La frecuencia con la que la inmunidad al fuego se asocia con la fe acentuada y el celo religioso atestigua la propuesta de Grof de que acaso se requiera estar en un estado alterado de consciencia para realizar cambios en el orden implicado. Prosigue el modelo que empezó a tomar forma en el último capítulo y su mensaje está cada vez más claro: cuanto más profundas sean nuestras creencias y cuanta más carga emocional tengan, mayores serán los cambios que podremos realizar tanto en nuestros cuerpos como en la realidad misma.
En este punto cabe preguntar: si la consciencia puede producir alteraciones tan extraordinarias en circunstancias especiales, ¿qué papel desempeña en la creación de nuestra realidad cotidiana? Hay opiniones sumamente variadas al respecto. En conversaciones privadas, Bohm admite que en su opinión el universo es todo «pensamiento» y que la realidad sólo existe en lo que pensamos
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, pero de nuevo prefiere no especular sobre acontecimientos milagrosos. Pribram se muestra asimismo reticente a comentar hechos específicos, pero cree que sí existen varias realidades potenciales diferentes y que la consciencia tiene cierta libertad para elegir cuál manifiesta. «No creo que valga cualquier cosa —comenta—, pero hay muchos mundos ahí fuera que no entendemos».
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Después de pasar años experimentando de primera mano con lo milagroso, Watson se muestra más audaz. «No hay duda de que la realidad es en gran parte una construcción de la imaginación. No estoy hablando como físico teórico ni como alguien que sepa todo lo que pasa en las fronteras de la física de partículas, pero pienso que tenemos la capacidad de cambiar el mundo que nos rodea de varias maneras fundamentales». (Watson, en un tiempo defensor entusiasta de la idea holográfica, ya no está convencido de que cualquier teoría física actual pueda explicar adecuadamente las dotes extraordinarias de la mente).
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Gordon Globus, profesor de Psiquiatría y Filosofía en la Universidad de California, en Irving, tiene una visión diferente, aunque similar. Cree que es correcta la afirmación de la teoría holográfica de que la mente construye la realidad a partir de la materia prima del orden implicado. Sin embargo, también le han influido notablemente las experiencias sobrenaturales, hoy famosas, vividas por el antropólogo Carlos Castañeda con su maestro, don Juan, un chamán indio yaqui. A diferencia de Pribram, Globus cree que la impresionante colección de «realidades independientes», aparentemente inagotable, que Castañeda experimentó bajo la tutela de don Juan —y de hecho la impresionante colección de realidades, igualmente enorme, que experimentamos durante los sueños ordinarios— indica que hay un número infinito de realidades potenciales envueltas en lo implicado. Por otra parte, como los mecanismos que utiliza el cerebro para construir la realidad de cada día son los mismos que emplea para construir los sueños y las realidades que experimentamos durante estados alterados de consciencia, a lo Castañeda, Globus piensa que los tres tipos de realidad son fundamentalmente la misma.
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La consciencia, ¿crea o no las partículas subatómicas? Ésa es la cuestión
Esa diferencia de opiniones indica una vez más que la teoría holográfica es todavía una idea en ciernes, semejante a una isla del Pacífico que acabe de formarse, cuya actividad volcánica impida que sus orillas estén claramente definidas. Aunque algunos podrían usar la falta de unanimidad para criticar la teoría holográfica, debemos recordar que también la teoría de la evolución de Darwin, ciertamente una de las ideas más influyentes y exitosas que la ciencia ha producido jamás, experimenta un cambio constante y que los teóricos evolucionistas siguen debatiendo su alcance y su interpretación, así como sus ramificaciones y los mecanismos que la regulan.
La diferencia de opiniones también pone de manifiesto que los milagros constituyen un enigma complejo. Jahn y Dunne ofrecen aun otra opinión más sobre el papel de la consciencia en la creación de la realidad cotidiana y, aunque difiere de una de las premisas básicas de Bohm, merece la pena dedicarle atención puesto que proporciona una forma nueva y posible de ver el proceso por el cual se producen los milagros.
A diferencia de Bohm, Jahn y Dunne opinan que las partículas subatómicas
no
poseen una realidad visible hasta que la consciencia entra en escena. «Yo creo que hemos dejado atrás hace mucho tiempo la parte de la física que trataba la gran concentración de energía, en la que examinábamos la estructura de un universo pasivo —declara Jahn—. Creo que hemos entrado en un dominio en el que la consciencia interacciona con el entorno a una escala tan primordial que verdaderamente creamos la realidad, con arreglo a cualquier definición razonable del concepto».
