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Authors: Jim Hougan

Tags: #Religión, historia, Intriga

El último merovingio (9 page)

BOOK: El último merovingio
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Como agente encargado de revisar la información, el derecho a saber de Dunphy era potencialmente ilimitado, y como consecuencia de ello, la habilitación de que disfrutaba se contaba entre las más amplias del personal de seguridad nacional. Este hecho no dejaba de ser una ironía en su situación, pues al tiempo que su carrera se desmoronaba, cada vez disfrutaba de un mayor acceso a la información. En la práctica, le era posible curiosear a su antojo en los archivos de la Agencia una vez que algún Zángano se los hubiera facilitado.

Sentado ante la terminal de ordenador, Dunphy apretó el dedo pulgar contra la pantalla del monitor para inicializar el programa, y el ordenador comenzó a buscar la huella de su pulgar en los bancos de datos de la Oficina de Seguridad. Transcurrieron unos segundos antes de que aparecieran en la pantalla las siguientes palabras:

BIENVENIDO A AEGIS, JOHN DUNPHY. PULSE «ENVIAR» PARA CONTINUAR.

Así lo hizo y de inmediato apareció un menú en la pantalla.

¿ASUNTO?

Donphy se quedó pensándolo durante un rato. Fuera cual fuese el misterio que lo había ocasionado, una cosa era cierta: su mundo había empezado a desmoronarse el día en que murió Leo Schidlof, y era evidente que no se trataba de una mera coincidencia. Curry le había gritado y lo había mandado a casa. Así que la solución a sus problemas, o al menos una cierta explicación de los mismos, estaba relacionada de alguna manera con una única pregunta: «¿Quién había matado a Schidlof y por qué?»

Junto a «Asunto», Dunphy tecleó:

/SCHIDLOF, LEO/+CRUZAR REF./

Y el cursor empezó a parpadear.

11

Dunphy se sorprendió bastante al ver que el expediente abultaba muy poco y que consistía casi por entero en documentos del dominio público. Contenía una necrológica de The Observer, un puñado de recortes sobre el asesinato y un ejemplar manoseado del primer número de una revista antigua llamada Archaeus: publicación de viticultura europea.

Decepcionado, empezó a hojearla. Aunque estaba dedicada al cultivo de la uva para la producción de vino, en la revista había diversos ensayos y artículos sobre una gran variedad de temas, todos muy distintos entre sí: imaginería religiosa («Juan Pablo II y la Madonna negra de Czestochowa»), vivienda pública («Opciones de reurbanización en la ribera oeste de Jerusalén») y química («Método y forma de perfeccionar los metales base»). También contenía un ensayo sobre la Alta Edad Media, la llamada Edad Oscura, que planteaba una peculiar pregunta: «¿Quién apagó las luces?» A modo de respuesta había una fotografía del papa y un pie de foto que rezaba: «¿Qué trataba de ocultar la Iglesia?»

En otra página Dunphy encontró un horóscopo ilustrado de una manera tan rara que le hizo pensar que el editor debía de estar borracho al componer la revista. En realidad, el único artículo que tenía que ver con la viticultura era un ensayo sobre «El cultivo Magdalena, el vino viejo de Palestina», escrito por un hombre llamado Georges Watkin. Como sólo tenía un interés práctico por los vinos, Dunphy dejó a un lado la revista y centró la atención en el último objeto que aparecía en el expediente, una ficha de quince centímetros por veinte en la que se había escrito a máquina lo siguiente:

Este material es confidencial del tipo Andrómeda, Programa de Acceso Especial cuyo contenido ha sido transferido, parcial o totalmente, al Registro MK-IMAGE de la empresa Monarch Assurance (Alpenstrasse, 15, Zug, Suiza) (véanse referencias al dorso). Informen de cualquier investigación concerniente a este expediente a Personal de Investigación de Seguridad en la Oficina del Director (despacho 404).

