Por fascinantes que puedan parecer esos descubrimientos, todavía no son sino mejoras de la postura mecanicista sobre la interpretación del universo, avances producidos exclusivamente dentro del marco material de la realidad. No obstante, como hemos visto antes, la afirmación más extraordinaria de la teoría holográfica es que la materialidad del universo puede ser una mera ilusión y la realidad física sólo una pequeña parte de un inmenso cosmos sensible y no físico. Si eso fuera cierto, ¿qué consecuencias tendría en el futuro? ¿Cómo podríamos empezar a penetrar los misterios de las dimensiones más sutiles?
La necesidad de una reestructuración básica de la ciencia
Actualmente, la ciencia es una de las mejores herramientas que tenemos para explorar los aspectos desconocidos de la realidad. Y, sin embargo, la ciencia en general se ha quedado corta repetidamente en cuanto se refiere a la explicación de las dimensiones física y espiritual de la existencia humana. Es evidente que si la ciencia debe avanzar más en ese campo necesita una reestructuración básica; ahora bien, ¿qué implicaría en concreto esa reestructuración?
Obviamente, el primer paso y el más necesario sería aceptar la existencia de los fenómenos espirituales y psíquicos. Según Willis Harman, presidente del Instituto de Ciencias Noéticas y antiguo científico del Standford Research Institute International, esa aceptación es crucial y no sólo para la ciencia, sino también para la supervivencia de la civilización humana. Además, Harman, que ha escrito extensamente sobre la necesidad de la reestructuración básica de la ciencia, manifiesta su perplejidad ante el hecho de que dicha aceptación no se haya producido todavía. Y pregunta: «¿Por qué no admitimos que las experiencias y fenómenos de todo tipo de los que tenemos noticias desde hace siglos y siglos y en distintas culturas tienen una validez efectiva y no se pueden negar?».
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Como hemos mencionado ya, la razón, al menos en parte, es el viejo prejuicio de la ciencia occidental contra esa clase de fenómenos; pero el asunto no es tan sencillo. Consideremos, por ejemplo, los recuerdos de vidas pasadas que tienen algunas personas hipnotizadas. Aunque todavía hay que demostrar que son verdaderamente recuerdos de vidas previas, el hecho sigue siendo que el inconsciente tiene una propensión natural a generar recuerdos
aparentes
, al menos, de encarnaciones previas. En general, la comunidad psiquiátrica ortodoxa hace caso omiso de este hecho. ¿Por qué?
A primera vista podría parecer que la respuesta es que la mayoría de los psiquiatras no creen en esas cosas, pero no es así necesariamente. El psiquiatra de Florida Brian L. Weiss, licenciado por la Escuela de Medicina de Yale y en la actualidad presidente de psiquiatría en el Mount Sinai Medical Center de Miami, afirma que, desde que publicó su libro, éxito de ventas,
Muchas vidas, muchos maestros
en 1988 —en el que cuenta cómo pasó de escéptico a creer en la reencarnación cuando uno de sus pacientes, mientras estaba hipnotizado, empezó a hablar espontáneamente de sus vidas pasadas— ha recibido un aluvión de cartas y de llamadas telefónicas de personas que le cuentan que también creen en ello en secreto. «Creo que esto es sólo la punta del iceberg —dice Weiss—. Hay psiquiatras que me escriben diciendo que han estado haciendo terapia de regresión durante diez o veinte años en la intimidad de sus despachos y que “por favor no se lo digas a nadie, pero…”. Muchos
son
receptivos, pero no lo admitirán».
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De manera similar, en una conversación reciente con Whitton, cuando le pregunté si creía que la reencarnación sería alguna vez un hecho científico aceptado, me contestó: «Creo que ya lo es. Mi experiencia con los científicos es que, si han leído las publicaciones sobre el tema, creen en la reencarnación. Los datos son tan convincentes, que el consenso intelectual es un hecho natural prácticamente».
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Una encuesta reciente sobre fenómenos psíquicos parece corroborar las opiniones de Weiss y de Whitton. Tras asegurarse de que sus respuestas permanecerían en el anonimato, el 58 por ciento de los 228 psiquiatras encuestados (muchos de ellos directores de departamento y decanos de facultades de medicina) dijo que en su opinión «el entendimiento de los fenómenos psíquicos» era importante para los futuros licenciados en Psiquiatría. El 44 por ciento admitió que creía que los factores psíquicos eran importantes en el proceso de curación.
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Así pues, parece que el miedo al ridículo puede ser un impedimento tan grande como la incredulidad, si no mayor, a la hora de conseguir que la comunidad científica establecida empiece a tratar la investigación psíquica con la seriedad que merece. Necesitamos más pioneros como Weiss y Whitton (y como los miles de investigadores con coraje cuyo trabajo hemos analizado en este libro) que hagan públicos sus descubrimientos y creencias privadas. En resumen, necesitamos una figura equivalente en parapsicología a Rosa Parks.