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Como ya hemos dicho, ésta es la visión que sostiene la mayoría de los físicos. No obstante, la posición de Jahn y Dunne difiere de la línea general en un aspecto importante. La mayoría de los físicos rechazaría la idea de utilizar la interacción entre la consciencia y el mundo subatómico para explicar la psicoquinesia, y no digamos los milagros. De hecho, la mayor parte de los físicos, además de hacer oídos sordos a toda posible consecuencia de esa interacción, actúan realmente como si no existieran. «La mayoría de los físicos mantiene un punto de vista un tanto esquizofrénico —afirma el físico teórico Fritz Rohrlich de la Universidad de Siracusa—: por una parte, aceptan la interpretación habitual de la física cuántica; por otra, insisten en la realidad de los sistemas cuánticos aun cuando no estén siendo observados».
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La extraña actitud de «no voy a pensar en ello aunque sé que es verdad» impide que muchos físicos consideren incluso las repercusiones fenomenológicas de los descubrimientos más increíbles de la física cuántica. Como señala David Mermin, físico de la Universidad de Cornell, los físicos se encuadran en tres categorías: una pequeña minoría a la que preocupan las repercusiones filosóficas; un segundo grupo que explica con razones minuciosas por qué no les preocupan, pero sus explicaciones tienden a «saltarse por completo el tema en cuestión», y un tercer grupo que carece de explicaciones detalladas al respecto pero que también se niega a decir por qué no están preocupados. «Su posición es irrebatible», asegura Mermin.
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Jahn y Dunne no son tan tímidos. Creen que los físicos, en lugar de descubrir partículas, pueden estar
creándolas
. Como prueba, mencionan una partícula subatómica que ha sido descubierta recientemente, llamada «anomalon», cuyas propiedades varían de un laboratorio a otro. ¡Imagínate que tienes un coche que cambia de color y de características según quién lo conduzca! Es un hecho muy curioso que parece indicar que la realidad de un anomalon depende de quién la encuentre/cree.
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También pueden hallarse indicios similares en otra partícula subatómica. En la década de 1930, Pauli propuso la existencia de una partícula sin masa llamada «neutrino» para solucionar un problema no resuelto en relación con la radiactividad. Durante años, el neutrino fue sólo una idea, pero después, en 1957, los físicos descubrieron indicios de su existencia. En los últimos años, los físicos se percataron de que si el neutrino tuviese masa, resolvería problemas más espinosos todavía que aquél al que se enfrentó Pauli y hete aquí que, en 1980, empezaron a aparecer pruebas de que ¡el neutrino tenía masa!, una masa pequeña pero medible. Y eso no es todo. Resultó que se descubrieron neutrinos con masa solamente en laboratorios de la Unión Soviética. En los laboratorios de Estados Unidos, no. Así siguieron las cosas durante la mayor parte de la década de 1980 y hoy, aunque otros laboratorios han duplicado los descubrimientos soviéticos, la situación sigue sin resolverse.
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¿Es posible que las diferentes propiedades mostradas por los neutrinos se debieran, al menos en parte, a las expectativas cambiantes y a las diferentes tendencias culturales de los físicos que las buscaban? En caso de ser así, la situación suscita una cuestión interesante. Si los físicos no descubren el mundo subatómico sino que lo crean, ¿por qué algunas partículas, como los electrones, parecen tener una realidad estable sea quien sea el observador? En otras palabras: ¿por qué un estudiante de física sin conocimientos sobre los electrones descubre las mismas propiedades que un físico avezado?
Una posible respuesta es que quizá nuestra percepción del mundo no se basa solamente en la información que recibimos a través de los cinco sentidos. Por fantástica que pueda sonar, se pueden exponer argumentos convincentes en defensa de esta idea. Pero antes me gustaría contar una anécdota que presencié a mediados de los años setenta. Mi padre había contratado a un hipnotizador profesional para entretener a un grupo de amigos en su casa y me invitó a asistir al acontecimiento. El hipnotizador, tras determinar rápidamente la susceptibilidad hipnótica de las personas presentes, eligió como sujeto de la hipnosis a un amigo de mi padre llamado Tom. Era la primera vez que Tom veía a aquel hipnotizador.
Tom demostró ser un sujeto muy bueno y, en cuestión de segundos, el hipnotizador le sumió en un trance profundo. Luego pasó a hacer los trucos que suelen hacer los hipnotizadores en los espectáculos. Convenció a Tom de que había una jirafa en la habitación, dejándole maravillado y boquiabierto. Después le dijo que una patata era una manzana en realidad y consiguió que Tom se la comiera con gusto. Pero el punto fuerte de la noche llegó cuando le dijo a Tom que, cuando saliera del trance, Laura, su hija adolescente, sería completamente invisible para él. Entonces, tras pedir a Laura que se pusiera delante justo de la silla en la que estaba sentado Tom, el hipnotizador le despertó y le preguntó si la veía. Tom miró por la habitación y parecía que su mirada atravesaba literalmente a su risueña hija. «No», contestó. El hipnotizador le preguntó si estaba seguro y Tom volvió a responder que no, a pesar de las risitas cada vez más altas de Laura. Entonces el hipnotizador se colocó detrás de Laura, de modo que Tom no pudiera verle, y sacó un objeto del bolsillo. Mantuvo el objeto cuidadosamente oculto para que nadie pudiera verlo y lo apretó contra la espalda de Laura. Pidió a Tom que identificara el objeto. Tom se inclinó hacia delante como si viera directamente a través del estómago de Laura y dijo que era un reloj de pulsera. El hipnotizador asintió y le preguntó si podía leer la inscripción del reloj. Tom entornó los ojos como si se estuviera esforzando en leerla y recitó el nombre del propietario del reloj (que resultó ser una persona que ninguno de los que estábamos en la habitación conocía) y el mensaje. El hipnotizador reveló entonces que el objeto era realmente un reloj y lo pasó por la habitación para que todos pudieran ver que Tom había leído la inscripción correctamente.
