Un concepto análogo a la idea de Bohm de los órdenes implicado y explicado llevaba a los sufíes a creer que el reino del más allá, a pesar de sus cualidades espectrales, es la matriz generadora que da origen a todo el universo físico. Todas las cosas de la realidad física surgen de esa realidad espiritual, decían. Sin embargo, hasta los más sabios entre éstos encontraban extraño que, meditando y adentrándose en las profundidades de la psique, uno llegara a un mundo interior que, «resulta que envuelve, rodea o contiene lo que en un principio era externo y visible».
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Naturalmente, esa percepción es una referencia más a las cualidades no locales y holográficas de la realidad. Cada uno de nosotros contiene la totalidad del cielo. Más aún: cada uno de nosotros contiene la ubicación del cielo. O como decían los sufíes, en lugar de tener que buscar la realidad espiritual «en el dónde», el «dónde» está en nosotros. En efecto, al discutir los aspectos no locales del reino del más allá, Sohrawardi, un místico persa del siglo XII, decía que el país del Imán escondido debería llamarse más bien
Na-Koja-Abad
, o «el país de ninguna parte».
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Es verdad que no es una idea nueva. Es el mismo sentimiento que se expresa en la frase «el reino de los cielos está en el interior». Lo que
es
nuevo es la idea de que esos conceptos sean referencias a los aspectos no locales de los niveles de realidad sutiles. Se sugiere de nuevo que cuando una persona tiene una experiencia fuera del cuerpo, podría no estar viajando a ninguna parte, en realidad. Podría estar simplemente alterando el holograma siempre ilusorio de la realidad, para tener así la experiencia de que viaja a alguna parte. En un universo holográfico, la consciencia ya no está sólo en todas partes, también está en ninguna parte.
Algunas personas que han tenido una ECM han aludido a la idea de que el mundo del más allá está en las profundidades del ámbito no local de la psique. Como dijo un chico de siete años, «la muerte es como entrar andando en tu mente».
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Bohm ofrece una visión no local similar de lo que pasa durante la transición de esta vida a la siguiente. «En la actualidad, todo nuestro proceso mental nos dice que tenemos que mantener la atención aquí. Si no lo hacemos, no podemos cruzar la calle, por ejemplo. Sin embargo, la consciencia está siempre en las profundidades ilimitadas que se extienden más allá del tiempo y del espacio, en los niveles más sutiles del orden implicado. Por tanto, si profundizásemos lo bastante en el presente real, puede que no hubiera diferencia entre este momento y el siguiente. La idea sería que, en la experiencia de la muerte, se entra en eso. El contacto con la eternidad se produce en el momento actual, pero el mediador es el pensamiento. Es cuestión de atención».
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Imágenes de luz inteligentes y coordinadas
La idea de que se puede acceder a los niveles más sutiles de la realidad mediante un mero cambio en la consciencia es también una de las premisas principales de la tradición yóguica. Muchas prácticas yóguicas están concebidas especialmente para enseñar a hacer esos viajes. Y una vez más, las personas que tienen éxito en tales aventuras describen lo que ahora es ya un paisaje familiar. Una de esas personas fue Sri Yukteswar Giri, un hombre santo hindú, poco conocido pero muy respetado, que murió en Puri, en la India, en 1936. Evans-Wentz, que le conoció en la década de 1920, le describía como un hombre «de presencia agradable» y carácter elevado y que «bien merecía la veneración que le expresaban espontáneamente todos aquellos que le seguían».
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Al parecer, Sri Yukteswar tenía el don especial de ir y venir de este mundo al siguiente; describía la dimensión del más allá como un mundo compuesto de, «diversas vibraciones sutiles de luz y color» y «miles de veces mayor que el cosmos material». Decía también que era infinitamente más bello que el reino en el que existimos nosotros y que tenía abundantes «lagos opalinos, mares brillantes y ríos irisados». Como era más «vibrante con la luz creativa de Dios», el clima siempre era agradable y las únicas manifestaciones climáticas se producían cuando caía de vez en cuando, «una nieve blanca luminosa y una lluvia de luces multicolores».
Las personas que viven en ese reino maravilloso pueden materializar el cuerpo que quieran y pueden «ver» con la parte del cuerpo que deseen, sea cual fuere. También pueden materializar cualquier fruta o alimento que deseen, aunque «están casi liberados de toda necesidad de comer» y «se regalan sólo con la ambrosía del conocimiento eternamente nuevo».
Se comunican mediante una serie telepática de «imágenes luminosas», se regocijan con la «inmortalidad de la amistad», perciben la «indestructibilidad del amor», sienten un dolor intenso «si se comete algún error en la transmisión o en la percepción de la verdad» y cuando se enfrentan a la multitud de familiares, padres, madres, esposas, maridos y amigos adquiridos durante las «diferentes encarnaciones en la tierra», no saben a quién amar especialmente y por eso aprenden a dar «a todos el mismo amor divino».