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Otro elemento que debe formar parte del proceso de reestructuración es la ampliación de la definición de lo que constituye la prueba científica. Los fenómenos psíquicos y espirituales han jugado un papel significativo en la historia de la humanidad y han ayudado a configurar algunos aspectos fundamentales de nuestra cultura. Pero como no es fácil captarlos e inspeccionarlos en el laboratorio, la ciencia tiende a no prestarles atención.
O peor aún, cuando se estudian, muchas veces lo que se aísla y cataloga son los aspectos menos importantes. Por ejemplo, uno de los pocos descubrimientos relacionados con las experiencias fuera del cuerpo que se considera válido en un sentido científico es que las ondas del cerebro cambian cuando la persona que tiene una de esas experiencias sale del cuerpo. Y, sin embargo, cuando uno lee informes como el de Monroe, se da cuenta de que, en caso de ser reales, sus experiencias entrañan fenómenos que tendrían repercusiones en la historia de la humanidad tan grandes —podríamos aducir— como el descubrimiento de América por Colón o la invención de la bomba atómica. En efecto, los que han visto trabajar a un clarividente verdaderamente dotado, saben de inmediato que han presenciado algo mucho más profundo que lo que transmiten las frías estadísticas de R.H. y Louisa Rhine.
Con esto no queremos decir que la obra de los Rhine no sea importante. Sin embargo, cuando una enorme cantidad de gente empieza a contar las mismas experiencias, habría que considerar que los relatos de sus anécdotas son pruebas importantes. No deberían ser desechados meramente porque no pueden ser documentados con el mismo rigor que otras peculiaridades del mismo fenómeno, a menudo menos importantes, que sí pueden ser documentadas. Como declara Stevenson, «creo que es mejor enterarnos de lo probable en las cuestiones importantes que tener seguridad sobre las triviales».
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Merece la pena señalar que esta regla general ya se aplica a otros fenómenos naturales más aceptados. La mayoría de los científicos admite, sin cuestionarla, la idea de que el universo empezó con una sola explosión primigenia, o Big Bang. Es raro porque, aunque hay razones convincentes para creer que es verdad, nadie ha demostrado jamás que lo sea. Por otro lado, si un psicólogo a punto de morir se atreviera a decir lisa y llanamente que el reino de luz al que viajan los que tienen una experiencia cercana a la muerte es otro nivel real de la realidad, le atacarían por hacer una declaración que no se puede probar. Y es raro, porque hay razones igualmente convincentes para creer que es verdad. En otras palabras: la ciencia acepta lo que es probable en cuestiones muy importantes
si
se encuadran en la categoría de «cosas en las que está de moda creer» y no lo acepta si pertenecen a la categoría de «cosas en las que no está de moda creer». Hay que eliminar ese doble rasero antes de que la ciencia empiece a hacer incursiones significativas en el estudio de fenómenos tanto psíquicos como espirituales.
Y algo verdaderamente crucial: la ciencia debe reemplazar su enamoramiento con la objetividad —la idea de que la mejor manera de estudiar la naturaleza es mostrarse despegado, analítico y desapasionadamente objetivo— por un enfoque más participativo. Muchos investigadores, entre los que está Harman, han recalcado ya la importancia de tal cambio, y a lo largo del presente libro hemos visto asimismo repetidas muestras de la necesidad del mismo. En un universo en el que la consciencia de un físico influye en la realidad de una partícula subatómica, la actitud de un médico influye en que un placebo funcione o no, la mente de un experimentador afecta al funcionamiento de una máquina y lo imaginal puede extenderse sobre la realidad física, no podemos pretender que estamos separados de lo que estamos estudiando. En un universo holográfico y omnijetivo, un universo en el que todas las cosas forman parte de un continuo ininterrumpido, ya no es posible la objetividad estricta.
Esto es especialmente cierto en el estudio de los fenómenos psíquicos y espirituales y parece ser el motivo de que unos laboratorios sean capaces de obtener resultados espectaculares en sus experimentos de visión remota y otros fracasen estrepitosamente. De hecho, algunas personas que investigan el terreno paranormal han sustituido ya un enfoque estrictamente objetivo por otro más participativo. Por ejemplo, Valerie Hunt descubrió que la presencia de personas que han estado bebiendo alcohol afectaba a los resultados de sus experimentos y, por lo tanto, no permite que haya ninguna de esas personas en el laboratorio mientras está haciendo mediciones. En la misma línea, los parapsicólogos rusos Dubrov y Pushkin han averiguado que tienen más éxito duplicando los descubrimientos de otros parapsicólogos si hipnotizan a todos los sujetos de la prueba presentes. Al parecer la hipnosis elimina la interferencia que provocan sus pensamientos conscientes y creencias y ayuda a obtener resultados «más limpios».
