finalizado una continuación de la novela de Vail, y el estreno estaba previsto para dos semanas más tarde. Posiblemente aquellas dos películas de la LoddStone alcanzaran en su conjunto unos beneficios brutos mundiales de mil millones de dólares, incluidos los derechos de vídeo. Bantz percibiría unos veinte millones de dólares, y Deere probablemente cinco. Bantz sería aclamado como un genio en su primer año como sucesor de Marrion, y reconocido como un auténtico Número Uno.

—Es una lástima que tengamos que pagarle a Cross el quince por ciento de los beneficios brutos ajustados de Mesalina. ¿Por qué no le devolvemos el dinero con los intereses? Si no le gusta, que presente una querella. Ya sabemos que no le interesa ir a juicio. ¿No dicen que es de la Mafia? —preguntó Bantz.

Este tipo es un gallina
, pensó Deere.

—Conozco a Cross —dijo Deere. No es un tipo duro. Si realmente fuera peligroso, su hermana Claudia me lo hubiera dicho. La única que me preocupa es Molly Flanders. Estamos jodiendo simultáneamente a dos de sus clientes.

—Bueno —dijo Bobby, la verdad es que hemos tenido un buen día de trabajo. Nos ahorraremos veinte millones de dólares con Vail y puede que unos diez millones con De Lena. Con eso nos podremos pagar nuestras bonificaciones. Seremos unos héroes.

—Sí —dijo Deere, consultando su reloj. Ya son casi las cuatro ¿No tienes que ir a ver a Falene?

En aquel momento se abrió la puerta del despacho de Bobby Bantz y apareció Molly Flanders. Vestía ropa de combate: pantalones, chaqueta y una blusa blanca de seda. Y zapatos planos. La hermosa tez de su rostro estaba arrebolada por la furia. Había lágrimas en sus ojos, y sin embargo estaba más bella que nunca. Su voz rebosaba de perverso regocijo.

—Bueno, hijos de la grandísima puta —dijo, Ernest Vail ha muerto. Tengo pendiente un mandato judicial para impedir el estreno de vuestra nueva continuación de su libro. Y ahora ¿estáis dispuestos a sentaros a negociar?

Ernest Vail sabía que su mayor problema para suicidarse estribaba en la forma de evitar la violencia. Era demasiado cobarde como para utilizar los métodos más conocidos. Las armas de fuego le daban miedo, y los cuchillos y venenos eran demasiado directos y podíán fallar. La introducción de la cabeza en el horno, la estufa de gas o la muerte en el coche por intoxicación con monóxido de carbono no eran sistemas muy seguros. Cortarse las muñecas era muy cruento. No, él quería una muerte placentera, rápida y segura que dejara su cuerpo intacto y con aspecto decoroso.

Ernest se enorgullecía de haber tomado una decisión inteligente que beneficiaría a todo el mundo menos a los Estudios LoddStone. Era simplemente una cuestión de provecho económico personal y de restablecimiento de su ego. Volvería a recuperar el control de su vida; se rió al pensarlo. Otra manifestación de cordura. Seguía conservando el sentido del humor.

Lanzarse a nadar en el océano era demasiado cinematográfico, arrojarse al paso de un autobús resultaba demasiado doloroso y humillante, como si fuera un pobre desgraciado sin hogar. De momento había algo que lo atraía por encima de cualquier otra cosa. Una píldora para dormir, ya un poco en desuso, un supositorio que uno se introducía en el recto. Pero era algo demasiado indecoroso y no totalmente seguro.

Ernest rechazó todos esos métodos y buscó algo que pudiera proporcionarle una muerte segura y placentera. El proceso lo animó hasta el punto de inducirle a abandonar su propósito. La redacción de los borradores de las notas de suicidio también lo animó. Quería echar mano de todo su arte para que no pareciera que se compadecía de sí mismo o acusaba a alguien. Quería por encima de todo que su suicidio fuerá aceptado como un acto completamente racional y no como un acto de cobardía.

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