¿Cuál es la quintaesencia de la naturaleza de nuestra realidad una vez que nos establecemos en esa tierra luminosa? A esta pregunta, Sri Yukteswar dio una respuesta tan simple como holográfica. En ese reino donde es innecesario comer y hasta respirar, donde, un solo pensamiento puede materializar «todo un jardín de flores fragantes» y todas las heridas corporales, «se curan de repente simplemente deseándolo», somos, sencillamente «imágenes de luz inteligentes y coordinadas».
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Más referencias a la luz
Sri Yukteswar no es el único maestro de yoga que utiliza términos holográficos para describir los niveles más sutiles de la realidad. Otro maestro es Sri Aurobindo Ghose, pensador, activista político y místico a quien los indios reverencian junto con Gandhi. Nacido en 1872 en el seno de una familia india de clase alta, Sri Aurobindo se educó en Inglaterra, donde rápidamente adquirió fama de ser una especie de prodigio. Hablaba con fluidez no sólo inglés, hindi, ruso, alemán y francés, sino también el antiguo sánscrito. Podía leer una caja de libros al día (de joven leyó todos los numerosos y voluminosos libros sagrados de la India) y repetía al pie de la letra cada palabra de cada página que había leído. Su poder de concentración era legendario y se decía que podía sentarse a estudiar en la misma postura durante toda la noche, sin darse cuenta siquiera de las incesantes picaduras de los mosquitos.
Al igual que Gandhi, Sri Aurobindo participó activamente en el movimiento nacionalista de la India y pasó algún tiempo en la cárcel por sedición. Sin embargo, a pesar de su pasión intelectual y humanitaria, siguió siendo ateo hasta que un día vio a un yogui ambulante curar instantáneamente a su hermano de una enfermedad que ponía en riesgo su vida. Desde aquel momento, Sri Aurobindo dedicó su vida a las disciplinas yóguicas y al final, al igual que Sri Yukteswar, aprendió a convertirse a través de la meditación en «un explorador de los planos de la consciencia», según sus propias palabras.
Para Sri Aurobindo no fue una tarea fácil; uno de los obstáculos más espinosos que tuvo que superar para lograr su objetivo fue aprender a silenciar el parloteo infinito de palabras y pensamientos que fluyen incesantemente en la mente humana normal. Todo el que haya intentado alguna vez vaciar la mente de todo pensamiento por un momento siquiera, sabe lo desalentador que es. Pero también es una tarea necesaria, porque los textos yóguicos son bastante explícitos en cuanto se refiere a este punto. Para sondear las regiones más implicadas y sutiles de la psique, se requiere un verdadero cambio bohmiano de atención. O como decía Sri Aurobindo, para descubrir «el país nuevo de nuestro interior» primero tenemos que aprender a «dejar atrás el viejo».
Sri Aurobindo tardó años en aprender a silenciar la mente y a viajar al interior de sí mismo, pero cuando lo consiguió, descubrió el mismo territorio inmenso que encontraron todos los demás Marco Polo del espíritu que hemos contemplado, un reino más allá del espacio y del tiempo, formado por «infinidad de vibraciones multicolores» y poblado por seres no físicos con una consciencia tan sumamente adelantada que hacen que nos veamos como si fuéramos niños. Esos seres pueden adoptar cualquier forma que quieran, afirmaba Sri Aurobindo, el mismo ser puede aparecer ante un cristiano como un santo cristiano y ante un indio como un santo hindú, aunque subrayaba que su propósito no es engañar, sino simplemente ser más accesibles para «una consciencia en particular».
Según Sri Aurobindo, esos seres, en su forma más verdadera, se muestran como «vibración pura». En
On Yoga
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, obra suya en dos tomos, llega a vincular la capacidad de aparecer bien como forma o bien como vibración, a la dualidad onda-partícula descubierta por la «ciencia moderna». Sri Aurobindo observó también que, en ese reino luminoso, uno ya no se limita a recibir información «punto por punto», sino que puede asimilarla «en grandes masas» y percibir «grandes extensiones de espacio y de tiempo» con una simple ojeada.
De hecho, gran parte de las afirmaciones de Sri Aurobindo no se distinguen de muchas conclusiones de Bohm y Pribram. Decía que la mayoría de los seres humanos posee una «pantalla mental» que les impide ver más allá del «velo de la materia», pero cuando se aprende a escudriñar al otro lado del velo, se descubre que todo está compuesto por «vibraciones luminosas de diferentes intensidades». Afirmaba que la consciencia se compone asimismo de vibraciones diferentes y creía que toda la materia es consciente hasta cierto punto. Al igual que Bohm, llegaba a aseverar que la psicoquinesia es una consecuencia directa del hecho de que la materia sea consciente hasta cierto punto. Si la materia no fuese consciente, ningún yogui podría mover un objeto con la mente porque no habría posibilidad de contacto entre el yogui y el objeto, declara Sri Aurobindo.