Esto le dio que pensar. Aquellos mamarrachos que lo habían interrogado, Rhinegold y comoquiera que se llamase el otro, le habían preguntado por el criptónimo MK-IMAGE. Y él les había dicho que nunca había oído hablar de ello, lo cual era cierto.

Tampoco había oído hablar del Personal de Investigación de Seguridad, aunque en realidad eso no era muy significativo, ya que probablemente la CÍA fuese la agencia de la administración que más departamentos tenía. Sus componentes eran numerosísimos y los nombres cambiaban constantemente. Lo que le extrañaba a Dunphy, más que la existencia del Personal de Investigación de Seguridad, era que la Agencia guardase archivos confidenciales en el extranjero, y que cualquier investigación sobre dichos archivos tuviera que comunicarse a un departamento especial. Desde el punto de vista del contraespionaje, esa práctica resultaba muy problemática. Y lo que era más importante aún, desde el punto de vista de Dunphy (es decir, desde el punto de vista de los ladrones que actúan con nocturnidad), enviar informes a Personal de Investigación de Seguridad podría resultar francamente comprometido. ¿Y si al investigar alguna de las cuestiones que le preocupaban solicitaba una serie de expedientes catalogados como material confidencial Andrómeda? ¿Qué ocurriría? Se quedó pensando en ello durante unos instantes y luego comprendió que, en el fondo, le daba igual. Les mostraría las solicitudes de información de Eddie Piper y así verían que él no hacía más que cumplir con su obligación. Y si no les gustaba cómo lo hacía, podían volver a enviarlo a Londres.

Tras resolver lo que en un principio le había parecido un problema peliagudo, le dio la vuelta a la ficha que tenía en la mano.

PROF. SCHIDLOF, LEO (Londres) ref. X-Zug

Gomelez (Familia)
Davis, Thomas
Dagoberto II
Curry, Jesse
Dulles, Alien
Optical Magick, Inc.
Dunphy, Jack
Pound, Ezra
Jung, Cari
Segisberto IV

143.° Grupo Aéreo Quirúrgico

Dunphy estudió detenidamente la ficha, más alarmado que halagado por haber encontrado su nombre entre Alien Dulles y Cari Jung. Desde luego, Dulles era una leyenda. Había sido espía durante la primera guerra mundial y superespía en la segunda, y en ambos casos había operado desde Suiza. Cuando Hitler se rindió, Dulles se unió a Wild Bill Donovan, el jefe de la Oficina de Servicios Estratégicos, para hacer presión con el fin de que el presidente Truman crease la CÍA, que más tarde dirigiría el propio Dulles.

Sin embargo, Dunphy sabía menos cosas de Jung. Era una especie de psiquiatra o psicoanalista suizo. Escribió sobre el inconsciente colectivo (fuera lo que fuera eso). Y sobre los arquetipos… Y sobre los mitos. Y sobre platillos volantes. Y… un momento. ¿Ése había sido Cari Jung o Wilhelm Reich? ¿O quizá Joseph Campbell? Dunphy no lo recordaba con exactitud. Había tenido tantos «roces» con la erudición mientras estudiaba en la universidad que a veces le parecía que sabía un poco de todo, lo que es lo mismo que decir que no sabía nada de nada. Bueno, pero eso no importaba ahora; buscaría información sobre Jung cuando tuviera ocasión de hacerlo.

Mientras tanto era evidente que las cosas iban tomando un cariz suizo. Según constaba en la cabecera de la revista, Archaeus se editaba en Zug, que era también la sede del Registro Especial. Tras hacerse con un atlas, Dunphy comprobó que esa ciudad se hallaba a unos treinta kilómetros de Zurich.