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Si bien, hoy en día, tales prácticas nos pueden parecer sumamente extrañas, pueden convertirse en el procedimiento operativo corriente cuando la ciencia descifre más misterios secretos del universo holográfico.
El cambio de la objetividad a la participación afectará con toda seguridad al papel de los científicos. Como cada vez es más evidente que lo importante es la
experiencia
de la observación y no sólo el acto de la observación, es lógico suponer que los científicos, por su parte, se verán cada vez menos como observadores y cada vez más como experimentadores. Como afirma Harman, «estar dispuesto a ser transformado es una característica esencial del científico participativo».
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Por otra parte, hay datos de que ya se están produciendo algunas transformaciones. Harner, por ejemplo, en vez de limitarse a observar lo que les ocurría a los conibo, cuando consumían la planta del alma o
ayahuasca
, bebió él mismo el alucinógeno. Es obvio que no todos los antropólogos estarían dispuestos a aceptar un riesgo semejante, pero también está claro que participando, en vez de quedarse meramente observando, aprendió mucho más de lo que jamás habría aprendido limitándose a tomar notas sentado en el banquillo.
El éxito de Harner sugiere que los científicos participativos del futuro, en lugar de limitarse a entrevistar a las personas que tengan experiencias cercanas a la muerte o fuera del cuerpo y demás viajeros a los reinos más sutiles, podrían concebir métodos para viajar allí ellos mismos. Ya hay investigadores de sueños lúcidos explorando y relatando sus propias experiencias de los mismos. Otros pueden desarrollar técnicas nuevas y hasta más novedosas para explorar las dimensiones internas. Monroe, por ejemplo, aunque no es un científico en el sentido estricto del término, ha realizado grabaciones de sonidos rítmicos especiales que, en su opinión, facilitan las experiencias fuera del cuerpo. También ha fundado un centro de investigación en las montañas Blue Ridge llamado Monroe Institute of Applied Sciencies y afirma que ha enseñado a centenares de individuos a hacer los mismos viajes fuera del cuerpo que ha hecho él. ¿Son esos avances heraldos del futuro, predicciones de un tiempo en que los héroes que veamos en las noticias de la noche sean, no ya los astronautas, sino los «psiconautas»?
Un empujón evolutivo hacia una consciencia superior
Puede que la ciencia no sea la única fuerza que nos ofrece un pasaje al país de nunca jamás. En su libro
La senda hacia Omega
, Ring señala que hay pruebas fehacientes de que están aumentando las experiencias cercanas a la muerte. Como hemos visto, en las culturas tribales las personas que tienen una ECM, muchas veces se transforman hasta el punto de convertirse en chamanes. En el mundo moderno, esas personas también se transforman espiritualmente y modifican la personalidad que tenían antes de la experiencia para ser más cariñosas, más compasivas e incluso más psíquicas. Ring deduce de todo esto que quizá estamos presenciando la «chamanización de la humanidad moderna».
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Pero si es así, ¿por qué están aumentando las experiencias cercanas a la muerte? La respuesta, según Ring, es tan simple como profunda: lo que estamos contemplando es, «
un empujón evolutivo a la humanidad entera hacia una consciencia superior
».
Y a lo mejor las ECM no son el único fenómeno transformador que está emergiendo de la psique colectiva de la humanidad. Grosso cree que el incremento de visiones marianas durante el último siglo tiene igualmente consecuencias evolutivas. De manera similar, a juicio de muchos investigadores, como Raschke y Vallee, la multiplicación de visiones de ovnis en las últimas décadas tiene un significado evolutivo. Varios investigadores, como Ring, han observado que los encuentros con ovnis parecen ciertamente iniciaciones chamánicas y pueden ser otra muestra más de la chamanización de la humanidad moderna. Strieber está de acuerdo: «Creo que es bastante obvio que, tanto si [el fenómeno ovni] lo provoca alguien como si sucede de forma natural, se trata de un salto exponencial de una especie a otra. Me atrevería a sospechar que lo que estamos viendo es el proceso evolutivo en acción».
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Si esas especulaciones son ciertas, ¿qué objeto tiene esta transformación evolutiva? Hay dos respuestas, por lo que parece. Numerosas tradiciones antiguas hablan de un tiempo en que el holograma de la realidad física era mucho más flexible que ahora, mucho más parecido a la realidad amorfa y fluida de la dimensión del más allá. Los aborígenes australianos, por ejemplo, dicen que hubo una época en la que el mundo entero estaba en estado de ensoñación. Edgar Cayce se hizo eco de esa opinión y afirmó que la tierra, «al principio, era meramente de naturaleza “mental”, imágenes pensadas que se creaban a sí mismas adoptando cualquier forma que quisieran… Luego se produjo la materialidad propiamente dicha en la tierra, porque el espíritu se coló en la materia».
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