Cuando hablé con Tom después, me dijo que su hija había sido absolutamente invisible para él. Lo único que veía era al hipnotizador de pie, sosteniendo un reloj en la palma de la mano. Si el hipnotizador le hubiera dejado ir sin decirle lo que pasaba, nunca habría sabido que no estaba percibiendo la realidad consensuada.
Es obvio que la percepción de Tom del reloj no estaba basada en la información que recibía a través de los cinco sentidos. ¿De dónde sacaba la información? Una explicación es que la obtenía telepáticamente de la mente de otra persona, en aquel caso, de la mente del hipnotizador. Otros investigadores han comentado la capacidad que los hipnotizados tienen para «aprovechar» los sentidos de otras personas. El físico británico sir William Barrett encontró indicios del fenómeno en una serie de experimentos que realizó con una chica joven. Tras hipnotizarla, le dijo que iba a percibir el sabor de todo lo que él catara. «Me puse de pie detrás de la joven, cuyos ojos estaban bien vendados, tome sal y me la metí en la boca; al instante ella escupió y exclamó: “¿Para qué te metes sal en la boca?”. Después probé azúcar y ella dijo: “Esto está mejor”. Le pregunté qué era y ella respondió: “Dulce”. Después probé mostaza, pimienta, jengibre, etcétera; la chica nombraba y aparentemente probaba cada especia cuando yo me la metía en la boca».
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En su libro
Experiments in Distant Influence
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, el fisiólogo soviético Leonid Vasiliev cita un estudio alemán realizado en los años cincuenta que produjo hallazgos similares. En él, la chica hipnotizada no sólo percibía el sabor de lo que el hipnotizador saboreaba, sino que guiñó los ojos cuando se proyectó una luz sobre los ojos del hipnotizador, estornudó cuando el hipnotizador olió amoniaco, oyó el tictac de un reloj que pusieron junto al oído del hipnotizador, todo ello realizado de manera que quedaba asegurado que ella no obtenía información a través de las entradas sensoriales normales.
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La capacidad de aprovechar los sentidos de otras personas no se limita al estado hipnótico. En una serie de experimentos, ahora famosos, los físicos Harold Puthoff y Russell Targ del Stanford Research Institute de California descubrieron que casi todas las personas que sometían a prueba tenían una aptitud, que ellos llamaban «visión remota», que consistía en describir exactamente lo que veía una persona a distancia. Averiguaron que un individuo tras otro podían ver remotamente por el mero hecho de relajarse y describir cualquier imagen que les venía a la mente.
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Los descubrimientos de Puthoff y Targ se han duplicado en docenas de laboratorios de todo el mundo, lo que indica que la visión remota es probablemente una capacidad latente en todos nosotros.
El laboratorio Princeton Anomalies Research ha corroborado asimismo los descubrimientos de Puthoff y Targ. El propio Jahn hizo de receptor en un estudio e intentó percibir lo que un colega suyo estaba viendo en París, una ciudad que Jahn jamás había visitado. Además de una calle bulliciosa, le vino a la mente la imagen de un caballero con armadura. Después resultó que el emisor estaba frente a un edificio gubernamental decorado con estatuas de figuras militares históricas, una de las cuales era un caballero con armadura.
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Así pues, estamos profundamente conectados unos con otros aún de otra manera más, situación que no resulta tan extraña en un universo holográfico. Además, las interconexiones se manifiestan aunque no seamos conscientes de ellas. Hay estudios que demuestran que cuando una persona recibe una sacudida eléctrica en una habitación, aparece registrada en los resultados del polígrafo de otra persona que está en otra habitación.
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Una luz proyectada en los ojos de un individuo se registra en el electroencefalograma de otra persona que participa en la prueba y que está aislada en otra habitación.
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Incluso el volumen de sangre de un dedo de una persona —se mide con el pletismógrafo, un indicador sensible del funcionamiento del sistema nervioso autónomo— cambia cuando el emisor, desde otra habitación, encuentra el nombre de alguien que ambos conocen mientras lee una lista formada principalmente por personas que ellos no conocen.
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