Volvió al expediente y repasó los otros nombres de la lista. Aparte de Davis y Curry, el único que le decía algo era Ezra Pound. Aunque no había vuelto a leer nada de él desde sus días de estudiante, Dunphy recordaba que el poeta había permanecido en Italia durante la guerra, apoyando a Mussolini y a los fascistas. Al término de la contienda, lo capturaron y lo devolvieron a Estados Unidos, donde se esperaba que se le sometiera a juicio por traición. Sin embargo, en el proceso intervinieron algunos amigos influyentes y, tras consultar con varios psiquiatras, declararon al poeta oficialmente demente. En vez de colgarlo, lo recluyeron en una institución psiquiátrica, y de ese modo pasó la mayor parte de la guerra fría en la otra margen del río, justo enfrente del lugar donde ahora se hallaba Dunphy, recibiendo a sus amigos en una habitación privada del hospital St. Elizabeth.

Dunphy consideró los demás nombres de la lista. Segisberto y Dagoberto parecían personajes históricos. Gomelez no le sonaba. Eso dejaba Optical Magick, Inc. y el 143° Grupo Aéreo Quirúrgico. Nunca había oído hablar de ninguno de ellos, pero podía tratar de averiguar algo.

En conjunto, el expediente resultó una decepción para Dunphy. .. aunque una decepción interesante a pesar de todo. Si bien el contenido del mismo (una revista y algunos recortes de periódicos) era en apariencia tan inocuo que nadie podría poner objeciones a que se proporcionase información sobre los mismos, a Dunphy le picó la curiosidad el hecho de que la Agencia hubiera considerado necesario poner a buen recaudo su historial en Suiza y al mismo tiempo proporcionarle un trabajo dentro del radio de acción del misterioso Personal de Investigación de Seguridad.

Dunphy llamó a uno de los Zánganos para que se acercase y dio unos golpecitos con el dedo índice en la ficha de quince por veinte.

—¿Qué hago con esto? —le preguntó.

El Zángano le echó una breve ojeada a la ficha y se encogió de hombros.

—Tiene que rellenar un impreso —le indicó—. Ahora mismo le traigo uno. Pero toda esa mierda de MK-IMAGE no es ningún rompecabezas precisamente. En esos expedientes no hay más que recortes de periódico, así que puede hacer usted todas las copias que quiera y mandárselas al solicitante sin tener que redactarlo de nuevo ni censurar nada. Lo único que no puede usted hacer es difundir la ficha que contiene las referencias. Se trata de la exención B-7-C.

Dunphy asintió.

—¿Sale esto con frecuencia? —le preguntó.

—¿El qué?

—Lo de MK-IMAGE.

El Zángano negó con la cabeza, atravesó la habitación y regresó con un impreso.

—Yo tramito unas trescientas cincuenta solicitudes de expedientes a la semana, y hace un par de meses que no había visto una de esas tarjetas. Así que calcule usted.

Dunphy miró el impreso que le había entregado aquel tipo. Sólo había unos cuantos renglones, que rellenó:

Asunto: Schidlof, Leo Solicitante: Piper, Edward ARI: Dunphy, Jack Fecha: 23 de febrero de 1999 Enlace: R. White

Después de devolverle el impreso al Zángano, Dunphy cruzó la sala, se dirigió hacia una fotocopiadora Xerox y empezó a reproducir el papel. Mientras se hallaba de pie bajo la cegadora luz estroboscópica de la máquina por primera vez se le ocurrió que cabía la posibilidad de que lo que estaba haciendo fuese pe­ligroso.

12

El coronel Murray Fremaux se inclinó hacia adelante sobre la mesa en el bar del Sheraton Premiere.

—No existe nada que se llame así. El 143.° Grupo Aéreo Quirúrgico del que me hablas no existe. Nunca ha existido nada parecido. —Dunphy bebió un sorbo de cerveza y dejó escapar un suspiro. Acto seguido, el coronel añadió—: Al menos oficialmente.

—Ah, bueno —exclamó Dunphy. Y se inclinó hacia adelante—. Cuéntame.

—Es una unidad negra, ilegal. Antes tenía la base en Nuevo México.

