El universo en un solo átomo

BOOK: El universo en un solo átomo
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Su Santidad el Dalai Lama expone su visión de la ciencia y de la fe con una única intención: aliviar el sufrimiento humano.

Mediante el estudio científico, que nunca ha abandonado, y el llamamiento a la práctica religiosa, el Dalai Lama explora muchos de los grandes y eternos debates y realiza asombrosas conexiones entre algunas cuestiones aparentemente dispares, como la evolución o el karma, llamadas a cambiar nuestra forma de percibir el mundo. Considera que la ciencia y la fe, cuyo antagonismo se encuentra en el origen del conflicto humano desde hace siglos, son «distintos enfoques de la investigación, que se complementan con un objetivo compartido, que es la búsqueda de la verdad».

En
El universo en un solo átomo
, el Dalai Lama nos desafía a que comprobemos que los beneficios de abrir nuestro corazón y nuestra mente a las conexiones entre ciencia y fe son preferibles a perpetuar la fractura, más retórica que otra cosa, que a menudo los envuelve y rodea. Considera que esta aclaración es la clave para conseguir la paz, no sólo en nuestro interior sino también en todo el mundo.

Ahora que nos enfrentamos a tiempos tan difíciles, los extraordinarios pensamientos de este hombre, sus sabias palabras, adquieren una dimensión nueva y urgente. Ello proporciona a este luminoso libro su actualidad y su necesidad.

Dalai Lama

El universo en un solo átomo

ePUB v1.0

Chocobito
11.06.11

En cada átomo de los dominios del universo

existen infinitos sistemas solares

El adorno de la Gran Flor,
antiguo escrito budista

Prólogo

Yo nunca estudié ciencias. Mis conocimientos provienen, sobre todo, de la lectura de los artículos de prensa dedicados a los importantes descubrimientos científicos que aparecían en publicaciones como el
Newsweek
, del seguimiento de los reportajes del BBC World Service y, más tarde, del estudio de libros de texto sobre astronomía. A lo largo de los últimos treinta años me he reunido muchas veces y he conversado a título personal con numerosos científicos. En esos encuentros siempre he intentado comprender los modelos y métodos fundamentales del pensamiento científico, así como las implicaciones de determinadas teorías o nuevos descubrimientos. No obstante, he reflexionado en profundidad en el tema de la ciencia, no solo en sus implicaciones para la comprensión de la realidad que nos rodea, sino en la cuestión aún más importante de cómo la ciencia puede influir en la ética y los valores humanos. Las áreas científicas que he explorado más específicamente a lo largo de los años son la física subatómica, la cosmología y la biología, incluidas la neurociencia y la psicología. Dado que mi formación intelectual se centró en el pensamiento budista, muchas veces me he preguntado, como es natural, acerca de la interfaz entre los conceptos budistas y las principales ideas científicas. El presente libro es el resultado de aquel largo período de reflexión y del viaje intelectual de un monje budista del Tíbet al mundo de cámaras de burbujas, aceleradores de partículas y fMRI (imágenes de resonancia magnética funcional).

Muchos años después de marchar al exilio en la India, encontré una carta abierta escrita en los años cuarenta y dirigida a los pensadores budistas del Tíbet. La había escrito Gendün Ghóphel, un estudioso tibetano que no solo dominaba el sánscrito sino que además —caso único entre los pensadores tibetanos de su época— tenía un buen dominio del inglés. Durante la década de los treinta había viajado mucho por la India británica, Afganistán, Nepal y Sri Lanka. Aquella carta, redactada hacia el final de sus doce años de viajes, me resultó asombrosa. Articula muchos de los campos en los que podría haber un diálogo fructífero entre el budismo y la ciencia moderna. Descubrí que las observaciones de Gendün Ghóphel a menudo coincidían de manera notable con las mías propias. Es una lástima que aquella carta no atrajera la atención que merecía, en parte porque nunca fue debidamente publicada en el Tíbet antes de mi exilio en 1959. Me alegra el corazón, sin embargo, que mis incursiones en el mundo de la ciencia tuvieran un precedente dentro de mi propia tradición tibetana. Y tanto más si tenemos en cuenta que Gendün Ghóphel provenía de Amdo, mi provincia natal. El hallazgo de aquella carta tantos años después de haber sido escrita constituyó un momento impresionante.

Recuerdo una conversación turbadora, que yo había mantenido tan solo unos años antes, con una dama estadounidense, que estaba casada con un hombre tibetano. Enterada de mi interés en la ciencia y de mi participación activa en diálogos con científicos, ella me previno de los peligros que supone la ciencia para la supervivencia del budismo. Me dijo que la historia atestigua que la ciencia «mata» la religión y me aconsejó que no sería sensato que el Dalai Lama trabara amistades con los representantes de dicha profesión. Me imagino que en este viaje personal por la ciencia me juego el cuello. Mi confiada incursión por la ciencia se debe a mi convicción fundamental de que tanto la ciencia como el budismo se proponen comprender la realidad por medio de la investigación crítica: si el análisis científico pudiera demostrar sin lugar a dudas que determinados postulados del budismo son falsos, deberíamos aceptar los hallazgos de la ciencia y abandonar dichos postulados.

Puesto que soy internacionalista de corazón, una de las cualidades que más me ha conmovido en los científicos es su asombrosa disposición a compartir conocimientos sin reparar en las fronteras nacionales. Incluso durante la guerra fría, cuando el mundo de la política estaba polarizado hasta un extremo peligroso, veía que los científicos de los bloques oriental y occidental deseaban comunicarse de maneras que los políticos ni siquiera podrían imaginar. Veía en ello el reconocimiento implícito del espíritu unitario de la humanidad y una liberadora ausencia del sentido de la propiedad en asuntos de conocimiento.