Lo más bohmiano de todo son sus observaciones sobre la totalidad y la fragmentación. Según él, una de las cosas más importantes que se aprenden en «los grandes y luminosos reinos del Espíritu» es que la separación es una ilusión y que al final todas las cosas están interconectadas y constituyen un todo. En sus escritos, insistía sobre esto una y otra vez y sostenía que la «ley de fragmentación progresiva» empezaba a dominar todo únicamente cuando se descendía de los niveles de la realidad de vibraciones altas a los de vibraciones más bajas. Fragmentamos las cosas porque existimos en una vibración baja de la consciencia y de la realidad, afirmaba Sri Aurobindo, y es esa propensión a la fragmentación lo que nos impide experimentar la intensidad de la consciencia, de la alegría, del amor y del deleite por la existencia que son la norma en los ámbitos superiores y más sutiles.
Así como Bohm cree que no es posible que el desorden exista en un universo que en última instancia no está dividido y constituye un todo, Sri Aurobindo creía que se podía afirmar lo mismo con respecto a la consciencia. Si un solo punto del universo fuera totalmente consciente, el universo entero sería totalmente consciente —declaraba—, y si percibimos que una piedra a la vera del camino o un grano de arena debajo de la uña son inertes y carecen de vida, nuestra percepción es otra vez ilusoria y sólo es fruto del hábito sonambulesco de la fragmentación.
El entendimiento clarividente de la totalidad llevó a Sri Aurobindo a percatarse, como Bohm, de la relatividad última de todas las verdades y de la arbitrariedad de intentar dividir el holomovimiento ininterrumpido en «cosas». Tan convencido estaba de que cualquier intento de reducir el universo a hechos absolutos y a una doctrina inalterable conducía únicamente a la distorsión, que estaba en contra incluso de la religión y durante toda su vida recalcó que la verdadera espiritualidad no procede de organización o sacerdocio algunos, sino del universo espiritual del interior: «no sólo hay que destruir la trampa de la mente y de los sentidos, sino huir igualmente de la trampa del pensador, de la trampa del teólogo y del fundador de las religiones, y escapar de las redes de la Palabra y de la esclavitud de la Idea. Todo esto se halla en nosotros, dispuesto a emparedar al espíritu en las formas; pero nosotros debemos ir siempre más allá, renunciar de continuo a lo menor por lo más grande, a lo finito por lo Infinito; debemos estar siempre dispuestos para avanzar de iluminación en iluminación, de experiencia en experiencia, de estado de alma en estado de alma… y no apegarnos… ni siquiera a las verdades más sólidamente arraigadas en nosotros, porque son formas solamente y expresiones de lo Inefable; y lo Inefable rehúsa limitarse en ninguna forma, en ninguna expresión».
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Pero si al final el cosmos es inefable, un fárrago de vibraciones multicolores, ¿qué son todas las formas que percibimos? ¿Qué es la realidad física? En opinión de Sri Aurobindo, es simplemente «una masa de luz estable».
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Supervivencia en el infinito
La imagen de la realidad que cuentan los que han vivido una ECM muestra una coherencia sorprendente y está corroborada por el testimonio de muchos de los místicos con más talento del mundo. Lo que resulta aún más sorprendente es que los niveles más sutiles de la realidad, por pasmosos y extraños que puedan parecernos a quienes vivimos en las civilizaciones más «avanzadas» del mundo, sean terrenos familiares y mundanos para los llamados pueblos primitivos.
Por ejemplo, el doctor E. Nandisvara Nayake Thero, un antropólogo que ha estudiado una comunidad de aborígenes de Australia, con la que ha vivido, señala que el concepto aborigen de «tiempo de ensoñación» (un reino que visitan los chamanes australianos entrando en un trance profundo), es casi idéntico a los planos de existencia del más allá que describen las fuentes occidentales. Es el reino al que van los espíritus humanos después de la muerte; una vez allí, el chamán puede conversar con los muertos y acceder a todo el conocimiento de manera instantánea. Por otra parte, en esa dimensión no existen ya el tiempo, ni el espacio ni otras fronteras de la vida terrenal, y uno tiene que aprender a tratar con el infinito. Por eso, muchas veces los chamanes australianos se refieren al más allá como a la «supervivencia en el infinito».
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Holger Kalweit, un etnopsicólogo alemán con titulaciones en Psicología y Antropología Cultural, supera a Thero. Es un experto en chamanismo e investiga el territorio de las proximidades de la muerte. En su opinión, prácticamente todas las tradiciones chamanísticas del mundo contienen descripciones de ese terreno inmenso y extradimensional y están repletas de referencias a la revisión de la vida, a seres espirituales superiores que guían y enseñan, a alimentos imaginados y materializados por el pensamiento, así como a prados, bosques y montañas de belleza indescriptible. En efecto, la capacidad de viajar al reino del más allá no es sólo un requisito exigido universalmente para convertirse en chamán; muchas veces, las experiencias cercanas a la muerte son el catalizador mismo que empuja a la persona que las vive a desempeñar el papel de chamán. Por ejemplo, entre los pueblos sioux oglala y seneca de Norteamérica, los yakut siberianos, los guajiro sudamericanos, los zulúes y los kikuyu africanos, los mu dang coreanos, el pueblo de la isla indonesia de Mentawai y la tribu esquimal caribú existe la tradición de algún individuo que se convirtió en chamán tras pasar por una enfermedad que puso en peligro su vida y le lanzó de cabeza al más allá.