—¿Y ahora?

—En mitad de la nada.

Dunphy frunció el ceño.

—Eso es muy relativo. A ver, ¿por dónde cae, más o menos…?

—La ciudad más cercana sería Las Vegas… pero queda a unos trescientos kilómetros al suroeste. Mira, estamos hablando del desierto: de arena, de arbustos que se lleva el viento y de ramas secas. Y de chacales.

Dunphy se quedó pensativo.

—¿Qué hacen?

—Uuuh.

—Me refiero al 143.°.

Murray se echó a reír.

—Ya te he contestado; precisamente es eso lo que hacen. Hacen uuuh, así, como suena, con tres ues.

—Murray… —empezó a decir Dunphy.

—¡Vale, hombre! Se trata de una unidad de helicópteros. Pero eso es todo lo que sé. No puedo decirte más.

Dunphy respiró profundamente y se inclinó un poco hacia adelante.

—Nos conocemos desde hace mucho tiempo, Murray.

—Ya lo sé.

Silencio.

—Estudiamos juntos —añadió Dunphy.

—Ya lo sé, ya lo sé.

—Esto es muy importante para mí. ¿Por qué no quieres hablarme de ello?

—Porque no puedo… no es que no quiera, es que no puedo hacerlo. No sé nada al respecto.

—¡Eso no es cierto! Tú te encargas de supervisar todas las operaciones ilegales del Pentágono.

—Yo soy contable…

—¡Tú haces las auditorías de sus libros!

—¡Sí, pero no de estos libros!

—¿Y por qué no?

—Porque no son nuestros; pertenecen a la Agencia.

Dunphy se quedó perplejo.

—¿Que… que un grupo aéreo pertenece a la Agencia?

Murray se encogió de hombros.

—Sí, eso es lo que intento decirte.

—Pero… ¿para qué necesita la CÍA algo así? Quiero decir… —Dunphy ni siquiera era capaz de formular debidamente la pregunta—. ¿Se puede saber qué es exactamente un grupo aéreo quirúrgico?

—No lo sé —respondió Murray—. Si quieres puedo hacer algunas averiguaciones por ahí, o quizá sea mejor que me pegue un tiro en la cabeza directamente. Daría lo mismo una cosa que otra, aunque tal vez con la pistola fuese un poco más rápido. Pero… lo que sea mejor para ti. Ya sabes, nos conocemos desde hace mucho tiempo, ¿no es cierto?

En el reloj sonaban las campanadas de medianoche cuando Dunphy volvió a casa y dio un portazo con la puerta mosquitera de la cocina.

—¿Sabes? Esto es muy interesante, realmente interesante —señaló Roscoe.

—¿A qué te refieres? —preguntó Dunphy mientras escudriñaba el interior del frigorífico.

—A Archaeus… o comoquiera que se pronuncie.

—Ah, sí… la revista. —Abrió una cerveza Budweiser y cerró la puerta de la nevera con el pie—. He pensado que tal vez te interesaría. —Luego Dunphy entró en el cuarto de estar, donde Roscoe estaba arrellanado en el sillón con un ejemplar de la revista sobre el regazo—. ¿Estás cogiendo ideas?

—¿Sobre qué?

—Sobre vinos.

Dunphy se dejó caer en el sofá y tomó un sorbo de cerveza.

—No. Aquí no hablan de vinos en ningún lado.

Dunphy lo miró.

—En la portada dice que la revista trata de viticultura, de uva, cepas… Hay un artículo sobre… ¿sobre qué?

—Sobre el «cultivo magdalena».

—¡Eso es!

—Sí, pero eso no trata de cepas —repuso Roscoe—. Sólo suena a eso, pero en realidad trata de…

—¿De qué?

—De genealogía.

Dunphy echó al correo la segunda solicitud de información a nombre de E. Piper, el martes, y Roscoe se la mandó a su escritorio el viernes.

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