El motivo de mi interés en la ciencia trasciende lo puramente personal. Incluso antes de ir al exilio, tanto yo mismo como otras personas del país teníamos claro que una de las causas fundamentales de la tragedia política del Tíbet era su incapacidad de abrirse a la modernización. Tan pronto llegamos a la India, fundamos escuelas tibetanas para los niños refugiados que, por primera vez, incluían en sus programas de estudios la educación científica. Para entonces yo ya comprendía que la esencia de la modernización yace en la introducción de la educación moderna, y que en el núcleo de dicha educación moderna tiene que existir el dominio de la ciencia y la tecnología. Mi compromiso personal con aquel proyecto educativo me impulsó a animar incluso a los colegios monásticos, cuya función principal consiste en la enseñanza del pensamiento budista clásico, a incluir la ciencia en sus programas de estudios.

En la medida en que mi comprensión de la ciencia aumentaba, se me fue haciendo gradualmente evidente que, en lo que al entendimiento del mundo físico se refiere, en muchas áreas del pensamiento budista tradicional nuestras teorías y explicaciones son rudimentarias, si las comparamos con aquellas de la ciencia moderna.

Al mismo tiempo, no obstante, está claro que, incluso en los países más desarrollados científicamente, los seres humanos siguen experimentando dolor, especialmente a nivel emocional y psicológico. La gran ventaja de la ciencia es su tremenda capacidad de contribuir al alivio del sufrimiento físico, pero es solo a través del cultivo de las cualidades del corazón humano y la transformación de nuestras actitudes que podremos empezar a afrontar y superar nuestro sufrimiento mental. En otras palabras, la potenciación de los valores humanos fundamentales es indispensable para nuestra búsqueda esencial de la felicidad. Por lo tanto, vistas desde el punto de vista del bienestar humano, la ciencia y la espiritualidad no son ajenas entre sí. Precisamos de ambas, ya que el alivio del sufrimiento debe producirse tanto a nivel físico como a nivel psicológico.

El presente libro no constituye un intento de unificación de la ciencia con la espiritualidad (siendo el budismo el ejemplo que conozco mejor) sino un esfuerzo por examinar dos importantes disciplinas humanas, con el propósito de desarrollar una manera más holística e integrada de comprender el mundo que nos rodea, una fórmula que explore en profundidad lo visible y lo no visible, por medio de la búsqueda de pruebas refrendadas por la razón. No pretendo escribir un tratado especializado sobre los potenciales puntos de convergencia —y divergencia— entre el budismo y la ciencia. Dejaré tal empresa a los académicos profesionales. Más bien creo que la espiritualidad y la ciencia constituyen aproximaciones analíticas diferentes aunque complementarias entre sí, que comparten el mismo objetivo ulterior, la búsqueda de la verdad. En este terreno, es mucho lo que pueden aprender una de la otra, y juntas pueden contribuir a la expansión de los horizontes del conocimiento y el saber humanos. Es más, por medio del diálogo entre las dos disciplinas, espero que tanto la ciencia como la espiritualidad puedan llegar a ofrecer un servicio mejor a las necesidades y al bienestar de la humanidad. Debo añadir que con este relato de mi viaje personal desearía recalcar a los millones de budistas de todo el mundo la necesidad de tomarse la ciencia en serio y de incluir sus descubrimientos fundamentales en su visión del mundo.

Este diálogo entre la ciencia y la espiritualidad tiene una larga historia, sobre todo en lo que respecta al cristianismo. En el caso de mi propia tradición, el budismo tibetano, por varias razones históricas, sociales y políticas, el pleno encuentro con la cosmovisión científica sigue siendo un proceso novedoso. Aún no están del todo claras las implicaciones de lo que puede ofrecer la ciencia. Al margen de las distintas teorías personales acerca de la ciencia, ninguna aproximación válida al mundo natural y a nuestra existencia humana —lo que en este libro llamaré cosmovisión— puede dejar de lado los descubrimientos básicos de teorías tan fundamentales como la evolución, la relatividad y la mecánica cuántica. Bien puede que la ciencia aprenda de su encuentro con la espiritualidad, especialmente en su interfaz con los problemas humanos en un sentido amplio, desde la ética hasta la sociedad, pero, sin duda, determinados aspectos específicos del pensamiento budista —como sus teorías cosmológicas y su física rudimentaria— deberán ser modificados a la luz de los últimos descubrimientos científicos. Espero que este libro será una contribución al proyecto crítico de potenciar el diálogo entre la ciencia y la espiritualidad.

Puesto que me planteo explorar asuntos de importancia crucial para nuestro mundo contemporáneo, he querido comunicarme con la mayor audiencia posible. Esto no resulta fácil, dados los razonamientos y argumentaciones a veces complejos tanto de la ciencia como de la filosofía budista. En mi anhelo por hacer la discusión comprensible, puede que, en ocasiones, haya simplificado los temas en exceso. Estoy agradecido a mis dos editores, a mi traductor de siempre, Thupten Jinpa, y a su colega, Jas Elsner, por su ayuda en articular mis ideas en inglés de forma comprensible.

También quisiera dar las gracias a los numerosos individuos que les ayudaron y comentaron las distintas fases del manuscrito. Por encima de todo, quisiera expresar mi agradecimiento a todos los científicos que se reunieron conmigo, siendo muy generosos con su tiempo, y que mostraron una extraordinaria paciencia a la hora de explicar ideas complejas a un alumno a veces muy lento. Les considero a todos mis maestros.

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